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ENTREVISTA
Edgardo Lander: “Esto terminó
siendo el peor de los mundos”
POR Hugo Prieto
Edgardo Lander retratado por Alfredo Lasry / RMTF
06/02/2022
Para caracterizar el momento
político actual, lo mejor sería que dejemos de mirarnos el ombligo. Querámoslo
o no, los venezolanos estamos inmersos en el devenir de procesos globales que
Edgardo Lander* enumera: “Una crisis civilizatoria que abarca el conjunto del
planeta, en la cual los proyectos imaginarios y alternativos, que parecían
posibles, se han derrumbado; el colapso ecológico amenaza la vida de todos; hay
un avance de una derecha autoritaria, xenófoba, racista, que está en todas
partes -desde la India y Europa del este hasta en los Estados Unidos, pasando
por Brasil-. La descomposición es muy severa. La democracia liberal está en
retroceso, acorralada y empobrecida como experiencia de convivencia y resolución
de los conflictos sociales. Obviamente, Venezuela no es la excepción. Nuestra
crisis es profunda e incorpora todo eso, además de particularidades que la
exacerban. Creo que ese es el contexto general para entender el momento
actual”.
Y serviría, igualmente, para
entender “la agresiva ofensiva del gobierno estadounidense hacia Venezuela, lo
que fue la política de Trump, lo que ha sido el efecto de las sanciones, todo
eso está en ese contexto, no es algo que tenga que ver solo con los procesos de
Venezuela”.
De antemano le pido disculpas
si esta pregunta resulta una provocación: ¿sus palabras, digamos, serían la
excusa para no abordar el tema de Venezuela?
No. En lo absoluto. Creo que es
un preámbulo necesario. Y no lo hago para sacarle el cuerpo a la discusión
sobre el país. Por otra parte, quisiera completar la idea: en China y en Rusia,
lo que hay son gobiernos crecientemente totalitarios. El modelo que gobierna en
China es una distopía totalitaria tecnocrática, de control total de la sociedad
por parte del partido Estado. China dejó de estar en el horizonte normativo de
lo que sería una sociedad deseable, desde hace mucho tiempo.
El sueño del camarada Stalin.
Sí, el sueño de Stalin. A pesar
de que en China, aparentemente, la mayoría de la población está satisfecha,
porque sus condiciones de vida han cambiado muy rápido en corto tiempo. La
abundancia material tiene su peso.
Dicho esto, ¿podríamos abordar
el tema de Venezuela?
No sería nada original decir que
nos encontramos en una profunda crisis multidimensional: económica, humanitaria
-hay que ver que lo que significa que más de seis millones de venezolanos, en
su gran mayoría jóvenes, hayan huido del país porque no veían ningún futuro- la
sensación, en mucha gente, de que todo está perdido, de que no vale la pena
hacer nada porque el Gobierno los va a reprimir. Esa sensación de desencanto de
que todo se intentó y nada se dio.
Esa sensación de derrota.
Aquí se ha vivido una profunda
derrota. No es una derrota de la izquierda o de la derecha. Es una derrota del
país. Quienes, desde la izquierda, tenían la expectativa de que esto podía
conducir a un tipo de cambio han vivido esta experiencia como una profunda
derrota de sus proyectos, de sus expectativas o de un futuro posible, por la
sencilla razón de que esto terminó siendo el peor de los mundos. Y desde la
derecha o el pensamiento liberal, ha sido la imposición de un gobierno
autoritario y también lo han vivido como una profunda derrota de las
expectativas de la democracia en Venezuela. Un país que, según la literatura
gringa, aparecía como el ejemplo del modelo democrático, en medio de las
dictaduras que asolaron a América Latina.
Usted dijo que la democracia
liberal está a la defensiva, acorralada. ¿Qué diría de las particularidades de
ese proceso en Venezuela? ¿Del desencanto que tienen los venezolanos?
Durante los primeros 20 años del
Pacto de Puntofijo, Venezuela vivió una época de expectativas de mejoría en el
futuro, una ampliación muy importante en los niveles educativos, una expansión
extraordinaria del papel de las universidades como expresión de la movilidad
social, incluso de sectores populares. Había, por supuesto, abundancia de
ingresos petroleros, lo que hace “una pequeña diferencia”, y estos dos
partidos, Acción Democrática y COPEI, tenían legitimidad. Así como la Polar,
Acción Democrática tenía una casa en cada pueblito del país. Había tejido
social que se identificaba con esos partidos. Pero eso se fue perdiendo
gradualmente. Esas expectativas de que el ingreso petrolero iba a ser abundante
todo el tiempo, de que el Estado iba a responder, obviamente, no eran
sostenibles.
