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Belén González
Me pidieron mi opinión sobre los discursos de Juan Guaidó, y el requerimiento me tomó por sorpresa, porque la verdad no me había sentado a escuchar con seriedad al dirigente de Voluntad Popular, al diputado que en enero de 2019, y para sorpresa de muchos, se convirtió en el Presidente Interino de mi país. No sé si la pregunta vino porque tuve el privilegio de estudiar lingüística o, porque durante años, ayudé a muchos dirigentes políticos venezolanos a mejorar su línea discursiva con el apoyo de una tripleta profesional que aún sigue dando frutos.
Para responder con base certera, decidí escuchar y ver con atención a este hombre, joven pero formal, directo pero sencillo, frontal, contundente, que hoy protagoniza una serie de acción y aventura más atractiva y envolvente que cualquiera de las que ofrece Netflix, y de la cual estamos disfrutando cada capítulo. No es un comentario banal, es una metáfora para dibujar cómo, finalmente, la historia de la lucha por la democracia en Venezuela está llamando la atención del mundo.
Si bien lo que estamos viviendo los venezolanos es profundamente esperanzador, es importante tener claro que no es producto del azar, sino el resultado del trabajo que miles, y quizás millones de demócratas, vienen haciendo desde hace años, así como del sacrificio de muchos. Ahora bien, el rostro visible de todo este esfuerzo es Juan Gerardo Guaidó Márquez, quien con un mensaje claro, visionario, franco y empático, ha hecho despertar a un pueblo adormecido por el sufrimiento y la necesidad.
Desde ese primer discurso como nuevo Presidente de la Asamblea Nacional, el mensaje de Guaidó ha sido coherente, con énfasis en lo positivo, y con una envidiable capacidad para dar en el blanco. Pero una de las cosas que más impresiona es la perfecta unidad entre lo lingüístico y lo paralingüístico. Sus palabras, movimientos, gestos y presencia van siempre en la misma dirección.
Impacta además, el hecho de que en el camino, aunque todavía corto, va demostrando ser un hombre de palabra. Recordemos por ejemplo que, en aquel primer discurso, cerró diciendo: “¡Nicolás, el 10 de enero esta Asamblea no te va a juramentar!”; una promesa que estamos viendo cumplida. En la universidad aprendí que se pueden hacer cosas con las palabras, y eso es precisamente lo que está haciendo Guaidó.
Que al principio parecía un poco nervioso al hablar, diría que sí, pero creo que es natural si consideramos que se está montando en los hombros un país maltratado, quebrado, convulsionado, deprimido, y hasta rabioso. Pero ni su discurso, ni su metalenguaje, han demostrado miedo sino todo lo contrario. Cada paso que da tiene el acierto de la planificación y la certeza del objetivo, no en vano, asumió como Presidente Interino el 23 de enero, una fecha emblemática para la democracia venezolana.
Con los días se nota como crece su confianza y eso es producto del respaldo popular. Venezuela, y el mundo, han escuchado claramente su voz, su mensaje, y su presencia los ha cautivado. Cuando se refiere a sí mismo, se define como un servidor público, pide con insistencia que no se idealicen su figura, “todo esto no es gracias a mí …”, escuchándolo se evidencia que inteligencia, prudencia y humildad son sus consignas al hablar.
En cada una de sus apariciones públicas, las palabras unidad y unificación son protagonistas del discurso. Habla de certezas, de una visión de futuro que debe concentrarse en el presente, lo que indica que tiene claro la importancia de manejar los tiempos para no desilusionar con falsas expectativas. Modula con cuidado, sin dejar de matizar la voz para mantener el interés de la audiencia y dar fuerza a su mensaje; no descuida el contacto visual y gesticula con sus manos con mucha naturalidad.
Sus palabras se enmarcan en argumentos y ejemplos concretos, y tocar las emociones de su audiencia pareciera resultarle sencillo; los conoce, nos conoce, sabe lo que hemos vivido, porque él ha recorrido el mismo camino, por eso el dominio en cuanto a qué decir, cuándo y cómo.
Tiene lo necesario para conectarse con gremios, jóvenes, sociedad civil, militares; pero además, está en capacidad de hablar con cualquier nivel de gobierno en el exterior, y lograr su objetivo. Pero debo confesar que lo que me cautivó al escucharlo, es que en su discurso siempre aparece dignamente enmarcada alguna línea de nuestro Himno Nacional, lo que deja ese sabor a patria cuando lo escuchas.
No conozco a Guaidó, y reconozco además que hasta ahora sabía poco o nada sobre él, y aunque seguramente no es perfecto, debemos tener claro que nadie lo es, pero este millennials, calificativo que muchos creen negativo pero que en realidad describe a una generación conectada, que entiende el valor del mundo multiglobal en que vivimos, preparada académicamente, digital, emprendedora, y con altos valores sociales y éticos que se sabe dueña del futuro, está marcando pauta con su estilo innovador.
Es joven, pero sabe dar valor a lo que importa y no sólo con palabras. Su traje y corbata, que rescatan la dignidad del otrora Congreso Nacional, hablar siempre desde un podio creando un marco protocolar que no rompen su frescura y simpatía, y estar siempre rodeado de gente y no de escoltas, hacen una gran diferencia. Por eso no me extraña la envidia que ha despertado en el dictador que busca copiarlo en forma y fondo, pero ni la banda presidencial, ni el volver a llamarse “hijo de Chávez”, le servirán a Maduro para superar a quien irrumpió con fuerza hablando desde el corazón.