martes, 22 de febrero de 2022

Complejidades de la polarización política

 

Complejidades de la polarización política, por Félix Arellano





Complejidades de la polarización política
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La dinámica política de la región está experimentando un proceso de fragmentación polarizada, pero la polarización, producto de la creciente participación de grupos populistas y radicales, está alcanzando mayores niveles de complejidad; inicialmente se presenta bajo el tradicional esquema del enfrentamiento entre derecha e izquierda, pero avanza a expresiones novedosas y más destructivas, pues está en juego el funcionamiento y existencia de la democracia y de los valores liberales que constituyen su fundamento.

Podríamos quedar cortos de perspectiva, si limitamos la observación de la polarización exclusivamente al enfrentamiento entre derecha e izquierda, que está planteado en la mayoría de los casos, pues en la medida que los sectores populistas y radicales, gracias a las bondades de la democracia, logran el poder, para ufanarse de su legitimidad de origen, van orientando sus estrategias al desmantelamiento de las instituciones democráticas, en particular, las libertades y los derechos humanos.

En este nuevo nivel de complejidad, la polarización se presenta entre los defensores de la democracia competitiva y los promotores del autoritarismo, que va asumiendo diversas tonalidades, definidas como: autoritarismo competitivo, autoritarismo hegemónico o democracia iliberal.

Los radicalismos, no obstante sus diversas expresiones, presentan importantes coincidencias, entre otras, aprovechan las oportunidades que ofrecen las democracias; luego, desarrollan narrativas manipuladoras, con muchos elementos comunes: como el nacionalismo, la supremacía de la soberanía nacional sobre el orden internacional, la xenofobia, la exclusión y discriminación de los que piensan diferente.

Otra importante coincidencia tiene que ver con en el manejo de los instrumentos de penetración y control social, ya que las diferentes versiones del autoritarismo privilegian el uso de las nuevas tecnologías de las comunicaciones y, en particular, de las redes sociales, para llegar a la población y estimular confusión, malestar e inestabilidad en el sistema. Adicionalmente los populismos y radicalismos, de cualquier color, coinciden en el rechazo a controles, límites y sanciones; todos ellos elementos funcionales fundamentales para la democracia.

En el uso de la manipulación tecnológica a gran escala, cuenta con un respaldo activo de los actores de la geopolítica del autoritarismo, en particular de Rusia, China, Irán y Corea del Norte. Los laboratorios de comunicaciones de los grandes centros de poder del autoritarismo trabajan sin descanso en el desarrollo de la llamada guerra hibrida, caracterizada, entre otros, por la generación de falsas noticias, desinformación e inestabilidad para erosionar las instituciones liberales, aprovechando sus bondades.

Pero también mantienen los clásicos esquemas de apoyo a los grupos que generan inestabilidad, violencia social cercana al vandalismo; que luego, en sus falsos discursos, presentan como la legitima protesta social. Promover confusión para generar descontento e inestabilidad. Ahora bien, las prácticas de manipulación del descontento social, encuentran en nuestra región condiciones favorables, por los graves problemas estructurales que arrastran la mayoría de nuestros países, que se han exacerbado con los perversos efectos sociales de la pandemia del covid-19.

Los populistas y radicales de forma directa o subliminal promueven la tesis de las bondades del autoritarismo para generar crecimiento económico y estabilidad política. Al respecto, sobredimensionan casos como el desarrollo económico de la China comunista y, más recientemente de Vietnam, sin reconocer que ha sido posible cuando sus partidos comunistas superaron el grave error de satanizar el mercado.

Entre las manipulaciones del autoritarismo también destaca la estrategia de promocionar el eufemismo de la democracia iliberal de partido único con la farsa de procesos electorales, dinámica puesta en escena por la dictadura cubana desde hace varias décadas. Libreto que están desarrollando fielmente el dúo Ortega-Murillo, en la progresiva destrucción de la institucionalidad democrática en Nicaragua.

Una clara evidencia del importante papel de la geopolítica del autoritarismo en la promoción de los movimientos populistas y radicales en la región, indiferente de su orientación, la hemos podido apreciar recientemente con el papel de Rusia, que ha enviado una delegación de alto nivel, presidida por el General Yuri Borisov Viceprimer Ministro, a fortalecer sus relaciones con gobiernos autoritarios de la región, en pleno desarrollo del conflicto con Ucrania.

Adicionalmente, el Presidente Vladimir Putin recibió en Moscú a Jair Bolsonaro Presidente de Brasil y uno de los representantes del radicalismo conservador. Días antes se reunión con Viktor Orban Primer Ministro de Hungría, uno de los promotores del autoritarismo conservador a escala global, crítico de la integración europea, de la que aprovecha sus beneficios, pero se resiste a cumplir con las obligaciones.

