miércoles, 29 de abril de 2020

ECONOMÍA, VERDADES (Y “VERDADES”) EN UN ENTORNO DISTORSIONADO. …ESAS COSAS QUE PUEDEN SER IRREVENTES EN VENEZUELA…


ECONOMÍA, VERDADES (Y “VERDADES”) EN UN ENTORNO DISTORSIONADO. …ESAS COSAS QUE PUEDEN SER IRREVENTES EN VENEZUELA…

Eduardo Ortiz Ramírez


Iniciando los setenta del siglo XX, Héctor Silva Michelena señalaba que para que el sector privado venezolano invirtiera un (1) bolívar, el Estado debía invertir dos (2). Una década después le escuché a un exitoso empresario del campo y la agroindustria, señalarle a otro del área avícola “¿…y porque ustedes no invierten solos en esos almacenes fríos en puertos y quieren que el Estado lo haga junto a ustedes?” El empresario avícola se sintió apenado y le respondió que era que no tenían suficientes recursos. Una década más adelante, el Estado salió en avances con problemas bancarios explosivos en el año 1994[1]. A pesar de estas cosas y de haberse presentado hasta finales de los setenta, dos décadas de buena evolución económica y social y de ser las dos décadas siguientes (ochenta y noventa), aunque en forma pronunciadamente decreciente, de tránsito relativamente aceptable[2]; a pesar de todo lo señalado, pues, durante los lustros más cercanos a finales de los noventa se agudizaron las críticas y exigencias sobre que debían restituirse las garantías económicas que habían estado suspendidas y, más aún, sobre el carácter asfixiante de las gestione estatales. Efectivamente, los criterios presidencialistas existentes en Venezuela, la democracia de partidos, el rentismo, la corrupción y otras taras, hicieron de las suyas hasta antes de iniciarse la terrible administración bolivariana. Pero no es eso, lo que queremos destacar en esta nota, sino lo que su título indica.

Veamos las verdades. En primer lugar, las ganancias de la actividad privada. No ha sido fácil asimilar que las ganancias de la actividad empresarial, puedan ser ponderadas cuando se las ha comparado con la tasas de ganancia en el mundo desarrollado; la ganancia en Venezuela siempre se ha deseado alta y boyante. En segundo lugar, solo una pequeña porción del empresariado realizó labores de tipo social o aquellas que propendieran a impulsar el desarrollo del país. El Estado asumió siempre por ejemplo, la creación de infraestructura. Por otra parte, hasta los años setenta Venezuela tuvo índices inflacionarios bajos, por cerca de casi dos décadas. Los trabajadores recibían -si no en su totalidad, si en espacios importantes- salarios aceptables y los precios no presentaban mayores sorpresas. Anecdóticamente, siempre se recuerda el aumento del litro de leche de Bs 1  a Bs 1 más 1/8 o una locha, como era conocida tal parte del bolívar. Los servicios tenían muy bajo costo y eso no se protestaba por supuesto. Si bien la cobertura no era del nivel de países más avanzados,  una (1) llamada telefónica desde una casa o habitación familiar, valía también una locha –en parte de los sesenta y setenta-, durase el tiempo que durase. Los precios estables, más que los controles eran expresión y determinante de tranquilidad y situaciones contrarias a un azaroso comportamiento de la economía y el bienestar.

La orientación de controles de precios puede decirse eran naturales, incluso en aquellos precios de subsidio que durante lustros le ofreció el Estado al sector privado a través de sus empresas básicas[3]; a pesar de esto la  acción estatal siempre terminó considerándose negativa ya en los años 80. Destacándose por parte de voceros del área empresarial, una omnipresencia del estado en la economía y la sociedad. La actividad de la primera administración de CAP (1974/1979) -y no alterado ello por LHC (1979/1983)- le permitieron tener al Estado cerca de 400 entes descentralizados[4]. Ello deterioró la idea de los servicios públicos en grado alto y de la función pública en sentido general. Jaime Lusinchi 1984/1989, nuevamente CAP 1989/1993 y Rafael Caldera 1994/1999 no lograron subsanar este daño específico, pero abarcante de muchos otros. La función pública siguió maltrecha y alimentando la corrupción. Un país que había tenido un alto nivel de vida se encontraba sin saberlo camino al desastre.

Tal posibilidad aparecería cada vez más durante más de 21 años, con las  concepciones y ejecutorias de la administración bolivariana, y que fueron apareciendo desde los primeros días de 1999. Sus concepciones pasaron a ser expresadas como contrarias a todo lo logrado durante los previos cuarenta años a 1999. Más aún, se expresó la diferencia contundente con el desarrollo mismo y los logros tenidos durante tales años, los cuales pasaron a ser negados en sus logros, méritos y avances. Debía imperar la concepción del poder originario, popular y la conformación del poder cívico-militar. Para ello se estructuró la Constituyente de 1999 y todos los siguientes pasos que han llevado a la conformación de todo lo contrario a las esperanzas puestas por sectores diversos del país en la administración iniciada en tal año, con los resultados de destrucción económica e institucional.

