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La teoría de la paz democrática, para algunos «el pacifismo democrático», tiene entre sus pilares fundamentales, que las democracias evitan la guerra y tratan de resolver los conflictos mediante mecanismos pacíficos de solución de controversias; otro elemento, la promoción de los valores libertarios. Una teoría sugestiva, con interpretaciones y varios casos ilustrativos. En ese contexto, bien podríamos considerar que algunos gobiernos occidentales asumieron variantes de la teoría para manejar las relaciones con China y Rusia; empero, los resultados no se presentan prometedores.
En la teoría encontramos dos grandes acepciones. Por una parte, la visión restringida (diádica), que considera que la guerra se evita entre países democráticos, pero constituye un recurso frente a gobiernos autoritarios.
Por otra parte, una visión más amplia (monódica) según la cual el uso de la fuerza se evita frente a todos los Estados sin excepciones y solo se reacciona militarmente ante la agresión; adicionalmente, asigna especial relevancia a la promoción de los valores liberales.
En esta última visión se podría inscribir la posición asumida por el gobierno de los Estados Unidos, ante los cambios que introdujo Deng Xiaoping en el comunismo chino (1978-1989), al promover varias reformas orientadas a la apertura del modelo comunista ante la inversión extranjera y la propiedad privada. Se asumió que tales reformas podrían avanzar progresivamente al plano político y de los derechos humanos.
En ese contexto se incrementó el comercio y las inversiones en China y se facilitó su incorporación en la recién creada Organización Mundial del Comercio (OMC), proceso en el cual se asumieron supuestos poco confiables, como la existencia de una economía de mercado en el comunismo chino. La hábil estrategia de bajo perfil en la actuación internacional que desarrolló Deng Xiaoping, facilitó la aceptación e incorporación de la China comunista en las instituciones liberales de occidente.
Pero muy pronto la teoría empezó a evidenciar sus debilidades, la brutal represión contra los jóvenes en la Plaza de Tiananmen (junio 1989), demostró al mundo que no existían posibilidades de alcanzar libertades políticas en la China comunista. La represión a nivel interno se ha mantenido como recurso fundamental para perpetuar la camarilla gobernante en el poder y, por varios años, paralelamente se mantuvo la política de bajo perfil en su expansión internacional, pero tal situación empieza a cambiar con la llegada de Xi Jinping a la presidencia (marzo 2013).
Con una China poderosa, el nuevo líder supremo, que ha logrado controlar todas las instituciones, está mostrando sus garras, lo ha demostrado contra Hong Kong, utiliza la fuerza militar para fortalecer su posición en el mar del sur, reacción con la fuerza frente a la India en la frontera en Cachemira y mantiene una creciente presión militar frente a Taiwán. También aplica represión en el ámbito económico, y varios poderosos empresarios han sido objeto de secuestros temporales, incluso presión para su retiro.
No podemos negar que la progresiva incorporación de China en la institucionalidad del orden internacional liberal, en alguna medida ha limitado una postura militarista y conflictiva. China está ganando mucho en el comercio y las inversiones con occidente; empero, la nueva orientación más agresiva en la política exterior del presidente Xi Jinping y su obsesión frente a Taiwán, están configurando una China más desafiante, que paralelamente está incrementando su capacidad de acción militar.
No ha sido posible propiciar las libertades en China, lo que evidencia debilidades de la teoría; empero, el mundo tiene claro el panorama sobre las perversidades del comunismo, su falso discurso y la guerra hibrida contra occidente.
Ahora bien, tampoco resulta eficiente asumir la posición extrema, de un conflicto permanente con China, una visión suma cero, escenario en el que finalmente todos pierden oportunidades, lo más adecuado sería una flexibilidad con claros limites frente a su creciente expansionismo, lo que exige de una estrategia más hábil y creativa por parte de los gobiernos democráticos.
La vinculación del caso ruso con la teoría de la paz democrática resulta interesante, toda vez que, desaparecidas tanto la vieja URSS, como la débil federación que promovió el presidente Mijail Gorbachov, occidente se vincula con una incipiente democracia en Rusia. La teoría podría ser más efectiva, pero muy pronto el autoritarismo arraigado en la personalidad de Vladimir Putin, un funcionario muy disciplinado de la temible KGB soviética, fue aflorando, desde que asumió el poder de forma interina en 1999 y donde se mantiene, gracias a la represión, con un horizonte del 2036, según una reciente reforma constitucional.
Era comprensible que los gobiernos democráticos trataran de incorporar a la Rusia no comunista, que estaba iniciando un proceso de transición a la democracia, en las instituciones del orden internacional liberal. Al respecto, los primeros encuentros con la OTAN constituían una opción creativa e interesante; fue el caso de la Ley Fundacional OTAN-Rusia, firmada en 1997, para iniciar un proceso de cooperación. También destaca la incorporación como miembro de la OMC en el 2012. Pero las obsesiones historicistas y expansionistas de Putin, y las desconfianzas de algunos gobiernos occidentales, se fueron progresivamente imponiendo.
Debemos reconocer que occidente resultó complaciente ante el expansionismo ruso; no asumió una posición contundente ante las invasiones rusas a: Georgia en el 2008 y Crimea en el 2014; quedando la impresión de un occidente débil y permisivo, lo que estimuló el expansionismo de Putin, y su equivocada decisión de invadir a Ucrania. Invasión que ha definido como «una operación especial», que seguramente creía rápida y fácil, pero las circunstancias han cambiado, occidente ha reaccionado y el pueblo ucraniano está actuando heroicamente.
Por otra parte, la posición que asumió la Sra. Ángela Merkel frente a Rusia y, en particular frente a Vladimir Putin, en sus 16 años de gobierno en Alemania, constituye una evidencia de la acepción amplia de la teoría de la paz democrática.
Se trataba de crear canales comunicantes con el díscolo y autoritario gobernante ruso, con el objetivo de presionar a favor de las libertades. Crear una red de relaciones, donde la economía y, en particular, el comercio, juegan un papel privilegiado, todo un conjunto de acciones orientadas a lograr la incorporación de la frágil e incipiente democracia rusa en los caminos de las libertades económicas y progresivamente políticas.
El objetivo de la Sra. Merkel se presentaba convincente y su persistencia admirable; pero la soberbia de Putin no permitió mayores avances. Ni siquiera que Alemania haya enfrentado su estrecha e importante relación con Estados Unidos, para avanzar y culminar la construcción del gasoducto Nord Stream 2, que generaba una alta dependencia energética frente a Rusia, lograron que Putin superara su anacrónica visión historicista y terrofaga, su equivocada visión de dominar territorios para fortalecer su poder, que lo ha llevado a la invasión a Ucrania.
Los casos de China y Rusia no fortalecen la teoría de la paz democrática, pero conviene destacar que la teoría contempla otros elementos importantes, como por ejemplo los estándares que califican el sistema democrático, la legitimidad de origen y la legitimidad de ejercicio; aspectos que son objeto de atención por parte de la comunidad internacional.
Otro aspecto relevante vinculado con la teoría, tiene que ver con los mecanismos de alerta temprana, para enfrentar la tendencia autoritaria que socava la débil institucionalidad democrática. El conjunto de elementos que forman parte de la teoría requieren de una exhaustiva reflexión que permita fortalecer los instrumentos y poder enfrentar con mayor efectividad la tendencia autoritaria que estamos enfrentando en el planeta.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.
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