miércoles, 30 de enero de 2019

La Transición Energética: sí, pero para cuando.


 La Transición Energética: sí, pero para cuando.

Prof. Dr. Carlos Eduardo Daly Gimón


La Transición Energética es el objetivo de mayor alcance que se ha fijado la humanidad entera en los últimos años.
Está en juego su propia sobrevivencia.
Probablemente sea más apropiado afirmar, como lo hace La Tierra sobrevivirá; nosotros, tal vez no”: “Tenemos que establecer una relación cooperativa con la biósfera —que ni siquiera hemos imaginado aún— en la que todos se beneficien. Esto implica entender lo que hace a la biósfera —con nosotros todavía en ella— más fuerte, innovadora y resiliente” [1].
Y para llegar a esa mejor vinculación con la Biósfera, hay que necesariamente transformar los patrones tradicionales de consumo de combustibles por la producción y uso de las energías renovables.
Tienen que cambiarse las conductas de los ciudadanos en su vinculación con el medio ambiente, pero adelante van los gobiernos, en su compromiso, que es decir responsabilidad, en la implementación de políticas y legislaciones para controlar, y en la medida de lo posible, revertir las causas determinantes de la contaminación medioambiental, y de los desequilibrios en los diferentes ecosistemas.
Desde esa perspectiva, la Transición Energética tiene diversas aristas.
Gestionar el constante crecimiento de la demanda mundial de energía, disminuir las fuentes de energía provenientes de los combustibles fósiles; impulsar y profundizar el suministro de energía alternativa para progresivamente sustituir aquellas que contribuyen al deterioro medioambiental, es decir, las que coadyuvan a las emisiones de CO2 y activan los gases de efecto invernadero. Asimismo, detener los cambios climáticos, proteger la salud de los ciudadanos, elevar la calidad en el consumo de energías de alto riesgo - nuclear, por ejemplo -; en fin de cuentas replantearse la convivencia armónica en la biodiversidad.
Pero no hay que perder de vista las complejidades que ello acarrea.
La economía mundial de hoy en día funciona, fundamentalmente, con base al petróleo. Los costos de producción, y, consecuentemente los precios de los hidrocarburos juegan un papel determinante en esa dinámica. No solamente con respecto al consumo humano e industrial propiamente dicho, sino también con respecto a las demás fuentes energéticas. De allí que el mercado de las energías es un factor relevante en la reorientación de los hábitos y prácticas imperantes, y, dicho sea de paso, incide de manera considerable en las prioridades e intervenciones de los gobiernos.
Pero el petróleo y las demás fuentes tradicionales (Carbón mineral, Gas Natural, Electricidad) son no renovables y por tanto tienen plazo de agotamiento. Lo quieran o no los grandes países consumidores, tienen que descubrirse o desarrollarse diferentes medios energéticos que aseguren el suministro adecuado al crecimiento económico actual y venidero.
Otra especificidad de la contextualidad energética de estos tiempos, es que los efectos que provocan las distorsiones en el consumo de ciertos países afectan a la comunidad internacional en su conjunto, sin que ello pueda ser evitado o controlado. Los industrializados (Estados Unidos, Unión Europea, Japón y otros), y algunos países en vías de desarrollo como India o China, son agentes altamente contaminantes sobre gran parte del planeta sin que ello pueda ser impedido salvo que se logre la colaboración espontánea, consciente, de todos los que contaminan.
Dadas las enormes implicaciones que para la calidad de vida y el porvenir de las sociedades tiene el consumo energético actual, se ha vuelto un verdadero reto establecer propósitos y objetivos para la Transición Energética.
En esta dirección, todo el mundo está de acuerdo en tres cosas fundamentales. La primera, es que no puede tratarse de una meta a largo plazo dadas las advertencias, señalamientos y resultados presentados por renombrados científicos e instituciones muy reputadas, que llevan a concluir que: los daños sustanciales e irreversibles a la tierra amenazan seriamente el bienestar humano.
Lo segundo, es que la sustitución de las energías fósiles implica un proceso escalonado, en el que está implicado un importante costo económico tanto para los ciudadanos[2], como para la gestión gubernamental, e incluso para el sector empresarial. Es una aspiración que beneficia a todos por igual.
La tercera, es que la innovación juega un papel fundamental en la Transición Energética; es un factor clave en la llamada eficiencia energética[3]. Ciertamente, la innovación también repercute en las grandes transformaciones que experimenta los sistemas económicos y sociales, pero su implicación en los objetivos medioambientales del mundo contemporáneo es realmente determinante.
Para adelantar en la necesaria efectividad que plantea la Transición Energética, resulta conveniente detenernos en ciertos aspectos que han venido ocurriendo en años recientes.