Sus concepciones han remitido  a juzgar como inconvenientes, la libertad empresarial, los criterios de mercado, las vinculaciones internacionales con EE.UU. y naciones emblemáticas del capitalismo a nivel internacional. Crecientemente fue conformando la administración, un vínculo con algunos países de los restos del socialismo de la guerra fría, o de naciones de confusiones y mezclas con capitalismo del más salvaje como Rusia y China, que han pasado a albergar a grupos reducidos de los milmillonarios del mundo.  Visto desde 2020, la administración  ha terminado derrotada por el dólar, al cual había dedicado un férreo control de cerca de 15 años que dejó grandes dividendos a grupos de privilegiados y cercanos a/o miembros de las camarillas y sin opciones para atender la hiperinflación imperante desde 2017, siendo lo más curioso el desarrollo de “verdades“ ahora en connivencia tácita o directa entre la administración y los espacios donde surgen estas últimas.

 Se trata  de un contexto donde los controles de precios pasan a ser vistos como la fuente de la escasez y la inflación; y no es que no lo sean, sino que la satanización de cualquier forma de registro y supervisión por leve que fuese deja a las externalidades negativas del mercado, la posibilidad de afectar e influir en el deterioro del bienestar de los ciudadanos, que fue lo que siempre (y todavía) buscó compensar el Welfare State. Debe entenderse, además, que en estas latitudes[5] la sociedad civil (o espacio de defensa de los intereses del propio ciudadano) no tiene ni la organización ni la fuerza que históricamente ha alcanzado en otros lugares y naciones.

La economía informal y el menudeo así como las ventas ubicadas para los llamados bachaqueros, en momentos están articulados a los propios comerciantes formales de quienes aquellos, en algunos casos, son dependientes. Las recientes medidas  de fijación de precios controlados para 27 productos pone o fija precios altos, y en dólares[6],  para la remuneraciones existentes que en el propio sector público y en áreas del sector privado  continúan siendo bajas y en bolívares soberanos depreciados. Tales precios se presentan así considerablemente distantes de los ingresos mínimos y regulares, que en otros países de la región se perciben en dólares. Este cuadro implica un conjunto de interrelaciones que van más allá del hecho de que cualquier supervisión o fijación de precios sea el factor determinante en este contexto de altas distorsiones en salarios y precios relativos.

En el mismo caso de los precios fijados recientemente, pensemos que la carne en vez de ser fijada a casi 4$ lo fuese a 6 dólares y el queso blanco en vez de a 2,30 $ a 4 $ y así con otros productos. Estos productos  a estos precios, se relacionarían de manera distinta con las potencialidades y prioridades de compra de los consumidores. Así lo que puede ser verdad sobre efectos de los controles en relación a los precios y el mercado pierde su cualidad, dado un aumento más alto con un contexto salarial y de precios como el indicado.

Debe entenderse que la economía, ha albergado elementos estructurales, que la permiten describir como una de profundas distorsiones de salario y precios relativos, donde la inacción estatal deja numerosos agentes en posibilidad de aprovechar y fomentar distorsiones para su beneficio e independientemente del rumbo por el que pueda transitar o estancarse la economía, o ver los ciudadanos promedio cada día más deteriorado su nivel y calidad de vida. El grupo de ingresos dolarizados (en cuanto a que les ingresan dólares) o alto no es mayoritario.

La única manera de corregir algo de este escenario distorsionado (dado no se observan otras políticas y opciones), seria dolarizar sin que sea una propuesta de soluciones completas ni que la alberguemos como solución inevitable. El asunto es que sería lo único que en este ambiente de inadecuadas políticas, economía destruida y de verdades y falacias (“verdades”) podría medio enmendar las condiciones de deterioro de la mayoría de la población; paradójicamente, logrados estos resultados, por una administración revolucionaria de más de 21 años. Para empezar y no hacer mucho esfuerzo analítico: salario mínimo en un nivel de 300$, más cualesquiera figuras adicionales de compensación; los restantes sueldos y salarios irían de ahí hacia arriba con las escalas pertinentes para labores técnicas y profesionales. Desapareciendo los bolívares; los bancos y cajeros trabajando con dólares y por ahí irían los nuevos funcionamientos, acabándose los portales, dólar oficial y funcionando eso si la economía con precios internacionales sin que se dé la sinuosa inflación en dólares. Que lo hagan, pues, para que este más claro el escenario de las verdades.

29 de abril 2020
@eortizramirez
eortizramirez@gmail.com




[4] Puede verse Empresas del estado en America Latina. Escobar, Janet Kelly de. Published by Ediciones IESA;, 1985

[5] Específicamente las de Venezuela, con su arrastre de destrucción de buena parte del país durante tiempos largos del siglo XIX,  rentismo craso durante buena parte del siglo XX y lo que va del XXI, democracia de partidos, presidencialismo, caudillismo y riqueza súbita de un petroestado.

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