sábado, 18 de noviembre de 2017

Tipo de cambio real competitivo, justicia social y democracia

Roberto Frenkel

Exposición del Profesor Roberto Frenkel en el 22do. Congresso Brasileiro de Economia. Belo Horizonte, Brasil, 6 al 8 de setiembre de 2017.

Quiero en primer lugar expresar mi agradecimiento por la invitación que me hicieron los organizadores de esta reunión. Agradezco y trataré de cumplir la difícil tarea que me encargaron. Digo difícil porque me propusieron, con gran cortesía, que eligiera con libertad el contenido de mi presentación…siempre que éste tocara los temas centrales de esta reunión: el desarrollo económico, la justicia social y la democracia. Trataré de satisfacer el pedido sin abandonar mi perspectiva  de macroeconomista del desarrollo.

Keynes, el fundador de la macroeconomía, puso su foco en el pleno empleo. Un objetivo de justicia social, indudablemente. Claro está que el pleno empleo es una condición necesaria de la justicia social. Sin embargo, estar ocupado no asegura una vida sin penurias si la jornada se dedica a un trabajo de baja productividad que genera un ingreso miserable. Por eso, en nuestros países y en nuestros tiempos, el objetivo de justicia social lleva a sumar al pleno empleo el propósito de lograr una tendencia persistente de aumento del producto y la productividad, que facilite un aumento rápido de los ingresos y el bienestar. Esta es la macroeconomía del desarrollo, que amplía el foco original de nuestra disciplina. Más adelante discutiremos con mayor detalle qué aspecto de la justicia social está involucrado en el propósito de lograr un crecimiento rápido y sostenido.

En los países desarrollados, el debate y la evolución de la macroeconomía después de su fundación se concentraron en las políticas fiscal y monetaria. El tema del tipo de cambio no era ignorado, particularmente por economistas de países “pequeños y abiertos”, como Australia y Canadá. Pero la discusión de la cuestión cambiaria resultaba algo abstracta, porque desde fines de los años cuarenta del siglo XX el tema estaba institucionalmente cristalizado en los tipos de cambios “fijos pero revisables” de los acuerdos de Bretton Woods, que en los años cincuenta y sesenta estaban dando un marco eficaz, primero a la recuperación de la posguerra y luego, a la expansión rápida del comercio internacional.

Debemos mencionar aquí también que el compromiso de tipo de cambio fijo que implicaba la pertenencia al Fondo Monetario Internacional resultó tempranamente conflictivo en varios países de América Latina, de modo que ya hacia finales de los años cincuenta el debate entre “estructuralistas” y “monetaristas” giraba en torno de la política cambiaria y sus efectos sobre la inflación, el nivel de actividad, el empleo y la distribución del ingreso. Varios países de América Latina, inspirados en ese debate, consiguieron negociar con el FMI la flexibilización de sus regímenes cambiarios en la primera mitad de los años sesenta, adoptando políticas de crawling-peg pasivo que dieron marco a la mejor década de la posguerra en Argentina, Brasil, Colombia y Chile. Esto es un antecedente importante para la macroeconomía del desarrollo.

El sistema de Bretton Woods se derrumbó entre 1971 y 1973. Esto dio un empuje importante al incipiente proceso de globalización financiera. Los países desarrollados optaron por la flotación cambiaria (con distintos grados de intervención), mientras los países en desarrollo se ubicaron en lo que alguien llamó un “no sistema”, donde se encontraba de todo, desde currency boards a las llamadas flotaciones sucias. La macroeconomía incorporó entonces plenamente la discusión de la política cambiaria, junto a las políticas fiscal y monetaria. Tan importante es la política cambiaria que solemos caracterizar el régimen macroeconómico vigente en un país por la institucionalidad de su sistema cambiario, hablando, por ejemplo, de regímenes de tipo de cambio fijo o flotante. En resumen, lo que hoy llamamos macroeconomía del desarrollo se enfoca en el pleno empleo y el crecimiento sostenido y discute el manejo de tres instrumentos interrelacionados: las políticas fiscal, monetaria y cambiaria.