El Acuerdo de Paris, como parte de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, es una de ellas. Ese significativo tratado se suscribió en diciembre de 2015, en el que 195 naciones del mundo entero se comprometieron en la lucha contra el cambio climático. El Acuerdo de Paris entró en vigencia el 04 de noviembre de 2016.
Al poco tiempo (2017), el gobierno de los Estados Unidos se retira del Convenio con el argumento de que tiene que proteger a su país, prometiendo que regresará cuando se renegocie el tratado en términos más justos. Nicaragua y Siria tampoco lo suscribieron.
Más allá de esas deserciones, nada despreciables por cierto, pues bien es sabido que la economía estadounidense tiene una gran responsabilidad en el cambio climático, China sí se incorpora al Acuerdo de París, lo ratifica, y ha mantenido una línea de compromiso con los preceptos allí acordados.
Los dirigentes chinos parecen haber comprendido la importancia de la defensa del medio ambiente, y sus implicaciones. Reducción del consumo del carbón, impulsar la producción y venta de los vehículos eléctricos y restricciones a la producción de acero y coque, están entre los prioridades de  su Plan de Acción contra la Polución 2018-2020.
En el plano internacional, en julio de 2018, el país asiático firmó un compromiso con la Unión Europea para “la efectiva implementación de los Acuerdos de París en todos sus aspectos”. Aumento de la asistencia multilateral, encontrar soluciones efectivas contra el problema de las emisiones de la aviación y la industria naviera, y examinar formas de controlar las emisiones de carbono, son  algunas de las iniciativas que incentivan la cooperación más reciente entre la Unión Europea y la potencia asiática.
La República de la India ha reiterado, en declaraciones oficiales, su compromiso con los postulados del Acuerdo de París y la lucha contra la emisión de gases de efecto invernadero.
El Climate Action Tracker ha examinado las acciones de India compatibles con el Acuerdo de París, y estima que para el 2030, ese país asiático tenga un 50 por ciento menos de emisiones que las obtenidas el 2005. El Climate Change Performance Index ha igualmente informado que en 2018, India ya ocupa la posición 14 en ese Ranking, por encima de Francia e Italia que ocupan el puesto 15 y 16 respectivamente [4].
Asunto diferente resulta la posición de los países productores/exportadores de petróleo.
Aunque los 15 países miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) también se incorporaron en 2015 al Acuerdo de París, en tanto que proveedores mundiales de hidrocarburos provenientes de combustibles fósiles mantienen una posición ambigua y si se quiere hipócrita con respecto a los grandes objetivos del Desarrollo Sostenible.
Para la OPEP, el principal problema de las emisiones contaminantes no son las fuentes energéticas en sí, sino sus efectos y consecuencias, por lo que cualquier solución pasa por el empleo de factores de orden tecnológico, y no la eliminación de esas fuentes. Argumento muy polémico y ciertamente discutible.
Las principales razones de la OPEP giran en torno al hecho de que, efectivamente, la población seguirá creciendo y se necesitará cada vez más energía para darle respuesta a esas necesidades. Se estima que en 2040 la población mundial superará los 9.000 millones de personas.
Los registros del cartel petrolero revelan que la demanda de energía crecerá en un 33% en 2040, con especial fuerza en los llamados países emergentes.
Por el lado de la oferta, las fuentes renovables tendrán un mayor empuje en su crecimiento, el cual se ubicará  alrededor del 7.4% anual entre 2015 y 2040. Comparada con la cifra de 2015, la reducción del consumo será ínfimo, de sólo 1%. La demanda, por su parte, se estima que se incrementará de 97,2 a 111,7 millones anuales entre 2015 y 2040.
El gas será la fuente energética de mayor dinamismo con un 35%, le seguirán las renovables con un 21%, luego el petróleo con un 16%, la energía nuclear con 10%, la biomasa con 9%, y de este grupo de fuentes energéticas la única que decrecerá en el panorama energético que se avecina es el carbón que baja del 28% al 22%[5].
Vale, de igual forma resaltar, que las legislaciones nacionales comprometidas con la Transición Energética toman cada vez más espacio e interés en la dinámica medioambiental.
Francia ya tiene su Ley sobre la Transición Energética [6], en la que fija como objetivos principales: Reducir las emisiones de efecto invernadero en un 40 % ; disminuir en un 30% el consumo de energías fósiles, bajar el consumo de energía en un 20%. Desplazar el 40 % de las energías renovables hacia la producción de energía eléctrica y  destinar el 32 %  al consumo energético global.
En la misma línea de cumplir los compromisos con sus socios de la Unión Europea en relación al medio ambiente y a la energía, el Congreso de los Diputados del Parlamento de España le dio entrada, en septiembre de 2018, a la “Proposición de Ley Sobre Cambio Climático y Transición Energética”[7].
