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El apoyo popular tanto del partido Morena, actualmente en el gobierno en México, como de la gestión del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), se deterioran progresivamente; incluso, la fortaleza del propio Presidente se estanca. Ya han enfrentado algunas derrotas contundentes y, ante las elecciones locales (gobernaciones y ayuntamientos) previstas para el presente año y las presidenciales para el 2024, pareciera que la estrategia del gobierno se radicaliza, incrementa la presión y la manipulación, para tratar de subir los números en las encuestas.
En el marco de la nueva estrategia de presión, se inscribe la sorpréndete propuesta de reformas en el sistema electoral, presentada recientemente por el gobierno, que conlleva cambios en la Constitución, para lo cual se requiere un importante apoyo en el poder legislativo, que no se percibe actualmente, entre otros, debido a que en las pasadas elecciones legislativas, el partido Morena perdió la mayoría absoluta en el Congreso y, el reciente intento de imponer una reforma en el sector energético, no contó con el apoyo de la oposición, que frente a esa maniobra ha logrado actuar coordinadamente (los partidos PRI, PAN y PRD), lo que el presidente calificó como una “traición a la patria”; es decir, a sus intereses.
Entre los principales elementos que contiene el proyecto de reforma electoral destacan: cambios en la composición y procedimiento de elección del órgano electoral (Instituto Nacional de Elecciones INE), eliminación de los diputados plurinominales y reducción del número de miembros de los órganos legislativos regionales.
Sin menospreciar la conveniencia de realizar reformas en las instituciones a los fines de su modernización, todo pareciera indicar que, con el proyecto electoral, el presidente incrementa el cuestionamiento al INE, pues su objetividad en el manejo de los resultados del reciente referéndum revocatorio, confirmó claramente el deterioro de la popularidad del gobierno. En efecto, si bien el presidente ganó la consulta, ha resultado una victoria pírrica, pues el nivel de participación resultó tan bajo que apenas alcanzó un 18% del padrón electoral.
Desde una perspectiva más crítica se podría interpretar que el presidente y su partido aspiran lograr una reforma que permita el control del órgano electoral, una jugada típica de los gobiernos populistas y autoritarios, paso previo para promover una democracia plebiscitaria, mediante la cual un supuesto respaldo del pueblo (muy cuestionable por el control del órgano electoral) se convierte en la fundamentación para la eliminación de los controles y equilibrios propios de la democracia, de esa forma van despejando el camino para perpetuarse en poder.
Por otra parte, posicionar en el debate público una reforma electoral, podría facilitar la introducción del complejo tema de la reelección presidencial, que está claramente prohibida en el Artículo 83 de la Constitución; empero, dado que el rechazo popular castiga más fuertemente al partido, el objetivo sería repetir con el presidente AMLO, quien sigue manteniendo importante respaldo en los sectores humildes y en las zonas rurales, para las elecciones del 2024.
Ahora bien, sin el control del Congreso y con el reciente fracaso de la reforma energética, para poder avanzar en la reforma electoral el gobierno podría retomar viejas prácticas autoritarias y fraudulentas, que predominaron durante la larga hegemonía de 70 años del PRI en el poder y, en consecuencia, incrementar la presión sobre los críticos, los partidos de oposición, los medios de comunicación; pero también, la compra de conciencias y saltos de talanquera, que permita alcanzar los votos necesarios para aprobar la polémica reforma.
Al inicio de la gestión del presidente AMLO se podía calificar de grave injuria dudar de su probidad, asociándole a prácticas fraudulentas; empero, también la imagen del “ascético presidente paladín en la lucha contra la corrupción”, ha enfrentado un fuerte golpe, con la información sobre la ostentosa vida de su hijo José Ramón López Beltrán quien vive en los Estados Unidos, que circuló ampliamente y el gobierno desmintió de forma categórica; pero, ha dejado huella en los sectores humildes, que constituyen la base dura del respaldo popular.
La política exterior, en particular la relación con Estados Unidos constituye otro de los temas que han influido en el deterioro del respaldo de los grupos más radicales, que califican de debilidad, incluso de traición la posición frente al imperio. En relación a este tema conviene recordar que, desde los inicios en la política del presidente AMLO en la década de los setenta, particularmente en sus intentos de llegar a la presidencia (2006, 2012), AMLO como político cultivo una narrativa antisistema, anti imperialista y rupturista.
En esos largos años de lucha política AMLO se vinculó con los movimientos radicales que participan el Foro de San Pablo; ha sido un admirador de la dictadura comunista de Cuba y promovió la satanización del acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos. Para esos grupos, la actuación del presidente, frente al imperio, en particular frente al presidente Donald Trump, constituye una traición de los principios revolucionarios originales.
Pero la posición del presidente AMLO frente a la compleja administración del presidente Trump, puede ser calificada como una hábil y exitosa estrategia; empero, el presidente AMLO no ha tenido la honestidad de reconocer sus errores del pasado y precisar al país la importancia y conveniencia del acuerdo de libre comercio, donde México está logrando importantes beneficios. Pareciera que el presidente AMLO aspira mantener el respaldo duro de los radicales y fanáticos y, en tal sentido, no alterar el falso discurso frente a las instituciones liberales.
El presidente podría reconocer que el libre comercio genera beneficios significativos que México está disfrutando, pero también puede conllevar inequidades que se pueden enfrentar con la negociación de reformas en el tratado, la inclusión de mecanismos de equidad e incentivos para los más débiles. Con su silencio el presidente AMLO pareciera perpetuar en los fanáticos, la imagen de “la ballena (Estados Unidos) comiéndose a la sardina (México)”, que no ha resultado cierta con la aplicación del acuerdo.
Los radicales fanáticos también cuestionan la reciente gira del presidente AMLO por varios países de América Central (Guatemala, Honduras y El Salvador) y estiman que está actuando como mensajero del imperio, para tratar de resolver el complejo tema migratorio de los Estados Unidos, que utiliza a México como plataforma de acceso. Pero el presidente no quiere enfrentar a los radicales, cuestionando sus argumentos y perder más popularidad.
En consecuencia, no defiende los éxitos de la relación con el imperio y para manipular la relación con los radicales incorpora el fortalecimiento de las relaciones con la dictadura cubana, abrazando a Miguel Díaz-Cannel y aceptando orgulloso la medalla José Martí; pero desconociendo la flagrante violación de los derechos humanos en la isla, que se ha agudizado luego de las pocas horas de libertad que vivieron muchos cubanos, al salir a las calles a pedir libertad el 11 de julio del 2021, y ahora enfrentan una brutal represión.
Adicionalmente, para cohesionar el apoyo radical, ahora el presidente AMLO se presenta como el líder defensor de los gobiernos autoritarios de la región e inicia una campaña en de cuestionamiento sobre la eventual exclusión de esos gobiernos de la próxima Cumbre de las Américas, que en esta oportunidad tiene como anfitrión al gobierno de los Estados Unidos y está prevista para efectuarse en la ciudad de Los Ángeles del 06 al 10 de junio.
El sistemático menosprecio del presidente AMLO de los derechos humanos y los valores liberales que privilegian las libertades y la institucionalidad democrática, está contribuyendo a desvanecer la imagen del presidente AMLO como una cara amable del populismo latinoamericano.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.
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