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El
futuro del orden mundial
Mar 4, 2025JOSEPH S. NYE, JR.
CAMBRIDGE – El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha sembrado
serias dudas sobre el futuro del orden internacional de posguerra.
Recientemente, en discursos y votaciones en las Naciones Unidas, su
administración se ha puesto del lado de Rusia, un agresor que lanzó una guerra
de conquista contra su vecino pacífico, Ucrania. Sus amenazas arancelarias han
suscitado dudas sobre las alianzas de larga data y el futuro del sistema de
comercio global, y su retirada del acuerdo climático de París y de la Organización
Mundial de la Salud ha socavado la cooperación frente a las amenazas
transnacionales.
1.
La perspectiva de un Estados Unidos totalmente desvinculado y centrado
en sí mismo tiene implicancias preocupantes para el orden mundial. Es fácil
imaginar a Rusia aprovechando la situación para intentar dominar Europa
mediante el ejercicio o la amenaza de fuerza. Europa tendrá que mostrarse más
unida y asegurar su propia defensa, aunque el respaldo estadounidense siga
siendo importante. Del mismo modo, es fácil imaginar a China afirmándose más en
Asia, donde busca abiertamente el dominio sobre sus vecinos. Esos vecinos
seguramente habrán tomado nota.
De hecho, todos los países se verán afectados, porque las relaciones
entre estados y otros grandes actores transnacionales están interconectadas. Un
orden internacional se basa en una distribución estable del poder entre los
estados; normas que influyen en la conducta y la legitiman, e instituciones
compartidas. Un orden internacional determinado puede evolucionar gradualmente
sin dar lugar a un claro cambio de paradigma. Pero si la política interna de la
potencia preeminente cambia demasiado radicalmente, todo se acaba.
Dado que las relaciones entre los estados varían naturalmente con el
tiempo, el orden es una cuestión de grado. Antes del sistema estatal moderno,
el orden se imponía a menudo por la fuerza y la conquista, que tomaba la forma
de imperios regionales como China y Roma (entre muchos otros). Las variaciones
en la guerra y la paz entre imperios poderosos eran más una cuestión de
geografía que de normas e instituciones. Como eran contiguos, Roma y Partia (la
zona alrededor del Irán actual) a veces se enfrentaban, mientras que Roma,
China y los imperios mesoamericanos no lo hacían.
Los propios imperios dependían tanto del poder duro como del poder
blando. China se mantenía unida por sólidas normas comunes, instituciones
políticas sumamente desarrolladas y beneficios económicos mutuos. Lo mismo
ocurría con Roma, especialmente con la República. La Europa post-romana tenía
instituciones y normas en forma de papado y monarquías dinásticas, lo que
significaba que los territorios a menudo cambiaban de gobierno a través del
matrimonio y las alianzas familiares, independientemente de los deseos de los
súbditos. Las guerras solían estar motivadas por consideraciones dinásticas,
aunque los siglos XVI y XVII trajeron guerras nacidas del fervor religioso y de
la ambición geopolítica, debido al auge del protestantismo, las divisiones en
el seno de la Iglesia Católica Romana y el aumento de la competencia
interestatal.
A finales del siglo XVIII, la Revolución Francesa trastocó las normas
monárquicas y las restricciones tradicionales que durante tanto tiempo habían
sostenido el equilibrio de poder europeo. Si bien la ambición imperial de
Napoleón fracasó, en última instancia, tras su retirada de Moscú, sus ejércitos
barrieron muchas fronteras territoriales y crearon nuevos estados, dando lugar
a los primeros esfuerzos deliberados por crear un sistema estatal moderno, en
el Congreso de Viena de 1815.
El “Concierto de Europa” posterior a Viena sufrió una serie de
trastornos en las décadas siguientes, sobre todo en 1848, cuando las
revoluciones nacionalistas arrasaron el continente. Tras estas convulsiones,
Otto von Bismarck lanzó varias guerras para unir a Alemania, que asumió una
posición central poderosa en la región, reflejada en el Congreso de Berlín de
1878. Gracias a su alianza con Rusia, Bismarck consiguió un orden estable hasta
que el Kaiser lo destituyó en 1890.
Entonces llegó la Primera Guerra Mundial, a la que siguieron el Tratado
de Versalles y la Liga de Naciones, cuyo fracaso preparó el terreno para la
Segunda Guerra Mundial. La posterior creación de las Naciones Unidas y de las
instituciones de Bretton Woods (el Banco Mundial, el Fondo Monetario
Internacional y el precursor de la Organización Mundial del Comercio) marcó el
episodio de creación de instituciones más importante del siglo XX. Dado que
Estados Unidos era el actor dominante, la era posterior a 1945 se conoció como
el “Siglo Americano”. El final de la Guerra Fría en 1991 produjo entonces una
distribución unipolar del poder, que permitió la creación o el fortalecimiento
de instituciones como la OMC, la Corte Penal Internacional y el acuerdo
climático de París.
Incluso antes de Trump, algunos analistas creían que este orden
norteamericano estaba llegando a su fin. El siglo XXI había provocado otro
cambio en la distribución del poder, que habitualmente se describía como el
ascenso (o, más precisamente, la recuperación) de Asia. Si bien Asia había
representado la mayor parte de la economía mundial en 1800, quedó rezagada tras
la Revolución Industrial en Occidente. Y, al igual que otras regiones, sufrió
las consecuencias del nuevo imperialismo que las tecnologías militares y de
comunicaciones occidentales habían hecho posible.
Ahora, Asia está recuperando su estatus de principal fuente de
producción económica mundial. Pero sus recientes avances se han producido más a
expensas de Europa que de Estados Unidos. En lugar de decaer, Estados Unidos
sigue representando una cuarta parte del PIB mundial,
como en la década de 1970. Si bien China ha reducido sustancialmente el
liderazgo de Estados Unidos, no lo ha superado ni económica ni militarmente.
Tampoco en términos de alianzas.
Si el orden internacional se está erosionando, la política interna de Estados
Unidos es una causa tan importante como el ascenso de China. La cuestión es si
estamos entrando en un período totalmente nuevo de decadencia estadounidense, o
si los ataques de la segunda administración Trump a las instituciones y
alianzas del siglo americano terminarán siendo otra caída cíclica. Puede que no
lo sepamos hasta 2029.
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Joseph S. Nye, Jr.,
Professor Emeritus at Harvard University, is a former US assistant secretary of
defense and the author of Do Morals Matter?
Presidents and Foreign Policy from FDR to Trump (Oxford University Press,
2020) and A Life in the American Century (Polity Press, 2024).