Esas iniciativas legislativas tienen mucha importancia, pero ya es bien sabido que su implementación requiere no solamente de decisiones, claridad de perspectivas y resultados tangibles, sino que las diligencias institucionales demoran con frecuencia mucho más de lo deseado para poder mostrar resultados a corto y mediano plazo.
Y más allá de las determinaciones públicas y de las comunidades, los actores y protagonistas en los mercados de la energía continúan con su propia dinámica.
Entre ellos los precios de los hidrocarburos.
En 2018 los precios han tenido una trayectoria bastante diferente a lo que venía ocurriendo en los años precedentes. A raíz de las decisiones de la OPEP de junio y de diciembre del año pasado, la reducción de la producción petrolera como estrategia para controlar el mercado ha vuelto a posicionarse como herramienta decisiva en manos de los productores.
La relación producción/consumidor de las energías fósiles trae a colación una cierta tensión en los escenarios de la economía energética.
Al elevarse los precios tendremos un importante impacto sobre las energías alternas. Eso significa que a menor precio el consumo de combustibles sube, lo que viene a representar, en términos prácticos, una desaceleración de la Transición Energética. Más allá de ese impacto, también los efectos sobre las demás fuentes de energía  operan hacia la baja. De allí la importancia de darle más eficiencia tecnológica a las fuentes renovables.
La Transición Energética no muestra el mismo desempeño ni cometido por parte de ciertas regiones del mundo no desarrollado, como es el caso de América Latina.
Ciertamente, en ello cuenta mucho la capacidad de inversión en gas y en otras energías renovables de esos países.
Hay naciones, como República Dominicana, cuyo consumo interno de energía basado en combustibles fósiles ronda el 76%. Igualmente se identifican economías que tienen como factor energético determinante  el gas natural; por ejemplo Bolivia, que alcanza un 80%.
En cambio, hay naciones en la región que asignan importantes fondos para incentivar el desarrollo de las energías renovables como Brasil y México, en los que se reconocen apoyos hasta por los 6.000 millones de dólares para ese fin [8].
No obstante, conviene dejar claramente establecido que México refuerza desde la Reforma Energética de 2014[9], su apuesta por las energías tradicionales. Todavía el 80% de su consumo de energía eléctrica se lleva a cabo con medios energéticos propios de la energía más contaminante.
Pero, vale subrayar, en el país azteca ya existe una normativa para la Transición Energética [10], aunque resulte allí incluida la energía nuclear, con un 5% de sus necesidades que se generan por esa vía. Igual se tiene que mencionar la instalación de muchos paneles fotovoltaicos por todo el país.
Sin embargo, no debemos olvidar que México es uno de los 10 países que más emite gases de efecto invernadero.
Por su parte, Brasil también muestra avances interesantes en materia de conversión hacia esquemas renovables, tal como ha sido ya anotado. El 40% de la energía procede de energías limpias, y en materia de generación se menciona hasta un 75% entre las renovables. En ello cuenta el extraordinario potencial en materia de hidroelectricidad y en el uso de biocombustibles en el gigante latinoamericano.
Quedan, desde luego, importantes tareas por cumplir en Brasil, como es el caso de la deforestación, con frecuencia de manera ilegal
de los bosques tropicales, pues se estima que representan un 35% de las emisiones de gases de efecto invernadero desde esa nación.
Argentina cuenta con una Ley para el Desarrollo de las Energías Renovables desde 2006, pero la energía hidroeléctrica todavía proviene de fuentes tradicionales en la gran mayoría de los casos, y sus estimaciones han fijado una meta de alrededor del 20% en 2025.
Queda, en el caso de Argentina, reducir de forma sistemática y significativa los subsidios a los combustibles fósiles para avanzar hacia una mayor eficiencia energética. Chile y Perú también han dado pasos importantes en dirección de la Transición Energética.
Finalmente, el panorama que presenta la región latinoamericana revela importantes desafíos en materia de energías limpias, en las que  por cierto apenas se abre paso. Tal como hemos adelantado, se trata de elevar las inversiones para elevar la capacidad de generar energía eléctrica, incrementar el aprovechamiento de los recursos naturales, racionalizar el consumo de hidrocarburos, incorporar tecnologías inteligentes y sumar al sector privado en el desarrollo de proyectos mixtos para el máximo aprovechamiento de las fuentes renovables, y darle un vigoroso impulso a la integración energética regional.
América latina y el Caribe tienen que ampliar sus espacios medioambientales hacia las energías renovables, con base en las pautas del Acuerdo de Paris, sus propias realidades, y la búsqueda  de una mayor eficiencia energética colaborativa.