La promoción del autoritarismo se desarrolla con una narrativa simplificadora y, como toda simplificación, desvirtúa la realidad, ocultando aspectos fundamentales, entre otros, la sistemática violación de los derechos humanos y, en el plano económico, el hecho de que el mercado, en última instancia, se mantiene controlado por el autócrata.

Como se ha podido observar brevemente, la intervención de los actores de la geopolítica del autoritarismo es relevante; empero, no debemos caer en otra simplificación, y asumir que los factores externos representan el factor fundamental del deterioro de nuestras instituciones democráticas. Como bien sabemos son diversas las causas de nuestra problemática y, entre ellas destacan: la atomización de los sectores democráticos, los personalismos y la desconexión de los partidos y sus líderes con la grave situación de los sectores más débiles.

Al abordar algunas de las recientes experiencias sobre la complejidad de la polarización en la región, podemos destacar el caso de Bolivia donde, en una primera lectura, el enfrentamiento entre el partido de MAS de Evo Morales y una oposición democrática fragmentada, reproduce el tradicional esquema del enfrentamiento entre la izquierda y la derecha; empero, al realizar una observación más exhaustiva, se puede apreciar que el trabajo de Evo Morales se orientaba a la progresiva destrucción de las instituciones democráticas y las libertades.

En el caso de Perú, el enfrentamiento entre Pedro Castillo de Perú Libre y Keiko Fujimori de Fuerza Popular, en la segunda vuelta de las recientes elecciones presidenciales, también reproduce el clásico y anacrónico enfrentamiento entre la izquierda y la derecha. Ahora bien, al analizar el programa de gobierno de Perú Libre se observa su objetivo de desmantelar la democracia liberal.

Los desafíos que genera la polarización, en sus diversas manifestaciones, se presentan muy complejos, lo que exige de un enorme esfuerzo de los partidos políticos, la sociedad civil y cada uno de los ciudadanos que valoramos las libertades y los derechos humanos, para trabajar en equipo y poder enfrentar los cantos de sirena de los radicalismos autoritarios, que manipulan con falsos discursos con el único objetivo de perpetuarse en el poder.

 

Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo
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domingo, 20 de febrero de 2022

Growth and the Migration Factor

 https://www.project-syndicate.org/onpoint/political-economy-of-immigration-comes-home-by-brigitte-granville-2022-02 

Growth and the Migration Factor

Feb 18, 2022BRIGITTE GRANVILLE

Wars and natural disasters have always forced people to cross political borders to seek safety and a better life. But whether they are well-received when they reach their destination depends on a confluence of political, social, economic, and geographic factors.

LONDON – Forced to choose a single factor driving the development of human societies, students of world history would be hard pressed to find a better candidate than migration. In The Unsettling of Europe, the University of Manchester historian Peter Gatrell suggests that the periods when societies have not been “unsettled” by migration are even shorter and rarer than the intervals between wars.

Of course, war itself has been a major driver of migration throughout history. Within living memory, however, the relationship between the two has changed. The archetype of conquering hordes seeking new lands for settlement and exploitation (with the current inhabitants massacred, expelled, or enslaved) has given way to a pattern of mass displacement as a byproduct of larger conflicts.

In Gatrell’s comprehensive, fascinating, and deeply humane history, the conflict in question is World War II. But armed conflicts remain the single most powerful cause of refugee flows around the world, affecting countries of origin and destination alike. And in The Wealth of Refugees, the University of Oxford’s Alexander Betts proposes an impressively coherent and thoroughly articulated “refugee economics” through which to understand the implications of human displacement.

GIVE ME YOUR TIRED, YOUR POOR?

The two books are very different in scope, style, and purpose, and each is rewarding when read on its own. But, read in tandem, the perspective they provide amounts to more than the sum of its parts.

 

Definitions are a major issue in both works. What makes a migrant or refugee? Attitudes toward immigration often hinge on distinctions like those made by Victorian social reformers between the “deserving poor” and the wretches whom society has deemed unworthy of aid. When it comes to displaced persons in our own times, refugees fall into the “deserving” category, whereas migrants tend to be regarded with suspicion. Migrants’ reasons for moving are often qualified as “economic,” and this justification for crossing borders to seek a new life elsewhere is typically held to be morally inferior to displacement by violent conflict or natural disaster.

The modern concept of a refugee as someone escaping war or persecution was embedded in the system of protections that emerged, under the auspices of the United Nations, to deal with mass displacement in postwar Europe. Gatrell and Betts both give thorough overviews of this history from their respective vantage points. In Betts’s case, we see how certain distinctions have become blurred.

 

For example, it is assumed that “migrants” retain the option of returning safely to their homelands. But Betts shows that such safety is increasingly hard to come by. He thus proposes a new category of “survival migration,” arguing that those fleeing failed states – such as contemporary Venezuela or Afghanistan – should be accorded the same status as refugees, who, under international law, may not be deported or forcibly repatriated.