Escribí hace un tiempo que la mejor contribución al desarrollo que pueden hacer las políticas macroeconómicas es mantener un tipo de cambio real competitivo y estable. Actualmente estoy aún más convencido que en aquel momento. A mediados de los años ochenta ya había bastante evidencia acumulada sobre la importancia del tipo de cambio real competitivo y estable para alcanzar los objetivos de pleno empleo y crecimiento sostenido, incluyendo las experiencias de Japón y los países de Europa en la posguerra y la citada experiencia de los países de América del Sur en los años sesenta. Y los resultados de investigación y las experiencias continuaron acumulándose posteriormente. No solamente las experiencias de los casos nacionales exitosos, como los del Este de Asia, sino también, por la negativa, los casos de los procesos de fuerte apreciación de los tipos de cambio que antecedieron las crisis externas y financieras del período de globalización financiera. Más adelante, la historia de América del Sur de los recientes quince años ha reforzado mi convicción. El período de términos de intercambio muy favorables que dejamos atrás ofreció una oportunidad excepcional para dar un salto en el proceso de desarrollo. Pero perdimos esa oportunidad y hay que empezar de nuevo.  

No estoy diciendo que lograr y sostener un tipo de cambio real competitivo y estable deba ser la única meta de la política macroeconómica, sino que la adopción de esa meta ordena y fija límites a lo que las políticas fiscal, monetaria y cambiaria pueden y deben hacer con relación a otras tareas de la política macroeconómica, como la solvencia externa, la solvencia fiscal, el control de la inflación y la estabilidad financiera. A continuación quiero desarrollar estas ideas, pero antes de hacerlo debo definir el tipo de cambio competitivo.

En 1980 Raúl Prebisch visitó Argentina y brindó una conferencia. En ese momento la llamada política de “pautas cambiarias” del ministro Martínez de Hoz llevaba algo menos de dos años de aplicación y Argentina todavía no había sufrido la crisis en la que desembocó esa política. El tipo de cambio real estaba muy apreciado. Prebisch comentó que ni siquiera la empresa más avanzada de Japón, que se instalara en ese momento en Argentina, sería capaz de competir internacionalmente con el tipo de cambio real que el país ostentaba entonces. Implícitamente, don Raúl definía como competitivo al tipo de cambio real que, al menos, permitiera producir y vender rentablemente a esa empresa de tecnología de punta. Es una definición bien sintética, pero rigurosa. El tipo de cambio no debe ser alto y estable para defender ineficiencias microeconómicas, sino para compensar las externalidades negativas que el subdesarrollo impone a la producción de bienes y servicios comerciables internacionalmente. A continuación desarrollamos con cierto detalle las características del régimen macroeconómico que proponemos, discutiendo al mismo tiempo la viabilidad de su instrumentación.

En primer lugar, el atributo de estabilidad. La estabilidad del tipo de cambio real competitivo no significa que éste deba mantenerse constante, como resultaría, por ejemplo de la indexación del tipo de cambio nominal a la diferencia entre la tasa de inflación local y la tasa de inflación internacional. Esta es la práctica que, a grandes rasgos, utilizaron Argentina, Brasil, Chile y Colombia en los años sesenta, en el contexto internacional previo al surgimiento de la globalización financiera. Pero no sería recomendable en la actualidad, porque en un ambiente de amplia movilidad internacional de capitales estimularía las apuestas unilaterales de los inversionistas financieros y la volatilidad de los flujos de capital.

La estabilidad que reclamamos se refiere a la tendencia de medio y largo plazo del tipo de cambio real, tal como es percibida por las expectativas de los potenciales inversores en actividades comerciables internacionalmente. Invertirán si creen que el tipo de cambio real competitivo del día de su decisión mostrará una tendencia estable a lo largo de los años de vida de su proyecto. Un ejemplo de política cambiaria que satisface ese requisito es la política de crawling-bands aplicada por el banco central de Chile en los años noventa. Consiste en definir una trayectoria virtual del tipo de cambio nominal, como la diferencia entre la inflación local y la inflación internacional, y establecer bandas en torno a esa trayectoria, que mantienen determinada proporción respecto de su eje central. El banco central deja al mercado cambiario flotar libremente entre esas bandas e interviene comprando o vendiendo moneda extranjera cuando el tipo de cambio alcanza alguno de sus límites. Se ha aplicado también en otros países con relativo éxito. Sin embargo, esta política enfrenta un problema cuando en el mercado cambiario hay una presión sistemática en una determinada dirección, sea hacia la apreciación o hacia la devaluación y consecuentemente, el tipo de cambio queda “pegado” al límite de una de las bandas. En casos así el banco central enfrenta un problema similar al que exhibe el régimen de tipo de cambio fijo, pues en esas circunstancias la autoridad monetaria se ve obligada a comprar o vender todo cuanto le pida el mercado. Afortunadamente, las “crawling bands” no son la única forma de lograr la estabilidad a la cual nos referimos.