Las protestas de sectores
populares en Brasil, bajo el gobierno de Lula, demostraron que la gente es
malagradecida, pero creo que tenían razón. Una vez que se resolvieron problemas
como el hambre, la pregunta era ¿y ahora qué? ¿No cree que eso también pasó en
Venezuela?
Yo creo que es más que eso. Uno
no puede establecerles límites a las expectativas. Paso de la línea de pobreza,
ahora tengo un televisor y comida en la nevera. No. Siempre las expectativas
generan más expectativas. Pero en el país también fue una crisis de profunda
legitimidad porque esos partidos, que se sentían como el lugar de expresión de
aspiraciones, se fueron convirtiendo en aparatos burocráticos, en aparatos para
ganar elecciones. Dejaron de ser expresión social. El discurso político
venezolano se fue separando de esa lógica socialdemócrata que caracterizó a la
democracia después de 1958. Se fue abandonando lo popular y en la crisis
coincidió la dimensión económica y la dimensión política. No se puede decir que
la crisis política es consecuencia del agotamiento del rentismo, pero ambas
cosas se fueron entreverando hasta el punto en que en Venezuela había una gran
desconfianza en los políticos, en los partidos. Una reducción creciente de la
participación electoral, porque “por esa vía no se iba a lograr nada”. Como
proceso de descomposición, duró bastante tiempo. Y eso no tenía vocería, no
tenía expresión, porque los partidos de izquierda llegaron a ser tan
minoritarios, tan poco representativos, que tampoco tenían posibilidades de
recoger ese malestar y presentarse como alternativa.
En estos años, esa
descomposición se ha expresado en un lapso mucho más corto. ¿No resulta
inquietante? Un hombre que llegó agitando el tema popular, que se abrogó,
además, la representación de un pueblo… apenas se murió y esto se acabó. Queda
un aparato, algo parecido a un partido político, por llamarlo de alguna manera,
y una franquicia. ¿No sería más frustrante todavía?
Más frustrante, sí, porque las
expectativas fueron mayores, para una porción muy importante de la población
venezolana. Efectivamente, los años de Chávez fueron de inmensas expectativas,
inclusive en momentos en que el ingreso petrolero seguía siendo muy bajo y la
posibilidad de desarrollar políticas sociales, que se aplicaron luego, era muy
limitada. De alguna manera, Chávez logró darle un sentido, una vocería, a ese
descontento. Eso, en los primeros años, fue más simbólico que otra cosa. Pero
no creo que uno pueda decir que todo se debe a la muerte de Chávez. Yo creo que
los problemas vienen de mucho antes.
¿Cuando Nicolás Maduro se
asume como “el hijo de Chávez” forma parte -o le da continuidad- a ese proceso?
Absolutamente. Pero yo estoy en
desacuerdo con muchas de las interpretaciones que se hacen desde el PSUV y
desde el Gobierno, intelectuales, digamos, que establecen una diferencia
categórica entre Chávez y Maduro. Obviamente, Maduro no es Chávez. Pero muchos
de los problemas fundamentales que afrontamos en el país tienen que ver con el
propio proyecto de Chávez, con la propia noción que tenía de sí mismo y del
papel que debía jugar. Son varias cosas, ¿no? Chávez declaró que esto era
socialista (2005) con una absoluta ausencia de conciencia histórica de lo que
había significado el socialismo. El socialismo realmente existente, en esencia,
el socialismo soviético, terminó siendo un lugar que negaba la democracia, un
lugar autoritario, un lugar de devastación ambiental, un proyecto que no era
capaz de superar la lógica de crecimiento y destrucción propia del capitalismo,
porque lo que se propuso, justamente, fue acelerar ese proceso. Llegó un
momento en que Jrushchov dijo que el socialismo (la extinta URSS) había
superado al capitalismo porque producía más toneladas de acero y de cemento que
Estados Unidos. Desde el punto de vista civilizatorio, el modelo soviético
tampoco representó una alternativa.
Una falta de conciencia
histórica, nada más y nada menos, que después de la caída del Muro de Berlín.
Era como presentar la opción de algo que ya no era.