This blurring of categories has created a social and political minefield in many developed countries as they struggle to manage waves of immigrants and asylum seekers. By providing a rich account of the desperation and hardships faced by displaced people, Gatrell helps us rise above the lurid politics of the issue. Through dozens of vivid profiles capturing how people have experienced initially alien environments, and how they have developed a sense of belonging, he shows why people on the move – whatever their reasons – deserve a more sympathetic reception than they tend to receive. It is a fine example of the kind of history writing that bears witness.

As a history that runs to the present, Gatrell’s account also offers fresh perspectives on the political economy of immigration in our own time. He calls our attention, as good history often does, to deep continuities, such as the persistent demand for immigrant labor. From a depopulated Soviet Union’s need for labor after World War II to aging rich countries’ dependence on immigrant labor to fill low-paid jobs today, this has been a pattern across modern economic history.

Another striking continuity is the role of colonial collaborators. Consider the Afghans who worked for the previous US-backed government, and who now must flee from the Taliban. Their situation is eerily similar to Gatrell’s moving account of pro-French “Harkis” who fled retribution at the hands of the National Liberation Front after Algeria won independence.

But equally important are the discontinuities in Gatrell’s historical sweep. Over the past decade, Europe, in its relative tranquility, has experienced immigration on a scale that is typical of all-out war. Some 1.8 million people arrived through Mediterranean crossings between 2014 and 2020, with 16,000 reported dead or missing. Previously comfortable and complacent, Europeans have had to confront the dire realities of the explosive conflicts in Libya, Syria, and other parts of their neighborhood.

Still, only a minority of migrants arriving in Europe have been directly fleeing those conflicts. The majority have come from other failing or failed states such as Afghanistan, or from the Sahel via the Maghreb or the Horn of Africa, aided by smugglers who exploit regional chaos to facilitate their passage.

WHAT IS TO BE DONE?

The same phenomenon – Betts’s “survival migration” – has also been intensifying in the Western Hemisphere. Migrant flows from Central and South America have leapt to the top of the US domestic political agenda in the past two decades. This part of the broader immigration story demands close economic analysis. In contrast to Gatrell’s history, which doesn’t emphasize any specific historical lessons for today’s policy quandaries, Betts’s work is explicitly geared toward policy recommendations.

 

His “refugee economics” framework rests on four pillars: ethics, economics, politics, and policy, with the economics pillar supporting “what works to achieve what is right.” His analysis is solidly grounded in empirical studies of large refugee populations in Kenya, Uganda, and Ethiopia. It may come as news to some Western readers that these three African countries have taken in more refugees than the entire EU over 2017-20.

As in his previous work, Betts stresses that refugees’ welfare is best served by settling them in neighboring countries. Highlighting Uganda’s successful policies, the chief finding in his new research is that both refugees and the host economy benefit when refugees are allowed to move around freely and seek work.

Betts has many sensible things to say about the role of external financial support from wealthy countries and the use of conditionalities to promote favorable outcomes. “For everyone who cares about refugee protection,” he writes, “denial is not an option.” But while few will disagree with that sentiment, it is easy to see how his rather elaborate policy framework could be weighed down by real-world burdens.

This is not to suggest that any single part of Betts’s agenda is unrealistic. It is not unreasonable to think that political leaders in rich countries should be capable of convincing voters to support increased financial aid for poor countries that are hosting large refugee influxes. While pandemic-related anxieties have led to cuts in development aid budgets in the United Kingdom and elsewhere, there is a strong case to be made for the kind of aid that can prevent future waves of refugees or asylum-seekers.

The more fundamental problem, rather, is that wealthy countries themselves have become economically dysfunctional. The necessary counterpart to the “demand” from displaced persons is the “supply” of effective responses from rich countries. This could take the form of either development assistance to reduce demand at its source, or new frameworks to manage large-scale immigration in more economically and socially sustainable ways. One approach might be to require “economic” migrants to build up a track record of steady employment, language competence, and general assimilation before family reunion visas could be issued.

Yet wrenching adjustments would be needed to wean the US and especially European economies (with their less favorable demographic profiles) off their long-standing reliance on immigrant labor. The European case presents a particularly stark reversal from the postwar conditions that Gatrell describes. It may be hard to imagine now, but Italy and Greece were so overpopulated that the International Committee for European Migration had to arrange for large-scale emigration from those countries to Brazil and Australia, respectively.

BAD HOSTS

Gatrell’s narrative also underscores the decisive role played by economic conditions in recipient countries. One problem (also highlighted by Betts and Paul Collier in an earlier book about refugees) arises when immigrant communities are too large and spatially concentrated to permit smooth assimilation. This risk is widely (though controversially) reckoned to depend on the extent to which an immigrant culture is “alien” to that of the host country.

A conspicuous example is the diaspora from former French colonies in the Maghreb who now live in France. Gatrell cites opinion surveys from as early as 1975 showing that a majority of French people thought that North Africans could not be assimilated, and that their numbers should therefore be reduced. He also describes how immigration rules throughout Western Europe were tightened during the recessions following the 1970s oil-price shocks, and again after the collapse of the Soviet Union, when intensified migration pressures coincided with another economic downturn.

