lunes, 18 de septiembre de 2023

En la luna

 En la luna

 

Humberto García Larralde, economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela, humgarl@gmail.com

 






Desde los inicios de los gobiernos chavistas y chavo-maduristas, los economistas hemos venido señalando sus errores e insuficiencias en lo que respecta a nuestra área de estudio, las consecuencias de tales desaciertos y, las más de las veces, los correctivos que se deberían instrumentar, en beneficio del bienestar de la población. Me encuentro entre aquellos que señalan, además, que estos errores no son solo por ignorancia en esta materia –que lo ha habido, y mucho—sino que son por diseño. Acabar con el equilibrio de poderes, reprimir a los medios de comunicación independientes y las protestas, y conculcar los derechos civiles y económicos, dejó como único referente de política la voluntad del líder indiscutido de la “revolución”. Invocó un menjurje ideológico de claro perfil fascista[1] para legitimar sus decisiones, que se tradujo en la desaparición práctica del Estado de derecho, como de la racionalidad mercantil en la conducción de los asuntos económicos, y su reemplazo por criterios políticos, que no podían ser otros que los formulados por Chávez. Por más que fundamentase sus decisiones en clichés patrioteros o de la mitología comunista, lo que privó fue la lealtad para con su mandato autocrático, es decir, la sumisión incondicional a sus designios. Que muchos creyesen en la justificación ideológica esgrimida no absuelve tal distorsión: tampoco se podía ser demasiado celoso en la observación de los preceptos revolucionarios, como lo demuestra la acometida reciente contra el Partido Comunista de Venezuela y, cuando Chávez, contra quienes se atrevían a criticar sus pretendidos desvíos de la verdadera y única senda Histórica (con mayúscula) de salvación.

 

Lo cierto es que, bajo esta dinámica se fue conformando un mercado político para el acceso y usufructo de los recursos. Sus claves operativas han sido, primeramente, la lealtad mencionada, pero, más allá, la posición de mando que, con base en tales muestras de fidelidad, se pudo conquistar en la estructura del poder “revolucionario”. Un mercado así activado no podía verse acotado por preceptos “burgueses” –derechos de propiedad, libre intercambio, transparencia--, ni por imperativos legales acerca de la inviolabilidad de derechos humanos. Con la excusa de que los fines de la “revolución” trascienden estas nimiedades, se afianzó un espacio de transacciones a discreción, sin rendición de cuentas, que sirvió para forjar alianzas con factores indispensables para la consolidación del poder.

 

Chávez, provisto de las copiosas alforjas que le proveyó la renta petrolera, pudo incursionar con éxito en tales tratos, articulando un tejido de alianzas, nacionales e internacionales, que vigorizó su dominio. Negocios turbios de todo tipo fueron “fagocitando” espacios de actividad económica, dando lugar a verdaderas mafias confabuladas en su depredación. Se plasmó, así, un régimen de expoliación que, como su nombre indica, vive del expolio de la riqueza social. Es un arreglo parasitario, no productivo.

 

Las oportunidades que ofrece para concertar alianzas han sido decisivas para el sostén de Maduro, carente del carisma y de la ascendencia de su mentor y, luego de su segundo año de gobierno, de los fastuosos ingresos percibidos por aquél por exportación de crudo. Hoy, se expresa como alianza cómplice entre militares traidores, bandas criminales internas y de afuera (ELN, FARC disidentes) y gobiernos forajidos. Expresan la existencia de un Estado gansteril[2].que debe cebarse continuamente.

 

El problema con este régimen de expoliación es, claro está, que no produce: It doesn’t deliver the goods. Una vez agotada la renta petrolera, aislado financieramente el país a raíz del default implícito de 2017 y reducida la economía doméstica a apenas la cuarta parte de cuando comenzó su mandato, Maduro ya no tiene para donde coger para alimentar las complicidades y, a la vez, legitimar su acción de (des)gobierno ante los venezolanos si tiene que realizar elecciones que parezcan creíbles. Ante la galopante inflación, echarles la culpa a las sanciones ya no genera los réditos políticos esperados. Con el desastre económico que ha provocado y la violación extendida de los derechos de los venezolanos --muertes, torturas y privación arbitraria de libertad--, no hay razón para que permanezca en el poder.

