Celac: ¿golpes al multilateralismo?,
por Félix Arellano
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Se ha efectuado la VII Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) en Buenos Aires, Argentina (23 y 24 enero 2023) y el balance resulta decepcionante; en buena medida, por la deficiente organización del gobierno anfitrión, pero también por el peso de la anacrónica diatriba ideológica que, además de generar fragmentación y polarización, está propiciando un diálogo de sordos que perjudica, fundamentalmente, a los más vulnerables.
Otro perdedor en este encuentro ha sido la integración regional, pues no solo se pasó por alto la problemática existente, sino que, irresponsablemente, los presidentes Alberto Fernández y Lula Da Silva, retomaron la vieja fantasía de la moneda común, un debut lamentable para el presidente brasileño, que incrementa la desconfianza de los ciudadanos frente al debilitado proceso de integración.
El gobierno argentino ha perdido otra oportunidad para racionalizar y organizar los debates, concentrando la atención en temas fundamentales, lo que exacerba el rechazo de nuestros pueblos frente al multilateralismo y la diplomacia presidencial, desconociendo que puede jugar un papel relevante en la generación de confianza y creación de canales de comunicación.
El multilateralismo y la diplomacia presidencial tienden a ser satanizados como «un turismo diplomático», por populistas y radicales cuando están en campañas electorales; empero, cuando asumen el poder y se perpetúan, organizan delegaciones faraónicas y despilfarradoras, y orientan los debates de las instituciones multilaterales en una agenda ineficiente y repetitiva, que se corresponde con las falsas narrativas que utilizan para perpetuarse en el poder.
Debemos aceptar que la región ha perdido otra oportunidad con la Cumbre, pero pareciera que el presidente Alberto Fernández también ha fracasado en su intento por relanzar la nueva ola roja en la región, toda vez que tres representantes importantes no participaron (México, Nicaragua y Venezuela) y, por otra parte, resultó evidente que es una ola débil y dividida. Al respecto, debemos reconocer el esfuerzo de presidente Gabriel Boric de Chile, en la defensa de los derechos humanos, posición que genera fisuras al interior de la nueva ola.
En este contexto, llamó la atención el protagonismo del presidente cubano, una dictadura que se mantiene con represión, hambre y la migración de su pueblo; pero, pareciera que sigue cautivando a ingenuos. Ante lamentable situación se debe agradecer al presidente Luis Lacalle Pou, por resaltar en su intervención «la hemiplejia ideológica» que enfrentan varios gobiernos de la región, que olvidan, entre otros, el estallido de una gran mayoría del pueblo cubano pobre, el 11 de julio del 2021, cuando salió a las calles a lo largo y ancho de la isla, para demostrar su rechazo al autoritarismo y confirmar el fracaso de la revolución.
En términos generales la Celac ha hecho silencio ante el incremento de la represión en Cuba, cuando se estiman más de 1000 presos políticos y el mayor éxodo de jóvenes en la historia de la isla. Pero también hace silencio frente a otras violaciones sistemáticas de los derechos humanos en la región.
Por otra parte, el gobierno argentino como anfitrión de la Cumbre, no logró promover una agenda concentrada en algunos de los problemas fundamentales. Al respecto, los perversos efectos sociales de la pandemia del covid-19, que ha incrementado la pobreza y la exclusión, ha podido constituir el epicentro de la Cumbre; estimulando la construcción de proyectos creativos e incluyentes, que beneficien a las mayorías vulnerables de la región.
Por el contrario, la dispersión temática de la Cumbre y la falta de liderazgo, propició que cada delegación se paseara por lo humano y lo divino, sin lograr la concentración y coherencia que exige la situación que enfrentan nuestros pueblos. En ese diálogo de sordos, la Cumbre ha generado la Declaración de Buenos Aires, un documento que incluye más de 100 temas, en unas treinta páginas y once declaraciones especiales anexas. Cabe destacar que, paradójicamente, se incluye una simbólica defensa de la democracia y los derechos humanos; pero, ninguna referencia a los autoritarismos que están destruyendo las libertades y la institucionalidad democrática.
Los continuos fracasos de las cumbres, producto de la ineficiencia de los gobiernos, está incrementando el rechazo social por las instituciones multilaterales. Ahora bien, en el fondo representa una estrategia del populismo y el autoritarismo para debilitar o eliminar las instituciones que pueden ejercer funciones de control, supervisión y, eventualmente sanción, que pueda limitar su soberanía absoluta.
El proceso de integración regional que enfrenta serias dificultades, no ha logrado mayores avances en la Cumbre, pues no se realizó ningún esfuerzo para superar la fragmentación, contradicciones y desintegración que se han incrementado con la llamada fase «postliberal» de la integración. En un necesario proceso de revisión y reingeniería la propia existencia de la Celac debería ser objeto de reflexión, toda vez que nace como un proyecto que tiende a duplicar el papel del Sistema Económico Latinoamericano (SELA), creado mediante del Tratado de Panamá en 1975.
En ese contexto, la reflexión debería profundizar sobre las potenciales contradicciones, solapamientos e incoherencias en la creciente institucionalidad que aborda la integración regional, tales como: Aladi, Unasur, Prosur, ALBA, Alianza del Pacifico; algunas de ellas creadas con fines meramente ideológicos.
Crecen las instituciones de integración, pero no se observan mayores avances a escala regional en la creación de comercio, producción industrial, cadenas de valor, innovación tecnológica. Muchas cumbres y varios de nuestros países viven a espaldas de sus vecinos, con mayores vinculaciones con los centros de poder mundial y, en particular con China.
No se ha logrado construir una zona de libre comercio a escala regional, un proyecto pendiente en América Latina desde la creación de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (Alalc), con el Tratado de Montevideo de 1960, luego sustituida por la Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi) en 1980.
Tampoco se han logrado conformar plenamente las uniones aduaneras que contemplaba el Acuerdo de Cartagena, mediante el cual se crea la Comunidad Andina o el Tratado de Asunción base fundacional del Mercosur. Adicionalmente, no se visualiza la conformación de un mercado común en la región; empero, los presidentes Lula Da Silva de Brasil y Alberto Fernández de Argentina han retomado la vieja fantasía de la moneda común. Resulta evidente que tal propuesta pretende «construir el techo, sin contar con las bases».
Es necesario crear consciencia sobre las oportunidades que pueden ofrecer las instituciones multilaterales, en particular la diplomacia presidencial, en la medida que los gobiernos actúen de forma responsable y eficiente; adicionalmente, debemos estar alertas ante la guerra hibrida de los autoritarismos contra tales instituciones, utilizando campañas de descalificación encaminadas a eliminar los mecanismos de control, supervisión y sanción que puedan limitar sus arbitrariedades.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.