La montaña rusa del precio de
la energía
Jul 4, 2022KENNETH
ROGOFF
CAMBRIDGE – En los últimos dos
años y medio, los precios mundiales del petróleo y del gas han estado sometidos
a shocks de demanda y shocks de oferta –y, a veces, ambos a la vez-. La
volatilidad resultante en los mercados energéticos es un reflejo y al mismo
tiempo un microcosmos de una economía global tambaleante.
El precio del petróleo
crudo Brent cayó de 68 dólares “normales” por barril a fines del 2019
a 14 dólares por barril en abril de 2020 en tanto la pandemia del COVID-19 se
propagaba a nivel mundial. Dos años más tarde, en marzo de 2022, el precio se
disparó a 133 dólares por barril después de que Rusia invadiera Ucrania. Ahora
está volviendo a caer en medio de crecientes temores de una recesión en Estados
Unidos. Pero el precio podría subir marcadamente si la economía china se
recupera del estupor provocado
por sus políticas de COVID cero.
¿Qué pasará a continuación y de
qué manera los responsables de las políticas pueden velar por la
sustentabilidad ambiental frente a esta agitación del mercado?
Una razón por la cual los precios
del petróleo y del gas son tan volátiles es que la demanda de energía de corto
plazo responde mucho más rápido a los cambios en el crecimiento que a los
cambios de precios. Así, cuando existe un shock energético, puede hacer falta
un enorme cambio de precios para equilibrar el mercado.
Y la pandemia fue la madre de
todos los shocks al generar el mayor cambio sostenido en la demanda desde la
Segunda Guerra Mundial. Antes del COVID-19, la demanda global de petróleo era
de alrededor de 100 millones de barriles por día, pero los confinamientos (y el
miedo) hicieron que la demanda se desplomara a 75
millones de barriles por día. Los proveedores no podían colectivamente
cerrar el grifo lo suficientemente rápido (ralentizar un pozo que genera
petróleo a borbotones no es una tarea sencilla). El 20 de abril de 2020, el
precio del petróleo cayó brevemente a menos de 37 dólares por barril, cuando
las instalaciones de almacenamiento se sobrecargaron y los proveedores
intentaban evitar penalidades por dumping.
La inversión en nueva producción de petróleo y de gas ya era débil antes de la pandemia, en parte en respuesta a iniciativas mundiales para desvincular el desarrollo económico de los combustibles fósiles. El Banco Mundial, por ejemplo, ya no financia exploración de combustibles fósiles, ni siquiera proyectos que involucren gas natural, una fuente de energía relativamente limpia. La inversión ambiental, social y de gobernanza y las regulaciones están reduciendo el acceso a financiamiento de proyectos petroleros y gasíferos, que es precisamente el objetivo. Eso es perfectamente acertado si los responsables de las políticas han trazado un plan de transición factible para reducir la dependencia de los combustibles fósiles, pero esto ha sido un verdadero desafío, especialmente en Estados Unidos y Asia.
El petróleo, el carbón y el gas
natural todavía representan el 80% del consumo global de energía, aproximadamente el mismo
porcentaje que a fines de 2015 cuando se adoptó el acuerdo climático de París. Los responsables de las
políticas en Europa y ahora en Estados Unidos (en la presidencia de Joe Biden)
tienen ambiciones encomiables de agilizar la energía verde durante esta década.
Pero en realidad no existía ningún plan para hacer frente a la recuperación en forma de V de la demanda de petróleo
que se produjo con el rebote post-pandemia, mucho menos para lidiar con
las alteraciones del suministro de energía producto de las
sanciones a Rusia lideradas por Occidente.
La solución ideal sería un precio de carbono global (o un plan de comercialización de créditos de carbono si un
impuesto resulta imposible). Sin embargo, en Estados Unidos, la administración
Biden, aterrorizada por la inflación, está considerando seriamente ir en la
dirección contraria, y ha instado al Congreso a suspender el impuesto federal a
la gasolina -0,18 dólares por galón- durante tres meses. El plan del G7 recientemente anunciado para restringir
los precios del petróleo ruso tiene sentido como sanción, pero Rusia ya está
vendiéndoles a India y a China con un descuento importante, de manera que es
poco probable que tenga un gran impacto en el precio global.
Hace muy poco, la administración
Biden usaba sus poderes ejecutivos para impedir el crecimiento de la producción
de combustibles fósiles en Estados Unidos. Ahora está defendiendo una mayor producción por parte de proveedores externos,
inclusive aquellos –como Arabia Saudita- a los que anteriormente había evitado por cuestiones vinculadas a los derechos
humanos. Desafortunadamente, ser virtuoso limitando la producción de petróleo
estadounidense y al mismo tiempo absorbiendo la producción de otros países en
verdad no hace mucho por el medio ambiente. Europa, al menos, tenía un plan
bastante coherente hasta que la guerra de Ucrania demostró lo lejos que está el
continente –especialmente países como Alemania que han eliminado la energía nuclear de la ecuación- de alcanzar una transición de energía limpia.
Como sucede con todos los tipos
de innovación e inversión, un fuerte crecimiento de la energía verde requiere
décadas de políticas consistentes y estables para ayudar a eliminar los riesgos
de los enormes compromisos de capital de largo plazo que se necesitan. Y hasta
que las fuentes de energía alternativa puedan empezar a sustituir más
plenamente a los combustibles fósiles, es poco realista pensar que los votantes
de los países ricos volverán a elegir líderes que permitan que los costos de la
energía se disparen de la noche a la mañana.
Es notable que los manifestantes
que han forzado con éxito a algunas universidades a desinvertir en combustibles fósiles no den señales de
estar haciendo el mismo lobby para disminuir el consumo de calefacción y aire
acondicionado. La transición energética tiene que suceder, pero no será
indolora. La mejor manera de alentar inversiones de productores y consumidores
de largo plazo en energía verde es tener un precio de carbono relativamente
alto; los artilugios como las iniciativas de desinversión son mucho menos eficientes
y mucho menos efectivos. (Yo también defiendo crear
un Banco Mundial de Carbono que les ofrezca financiamiento y asistencia técnica
a las economías en desarrollo para que también puedan hacer frente a la
transición).
Por el momento, parece factible
que los precios del petróleo y del gas se mantengan altos, a pesar de los temores
de una recesión en Estados Unidos y Europa. Ahora que arranca la
temporada de verano cuando aumenta la circulación en auto en el hemisferio
norte y frente a un potencial rebote de la economía china luego de los
confinamientos por COVID cero, no es difícil imaginar que los precios de la
energía sigan subiendo, aún si las alzas de las tasas de interés de la Reserva Federal
recortan marcadamente el crecimiento de Estados Unidos.
En el más largo plazo, los
precios de la energía parecen destinados a subir a menos que la inversión
aumente marcadamente, lo que parece poco probable dada la orientación política
actual. Los shocks de oferta y demanda muy probablemente sigan enturbiando el
mercado energético y la economía global. Los responsables de las políticas
necesitarán nervios de acero para poder manejarlos.
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Kenneth Rogoff, Professor of Economics and
Public Policy at Harvard University and recipient of the 2011 Deutsche Bank
Prize in Financial Economics, was the chief economist of the International
Monetary Fund from 2001 to 2003. He is co-author of This Time is Different: Eight
Centuries of Financial Folly (Princeton University Press,
2011) and author of The Curse of Cash (Princeton University Press,
2016).
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