Principio del formulario

Final del formulario

I would draw a sharper conclusion than Gatrell does about the direction of causation in these episodes. During the “glorious” three decades of strong post-war growth, it was easier to manage adverse social reactions to immigration, because many economies enjoyed full employment and broad-based secular improvement in living standards. Growing up in greater Paris during that halcyon age, I remember only harmonious race relations in my school community.

This historical experience shows that the labor market is more important even than schools. In France, the rising unemployment caused by the 1970s stagflation became a chronic problem, with significant implications for attitudes toward immigration. Hence, in 1997, as Gatrell recounts, the French secretary of state for migrant workers, Philippe Deforges, worried that, “When it came to the North Africans, the lump of sugar did not dissolve in the way it should.”

The idea that North Africans are more resistant to assimilation would not have gained such purchase had this concentrated diaspora found its place alongside host communities in a flourishing labor market. Instead of benefiting from available work and rising living standards – the best solvent for “lumps of sugar” – these communities ended up stuck on welfare in urban ghettoes.

The problem certainly isn’t limited to France. The toxic mix of low growth and high unemployment has fueled anti-immigrant resentment across the advanced economies. Populist politicians have exploited the widespread perception that migrants are preying on the welfare state. In countries like the UK, governments pocketed the gains of the additional growth from an influx of working-age immigrants without ensuring a corresponding expansion in public services.

MORBID SYMPTOMS

These economic problems and policy failures were well established by the time the global financial crisis struck in 2008. As Gatrell puts it, that is when “a shadow fell over Europe.” Writing about the intervening years, Gatrell finds it increasingly difficult to distinguish negative attitudes toward migrants (including both the undocumented and asylum seekers) from the more general sense of distrust in the political process. If anything, the shadow of 2008 has lengthened. After a decade and a half of wage stagnation and growing inequalities, Betts’s proposals for promoting refugee self-reliance and social mobility have become equally applicable to native-born low- and middle-income people in rich countries.

Many voters in advanced economies have reacted against the political class either by abstaining from voting or by systematically turning away from traditional mainstream political parties. (Similarly, in the US and the UK, traditional center-right parties have been taken over by insurgents.) The displacement of people thus has not been only geographical. Though migrants still regard the wealthy countries of Europe and North America as desirable destinations, these countries’ own economic and policy shortcomings have produced a growing class of internal exiles.

It is little wonder that this socioeconomic dislocation has found expression in unfavorable attitudes toward culturally distinct immigrants. When it comes to managing migration, as with so many other of the great challenges of our time, Europe and America must follow the old proverb, “Physician, heal thyself.”

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Brigitte Granville

BRIGITTE GRANVILLE

Writing for PS since 2000
33 Commentaries

Brigitte Granville is Professor of International Economics and Economic Policy at Queen Mary University of London, and the author, most recently, of What Ails France? (McGill-Queen's University Press, 2021).

Reforma, ajuste y costo social

 

Reforma, ajuste y costo social

En fin, lo que le dio viabilidad y eficacia política al segundo programa de ajuste de la economía venezolana, conocido, como la Agenda Venezuela, fue que se manejo con variables políticas...


 

JESÚS E. MAZZEI ALFONZO

17/02/2022 05:00 am



            Escudriñando en mi biblioteca, me tope con un artículo de dos brillantes economistas del FMI de hace treinta y ocho años, de Yukon Huang y Peter Nicholas, quienes escribieron para la estupenda revista Finanzas y Desarrollo del FMI, que recomiendo consultar por la web, de ese organismo de junio del año 1987 un artículo intitulado “Los Costos Sociales del Ajuste”, donde mencionaban los tres costos sociales que tenían los programas de ajuste y reforma del FMI: las medidas del ajuste ideadas para equilibrar la demanda y la oferta agregadas a menudo si no inevitablemente deprimen la producción, el empleo y el consumo, generan una recesión, el segundo, es que, los cambios en la estructura de incentivos estimulan la redistribución de recursos y por tanto, de los beneficios entre sectores y actividades y el tercero, los retardos y dificultades en el movimiento de recursos productivos en otros usos en respuesta a cambios en los precios relativos pueden añadir costos inicialmente, son los que ellos denomina costos de transición.

