viernes, 27 de octubre de 2017

El Gran Viraje y la Agenda Venezuela

(lo siguiente formó parte de un trabajo mayor desarrollado a finales de los noventa).
eDUARDO ORTIZ rAMÍREZ

I. Venezuela: dos períodos de ajustes.

            En 1997 se entró en la llamada segunda parte de la Agenda Venezuela. Para finales del año 1996 se  habían  esgrimido desde los pronósticos muy optimistas, hasta aquella frase “sobre que alguien tiene que pagar las cosas”, esbozada desde una institución pública como respuesta a un  señalamiento sobre  algunos procesos que en el área financiera han afectado negativamente a los agentes económicos menos favorecidos por la Agenda misma o por distorsiones económicas acumuladas.

            Hace algunos años en el gobierno del Gran Viraje (1989/1994), tan temprano como el segundo año del período, el presidente del momento y uno de sus ministros expresaron de diversas formas la idea de que había terminado la estabilización y lo que venía de ahí en adelante era el crecimiento (y el consecuente aumento del ingreso real de los trabajadores). Es conveniente recordar que al iniciarse el periodo gubernamental referido, la situación económica del país presentaba agudas dificultades que se manifestaban en variados desequilibrios internos y externos. Problemas monetarios e inestabilidades en los mercados cambiario y financiero se asociaban, así, a una creciente presión inflacionaria que se conjugaba con las presiones de los déficit fiscal y de Balanza de Pagos, creando,  de esta manera, un escenario económico realmente difícil. Se presenta a continuación parte de las medidas y la evolución asociadas al Gran Viraje.

            Medidas y evolución en el Gran Viraje.

            Al asumir el mando el nuevo gobierno en Febrero de 1989, el país se encontraba inmerso en una situación de desequilibrios macroeconómicos insostenibles, ante lo cual se hacía evidente la necesidad de un ajuste de la política económica para corregirlos y orientar la economía hacia una dinámica competitiva y de diversificación de la producción y de las exportaciones que dependiera menos de los ingresos petroleros, con el fin de lograr una mejor y más estable distribución de los ingresos y un mejor nivel de vida de toda la población, en un nuevo modo de inserción en la economía internacional

            Era inaplazable el hecho de que había que ajustar los niveles de todos los precios, incluyendo el del dólar, a la realidad nacional y mundial. Los ingresos del país se contraían y  no se podían seguir usando de la misma manera las reservas internacionales, las cuales, para el momento, se encontraban en un verdadero estado de agotamiento.

            La nueva administración reconoce que el modelo de desarrollo económico basado en el proteccionismo y el intervencionismo estatal que se había aplicado en las últimas décadas, ya no era viable ante la situación existente en el país y en el mundo. Se había reducido el caudal creciente y estable de los ingresos petroleros que lo sostuvo, al igual que el crédito externo a tasas bajas o moderadas y no se habían logrado los objetivos de desarrollo que con ese modelo se pretendían alcanzar. La inflación, por su parte, crecía al tratar de financiar los desequilibrios fiscales y externos por encima de las reales posibilidades del país.

            La necesidad de un refinanciamiento de la deuda externa y de nuevos préstamos, hizo que el gobierno recurriera al FMI y al Banco Mundial, con los cuales firmó una carta de intención en la que se comprometía a aplicar un programa de ajuste estructural con orientación asociada a la liberación de los mercados y el cual contempló  medidas como las siguientes:

            - Liberación de los precios de bienes y servicios que estaban regulados. Se mantuvieron controlados los precios de algunos bienes incluidos en la llamada cesta básica. La liberación de precios contemplaba también la de los bienes y servicios producidos por empresas del Estado como los casos de la gasolina, electricidad, teléfono, agua y transporte, con el objeto de frenar y eliminar los saldos negativos que tenían las empresas deficitarias del sector público.

