viernes, 1 de junio de 2018

Rasgos del mestizaje EL SINCRETISMO RELIGIOSO EN AMÉRICA LATINA

Tomado de www.ideasdebabel.com 


Rasgos del mestizaje EL SINCRETISMO RELIGIOSO EN AMÉRICA LATINA, por Enrique Viloria Vera

A Gustavo Martín, in memoriam
Especial para Ideas de Babel. A ese inmenso, complejo e indetenible crisol en el que se fraguó el mestizaje latinoamericano, cada raza además de aportar su fenotipo, sus genes, su sangre, incorporó también su particular cosmogonía, su especial cosmovisión, sus peculiares creencias y expresiones religiosas, las que —mezcladas—produjeron renovadas concepciones religiosas, nuevas visiones para entender al mundo, a Dios y a los semejantes. De esta forma, el sincretismo religioso imperante en América Latina, es decir, el producto de la mezcla, de la combinación de religiones precedentes, puede también ser considerado como una de las manifestaciones relevantes de nuestro mestizaje cultural.
Este sincretismo religioso comienza a gestarse desde el mismo momento de la conquista, cuando unos hombres que traían a su Dios en sus convicciones y en cuatro carabelas, se encontraron con otros dioses distintos, profanos y con una religiosidad aborigen que no tenía nada que ver con los ritos, iconos, símbolos y creencias de una cristiandad que tanto había costado consolidar, y que ahora, frente a estos infieles ignorantes, desasistidos, relegados, ignorados, había que defender, difundir y catequizar. Como lo expresa Uslar Pietri:
 “Más allá de las realidades físicas, de las armas, de los caballos, el arte de la guerra y la viruela, estaba el choque de los espíritus. Lo que se abre de inmediato es el conflicto religioso que todo lo va a dominar y determinar. No la guerra de los hombres, que podía encontrar muchas formas de acomodo, sino la guerra de los dioses que no admite tregua.”
Comienza entonces un largo proceso de transculturación religiosa; los españoles se encuentran convencidos de que deben realizar una labor no sólo de conquista, sino también de evangelización, debían catequizar a los infieles del Nuevo Mundo, imponerles las creencias y enseñarles a adorar un mismo Dios, aquel, Cristo el Redentor, que los conquistadores trajeron en sus navíos, pero, sobre todo, en sus corazones. La Iglesia se suma a este proceso; a los soldados españoles les corresponde la conquista territorial, a los frailes la espiritual.
En efecto, como bien lo subraya de nuevo Uslar Pietri, refiriéndose a la conquista de México:
 “Apenas asegurada la dominación militar llega la otra expedición, la más ambiciosa y temeraria, la de los doce frailes franciscanos que van acometer la impensable tarea de hacer cristiano el imperio de Moctezuma. Los atónitos aztecas vieron a Cortés, en medio de todo su aparato conquistador victorioso, ponerse de rodillas para recibir a los doce pobrecitos de Cristo.”
Mientras los soldados conquistadores derribaban los templos paganos, y se procedía a construir sobre sus bases y paredes las primeras iglesias del Nuevo Mundo, los frailes se dedicaban a efectuar la tarea evangelizadora. Pedro Borges realizó una sistematización de los procedimientos misionales utilizados en el Nuevo Mundo, distinguiendo:
“1) los métodos propedéuticos, tendentes a preparar al futuro cristiano para la asimilación de los contenidos doctrinales. Aquí, el misionero partía de un estudio de la cultura y la psicología de los hombres a evangelizar con el fin de seleccionar los métodos. Paralelamente se trataba de conquistar su benevolencia (…) El siguiente paso solía consistir en una presentación del cristianismo como religión de elevado contenido moral y de ritual fastuoso o pleno de sentido, aprovechando en esta tarea la similitud con las propias creencias autóctonas. Esta fase implicaba una modelación individual y familiar del indio y facilitaba la integración en los esquemas sociales impuestos por los españoles. 2) los métodos persuasivos atacaban frontalmente, desde el punto de vista doctrinal las idolatrías y aludían ya al cristianismo como religión salvífica. El misionero solía ayudarse de procedimientos verticales o de autoridad que comenzaban por su propio ejemplo de vida y concluía en un cuidado extremo en el adoctrinamiento de los caciques y sus familias.”
Así, en lo que concierne a los indios, el sincretismo religioso permitió que los ídolos autóctonos (las fuentes, los árboles, las piedras sagradas, los astros) se sumarán también al estructurado y riguroso compendio y repertorio de vírgenes, santos, preceptos, ritos y de tres personas en un mismo Dios, que los frailes y misioneros españoles se encargaron de difundir, de catequizar, sin que pudiesen impedir que todas sus enseñanzas se fusionaran con las creencias propias y ancestrales de los aborígenes para producir un cristianismo particular. Como lo aprecia Uslar:
“Desde ese momento quedaba abierto el camino para que Juan Diego tropezará un día con la Virgen de Guadalupe, con aquella María Tonantzin que reunía en su seno la fuerza creadora de las viejas creencias para servir de base a una nueva realidad espiritual”.
Recordemos que en la cultura azteca existía una estrechísima relación entre las diosas madres. La deidad femenina Tonantzin designaba a la gran diosa Madre-Tierra: Coatlicue o Cihuacóatl. Esta diosa autóctona era venerada en un santuario ubicado en Tepayac, al norte de Ciudad de México. Muy pronto, los franciscanos decidieron suplantar ese santuario pagano por una ermita cristiana, dedicada ahora a la adoración de una virgen católica, la de Guadalupe de Extremadura, en cuya devoción militaba el propio Hernán Cortés. Virgen de Guadalupe que, sin embargo, lo que hizo fue complementar el arraigado y no extinto culto indígena a la madre tierra, Tonantzin, generando, en una ignorada complicidad, una religiosidad mixta, híbrida, sincrética”.
Este sincretismo religioso se enriquece y se complejiza con la introducción de los negros provenientes del África, quienes llegaron para trabajar como esclavos en las nuevas tierras conquistadas por los españoles. Uslar confirma que “en menos de un siglo los españoles, los indígenas y los africanos se hacen hermanos en Cristo y descendientes espirituales, de Abraham, de Moisés y de los Padres de la Iglesia”.
Los africanos también realizan su aporte a este proceso sincrético que produjo una religiosidad peculiar, con usanzas, simbologías, ritos, similitudes y analogías entre los santos y vírgenes cristianos y los orishas que estos esclavos africanos trajeron bien dentro de sí, en sus almas, en aquello que va más del cuerpo, para protegerlos del látigo del amo blanco y de la palabra catequizadora de los misioneros católicos. Estos africanos y, muy especialmente los del país yoruba, practicaban ritos ancestrales y tenían una religiosidad mucho más acendrada, interiorizada, que las demás etnias que vinieron del África a América.
Sobre la base de las creencias religiosas aportadas por estos esclavos africanos, en la América Latina y caribeña, se produce un sincretismo de analogías y semejanzas entre dioses de distinto cuño y proveniencia que luego tendrán una misma y única significación. En este sentido, Jesús García nos recuerda que
“En América, Shangó legitimó su jerarquía en las diferentes regiones donde fue introducido. Lo mismo harían Oschum, Ochosi, Yemayá, Obatalá, y otros orishas que llegaron dispersos desde los diferentes pueblos yoruba y aquí en América lograrían articularse y ganar esa coherencia jerárquica con las mismas características ancestrales”. García nos ofrece, igualmente, un cuadro comparativo que muestra como en tres países de América (Brasil, Cuba y Trinidad), lograron sobrevivir y permanecer algunos de los orishas que los africanos trajeron consigo para concretar su aporte indiscutible al sincretismo religioso americano.
 