            Es el efecto macro económico, pero este tipo de medidas debe manejarse con criterios de viabilidad y eficacia política, con articulación y coordinación estratégica con los se3ctores de la sociedad política y civil, en economías en países en vías de desarrollo, como el nuestro y otros de otras latitudes latinoamericanas, debido a que esta tiene impacto sobre los sectores populares, el impacto que tiene alto nivel de endeudamiento, como promover la equidad y la eficiencia en ciertas estructuras productivas, sus costos sociales, cuando el crecimiento que se logra no es suficiente para proteger a los más pobres, visualizar los objetivos de corto y largo plazo de las reformas, el papel del financiamiento externo adecuado, son entre otros, los factores; son los condicionantes de estas medidas, de su éxito total o parcial, o de su fracaso como fue el caso del segundo gobierno de Pérez o en el caso del segundo Gobierno de Caldera, que en perspectiva histórica, iba en camino de lograr resultados positivos como los tuvo entre 1997-1998, si se hubieran prolongado en el tiempo más allá de 1999, pero no fue el caso se prefiero el camino del populismo de izquierda, que ha destruido a la economía venezolana..


            El país, se abría a un nuevo período constitucional, con la toma de posesión del presidente Pérez, llegada que estuvo precedida de grandes expectativas, por lo vivido en los años 1974-1979, que en buena parte fue el basamento de su oferta y su discurso electoral, de las elecciones de 1988 (el tá barato dame dos y la borrachera de petrodólares que le entro al país por primera vez en su historia). Solamente, en diciembre de 1988, Pérez y su equipo de asesores económicos tienen acceso a información oportuna y veraz, de primera mano de la situación real y concreta del país (en sus variables macroeconómicas).


            En efecto, el país entro en shock (El Gran Viraje), con un programa de ajuste, de reformas económicas que se aplicó en forma rápida y no gradual, el cual no fue negociado y consultado, no se tuvo interlocución e información, previa con la sociedad civil y la sociedad política y sus integrantes (partidos políticos, sindicatos, etc), no sólo no se les comunico sino que falto y se adoleció de una política informativa y formativa de la opinión pública previa, para llevar a cabo la ejecución de medidas económicas, dada la magnitud de ellas en los días de febrero luego de una majestuosa y dispendiosa toma de posesión. Se implementó pues, un severo programa de ajuste económico que se aplicó sin anestesia, por un equipo sí, bien muy meritorio, es verdad, desde el punto de vista académico, sin embargo, carente de toda experiencia y pericia política en todo el sentido de la palabra, sin el apoyo total del partido de gobierno (AD) y la enajenación de su sector sindical. Aquí se cometió un grave error político. Hubo un pésimo manejo político de lo económico, la economía política fallo.


            Se requería en aquel entonces, pues, a la hora de gobernar e implementar esas decisiones, tacto político, capacidad de comunicación, persuasión y un timing especial, ver el margen de maniobra que dan las decisiones, para llevar cabo no solamente las tareas normales del día a día de gobierno, sino igualmente, negociar, conversar con los diversos actores con los que se convive y la posible influencia del entorno internacional que también repercute, porque Venezuela fue un país piloto, debido a la porosidad manifiesta entre el ambiente interno y el externo. Se trata de armonizar no sólo el conflicto sino el dilema o las opciones entre decisiones complejas. El arte de dirigir y decidir, en un gobernante se basa en ocasiones en un cálculo muchas veces basado, en forma racional, incremental o burocrática de los costos y beneficios y el ejercicio, del equilibrio de una decisión sobre políticas públicas y el gabinete económico del año 1989, sobrestimo el liderazgo de Pérez y su capacidad de interlocución, articulación y coordinación estratégica con la sociedad política. Caso contrario fue el liderado por Caldera, y ejecutado por Teodoro Petkoff, Matos Azocar, Rojas Parra, entre otros ministros del segundo gobierno de Caldera, que tenían pericia y experiencia política y un competente manejo económico, tanto por su preparación como conocimiento.


            En fin, lo que le dio viabilidad y eficacia política al segundo programa de ajuste de la economía venezolana, conocido, como la Agenda Venezuela, fue que se manejó con variables políticas de elaboración, construcción estratégica y no solamente el éxito de las variables macroeconómicas, eh allí el quid de la cuestión. Es equilibrar manejo político, con medidas de ajuste, con sentido de equidad y estímulo social.

jesusmazzei@gmail.com 

 

miércoles, 16 de febrero de 2022

Colombia: ¿confirma la tendencia?

 

Colombia: ¿confirma la tendencia?, 

por Félix Arellano






Colombia
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Colombia se prepara para un intenso proceso electoral en el presente año, que contempla: la elección de los representantes al Congreso, 108 Senadores y 188 Representantes, prevista para el próximo 13 de marzo. Ese mismo día tres coaliciones electorales definirán su candidato para la elección presidencial, cuya primera vuelta se efectuará el 29 de mayo y, de ser necesaria, la segunda vuelta está programada para el 19 de junio.

Dadas las condiciones prevalecientes en el proceso, todo indica que reproduce la tendencia de fragmentación polarizada que ha caracterizado las recientes elecciones en la región, que conlleva negativas consecuencias en términos de gobernabilidad, convivencia, crecimiento económico sostenible y bienestar social.