            - Eliminación de subsidios generalizados e incentivación de la competencia entre las empresas, como medio fundamental de lograr una mayor eficiencia en ellas.

            - Eliminación del régimen cambiario múltiple y aplicación de un régimen flotante a una sola tasa determinada por la oferta y la demanda de divisas.

            - Liberación de las tasas de interés activas y pasivas, con el establecimiento de un sistema libre, adscrito a una franja de flotación con topes de 10% y 60%. Esto se complementó con los Bonos Cero Cupón, cuyas tasas de rendimiento pasaron a ser puntos marcadores para las otras tasas al establecerse que podían ubicarse las activas hasta  20% por encima de aquellas.

             Se trataba de establecer procesos dinámicos que frenaran la inflación y lograran tasas de interés reales positivas, lo cual constituye una forma muy importante y básica de frenar la fuga de capitales y estimular el ahorro interno. Debe, sin embargo, señalarse que tasas de niveles altos pueden deprimir la inversión, especialmente en la mediana y pequeña industria, cuando son bajos los niveles de eficiencia y productividad.

            En 1989 la inflación alcanzó un 81%. A partir del año siguiente el nivel de inflación disminuyó para colocarse, sin embargo, en niveles no antes vistos en el país: 36,5% en 1990, 31% en 1991 y 32% en 1992. Estos niveles inflacionarios superaron lo que el gobierno se había trazado como meta. Un factor relevante en esta situación fue el incremento de los ingresos petroleros como consecuencia de la guerra del Golfo Pérsico, lo que aumentó la masa monetaria en el país. Aunque este hecho ejerció el efecto positivo de permitir la reducción del déficit fiscal, significó un aumento en el gasto público en un contexto que potenciaba la inflación reinante o que impedía su reducción. Paralelamente, el aumento de sueldos y salarios decretado por el gobierno en 1991 y luego en 1992 creó una presión adicional sobre el nivel de precios y sobre la elevación del desempleo por no estar relacionado con un incremento en los niveles de productividad.

            Es pertinente la opinión de Toro (1993) en el sentido de que la política antiinflacionaria se ha debido acompañar de una reducción del gasto público y no con una captación de recursos adicionales por efecto de devaluación, la cual viene a significar un impuesto indirecto a todos los sectores. En este sentido hay que señalar que las devaluaciones permiten que el Estado tenga un caudal extra de ingresos, sin significar esto un aumento de la actividad económica y no sirviendo como estímulo de la mayor parte de los sectores productivos del país.

            En el caso de los Bonos Cero Cupón y las mesas de dinero como instrumentos de regulación monetaria hay que señalar que el rendimiento de tales Bonos fue incrementándose, provocando una presión alcista sobre las tasas de interés y una reducción en el potencial crediticio del sistema bancario. Estos Bonos constituyeron, también, un instrumento de doble filo que no resolvían el problema, puesto que si bien su función era esterilizar la liquidez excedente en el mercado, a su vencimiento producían una inyección incrementada de masa monetaria.

            Todas estas medidas estaban orientadas a actuar por el lado de la oferta de la economía. Sin embargo, se comenzaron a aplicar devaluaciones periódicas del bolívar en función del diferencial entre la inflación interna y externa, con lo cual se pretendía no disminuir el nivel de gasto público y atender el requerimiento de mantener (infructuosamente) el tipo de cambio real para favorecer las exportaciones, encarecer las importaciones y, primordialmente, reducir el déficit fiscal. Pero esto no resultó ser tan sencillo, puesto que las devaluaciones aumentaron la masa monetaria generando fuertes presiones inflacionarias, adicionales al incremento de los costos de producción ocasionado por el encarecimiento de los insumos importados.