Países
 
 Nombre de
 los  Orishas
 
 Características del Orisha
Brasil
Cuba
Trinidad
 
Shangó
 
Dios del trueno,
los tambores y la sexualidad
Brasil
Cuba
Trinidad
 
Oshum
 
Divinidad de las aguas dulces
Brasil
Cuba
Trinidad
 
Ogum
 
Hermano de Shangó, dios del hierro y de la guerra

Brasil
Cuba
Trinidad
 
Obatalá
 
Dios de los cielos

Brasil
Cuba
Trinidad
 
Yemayá
 
Divinidad del mar

Brasil
Cuba
Trinidad
 
Ochosi
 
Dios de la cacería
Estos orishas habitaron junto con sus adoradores africanos en las cofradías, cabildos y sociedades de ayuda mutua que existían en las grandes plantaciones de caña de azúcar, especialmente en Cuba y Brasil. De conformidad con Tabaré Güerere:
“Estas agrupaciones servían para mantener los ritos, los cantos y danzas que desde antaño implicaban sus creencias religiosas. Estos cabildos mantenían una organización social parecida a la de la corona, con un rey, una reina y toda una corte donde se incluían a los ahijados de los dueños de casa. Con la llegada del nuevo orden, producto de la independencia, los negros terminaron agrupándose en ‘Casas de Santo’ …En estas ‘Casas de Santo’ mantenían un altar con los santos católicos representativos de las deidades africanas, adornado con flores y con vasijas hechas de arcilla, donde colocaban los objetos y figuras que pudieran tener algún significado para los dioses africanos, hecho necesario debido a la prohibición expresa de practicar ritos religiosos diferentes a los cristianos.”
Como expresión de este sincretismo se produce una asimilación entre vírgenes y santos, dioses y provenientes de uno y otro lado del mundo: de la España católica y del África pagana. En Cuba: Yemayá es la Virgen de regla, patrona de la ciudad de La Habana; Changó, Santa Bárbara; Ochún, la Virgen de la Caridad del Cobre; Obatalá, la Virgen de las Mercedes.
Fruto de estas contribuciones africanas, y muy especialmente de las yorubas, en América se construyeron manifestaciones religiosas sincréticas de extendido alcance y renovado vigor como lo son la Santería afrocubana, la Macumba también denominada Camdomblé afobrasileña, el Vudú haitiano y otras expresiones de menor impacto que se practican en diferentes países del continente y del caribe.
En lo concerniente a la realidad venezolana, Juan Liscano confirma que
“En Venezuela tampoco se constituyeron sistemas religiosos comparables a los de Haití, Cuba y Brasil. En primer, lugar conviene señalar que nuestro país no recibió emigración yorubana, pues cuando ésta empezó a efectuarse, ya Venezuela había abolido el comercio de esclavos. Los rasgos culturales más evidentes son bantúes, con islotes de supervivencia dahomeyanas y de la Costa de Oro.”
Sincretismo religioso peculiar, deslumbrante, sorprendente, sin igual, manifestación privilegiada de un mestizaje latinoamericano que tampoco escapó, que no pudo escapar, del más terrible y genuino de los conflictos desarrollados por el hombre: el de sus dioses.

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