La fragmentación se manifiesta por la cantidad de partidos políticos que participan en las elecciones legislativas o de candidatos que compiten en la contienda presidencial y, como todo fenómeno social, genera varias lecturas. Desde una perspectiva optimista, puede reflejar avances en el reconocimiento de la diversidad y complejidad de la realidad que vivimos.

Se forman diversos grupos políticos para expresar la opinión de la sociedad frente a la compleja agenda de temas que caracterizan la realidad social. Obviamente en la dinámica democrática es posible que se conformen grupos que promueven temas discriminatorios y de exclusión, entre otros, xenofobia, aporofobia, nacionalismo o racismo.

La diversidad que conlleva la fragmentación también puede estimular una mayor participación de la población en los procesos electorales, en la medida que temas que le resultan prioritarios se posicionan en el debate político y estimulan el ejercicio del voto, lo que puede contribuir a reducir la marcada abstención que está caracterizando las elecciones en varios países.

Pero la fragmentación también genera dispersión del voto y, en consecuencia, la dificultad de poder alcanzar el triunfo. Situación que se podría superar si los diversos grupos políticos logra construir una plataforma unitaria, que incluya en su agenda o programa de trabajo los diversos temas de interés de la sociedad.

Por otra parte, la creciente fragmentación también puede evidenciar la crisis del sistema político que enfrentan varios países de la región, que se expresa, entre otros, por la desconexión de los partidos y los políticos con la realidad social; el descontento y rechazo de la sociedad contra los partidos tradicionales; la formación de alianzas oportunistas y movimientos efímeros, que solo responden a una coyuntura electoral.

También la fragmentación representa una expresión del deterioro institucional y moral de los partidos, que se vinculan con prácticas ilícitas como: corrupción o lavado de capitales, lo que genera el dinero negro en las campañas electorales.

Todo ese conjunto de factores alimenta la anti política, el rechazo radical e irracional de los partidos políticos, instituciones fundamentales para el funcionamiento de la democracia. La anti política, que en gran medida se fortalece con la tecnología de las comunicaciones y, en particular las redes sociales; estimula y se beneficia de la fragmentación y la polarización.

Algunos de los nuevos grupos políticos buscan ganar protagonismo con narrativas que propician una atmosfera de desconfianza destructiva del sistema democrático; situación que aprovechan los proyectos populistas y autoritarios, en detrimento de la democracia, las libertades y los derechos humanos.

Otro elemento que caracteriza la fragmentación en algunos procesos electorales en la región, es que se manifiesta de forma más acentuada en los sectores democráticos, limitando su capacidad de acción, lo que inexorablemente favorece a los grupos populistas y radicales. Se podría interpretar que la democracia se caracteriza por la diversidad y, en consecuencia, se presenta más diferencia y mayor cantidad de grupos y propuestas, pero eso acarrea la dispersión del voto que favorece a los contrarios.

En una balanza, la fragmentación generar mayores efectos negativos, pero la polarización la podríamos definir como nefasta, pues consolida un debate anacrónico y estéril entre derecha e izquierda, que estimula fanatismos, pasiones y hormonas, pero debilita o impide la capacidad de razonar.

Los desafíos que genera la interdependencia compleja que vivimos y los problemas estructurales que arrastran nuestros países, no encuentran soluciones efectivas y eficientes desde las visiones radicales de la derecha o la izquierda; que han perdido sentido para construir gobernabilidad, convivencia, crecimiento sostenible y bienestar social. Pero sus discursos son sencillos, manipuladores y cautivan; empero, no resuelven los problemas y, por el contrario, crean nuevos.

En ese contexto, las pasadas elecciones presidenciales en Bolivia y Perú ilustran claramente la tendencia de fragmentación polarizada y, desafortunadamente, la situación que se vive en Colombia reproduce tal dinámica.

En el caso de Bolivia, la oposición democrática no logró construir unidad y participó con siete candidatos, contra el candidato del MAS, el partido de Evo Morales que, no obstante, su corrupción y prácticas autoritarias y excluyentes, mantiene un importante respaldo popular y, además, hábilmente presentó como candidato a Luis Arce, la cara fresca de un tecnócrata. El resultado estaba cantado, la dispersión del voto en los partidos democráticos tiende a garantiza el triunfo del adversario.


En Perú, en la primera vuelta participaron 17 candidatos, en su mayoría defensores de la democracia y los valores liberales, pero entre otros, la insistencia de Keiko Fujimori de mantener por cuarta vez sus aspiraciones presidenciales, limitó las posibilidades de la unidad y, en la segunda vuelta se evidenció la polarización anacrónica de los radicalismos, la derecha con Keiko Fujimori de Fuerza Popular y Pedro Castillo por el partido marxista radical de Perú Libre.

Lamentablemente para la democracia peruana, varios ciudadanos justificaron su voto a favor de Pedro Castillo, argumentando su rechazo a Keiko Fujimori. Por otra parte, no debemos desconocer que Castillo representa a los sectores desposeídos y tradicionalmente excluidos, que los políticos recuerdan en sus campañas electorales y por lo general olvidan al asumir el poder.