            De la misma manera, la modernización del sistema tributario  contemplaba la disminución de las tasas máximas aplicadas en el impuesto sobre la renta y el establecimiento del IVA. Este último impuesto no tuvo el apoyo legislativo suficiente, por lo que el Fisco no pudo contar con ese caudal extra de recursos para superar el déficit y recurrió a la devaluación con fines parcialmente fiscalistas y cayó, así, la política económica en la grave contradicción de aplicarse al mismo tiempo una política monetaria restrictiva (vía bono cero cupón y encaje legal) y una política fiscal expansiva del gasto público.

            Igualmente, debe señalarse que la privatización de algunas empresas del Estado, con altos niveles de pérdidas, constituyó un avance en la perspectiva de cambio estructural para el país, al delegar el Estado en los grupos privados actividades que tradicionalmente venía controlando. De esta forma el gobierno logró captar inmensos recursos que en su mayor parte fueron utilizados para subsanar el problema del déficit, además de la propia privatización hacer posible la  reducción del gasto.

            Para finales de 1991 las reservas internacionales se ubicaban cerca de los 14.000 millones de US$, lo que podría interpretarse como que el programa de ajuste estaba cumpliendo en ese campo sus metas. Sin embargo, el cuadro de crisis social y política no permitió al  gobierno  contar con el apoyo político y social necesario y en 1992 ocurren dos intentonas golpistas (4 de Febrero y 27 de Noviembre), lo que creó un clima de desconfianza y estimuló la fuga de divisas, cerrando 1992 con déficit en la cuenta corriente de la Balanza de Pagos. Un balance global del período 1989/1994 permite afirmar que al final de éste, se habían agravado los problemas que se buscaron corregir: desequilibrio externo y fiscal, inflación y desigualdades sociales, entre otros. Pero, además, se habían acumulado suficientes desequilibrios financieros como para desatarse una crisis financiera como la presentada en el transcurso del año 1994[1].

            Un balance  del Gran Viraje permite precisar, entonces, no sólo la debilidad de aquella entusiasta afirmación, sino la realidad muy significativa en cuanto al incumplimiento de muchos objetivos y metas que se plantearon en tal período (ver cuadro7).[2]


            El crecimiento como ilusión y objetivo.

            A finales de 1996, en el gobierno de la Agenda Venezuela, en otro contexto y con otros personajes, volvió a repetirse una idéntica expresión: ha terminado la estabilización que se proponía la Agenda Venezuela y de ahora en adelante se tendrá crecimiento y prosperidad.

            Varias observaciones pueden hacerse sobre una expresión de esa naturaleza, dada su recurrencia y la importancia que alberga en cuanto a lo que es la transformación económica de una nación. En primer lugar, debe señalarse que ella coincide con algunos puntos de vista sobre la propia estabilización, que se convirtieron en planteamientos muy aceptados en décadas pasadas pero que en la de los noventa han sido cuestionados. Tales puntos de vista, efectivamente, han separado la estabilización del crecimiento, convirtiendo a este último en una derivación de aquella, y a la propia política de estabilización, en un conjunto de medidas que buscan llevar a la economía a un determinado equilibrio, y las cuales se ejecutan con cierta independencia de las reformas estructurales. Contrariamente a estos puntos de vista, puede señalarse que la solución de problemas asociados  a las reformas referidas, como son las del sector externo y del área fiscal, limitan las propias posibilidades de la estabilización, aun con todo lo que tal solución implica en asuntos como son, por una parte, la modulación de la capacidad del Estado en cuanto a la elaboración y ejecución de la política económica así como en actividades de promoción del propio crecimiento o, por otra parte, la fijación del  marco referencial más adecuado en aspectos como la deuda externa (una referencia puede verse en Fanelli y otros, 1993).

            En segundo lugar, la expresión en sí misma no es baladí, pues se asocia a uno de los procesos que siguen siendo fundamentales en la economía y en la dinámica de las sociedades actuales: el crecimiento económico. Y es así pues éste es el que permite que las personas o los ciudadanos, grosso modo, tengan oportunidades de empleo[3] y alberguen algún sentido de prosperidad y bienestar. En nuestra opinión, y en sentido general,  hasta ahora no se ha inventado nada más claro que esta dinámica, para garantizar este último proceso[4].

