martes, 5 de diciembre de 2017

Negociación retadora

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Felix arellano

Es evidente que no se puede ir a la negociación con gran expectativa o gran ingenuidad; es fundamental la organización, la reflexión, la prudencia y la autocrítica

Estamos enfrentando una compleja negociación con perspectivas cargadas de incertidumbre, pues todo pareciera indicar que el gobierno bolivariano no quiere aceptar mayores movimientos y, en todos los temas de la agenda, resulta fundamental su real voluntad de cambio. Frente a un panorama desalentador: ¿debemos rechazar la mesa de negociación?, ciertamente no, todo lo contrario, quien se encuentra entre la espada y la pared es el Gobierno, nuestra oposición democrática debe organizarse y, en este momento, ha dado un buen avance en organización y metodología, el mayor problema son las divisiones que, por lo demás, beneficia significativamente al Gobierno.

Es evidente que el Gobierno ha jugado a desprestigiar la negociación, la ha manipulado, la ha utilizado para sus fines políticos; incluso, ha traicionado a los mediadores, como ocurrió con el Vaticano, que reaccionó acertadamente denunciando el juego irresponsable del gobierno venezolano, mediante carta pública del Cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado del Vaticano.

Todo pareciera indicar que los gobiernos democráticos tienen clara la actuación y los intereses del proceso bolivariano y, por tal razón, han estimado necesaria la aplicación de acciones contra el Gobierno y, como bien lo destaca la primera declaración del Grupo de Lima, tales acciones son multisectoriales y se pueden incrementar en el tiempo, en la medida que la situación venezolana, se agrave lo que, en efecto, estamos viviendo.

La estrategia bolivariana de desprestigiar y manipular la negociación, entre sus diversos elementos, contempla una labor divisionista de la oposición democrática venezolana. Impulsar subrepticiamente la tesis de los juegos de traición. Como la conexión rusa, utilizar, entre otros, las redes para enredar y fragmentar a la oposición. Lo lamentable es que pareciera una estrategia exitosa.

En principio, el Gobierno había asumido que no necesitaba mayormente de las negociaciones, pues gracias, entre otros, al gobierno militar-cívico, progresivamente controlaba el poder en sus principales manifestaciones. Con el juego negociador que promovió el expresidente Ernesto Samper, desde la Secretaria de la Unasur, se aspiraba bajar la crítica internacional que crecía progresivamente.

La situación se complica para el Gobierno, pues en su estrategia de control absoluto, además de incrementar la violación de los derechos humanos, se lanzó por el despeñadero de la Asamblea Nacional Constituyente y muchas alarmas se encendieron. Hasta en Mercosur, donde el gobierno uruguayo, por la presión de la fracción radical del Frente Amplio de Pepe Mujica, jugaba al apoyo del proceso bolivariano, no pudo contener el rechazo generalizado ante la torpe decisión y se sumó a la aplicación de la Cláusula Democrática, el Protocolo de Ushuaia, y la consiguiente suspensión política venezolana dentro del bloque.

Recordemos que el rechazo ha sido amplio, incluyendo, entre otros, el incremento de las sanciones de los Estados Unidos, que avanzaron al tema financiero, y se sumaron las sanciones de Canadá y la aprobación por unanimidad en la Unión Europea de la normativa marco para la aprobación de futuras sanciones concretas. En este contexto destaca el activo y permanente liderazgo del Grupo de Lima.

Con este nuevo panorama la situación se agudiza para un país con una altísima dependencia en importaciones de alimentos, medicinas incluso gasolina y con una deuda financiera enorme. Ante la situación el gobierno bolivariano, por una parte, juega a encontrar el “mecenas”; en el mejor estilo cubano, esperando que la poderosa China o la díscola Rusia puedan asumir las facturas.

Por otra, asume una estratagema de manipular las sanciones y en un falso discurso las presenta como la causa de la crisis, promoviendo la imagen de víctima.

Ahora bien, como “los sueños no preñan”, China no responde al llamado y la comunidad internacional está clara del fracaso del modelo, que destruye para controlar, la negociación empieza a tener algún sentido para el Gobierno que necesita dinero fresco. Naturalmente, en su radicalismo aspira “todo a cambio de nada”. Pero, de nuevo, la comunidad internacional está consciente del talante del jugador y entiende que modificar sanciones debe responder a resultados y hechos concretos, no a promesas; que acuerdos incumplidos, conllevará agudizar las acciones; al respecto, conviene recordar que en materia de medidas el inventario es largo y apenas está iniciando.

Es evidente que no se puede ir a la negociación con gran expectativa o gran ingenuidad; es fundamental la organización, la reflexión, la prudencia y la autocrítica. Ahora bien, rechazar la mesa de la negociación, es rechazar el esfuerzo de la comunidad internacional, que está trabajando arduamente por los derechos humanos y la institucionalidad democrática en Venezuela.

La actitud crítica, que es conveniente y necesaria, debería orientarse al apoyo más activo y creativo del esfuerzo negociador, por ejemplo contribuir en la presentación de propuestas de organización metodológica, la organización de los trabajos y los equipos o la formulación de iniciativas para la negociación. Se podrían comprender duras críticas ante un eventual resultado desequilibrado; empero, rechazar la mesa, que de entrada representa otro duro escenario para el gobierno bolivariano, es perder otro espacio de acción y menospreciar el respaldo internacional.

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