En Colombia para las elecciones presidenciales encontramos una significativa fragmentación –actualmente se presentan más de 20 aspirantes– que debería disminuir, pero no desaparecer, el próximo 13 de marzo, al definir los candidatos de tres coaliciones electorales, pero quedan otros 5 aspirantes, defensores de los valores democráticos, que mantienen sus candidaturas individuales.

De las tres coaliciones que definen sus candidatos para la elección presidencial, una de ellas, Pacto Histórico, representa los valores de izquierda e incluye a 5 aspirantes de 6 partidos, pues Gustavo Petro, el abanderado en todas las encuestas, participa en representación de Colombia Humana y la Unión Patriótica. Por el sector democrático encontramos dos coaliciones –de nuevo la mayor fragmentación en el lado democrático– Coalición Centro Esperanza en la que compiten 5 candidatos y Equipo por Colombia que incluye a 4 candidatos.

En ese contexto, ya podemos visualizar la significativa fragmentación del sector democrático para la primera vuelta presidencial, en la que participarían los dos candidatos de las coaliciones democráticas, más los 5 candidatos que han decidido mantenerse de forma individual. Se plantea un escenario parecido a Bolivia, 7 candidatos del sector democrático y uno del Pacto Histórico de izquierda que, por todos los sondeos, ya tiene nombre: Gustavo Petro.

Si Petro no logra la mayoría necesaria para ganar en la primera vuelta, en la segunda vuelta Colombia se enfrentará con el esquema polarizado anacrónico e ineficiente, en el que se compiten la derecha y la izquierda. Adicionalmente, recientes encuestas ya evidencian un escenario de polarización radical en la sociedad colombiana, pues el apoyo popular se está concentrando en dos posiciones extremas. Por una parte, Gustavo Petro por la izquierda y Rodolfo Hernández que está logrando protagonismo por su discurso radical de derecha.

Un enorme desafío enfrenta el pueblo colombiano, que ha logrado importantes avances en crecimiento económico, pero mantiene una deuda social y un importante resentimiento de los sectores más vulnerables. Tienen varias experiencias en la región que demuestran el fracaso de los falsos discursos, pero no es fácil en pobreza reconocer la farsa de los discursos populistas y autoritarios, esperemos que puedan votar con consciencia.

 

Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo

martes, 15 de febrero de 2022

Caldera y el 4 de febrero

 


Caldera y el 4 de febrero

La conciencia de finalidad es saber qué objetivos se quieren lograr en la lucha política, cómo se lograrán esos objetivos, cuáles serán los medios, qué herramientas se utilizarán. -


JESÚS E. MAZZEI ALFONZO

10/02/2022 05:00 am



Sólo un político de la estatura, peso, trayectoria y auctoritas podía hablarle como lo hizo en aquél entonces a la nación. Sí, uno de los padres fundadores del ejercicio de la democracia que nos dimos desde 1958, podía atreverse a dictar catedra política como dio ese día 4 de febrero. Ese discurso, me toco oírlo en vivo, en el propio seno del hemiciclo del Senado ese martes 4 de febrero. Me apoyo en la línea argumental del prólogo del Dr. Luís Castro Leiva en el Folleto Dos discursos.


En efecto, ya lo había advertido en ese mismo espacio el 1er de marzo de 1989, cuando los hechos del Caracazo, donde habló del rumbo del país y la necesidad de las rectificaciones necesarias que no se hicieron oportunamente. Por ello, Luís Castro Leiva, en dicho prólogo que debe ser releído del folleto Dos Discursos, afirmó…” El discurso sobre esos sucesos se estructura de modo simple en una introducción y tres partes argumentales. Introduce situándonos en la gravedad de lo ocurrido, se duele del dolor y muertes causados, asume la responsabilidad de su palabra: nos dispone para pensar la hora. Exhorta a la Política a que canalice los sentimientos populares hacia actitudes cívicas. Y desde el inicio presenta el problema fundamental: que se vea la realidad tal y como ésta es en toda su complejidad, no como la ilusión de un ensayo que desea hacerla a imagen y semejanza de su tecnológica simplicidad. En la primera parte, el Presidente aborda las relaciones entre Economía, Sociedad y Tecnocracia a la luz de la disolución social. Corrige el orden de las prioridades equivocadas. Precisa el significado de las percepciones sociales en juego. Economía y Sociedad, dice, no se excluyen, por lo contrario, se incluyen de modo necesario.

Posteriormente el mismo Castro Leiva hace la siguiente observación ” …. el ciudadano Rafael Caldera se atrevió a pensar por los que no podían ni querían hablar ya más. El silencio era la más elocuente verdad. Hizo tres observaciones sobre la técnica legislativa en torno al Decreto de Suspensión de Garantías, que inician su pensamiento para la ocasión. Las tres de importancia capital. Dos, sin embargo, se adueñan del sentido común.