 

De ahí las medidas económicas que ha ido lanzando al garete. Acertó con la liberación de precios y de la tenencia de divisas, pero no la complementó con el resto de las garantías –entre éstas, las referidas a los derechos humanos-- que le hubiesen permitido concertar empréstitos externos para solventar las fallas de los servicios públicos, crear condiciones para estimular la actividad económica y poder atraer inversiones. En vez, siguió repartiendo dinero (“bonos de la patria”, de “guerra económica”, cestaticket) y aumentando el salario mínimo por decreto, a pesar de que sólo podía financiarlos con emisión monetaria del BCV. Derivó en la terrible hiperinflación que causó tantos estragos entre 2017 y 2021. Hizo promulgar una ley “antibloqueo” (¡!) para recaudar fondos (¿lavar capitales?), negociando activos públicos a la sombra, sin licitación ni rendición de cuentas. Atendiendo a sus asesores ecuatorianos, aplica, como política antiinflacionaria, un ajuste neoliberal severo para reducir la liquidez (por tanto, la demanda) --¡en una economía con un grado abismal de desempleo de sus recursos productivos!--, dificultando todavía más la reactivación económica. También dejó de ajustar desde hace más de un año los sueldos de los empleados públicos. Pero la inflación sigue siendo la más alta del mundo, por lo que los condenó a niveles de miseria invivibles. Ello colapsó la administración pública. Ahora anda por ahí hablando de Zonas Económicas Especiales (ZEE). Pero éstas sólo tienen sentido si cuentan con una batería de incentivos –exoneraciones, regímenes aduaneros y laborales especiales, servicios públicos eficientes y confiables, infraestructura física y comunicacional, financiamiento, seguridad jurídica y personal—que precisan de un Estado eficaz, notoriamente inexistente en Venezuela.

 

Maduro no tiene idea de lo que se requiere para salir del hueco económico en que nos ha metido. Y no es sólo por ignorancia. Como custodio de las complicidades que nutren a los distintos factores que viven del Estado gansteril, tampoco le ha interesado hasta ahora. Y no sólo implica coordinar el uso de los componentes del aparato represivo del Estado, incluyendo tribunales cómplices, sino articulando también, bajo tutela cubana, un imaginario –una falsa realidad—con base en clichés “revolucionarios” para legitimarse ante una fanaticada cada vez más reducida. El gran desafío que enfrenta es cómo mantener la madeja de dispositivos del que se valen los depredadores y a la vez obtener recursos con los cuales sostener las actividades básicas de un Estado. La cuadratura del círculo, pues.   

 

Acaba de regresar de China, país al que acudió, acompañado de un entourage de familiares y acólitos, en procura de churupos con los cuales correr, aún más, la arruga. Ilusionado con una supuesta afinidad ideológica con el gigante asiático, se le pasó por alto que Venezuela todavía le debe unos $ 20 millardos del Gran Fondo Chino. Escarmentados con tal irresponsabilidad, el gobierno chino prefirió anotarse con acuerdos marco de cooperación bilateral en distintas áreas, en vez. Si acaso, habrá recursos para proyectos específicos que pudiesen surgir, con las garantías correspondientes.

 

 Pero como el arte de una buena diplomacia se basa en complacer el ego del visitante, se anunció un acuerdo para entrenar astronautas venezolanos, con miras a una eventual misión a la luna. Y con un acuerdo de tan elevada trascendencia –espacial--, regresó Maduro orondo y feliz. ¡Misión cumplida! Mientras, los venezolanos siguen sucumbiendo a la inflación, el colapso económico, la falta de gasolina, la inseguridad, los apagones y la crisis en la prestación de salud y de otros servicios.

 

Dicen que la reina María Antonieta exclamó perpleja ante la hambruna del pueblo francés: “¡Si no hay pan, buenas son tortas!”  Unos 270 años después, Maduro añade, ¡Tenemos patria y vamos a la luna!



[1] García Larralde, Humberto (2008), El fascismo de siglo XXI: La amenaza totalitaria de Hugo Chávez Frías, Random House Mondadori, Colección Actualidad Debate, Caracas.

[2] Paola Bautista de Alemán, Revolución Bolivariana y el desarrollo del Estado gangsteril en Venezuela”, en Democratización, septiembre 2019

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