La virtud de las “crawling bands” es que dan certidumbre sobre el tipo de cambio real a medio y largo plazo mientras preservan la incertidumbre de corto plazo. Es una propiedad virtuosa, porque es ventajoso que el tipo de cambio fluctúe a corto plazo. La volatilidad de corto plazo del tipo de cambio nominal (y consecuentemente del tipo de cambio real) impone riesgo al arbitraje entre activos externos y domésticos. Este riesgo tiende a reducir el flujo de capitales de corto plazo, lo que facilita la tarea del banco central en el mercado de cambios, como veremos adelante. Por esta razón argumento que el régimen cambiario de flotación administrada es la mejor opción para instrumentar un tipo de cambio real competitivo y estable. El régimen de flotación administrada combina la volatilidad de corto plazo que provee la flotación en el mercado con la capacidad de intervención discrecional del banco central. Claro está que a mayor discrecionalidad, esto es, con menos compromisos del banco central, menor será la certidumbre sobre el medio y largo plazo que la institución brinda a los productores e inversionistas. En el régimen de flotación administrada, en el que el banco central deja flotar el tipo de cambio y se reserva la facultad de intervenir discrecionalmente, el banco central provee información al mercado mediante sus intervenciones. Y la información que debe proveer es que a medio y largo plazo el tipo de cambio real continuará siendo competitivo. Claro que no está demás que el banco central y el gobierno difundan y expliquen el objetivo de la política cambiaria. Que el gobierno y el banco central compartan el objetivo es, de por sí, un mensaje importante. Pero la información más relevante proviene de las intervenciones del banco central.

Es muy importante que el banco central tenga en claro el propósito de esas intervenciones. El principal objetivo de las intervenciones del banco central deben ser las expectativas del mercado sobre el tipo de cambio real futuro, porque de estas expectativas dependen las decisiones de inversión y empleo en actividades comerciables internacionalmente. Para que el mensaje del banco central se transmita claramente, las intervenciones tienen que ser exitosas.

En los años de términos de intercambio muy favorables que hemos dejado atrás, cuando los ingresos de capital se sumaban a los resultados de la cuenta corriente para establecer una presión vendedora de moneda internacional de forma prácticamente continua, he sido testigo de las quejas de directores de los bancos centrales de Brasil y Colombia. Argumentaban que sus importantes intervenciones compradoras se mostraban incapaces de alterar la tendencia a la apreciación del tipo de cambio. Pero esto no debería ocurrir. En contextos en que hay un exceso de oferta de moneda internacional al precio que pretende el banco central, éste se encuentra siempre en condiciones de imponer su voluntad en el mercado. Le basta comprar toda la moneda internacional que ofrece el mercado al precio que el banco central pretende sostener. Esto siempre es posible en un momento. Más adelante comentaré bajo qué condiciones es una política sostenible en el tiempo.

Para ser exitosas, las intervenciones del banco central en el mercado de cambios deben ser contundentes. Y deben ser exitosas para que la intención y el poder de la entidad queden bien en claro. Un buen ejemplo histórico reciente de contundencia es la intervención del banco central de Suiza en setiembre de 2011 para poner un techo al precio del franco, cuando la crisis financiera de la zona del euro empujaba los capitales a buscar refugio en el franco suizo. El banco central hizo público entonces que estaba dispuesto a comprar al precio que decidió defender toda la moneda extranjera que ofreciera el mercado. Fue una intervención contundente y exitosa. Cuando al precio que quiere defender el banco central hay un exceso de demanda de moneda doméstica, éste siempre puede ofrecerla en forma ilimitada. La pregunta es si con esto la autoridad pierde el control de la política monetaria. Y la respuesta es que no lo pierde, como veremos más adelante.  

Si el banco central es convincente en sus intervenciones, el mercado esperará una tendencia a medio y largo plazo del tipo de cambio nominal igual a la tendencia esperada de la inflación local menos la tendencia esperada de la inflación internacional. En este contexto no hay una expectativa de tipo de cambio futuro independiente de las expectativas inflacionarias. El tipo de cambio nominal esperado será un resultado de las expectativas de inflación local e internacional. Obviamente, esto implica que la política cambiaria es neutral con respecto a la inflación. En un régimen de tipo de cambio real competitivo y estable el tipo de cambio no puede usarse como instrumento antiinflacionario.  