Atreverse a cuestionar la tesis del magnicidio presentada por el Primer Magistrado de la República ha podido revelarse como una temeridad; fue un acto de valentía moral. Una apreciación adicional se puede añadir a la fuerza jurídica y moral de las consideraciones que hiciera el Presidente Caldera acerca de la justicia y legalidad de la acusación de magnicidio por su Juez y Parte: con un poder de fuego como el de los rebeldes, ¿qué hubiese quedado del Palacio, si el Terror hubiese sido el propósito de aquella voluntad? Por su parte, la tercera observación tuvo efecto predictivo inmediato: era preciso no excederse en el uso de la suspensión. La censura pretendió hacer del miedo la base para defender mal el miedo de un «liberalismo a medias». Olvidan los liberales a medias que la Libertad sólo se defiende con más Libertad…”.

…” Terminadas las observaciones al Decreto de Suspensión de Garantías, el Presidente ataca el fondo. Por primera vez en años un Orador desde el Congreso sintetiza las condiciones de posibilidad de nuestra Democracia. Enuncia su teoría de los cuatro factores de estabilidad institucional y el espíritu de los principios que los habría de animar:

(i) nuestra Democracia se sostiene por una comprensión civilizada del concepto de enemistad política en función del interés común; (ii) por la lealtad profesional de las Fuerzas Armadas; (iii) por la conciencia social del empresariado; (iv) por el consentimiento popular. Uno a uno, todos los factores se han hecho pedazos…”

En ese sentido, el político es un hombre de acción, y por ello, requiere equiparse de adecuados instrumentos conceptuales para una mejor comprensión de la realidad, de los fenómenos políticos y la resolución de ellos. Caldera percibió y comprendió cabalmente la gravedad del momento. Hay una relación entre conocimiento, formulación de políticas y sentido de poder.

Del maestro de la ciencia política en Venezuela, como lo fue el Dr. Manuel García Pelayo, tomo de nuevo su categorización de las cualidades de un político: 1) saber qué se quiere o conciencia de finalidad; 2) saber qué se puede o conciencia de posibilidad; 3) saber qué hay que hacer o conocimiento de la instrumentalidad; 4) saber cuándo hay que hacerlo o sentido de oportunidad y 5) saber cómo hay que hacerlo o sentido de la razonabilidad.

La conciencia de finalidad es saber qué objetivos se quieren lograr en la lucha política, cómo se lograrán esos objetivos, cuáles serán los medios, qué herramientas se utilizarán, el discurso, en tal sentido, busco crear conciencia ciudadana. La conciencia de posibilidad es saber los márgenes de acierto, límites y qué margen de aciertos se pueden permitir para tener una carrera política exitosa, o una gestión gubernamental eficiente en el ejercicio del gobierno, es decir los límites de la acción colectiva del gobierno en aquel entonces, lo tercero es que hay que tener conocimiento de la instrumentalidad, la importancia del discurso político no sólo como pieza oratoria, sino como condición de conducción, de liderazgo. El cuarto factor, es el sentido de la oportunidad, es conocer ese momentum mediante actos de liderazgo y acciones políticas concretas que no solamente nos ponen en la interpretación cabal de la política, de su acción mediante el uso de los instrumentos del que se dispone como credibilidad, auctoritas (capital político). En esos años Caldera, era el político con mayor credibilidad y tenía una interesante intención de voto de acuerdo a las encuestas de la época. El Congreso es el foro adecuado y la audiencia nacional, se les está hablando al país nacional no a las direcciones nacionales de los partidos políticos.

Por último, cómo hay que hacerlo, en palabras de Don Manuel: con sentido de razonabilidad, se realiza en un acto de liderazgo, con una decisión, un discurso brillante y coherente, o la palabra oportuna que le dé sentido de dirección a los actos políticos en un contexto determinado.

Quienes acompañamos a Caldera en esa ocasión, presenciamos el muro de contención civil, frente a la barbarie del intento de golpe, o como dijo Castro Leiva…”

La Política recupera la dignidad de su oficio. La idea de servicio público halla de nuevo su vocación. El Presidente Rafael Caldera dijo lo necesario, dijo lo suficiente. La Nación en su urgencia ha oído bien. El pueblo ha sido interpretado en su deseo de Libertad. No hay «por ahora» que valga cuando se tiene a la rectitud como sentido del Deber. En Democracia se es tanto más libre cuanto mejor se enrumben los deberes de Libertad. Las dificultades de la República en Democracia ponen a prueba al Político y a su vocación. Dos veces hemos oído a los políticos hablar y a la Política callar. El presidente Caldera, Senador Vitalicio de Venezuela, el ciudadano Rafael Caldera, restituyó la idea de la Política a su vocación, su voz a la República. La Nación ha oído bien…”
 

jesusmazzei@gmail.com