Hubo un cambio en el tiempo. Hay
declaraciones, discursos y cosas que lo demuestran. Por ejemplo, la entrevista
que le hizo Agustín Blanco Muñoz a Chávez, que publicó en “Habla el
comandante”. En un momento, Chávez dice que está por una tercera vía, que no se
refiere a la tercera vía de Tony Blair, ni nada por el estilo, sino en contra
del modelo liberal capitalista, en contra de la experiencia del socialismo
real. Era un proyecto que tenía que ver con las raíces latinoamericanas, con
los pueblos aborígenes y afrodescendientes. Entonces hablaba de Simón
Rodríguez, de Zamora, que en modo alguno representaba el socialismo ni nada
parecido. Eso con el tiempo se fue alterando por varias razones. Una de ellas
fue la confrontación con el empresariado y con las élites, y Chávez necesitaba
un discurso muy contundente para enfrentarse a eso. Pero, además, la influencia
cubana, en términos ideológicos, de la noción de socialismo y del papel del
Estado, se fue incrementando. Y cuando al fin se declaró (en el Foro de Porto
Alegre) que el proyecto venezolano era socialista, efectivamente ocurrió con
esa ausencia total de conciencia histórica, lo cual significa ausencia de
prevención histórica. O sea, ¿por qué pasó lo que pasó? ¿Y qué habría que hacer
para evitar que lo que pasó vuelva a pasar? Eso no estuvo presente, en
absoluto. Y la izquierda venezolana, que en la década del 60 y 70 había tenido
un debate muy rico sobre el socialismo, sobre el partido único, sobre el papel
del Estado y todas esas cosas, se ha olvidado de eso, se ha lavado las manos.
La intelectualidad de esa época había abandonado toda opción de izquierda
-muchos terminaron siendo neoliberales, otros se habían muerto, otros habían
publicado cosas que después no se reeditaron-. Se dio una especie de borrón y
cuenta nueva. “Vamos a empezar el socialismo desde cero”. Pero lo que se
terminó construyendo es una reiteración de los mismos problemas y de las mismas
lógicas.
Tenemos que ver, como parte de
esa falta de conciencia histórica, el caso de Cuba. Una experiencia fracasada.
Resulta increíble que en ese país se estén aplicando penas de hasta 20 años de
cárcel a personas que salieron a protestar en las calles. El terror, el miedo,
la represión…
… como única respuesta. Algo que
me ha parecido un punto de ruptura de este proceso fue el momento en que Chávez
llamó a la conformación del partido unitario de la revolución venezolana.
Precisamente, ahí está -como más claramente expresada- esa falta de noción de
reconocimiento de la historia. Es decir, una de las experiencias que condujeron
a todos los socialismos, sin excepción, al autoritarismo fue esa fusión Estado
partido, porque esa es la negación de la pluralidad, del debate abierto y de,
efectivamente, plantearse la ampliación de la democracia.
¿Diría que eso fue por
inercia, por desconocimiento de la historia, quizás por flojera o por una
combinación de esas tres cosas?
Yo creo que tiene que ver,
primero, con la ausencia de una conciencia histórica. Pero también con una
concepción del poder y de la política, desde una construcción absolutamente
polar: los buenos y los malos, aquí está el pueblo y allá los escuálidos. Acá
los amigos y allá los enemigos. Eso tiene relación con los estilos y el modelo de
algunos liderazgos, con el liderazgo y la cultura militar, por ejemplo. Allí no
hay sino obediencia. Y eso estuvo presente desde el primer día. En segundo
lugar, con el proceso de construcción de esa figura carismática, con
seguimiento incondicional de la gente que lo rodea. Yo estoy convencido de que
no hay ser humano, ni ninguno de los santos del santoral católico, que
resistiría tanta adulancia y jalabolismo por parte de la gente con la que pueda
tener contacto. Eso lleva a una suspensión de cualquier juicio crítico. Los
procesos políticos son difíciles, son complejos, tienen muchas aristas, muchas
dificultades, y solo con una reflexión crítica permanente y contrapuesta con
otras opiniones es posible -de alguna manera- navegar ese rumbo. Pero si se hace
desde una postura en la cual “yo tengo la razón siempre”, entonces, la
construcción del modelo político, que permita que la razón y la verdad se
impongan, no es posible, entre otras cosas, porque aquella es una postura
incuestionada.