La adopción de una política de tipo de cambio real competitivo y estable impone ciertos requerimientos a las políticas fiscal y monetaria y también la necesidad de que las tres políticas macroeconómicas sean coordinadas. Para exponer este punto es necesario un circunloquio teórico.

El “trilema” es un teorema muy difundido de la macroeconomía abierta. Muchos economistas lo tienen por indudablemente válido, pese a que se funda en la supuesta vigencia de la versión pura de la paridad descubierta de las tasas de interés (uncovered interest parity). El trilema dice que la política económica de un país inserto en la globalización financiera no puede alcanzar simultáneamente tres objetivos: preservar la libre movilidad de capitales, controlar la tasa de interés local y determinar el precio de la moneda internacional en el mercado de cambios. En un contexto de libre movilidad de capitales, el trilema dice que si el gobierno (el banco central) controla el tipo de cambio mediante intervenciones en el mercado cambiario, necesariamente pierde el control de la tasa de interés, esto es, pierde el control de la política monetaria. El trilema es el principal fundamento del régimen de flotación pura que muchos economistas de nuestros países consideran ideal, aunque nunca consigan ponerlo en práctica cuando son autoridades del banco central.

Pese a que muchos economistas lo creen universalmente válido, el trilema no es válido en toda circunstancia. El trilema no es válido cuando en el mercado hay una oferta abundante de moneda internacional que presiona a la apreciación del tipo de cambio. América Latina vivió esta situación en los años 2000s, hasta hace pocos años. En esos contextos es posible controlar el tipo de cambio sin perder el control de la política monetaria.

Esa es la conclusión de un par de trabajos que escribí hace unos años, tratando de extraer lecciones de las experiencias nacionales en los años 2000s. En esos trabajos he mostrado que es posible mantener el control de la tasa de interés local mientras el banco central hace intervenciones compradoras en el mercado de cambios para evitar la apreciación de la moneda. Y mostré también que, bajo determinadas condiciones, esa política es sostenible en el tiempo. En otras palabras, he mostrado que el banco central puede esterilizar sostenidamente la expansión de base monetaria resultante de las intervenciones compradoras, sin que el efecto de la esterilización sea necesariamente el aumento de la tasa de interés instrumental de la política monetaria. La cuestión clave en este punto es la sostenibilidad en el tiempo de las operaciones de esterilización, que depende del costo financiero en que incurre el banco central por sus operaciones de intervención cambiaria y esterilización.

Las condiciones que viabilizan esa política son: i) al tipo de cambio que el banco central tiene como meta hay un exceso de oferta en el mercado de moneda internacional. Esto es, la intervención del banco central procura evitar a apreciación de la moneda doméstica. ii) la tasa de interés local no puede tomar cualquier valor, tiene que ser menor que cierta tasa máxima. Obsérvese que siempre es posible esterilizar a cualquier tasa, pero para que las intervenciones esterilizadas sean sostenibles en el tiempo la tasa de interés no debe superar cierto máximo, que se calcula en función de la tasa de interés internacional y otros parámetros conocidos. Tasas de interés mayores que ese máximo llevan a un aumento insostenible del déficit financiero del banco central. Bajo las dos condiciones mencionadas el trilema no es válido: se puede controlar el tipo de cambio y la tasa de interés aún en un contexto de libre movilidad de capitales.

El trilema es válido, en cambio, en condiciones en las que hay exceso de demanda de moneda internacional al tipo de cambio que el banco central quiere defender. Esto es, cuando el banco central quiere evitar la depreciación de la moneda local. En este caso la política cambiaria enfrenta el límite que le imponen las reservas disponibles y se hace imprescindible elevar la tasa de interés local para frenar la pérdida de reservas.

Así como la sostenibilidad de la esterilización le impone un límite máximo a la tasa de interés, la libre movilidad de capitales le fija un mínimo. La tasa de interés, descontada por las primas de riesgo país y riesgo cambiario, debe ser igual o mayor que la tasa de devaluación esperada, para compensar el riesgo país y la preferencia por moneda internacional que exhiben los ahorristas latinoamericanos. Si la tasa de devaluación esperada es igual a la tasa esperada de inflación menos la tasa esperada de inflación internacional, como debe ocurrir en un régimen de tipo de cambio real competitivo y estable en funcionamiento, la tasa de interés real esperada, descontada por las primas de riesgo país y riesgo cambiario, debe ser igual o mayor que la tasa de interés real internacional.