[2] Una de las variables que ha estado presente en las reivindicaciones del muy renombrado movimiento de los “Gilets Jaunes” en Francia, es el impuesto sobre los combustibles, el cual representa un aporte importante de los contribuyentes para controlar el consumo de energías altamente contaminantes. Veáse: “Los Gilets Jaunes en Paris”. Artículo publicado en el Blog de Carlos Eduardo Daly Gimón el 04/12/2018.
[3] “La Eficiencia Energética es la fuente de energía más importante del futuro. Esta se puede definir como la reducción del consumo de energía manteniendo los mismos servicios energéticos, sin disminuir la calidad de vida, protegiendo el medio ambiente, asegurando el abastecimiento y fomentando un comportamiento sostenible en su uso. Constituye un gran sistema que involucra negocio, responsabilidad medio ambiental y sentido de realidad social, donde pueden convivir energías convencionales con las renovables o limpias. Producto de todo lo anterior se genera ahorro de energías”. Tomado de http://www.anescochile.cl/que-es-eficiencia-energetica/ Consultado el 27/01/2018.

[4]Acción por el Clima en India: Avances en energía renovable y desafíos en el acceso a la información”. Tomado de https://www.bcn.cl/observatorio/asiapacifico/noticias/accion-clima-india-avances-desafios-gobierno-abierto Consultado el 28/01/2019.


[6] En verdad, ese cuerpo normativo es conocido como la “Ley Nº 2015-992, del 17 de agosto de 2015, referida a la transición energética para el crecimiento verde”. Aprobada por el 13 de agosto por el Consejo Constitucional, y  publicada en la Gaceta Oficial de Francia algunos meses antes de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, mejor conocida como la Conferencia de Paris de 2015.
[7] Boletín Oficial  de las Cortes Generales. Congreso de los Diputados. Nº 302-1, del 7 de septiembre de 2018.
[9] “Retos para la transición energética latinoamericana”. Boris Santos Gomez. 23 de abril de 2018.Centro Alemán de Información para Latinoamérica (2017) https://alemaniaparati.diplo.de/mxdz Consultado el 22/01/2019.
[10] El esquema normativo mexicano en materia ambiental es diverso.  Cabe destacar, en ese sentido: “Ley General del Equilibrio Ecológico y Protección al Ambiente, Ley de Aguas Nacionales, Ley General de Desarrollo Forestal Sustentable, Ley General de Vida Silvestre, Ley de Desarrollo Rural Sustentable, Ley General para la Prevención y Gestión Integral de Residuos, Ley de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados, Ley de Productos Orgánicos, Ley General de Pesca y Acuacultura Sustentables, Ley de Promoción y Desarrollo de los Bioenergéticos, Ley Federal de Responsabilidad Ambiental y la Ley General de Cambio Climático, cada una con sus reglamentos. De este compendio de leyes y reglamentos se derivan las diferentes normas (NOM,NMX) a cada rubro ambiental; agua, suelo, aire, desarrollo rural, residuos, entre otros. De ahí surgen los acuerdos, decretos y así sucesivamente siguiendo la cadena terminando en los bandos municipales”. Tomado de https://www.globalstd.com/networks/blog/legislacion-ambiental-en-mexico Consultado el 29/01/2019.

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