Advertencias hubo en 2007 -la
derrota en el referéndum constitucional-; advertencias hubo en 2010 -con
resultados electorales que ya no eran tan favorables al chavismo-, y también en
2013, ya con sectores abiertamente descontentos. Son episodios de
cuestionamiento, de malestar de crítica. Pero la respuesta fue lo más parecido
a “sigamos adelante, porque esas son las voces del desierto”. Hay cierta
tozudez, ¿no?
Yo creo, además, que hay una
parte de la intelectualidad de la izquierda internacional corresponsable. Diría
que se convirtieron en una especie de coro de alabanza a lo que estaba
ocurriendo en Venezuela, en una forma absolutamente acrítica. Esos encuentros
de artistas e intelectuales, de los sucesivos encuentros que se hacían en el
teatro Teresa Carreño, terminaron reforzando la idea de que lo que aquí estaba
pasando era maravilloso, que no había nada que criticar, que el presidente
Chávez era un líder de la revolución mundial. No solo hubo una abdicación de lo
que debe ser un intelectual crítico, reflexivo, de encontrar y destacar
problemas, sino de clausurar la posibilidad del debate y dar un sello de
aprobación, diría, a lo que está pasando. Se fue haciendo más y más autoritario
y, con ese sello de aprobación, siguió, siguió y siguió.
El papel de la izquierda,
hasta donde tengo entendido, siempre fue la crítica, la advertencia y moderar
al poder. Entonces, ¿la izquierda no se puede moderar a sí misma?
Aparentemente, no. Hay una
historia lamentable en buena parte de la izquierda en el mundo: la limitada
capacidad de reflexión crítica sobre ¿por qué se hizo lo que se hizo? ¿Por qué
pasó lo que pasó? Se supone que eso sería, normativamente, el pensamiento de la
izquierda. Un pensamiento reflexivo, que va tomando en cuenta nuevos factores.
Por eso te digo que el papel de buena parte de esta izquierda coro, que
participó legitimando el gobierno de Chávez, fue de una grotesca
irresponsabilidad, porque le dieron sello de legitimidad a un proceso, cuyas
tendencias autoritarias eran claras, eran nítidas. Pensar que “como esto es de
izquierda y la derecha es peor, entonces hay que aprovechar esto” niega la
reflexión crítica, que, además, es una condición de la vida. La posibilidad de
construir otro mundo pasa por ir evaluando, corrigiendo, examinando. Pero si
por definición no hay errores posibles. Si todo lo que se hace está bien. Eso
termina siendo una patología que conduce, por el camino inexorable, al
autoritarismo.
En términos de
responsabilidades, ¿podría profundizar en cómo fue que llegamos al llegadero?
Por una parte, está la
responsabilidad del Gobierno -la política económica, las tendencias
autoritarias-. Este desastre, claramente, es responsabilidad del Gobierno. Pero
también hay una muy fuerte responsabilidad de los partidos de oposición durante
estos años. ¿Por qué? Porque son partidos que le han dado prioridad a sus
conveniencias, por encima de los intereses generales del país, porque los egos
de los diferentes dirigentes impiden que surja una alternativa, porque han
apoyado de una forma brutal las amenazas e intervenciones del Gobierno de
Estados Unidos, en términos de estrangulamiento, en términos de sanciones, que
han tenido un impacto muy severo en las condiciones de vida de la población
venezolana. No solo es la acción del Gobierno, sino las sanciones las que han colapsado
la economía venezolana. Y también porque han manejado recursos de la nación de
una forma muy poco transparente; Monómeros es un caso típico de corrupción. Lo
que alguna vez hicieron, presentar candidatos únicos a elecciones (2015),
digamos, lo que podría ser “el momento estelar” de esta oposición, eso se
abandonó por completo y terminó siendo una pelea a cuchilladas. La cosa de
Cúcuta, el episodio del distribuidor Altamira. Todas esas cosas nos han llevado
a la situación actual. No le estoy restando responsabilidad al Gobierno. En lo
absoluto. Pero esto es un desastre que se ha ido retroalimentando de una forma
muy brutal. Por eso hoy, la evaluación que la población venezolana hace de la
dirigencia opositora es similar a la que hace de la dirigencia del Gobierno.
***
*Sociólogo por la Universidad
Central de Venezuela. Phd por la Universidad de Harvard. Profesor
universitario. Investigador del Cendes. Su firma aparece con frecuencia en
ensayos y artículos de distintas publicaciones académicas.
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