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México padece los estragos de
las enfermedades mentales
originadas por violencia
colectiva: Dení Álvarez-Icaza
Los principales causantes son la delincuencia organizada y agentes estatales, refiere la investigadora, quien, junto con el exrector de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente, coordinó el libro “Salud Mental y violencia colectiva. Una herida abierta en la sociedad”.
En México hay indicadores que señalan que la violencia colectiva ha impactado de manera negativa la salud mental de algunas poblaciones y que los principales causantes son la delincuencia organizada y agentes estatales, plantea Dení Álvarez-Icaza González, quien, junto con el exrector de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente, coordinó el libro Salud Mental y violencia colectiva. Una herida abierta en la sociedad, editado por Debate.
En entrevista, la también secretaria técnica del Comité Técnico para la Atención de la Salud Mental de la Comunidad de la UNAM, destacó que la violencia colectiva no solo afecta a las víctimas directas, sino a la sociedad en general. Se trata de un asunto de salud pública y se materializa en un conjunto de enfermedades que son consideradas entre las más incapacitantes y merman el desarrollo del país. Por ello es necesario atenderlas con estrategias intersectoriales.
El libro contiene los análisis realizados por 15 expertos en psicología, sociología, psiquiatría y antropología, sobre ese fenómeno social en México, que, según el exrector De la Fuente “sufre desde hace más de 15 años una ola de violencia colectiva”, cuyos efectos psicosociales van más allá del individuo.
Los autores analizan el trauma colectivo que se ha generado, el fenómeno de la normalización y el discurso que la alimenta, las consecuencias reflejadas en consumo de alcohol y drogas y la debilidad institucional para enfrentarlo, entre otros aspectos. Además, ofrecen una serie de planteamientos para transitar hacia la recuperación de nuestro equilibrio como individuos y como nación.
—¿Qué se entiende por violencia colectiva?
—La violencia colectiva se da cuando hay un grupo, más o menos definido, con una propia identidad, ejerce, de manera sistemática, violencia hacia otro grupo de individuos, para obtener algún control económico, político o social.
La forma más típica y atroz es la guerra, pero también hay otros como el terrorismo o la que ejerce la delincuencia organizada, la delincuencia por pandilla o la violencia de Estado, entre otras.
—¿Quiénes son los principales causantes?
—En México tenemos dos tipos principales de violencia colectiva. El doctor Luis Astorga lo describe muy bien en el primer capítulo del libro. Se refiere a la violencia ejercida por la delincuencia organizada y la violencia de Estado.
Una deas formas que ha padecido México, por décadas, es la violencia en la que participan agentes estatales, que se considera violencia de Estado.
—¿En México tenemos un problema de salud mental relacionado con violencia colectiva?
—Para saber el peso que está teniendo la violencia (colectiva) en la salud mental en México, hacen falta más estudios, porque el último gran estudio epidemiológico que se hizo fue en 2003. Sin embargo, tenemos varios indicadores que nos dicen que la violencia colectiva ha impactado de manera negativa la salud mental de algunas poblaciones.
—¿Cuáles son las principales consecuencias de la violencia colectiva?
—Primero están las consecuencias en el individuo y ahí hablamos de las enfermedades mentales, cuando se llegan a presentar. Las más frecuentes son la depresión, el trastorno por estrés postraumático, otros trastornos de ansiedad y el consumo de sustancias o incrementos del riesgo suicida.
Cuando lo vemos a nivel social, identificamos dos fenómenos: uno es la ruptura de la red social, que ocurre cuando las personas tienden a aislarse porque perciben el entorno como inseguro. Esto rompe muchas veces la resiliencia comunitaria, incluso la capacidad de gobernanza de las propias comunidades.
El otro, es un fenómeno que se podría calificar como el trauma social, el trauma histórico, descrito en antropología y que se refiere a que cuando comunidades que quedan marcadas por una historia de dolor o por una historia relacionada con un evento traumático, muchas creencias, ritos o formas de relacionarse, empiezan a girar en torno a ese evento.
Otra cosa es la normalización de la violencia, que ocurre cuando en una sociedad se está expuesto a un conflicto.
—¿La violencia colectiva sólo afecta a las víctimas directas?
—No. La sociedad en general queda impactada. En algunas investigaciones se ha visto que, si bien no podemos hablar de trastornos mentales como tal, sí que las personas que habitan en zonas donde existe una presencia de crímenes de alto impacto presentan algunos síntomas de alteraciones emocionales, como cambios en el sueño o depresivos.
Cuando se altera la salud mental de un grupo importante de la población, si estas personas desarrollan un trastorno mental, van a quedar también con la imposibilidad de contribuir socialmente.
Los estragos de las enfermedades mentales afectan a la sociedad en general; es un problema de salud pública; son de las enfermedades más incapacitantes y cuando esto ocurre, se merman otras situaciones, como el desarrollo de un país.
Por ello, el problema de salud mental tiene que enfrentarse como un problema social, no nada más del individuo.
La violencia es uno de los principales generadores de problemas de salud mental y es un problema que nos compete a todos.
—¿En estos momentos es posible identificar en México una política pública para atender la violencia colectiva?
—Se han hecho esfuerzos. Claro que se pueden hacer muchísimos más, sobre todo para trabajar en un enfoque de prevención y seguridad ciudadana.
En el libro hay dos capítulos que escribieron Markus Gottsbacher y Cecilia Jaramillo, que hablan sobre prevención de la violencia. Plantean enfocar las medidas en la prevención.
La respuesta con las fuerzas armadas no es una respuesta de prevención; hay que fortalecer los esfuerzos de prevención. El problema es que hay pocos programas evaluados sobre prevención que tengan realmente un sustento a largo plazo.
—¿Dónde se debe colocar el acento?
—Una de las cosas que plantea uno de los autores, Jesús Pérez Caballero, es que hay que hacer una revisión de la ley de víctimas, porque tiene bastantes ambivalencias y normalmente es la herramienta jurídica a partir de la cual se genera el sistema nacional de atenciones.
Segundo, es cómo se implementa la atención a las víctimas en México. Realmente hay pocas intervenciones psicosociales. Si uno ve el modelo de atención en salud, la verdad es que no está fundamentado, no está respaldado por los modelos que respalda la ONU o la Cruz Roja Internacional, que tiene que ver con hacer intervenciones a las comunidades para reconstruir la red social, no focalizarnos en los individuos.
Si hiciéramos eso, nos estamos dando cuenta que esto requiere realmente una colaboración intersectorial muy grande, porque se tiene que trabajar no solo desde salud, sino trabajar mucho desde Educación, Desarrollo Social.
Yo pondría el acento es en la necesidad de que haya programas intersectoriales coordinados adecuadamente, hechos por personas con experiencia en estos temas y evaluados.
Sí se han hecho esfuerzos, pero es necesario que haya mayor inversión en prevención.diego.badillo@eleconomista.mx
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