domingo, 1 de noviembre de 2020

LAS MARIPOSAS DE CHIVACOA

 

LAS MARIPOSAS DE CHIVACOA

 

EDUARDO ORTIZ RAMÍREZ

 



Cuando bordeaba los doce años y, propiamente, en las vacaciones escolares de 1968, pude viajar con cierta frecuencia con mi padre al interior de la republica acompañándolo como ayudante en
  la venta de repuestos automotrices al por mayor. Para ello tenia primeramente una cava 350 y posteriormente una camioneta panel, debidamente acondicionada. En esa experiencia pude aprender mucho, a pesar de mi corta edad, sobre los repuestos y partes que usaba el parque automotriz venezolano de esos tiempos.

Chivacoa[1] es una pequeña ciudad del interior de la republica ubicada en el estado Yaracuy muy cerca de los comienzos del Estado Lara (propiamente a 30/45 minutos de Barquisimeto, La ciudad de los crepúsculos). Ciudad hacia adentro de la carretera (después creada la autopista) y propiamente una urbe por la que no se tiene que pasar. Cuando pasábamos por la zona, en cualquiera de los dos sentidos, mi padre Publio le gustaba durmiéramos allí. Ciudad pequeña y bastante tranquila, en aquellos años había allí un hotel familiar de grandes recuerdos para mí.

El hotel, manejado por unos italianos era realmente espectacular. No recuerdo si era una construcción antigua o una nueva -con inspiración antigua- o una combinación, pero si evoco que su estilo era tradicional, con un patio central, siendo una sola planta grande. Desde la ventanas de los cuartos uno podía observar un patio central donde, muy cercano, se encontraba el comedor. Las noches eran apacibles y parecía como si allí pudieran deambular personas de otros tiempos. La comida, bueno, sencillamente espectacular y sana con un claro perfil de restaurant europeo. Los cuartos, extremadamente limpios, como  en el mejor de los hoteles. Los olores y aromas, por su parte, eran agradables y seductores, en el sentido de la belleza natural y la higiene.

Después que comíamos la cena, salíamos a caminar y a comernos un helado. Esa era la Venezuela de esos años: tranquila, apacible y cómoda. Caminábamos por la pequeña plaza  central, con la protección y la guía de mi padre –que siempre fue una gran alegría y orgullo para un muchacho de 12 años- y la confianza que brindaba la calle tranquila y llena de personas cordiales y apacibles. ¿Quién podía pensar que allí pudiese funcionar un hotel y de esa naturaleza? Pero si, lo había y uno podía disfrutarlo con las gestiones de esos italianos amables.

Publio, mi padre, siempre fue un hombre tempranero, por la época en que se crio y porque era falconiano y allí la gente se levantaba temprano y comía temprano. Siempre, en las mañanas, incluso a sus 88 años, edad a la que murió, se le veía arregladito y presto a hacer las cosas y diligencias. Correspondiendo con eso, para viajar siempre lo hacía muy temprano, en aquella Venezuela tranquila y estimulante. Un día, saliendo de Chivacoa, muy cerca de la ciudad, nos paramos a desayunar y allí se encontraban las razones o excusas para el título de esta nota.

Era una mañana muy linda y un tanto lluviosa o fría, no sabría precisar, pero muy asociada al clima imperante en esa planada que está antes de la Laguna (o embalse) de Cumaripa, y que va a dar por una vía sinuosa un tanto montañosa al camino hacia Nirgua y el estado Carabobo. Entramos a un lugar de unos más de 100 metros cuadrados -limpio y estimulante- para desayunar comidas criollas y típicas de la zona y las mañanas.

Comíamos unas ricas arepas con huevos criollos y jamón, y hablábamos en base a la coordinación de mi padre con su hijo mozalbete. Era buen conversador cuando se proponía, era casi anecdótico y sobre todo manejaba una narrativa repetitiva y que terminaba siendo graciosa, con cosas que nos contó miles de veces. Comíamos degustábamos los platos, pues en esos lugares generalmente había también natilla, y la felicidad estaba toda extendida sobre la mesa: buena comida, buena compañía y tranquilidad.  De pronto levanté la vista.

Al levantarnos tuve uno de los episodios que más se me quedaron marcados de mi novel adolescencia. En el techo del lugar, con el tamaño que tenía el mismo, no cabía una mariposa más. De todos tipos había: blancas, azules, amarillas, de varios colores y numerosos tamaños. No se movían. Estaban tranquilas, apacibles y era difícil pensar cual había sido el proceso para que entraran y cual para que salieran. No molestaban a nadie, no generaban ninguna alteración en el ambiente; eran el complemento ideal de la belleza de Chivacoa, del frio mañanero y de la inmensa alegría de estar desayunando con mi padre. Quien, solo observó y no hizo mayores comentarios sobre las mariposas, seguramente porque desde niño y en las zonas donde vivió, vio cosas parecidas.

Por qué pernoctaban allí las mariposas, no fue mayor razón de mis preocupaciones a mis doce años; simplemente disfrute verlas. El sitio tenia relativamente bastante iluminación y era un espacio blanco bastante extendido y con ventanas. La forma de corta esperanza de vida de las mariposas realmente perdía sentido, con la presencia casi inmaculada que tenían al encontrarse en un número, tamaños, variedades y colores tan diversos e impresionantes.

En varios momentos que he pasado por el lugar, mi vista, mi mente y recuerdo no dejan de estar prendados de aquella hermosa mañana con las mariposas de Chivacoa.

 

1 de noviembre 2020

@eortizramirez

eortizramirez@gmail.com



[1] Hace poco fue lugar de intensas protestas –al igual que otras ciudades del Estado Yaracuy- por las deficiencias de servicios públicos (luz, agua, gas y otros), pero también de agudas actuaciones de represión por parte de los organismos de seguridad (ver https://eldiario.com/2020/09/26/yaracuy-protestas-represion/).

5 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. En este escrito se percibe una intensidad visual que se mantiene en el tiempo, un gran recuerdo de un adolescente feliz con su padre. La forma del texto me hace imaginar estar en esa época. Ah y claramente no son las mariposas, es la memoria que sigue llena de contenido.

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    1. Gracias por su comentario. Parece que la memoria tiene también posibilidades de ser desarrollada.EOR

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  3. Estimado profesor. Lo he reencontrado en Twitter y he podido disfrutar de esta maravillosa semblanza. He tenido la fortuna de recorrer algunos de los lugares que refiere. De ellos, recuerdo el verde jubilar presente en todo momento. Fui alumno suyo hace ya algunos años, en la asignatura de Desarrollo Económico en Economía de la UCV. Recuerdo una anécdota acerca de una pregunta puntual acerca de Trajano, a la cual yo respondí. Recuerdo que se quedó, según me pareció, sorprendido. Un fuerte abrazo y lo sigo leyendo por esta vía. PD: Si tiene Facebook, indíqueme su cuenta para solicitarle amistad.

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    1. Gracias por su comentario. Los recuerdos del pregrado me son muy estimados. No tiendo a usar mucho facebook pero si estoy en la red.Si el login permite encontrar el mío es eortizramirez@gmail.com. Saludos EOR.

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