            Por supuesto que, una apreciación como esa, es de las del tipo que justifican para algunos, la crítica que le adjudica a los Economistas una especie de obsesión por el crecimiento. En este tipo de críticas se piensa que debería existir una apreciación cualitativa (cultura, desarrollo personal y de grupos, por ejemplo)  y no meramente cuantitativa de las  metas de crecimiento y desarrollo, más aún cuando hoy día hay que enfrentar  la problemática ambiental[5],  que ha sido incorporada a la noción de desarrollo en la perspectiva del desarrollo sustentable. Este concepto, por cierto, remite a variadas interpretaciones o sentidos polémicos. Una línea de sentido técnico que interesa  resaltar, es la que lo asocia con el equilibrio entre objetivos a corto y largo plazo así como a la mayor insistencia en la calidad de vida y la equidad en relación a las magnitudes de producción (Meadows y Otros, 1993).
           
             En nuestra opinión, debe haber una mezcla entre lo cualitativo y lo cuantitativo a la hora de estructurar y ejecutar los objetivos de crecimiento y desarrollo, pero realmente es el crecimiento y el aumento de las posibilidades de empleo el proceso que puede permitir potenciar o aumentar el bienestar de una población y, correspondientemente, darse un mejoramiento en las expectativas.

            Realmente, puede afirmarse que  los programas asociados a los dos períodos de ajustes referidos para el caso de la economía venezolana, han carecido de reflexiones y sentidos estratégicos que hubiesen podido encauzar más adecuadamente el crecimiento económico. Los procesos económicos, el ajuste estructural y el crecimiento, en particular, no son fenómenos sencillos, medibles o alcanzables en el muy corto plazo. Sin embargo, visto en retrospectiva, el efusivo y accidentado período del Gran Viraje, generó una trayectoria económica que hubiera podido ser mejor aprovechada al inicio del gobierno del período 1994/1999. No sucedió así y, en su lugar, los dos  confusos y ambiguos primeros años de este último período dieron paso a un “programa económico”, la Agenda Venezuela, carente de organicidad y sentido real de largo plazo.

            La Agenda Venezuela.

            Previo al planteamiento público de la Agenda Venezuela (finales del primer semestre de 1996), la economía venezolana y el país habían transitado por la audición y ejecución de los llamados “plan Sosa”, “plan Baptista” y “plan Corrales”. Pero, es la Agenda Venezuela, la que amerita la ubicación que le hemos dado más arriba. A continuación exponemos, sucintamente, las medidas que mejor la identifican.

            -Aumento de la gasolina y subsidio al transporte.
            -Aumento del impuesto a las ventas.
            -Desmontaje del control de cambios.
            -Desmontaje de los controles de precios.
            -Desmontaje de los controles a las tasas de interés.
            -Impulso a las privatizaciones.
            -Ejecución de programas sociales diversos[6].

            En un sentido más amplio la promulgación de las medidas señaladas estuvo acompañada  de la idea, manejada del lado oficial, en cuanto a crear una red de acuerdos con agentes sociales en áreas fundamentales y espacios de consulta y cooperación con otras instancias de la sociedad. De la misma manera, se concibió que los pilares básicos de la Agenda son los siguientes:

         -Énfasis en lo social como principio integrador de las medidas, en base a lo que es el sentido de equidad y justicia social.
         -Los programas fiscal, monetario y cambiario, cuyos objetivos atañen a la reducción de la inflación.
         -Un grupo de políticas de oferta (cadenas productivas, reformas institucionales, apertura petrolera, otras) que en el mediano plazo fundamenten el crecimiento auto sustentable de la economía y, en el corto plazo, complementen las políticas actuantes sobre la demanda agregada.
         -Estrategia de negociación con Organismos Multilaterales, con el fin de obtener recursos que viabilicen y faciliten, las reformas estructurales, los programas sociales y el fortalecimiento de las reservas internacionales.
           