Dicho en forma más sencilla, la tasa de interés real debe ser positiva pero moderada. No debe ser muy alta porque, por un lado, atraería flujos de capitales en demasía y por otro, haría insostenible a medio plazo la tarea de esterilización del banco central. Un ejemplo reciente de insostenibilidad es la política de intervenciones compradoras esterilizadas que siguió el banco central de Brasil en la década 2004-14. El banco central hizo voluminosas compras de moneda internacional, que fueron esterilizadas para preservar la tasa de interés instrumental de la política monetaria. Como esa tasa era mayor que la tasa máxima sostenible, las operaciones de esterilización fueron un factor importante de la acumulación insostenible de deuda pública doméstica, esto es, de la generación de una tendencia explosiva del ratio deuda pública/producto.

Con relación a la política fiscal, el régimen de tipo de cambio real competitivo y estable requiere superávit fiscal o déficit moderado. Una situación fiscal superavitaria permite que el gobierno compre moneda internacional en el mercado. Esto facilita la política monetaria porque da lugar a que el banco central compre menos moneda internacional y consecuentemente, a que sea también sea menor el volumen de las operaciones de esterilización necesarias.

Un déficit fiscal excesivamente alto, si es financiado en moneda doméstica, requeriría una tasa de interés también muy alta, que puede hacer insostenibles las operaciones de esterilización. Si el déficit fiscal excesivamente alto es financiado en moneda extranjera, la política de esterilización también se hace insostenible a medio plazo, imposibilitando la política cambiaria.  

En resumen, el régimen de tipo de cambio real competitivo y estable es viable y tenemos suficientes conocimientos sobre como instrumentarlo consistentemente. ¿Por qué no se ha extendido entre los países de América Latina? Las aplicaciones más recientes del régimen se restringen a unas pocas experiencias exitosas: Chile en los años noventa, Argentina entre 2003 y 2008. Pero esas políticas fueron abandonadas.

Puede argumentarse que la viabilidad del régimen requiere de una oferta abundante de moneda internacional en el mercado de cambios y que esta no es una situación común. Esto es muy discutible. Un tipo de cambio real competitivo induce por sí mismo resultados positivos en la cuenta corriente del balance de pagos. Y los capitales internacionales tienden a fluir más hacia los países que muestran cuentas corrientes robustas. De modo que las condiciones externas no parecen ser la principal restricción para la instrumentación del régimen. La restricción puede encontrarse en las condiciones domésticas, por ejemplo, cuando la urgencia de la política económica es frenar una inflación muy alta y resulta ineludible utilizar el ancla cambiaria. O cuando la tasa de interés instrumental de la política monetaria es muy alta, como ocurrió en Brasil. Pero varios países de la región reunían condiciones que hubieran permitido la instrumentación de un régimen de tipo de cambio real competitivo y estable y no lo hicieron. ¿Por qué?

Se pueden ensayar varias respuestas, que involucran cuestiones tales como  intereses internacionales, la posición y el rol de los organismos multilaterales, las ideas que dividen la profesión de los economistas, etc. En lo que resta de mi presentación voy a dejar esas respuestas de lado para ensayar una que traiga a la discusión la justicia social y la democracia, como querían los organizadores de esta reunión.

Al comienzo de esta presentación manifesté que la meta de crecimiento rápido y persistente que se propone la macroeconomía del desarrollo constituye una ampliación del objetivo de justicia social de la macroeconomía, circunscripto originalmente al pleno empleo. ¿En qué sentido la meta de crecimiento rápido es un objetivo de justicia social? Es claro que la expansión rápida del producto y la productividad aumentan rápidamente la oferta de recursos, lo que facilita el manejo de los conflictos distributivos y la atención de diferentes demandas sociales. Pero éste no me parece el punto principal. Encuentro la principal virtud social del crecimiento rápido en que el aumento de los ingresos más bajos tiende a reducir rápidamente la pobreza, aunque la distribución del ingreso no mejore a lo largo del proceso, y aún en el caso de que empeore, como ocurrió en China.

En una evolución virtuosa del régimen de tipo de cambio real competitivo y estable, la distribución funcional del ingreso permanece inalterada si los salarios reales aumentan a la tasa de crecimiento de la productividad. En este caso el costo laboral unitario permanece constante y también los precios. El salario real aumenta al ritmo de la productividad, sin inducir inflación. Como la tendencia del tipo de cambio nominal es igual a la tendencia de la inflación menos la tendencia de la inflación internacional, también tiende a permanecer constante el costo laboral unitario en moneda internacional (que es otra forma de expresar el tipo de cambio real). Aunque el salario real aumente continuadamente, el costo laboral unitario en moneda internacional seguirá siendo competitivo.

