lunes, 4 de diciembre de 2023

UNA CONVERSACIÓN CON MI HIJO EL MIGRANTE

 

UNA CONVERSACIÓN CON MI HIJO EL MIGRANTE

 

EDUARDO ORTIZ RAMÍREZ

 


Existen distintos contextos migratorios, incluso considerando los perfiles históricos. Las guerras y catástrofes, las persecuciones políticas y religiosas, las búsquedas de nuevas formas de vida, el hambre, las crisis económicas y políticas, se encuentran entre otros, de esos contextos. También los casos y diferencias individuales determinan, en parte, evoluciones y resultados, así como los conocimientos previos, grados de preparación o profesionalización, ascendencias, ayudas particulares, voluntad y empuje, se encuentran, también, entre otros de esos factores, según los casos. A pesar de estas diferencias se hallan componentes bastantes frecuentes como
el desarraigo u otros, como el éxito o el fracaso.

Esta nota no persigue descubrir nada, sino solo revelar algo que asimilé de una conversación con mi hijo Eduardo Abel, migrante desde hace cerca de un lustro a un país del Sur, con la inmensa alegría de reencontrarnos con él y, aun teniendo iguales deseos para mi hija Gaby; así  sale esta nota del caso.

Después de haber pasado quizás cerca de una cuarta parte del tiempo señalado, laborando intensamente para satisfacer la necesidad fundamental y primigenia de todo migrante o de la mayoría, la cual es sobrevivir, pudo ubicarse en una empresa del caso, en el ámbito de su profesión de economista. Muy bien tratado y muy buenos rendimientos tuvo allí por varios años, ahora transitará a otro país del Sur, contratado por una empresa más grande, de mayor dimensión y con mejores condiciones laborales.

Estando en la conversa con él y a sabiendas de que se trata de un migrante, busqué indagar sus percepciones sobre la cultura, desempeños y tratos del país en cuestión en cuanto a los migrantes. Sus expresiones fueron taxativas e independientes de que uno haya tenido contacto, permanencia y desempeños en otros países. Dijo él así entonces: “eso no interesa”; “no hay tiempo para pensar en esas cosas ni evaluarlas, pues solo hay tiempo para las presiones, los cumplimientos, las necesidades, las molestias  con unos y otros, venezolanos o del país en cuestión -por pequeñas que sean-, la vida hogareña y la continuidad permanente de la presión sabiendo que se han dejado cosas que se extrañan”.

Mi impresión fue mayor cuando hablando de su caso, pues le toca mudarse con pleno interés, satisfacción y deseo a otro país, por una mejor oferta de trabajo,  hecha por una empresa mayor, tal cual señalamos, me indicó: “…al dejar Venezuela extrañé y sigo extrañando muchas cosas, pero ahora pasaré a extrañar a este país, en el cual he tenido varios años de vida, experiencias, satisfacciones, logros y dificultades”. Pensé que se trata ahora de un desarraigo ampliado a dos países, pues observé había aprendido a querer a ese país de su primera migración. En ese momento le dije: “Has aprendido mucho, sigue adelante”.

Lo dramático es que nada de lo satisfactorio logra, a pesar de todo, compensar los sentimientos, sufrimientos y extrañamientos que han pasado y siguen pasando numerosas familias venezolanas, por todo lo que ha implicado la migración de casi 8 millones de sus habitantes, lo cual es decir más que toda la población de Noruega.

¡Adelante Eduardo!

 

4 de diciembre de 2023

@eortizramirez

eortizramirez@gmail.com

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