            Debe añadirse, como elemento importante, el objetivo del ejecutivo de reducir la inflación a una cifra cercana a un 2% mensual para finales de 1996 y comienzos de 1997. Más allá de los resultados y perspectivas que en cuanto a este objetivo se observaron y plantearon para comienzos del año 1997, hay que señalar que la llamada primera etapa de la Agenda, se vio beneficiada por el incremento de los precios petroleros y ello permitió que el aumento de las reservas internacionales se reforzara como un objetivo de política económica[7].




[1] Sobre las complejidades de tal crisis puede verse Guzmán (1995).
[2]Una afirmación de interés en éste sentido es la siguiente: “...Pasados cinco años del intento de gran viraje, los problemas de inflación, desigualdad social, competitividad empresarial, desequilibrio externo y fiscal, se habían agravado y la amenaza evidente de una crisis general del sistema financiero completaba un escenario de crisis, cuya solución no podía depender de medidas aisladas...” (Nobrega y Ortega, 1996). Una retrospectiva para el período previo al gran viraje puede verse en Garaicoechea,1996.
[3]  Es indudable que las oportunidades de empleo deben asociarse a las políticas de generación del mismo en el contexto no sólo de las economías nacionales sino también en el de la propia economía global. De esta manera, es pertinente resaltar que el periodo asociado a la vigencia del pensamiento que en años recientes ha insistido en la importancia del libre mercado o perspectiva de análisis llamada neoliberal, está vinculado a un conjunto de opciones de política que pueden resumirse en: a)se busca romper las rigideces institucionales establecidas en la segunda postguerra, que habrían limitado la dinámica del mercado y robustecido a los trabajadores, b) se persigue afirmar la llamada flexibilidad laboral como instrumento de aumento de la reestructuración productiva. Para un punto de vista contrario a aquella perspectiva de análisis y de elaboración de opciones de política ver Valecillos, 1997.
[4]Se trata de que “...Para superar la pobreza es preciso generar buenos empleos permanentes, de productividad alta y creciente...” (Ramos, 1995). Por otra parte, se trata también de que “...si el avance social y una mejor distribución del ingreso dependen de un crecimiento económico sostenido para ser reales y permanentes, la reanudación de dicho crecimiento tiene que convertirse en el objetivo político fundamental de los gobiernos latinoamericanos.” (Teitel, 1995; pg.356).
[5]Indudablemente que la problemática ambiental ha ampliado a la vez que complicado y enriquecido el espectro analítico tradicional de la Economía. Las relaciones entre Economía, Comercio y Ambiente se tratan en Ortiz, 1994.
[6] Algunos de estos programas son, por ejemplo: subsidio familiar, alimentario escolar, dotación de útiles y uniformes, hogares y multihogares, subsidio al pasaje estudiantil, comedores escolares y alimentario materno infantil.
[7]Una referencia oficial y más completa del perfil de la Agenda Venezuela puede verse en Cordiplan, 1996. En términos de resultados y vista la Agenda en la perspectiva de los tres primeros años del gobierno del Presidente Caldera, es realmente llamativa la evaluación hecha por el economista Miguel Rodríguez, ex-ministro de Cordiplan y uno de los artífices del Gran Viraje: “...se ha producido una severa contracción del salario real...; ha disminuido el consumo privado percápita en más de 15% en términos reales, incluyendo una caída sustancial en el consumo de alimentos; hay una fuerte caída del producto real y una depresión generalizada de los sectores productivos...; la pobreza ha aumentado drásticamente; la inversión privada ha colapsado en más de 80% en términos reales en los últimos tres años y se ha liquidado a la inversión pública; se ha producido una mayor reconcentración de la riqueza y, a consecuencia de quiebras generalizadas, una progresiva desnacionalización de las empresas privadas venezolanas...) (Rodríguez, 1997).

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