Esa evolución virtuosa se pierde si los salarios reales aumentan más rápido que la productividad. En este caso la inflación tiende a acelerarse. Y se experimentaría una aceleración continua si, en ese contexto, el gobierno mantiene la política de sostener un tipo de cambio real competitivo y estable.

Cuando los salarios reales aumentan a una tasa superior a la de la productividad, una forma de evitar o moderar la aceleración de la inflación es “atrasar” el tipo de cambio. La noción se usa poco en Brasil. En cambio, tan difundida ha sido esta práctica en la historia argentina que la noción de “atraso cambiario” no requiere mucha explicación en mi país, casi todo el mundo entiende que el tipo de cambio nominal tiende a aumentar menos que los precios y obviamente, menos que los salarios. Atrasar el tipo de cambio es una forma de hacer lugar a un aumento de los salarios reales mayor que el aumento de la productividad minimizando el impacto sobre la inflación. El costo laboral unitario en moneda internacional aumenta continuadamente y consecuentemente, se va reduciendo la competitividad internacional de la economía.

Ese proceso de aumento de los salarios reales no es sostenible. Por un lado, el empleo, la producción y la capacidad instalada de las actividades comerciables internacionalmente se contraen y se reduce el ritmo de crecimiento de la economía. Por otro lado, la pérdida de competitividad genera un desequilibrio creciente en el sector externo que no puede financiarse indefinidamente. De modo que en algún momento el tipo de cambio real tiene que ser “corregido” por una devaluación discreta.

La devaluación que procura un tipo de cambio real más competitivo tiene efectos complejos: sobre la inflación, distributivos, reales y financieros. Para mantenerme en línea con los argumentos precedentes me enfoco aquí exclusivamente sobre sus efectos sobre la inflación y los salarios reales. La magnitud de los impactos sobre estas variables depende de la proporción de bienes y servicios comerciables internacionalmente que entran en la canasta de consumo de los asalariados. Esta componente es relativamente alta en Argentina, que tiene a los alimentos como principal producto de exportación. Es probablemente menor en Brasil y es seguramente mucho menor en Chile, que no exporta bienes-salario y cuya canasta de consumo contiene una proporción importante de alimentos no comerciables. Pero en todos los casos, con diferentes magnitudes, la devaluación acelera la inflación y provoca la reducción de los salarios reales. También induce generalmente un impulso contractivo, que en ocasiones se ha visto compensado por otros efectos de signo expansivo.

Obsérvese que para preservar un funcionamiento virtuoso del régimen de tipo de cambio real competitivo y estable se requiere moderación por parte de los asalariados. Y para instalarlo cuando la economía se encuentra con el tipo de cambio real apreciado se requiere aún más, porque para esto los asalariados deben aceptar un sacrificio transitorio.

Podemos imaginar un liderazgo político convencido y convincente, capaz de plantear la conveniencia estratégica del régimen de tipo de cambio real competitivo y estable y capaz también de generar consenso y poder para instrumentarlo. Pero resulta difícil imaginar ese liderazgo emergiendo en nuestras democracias. No me refiero solamente a los gobiernos, sino a los sistemas políticos en conjunto. ¿Alguien ha escuchado a un político defendiendo el tipo de cambio real alto? ¿Y recibiendo votos por esto?

Nos hemos enamorado de los tipos de cambio apreciados, que endulzan el corto plazo a costa de un futuro peor. No fue siempre así. En el pasado nuestros países fueron capaces de concebir estrategias de desarrollo, debatirlas políticamente e instrumentarlas más o menos consistentemente. ¿Qué cambió? En primer lugar, la incorporación de nuestros países al proceso de globalización financiera desde mediados de los años setenta, que dio lugar a la falsa idea de que podíamos aprovechar fructíferamente el “ahorro externo”. Y más recientemente, la experiencia de una década de términos de intercambio muy favorables, que despertó la ilusión de que podíamos vivir de la renta de los recursos naturales. Ahora esas ilusiones deberían haberse disipado. Hay que empezar de nuevo el camino del desarrollo y en esto le cabe a los economistas explicar, y explicar, y explicar.
  
   


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