sábado, 15 de febrero de 2020

VENEZUELA: DOS CARAS DEL DÓLAR EN UNA ECONOMÍA DISTORSIONADA


VENEZUELA: DOS CARAS DEL DÓLAR EN UNA ECONOMÍA DISTORSIONADA

EDUARDO ORTIZ RAMIREZ


Situación de fuerte estancamiento recesivo, con varios años seguidos de decrecimiento; con hiperinflación mantenida y latente (65 % de inflación en el mes de enero según la Asamblea Nacional); servicios públicos en bola de nieve abarcando destrucción y/o deterioro; escasez de bienes fundamentales a precios accesibles para la mayoría de las familias versus abundancia de algunos bienes a precios inaccesibles o los resaltados bodegones que reflejan –ficticiamente- lo que algunos creen es recuperación; y una dolarización que hemos llamado chucuta e informal[1]; son solo algunos espacios de lo que se va a tener que atender, pues la administración bolivariana fue derrotada por la economía y el dólar, resultando ser este –ahora-  un salvador o un “menos mal que existe”. La lengua no es solo castigo del cuerpo, sino de las variadas almas que a veces tienen ciertos políticos.

En este escenario que implica –además- una aguda desinstitucionalización y una profunda acumulación de distorsiones  en los precios y salarios relativos y, compartiendo, además, que el país necesita mucho de la teoría y de planes de ajuste e igualmente de una estrategia de desarrollo económica para el mediano y largo plazo, debe, de todas maneras, señalarse que, en el contexto de la actual administración, no tendrá cabida pensar mucho en costo domestico de la divisa, volatilidad/desalineación o fijación de un tipo de cambio real de equilibrio. Contrario a ello, tenemos una variopinta acumulación de aspectos, dignos de la más seria de las fenomenologías.

El dólar no tiene una cara en Venezuela, tiene lo que los estadounidenses llaman dos caras (y hasta tres y cuatro dirían algunos). En el contexto de su economía de origen y el mundo, el dólar es una moneda fuerte y un activo de reserva: 100 $ son cien $, 20 $ son veinte $, con la estabilidad que suministra la relativa baja inflación en la mayoría de los mercados desarrollados. Se sabe que una hora de trabajo normal puede valer 9 o 10 $, pero también que una de trabajo más especializado puede bordear los 28/30 dólares en el mercado estadounidense. Más aún, pueden haber pronunciamientos sobre los niveles de ingreso en $ de jubilados o pensionados para décadas siguientes, independientemente de futuras alteraciones.

Pero, adicional a estas observaciones, se sabe también que el que una economía pueda dolarizarse  no está expresado en que un banco, sea cual sea, ofrezca cuentas en $, tengan la restricciones que tengan, pues uno de los requisitos de la dolarización formal es la verdadera entrega en cuentas, registros y procedimientos a una moneda que para un país no es la suya de origen. Por tanto, esta iniciativa y cualesquiera otras que puedan darse aumentan la incertidumbre dadas las distorsiones/desinstitucionalización referidas y las particularidades de la administración bolivariana (Ufff….).

La primera cara del dólar en Venezuela, es la de su real poder adquisitivo al compararse con una moneda deteriorada como es el bolívar soberano derivado del cono monetario establecido en 2018. Que además se ve alimentado con los vaivenes que se han creado con la dictadura de los portales, donde un actor inocente no es precisamente la administración bolivariana o los que desde ella actúan en el mercado cambiario flotante o paralelo (una modalidad variopinta de flotación sucia). Aun en condiciones de dolarización informal, esta cara del dólar sirve para comparar precios en el mercado interno con los internacionales.

La segunda cara del dólar en Venezuela es más variada o variopinta y atañe -por lo menos- a tres perspectivas. La primera atañe a la innovación con las particularidades venezolanas de lo que puede entenderse como inflación en dólares; esto es a pesar de los precios fijados y operativos internacionalmente grupos de emprendedores o comerciantes piensan y ejecutan mayores precios en dólares para el mercado venezolano. La segunda concierne a la facilidad con la que muchos piensan pueden operar para ofrecer sus servicios en dólares; como dijimos en otra nota a cualquiera le es fácil  pedir 20, 100 o 600 dólares y muchísimos más, según los casos (se trata de un dólar “desvalorizado” en la perspectiva que le acotamos más arriba). La tercera es atinente a lo que en este desorden y conjunto de elementos de una economía distorsionada, algunos, sectorialmente, esperan ganar como sueldos; lo cual si se ejecutase generaría mayores distorsiones. Claro este último asunto tiene pertinencia para el enfoque del sector público, pues el sector privado se ha movido con arreglos específicos y particulares de cada actividad, lo cual en un contexto de economía como el señalado termina generando distintas interrelaciones, con otros agentes y espacios de la economía, por no decir inflación o matices de escasez o abundancia de un servicio o bien, según los casos. La cuarta atañe a la perspectiva donde variados agentes económicos en la dolarización informal, se han dolarizado y preparado para buscar/conseguir sus ganancias o rentas. Quiere decir, en una economía donde ahora existe restricción de divisas venidas desde el Estado, se trata de conseguir formas y mecanismos para retener dólares  que se “encuentran” por variadas magias, en circulación. ¿Cómo controlar y captar una parte de las remesas? ¿Cómo aprovechar las compras en dólares a través de la fijación de un impuesto al consumo (iniciativa de la ANC)?

No bastando con estas caras del dólar dentro de las distorsiones aludidas, la administración bolivariana insiste en su creación y difusión del petro y en tratar de imponer algo que pocos quieren -y menos aun- habiendo conocido las mieles del dólar en esta dolarización informal.


15 de febrero de 2020
@eortizramirez
eortizramirez@gmail.com

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