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Ha asumido la presidencia chilena el joven Gabriel Boric y pocos presidentes asumen la primera magistratura batiendo tantos récords; pero, simultáneamente, generando tanta expectativa, angustias e incluso resistencias. El presidente más joven de la historia chilena, que ha logrado la mayor votación en los recientes años de democracia, que ha conformado un equipo de gobierno, con mayoría de mujeres, fundamentalmente técnicos con trayectorias respetables; empero, los desafíos que le esperan son colosales y, podríamos asumir que la Convención Constituyente se presenta como uno de los más retadores.
No conocemos el texto de la nueva Constitución, pero la información que circula y declaraciones de algunos miembros de la Convención, permiten estimar que podría resultar ambicioso, heterogéneo, contradictorio y disruptivo en materia de gobernabilidad. Al respecto, conviene recordar que ha sido una iniciativa que nace vinculada con el liderazgo del joven Boric, que se fortaleció en el marco del estallido social (octubre 2019-marzo 2020), estimulado por los niveles de exclusión y descontento social; empero, dado el vandalismo que generó, también ha dejado una estela de rechazo social.
No pretendemos descalificar al nuevo presidente por decisiones de juventud, pero la constituyente se presenta como una de sus pruebas de fuego. Un proyecto promovido en la euforia de la protesta y la calle; que proyecta débil racionalidad, deficiente coherencia y bastante incomprensión sobre la complejidad de los tiempos que vivimos; caracterizados, entre otros, por la interdependencia compleja de la globalización, proceso que Chile ha sabido aprovechar, pero que también conlleva inequidades, que se han incrementado con la pandemia del covid-19.
Entendemos que un importante número de miembros de la Convención tiene como objetivo refundar el país mediante la nueva constitución; propuesta ambiciosa, etérea, romántica, que estimula pasiones, pero resulta poco eficiente para la construcción de soluciones a los problemas que enfrenta el país y, adicionalmente, se presenta como una espada de Damocles para la democracia. En la eufórica expresión: «cambiarlo todo», el nuevo presidente puede resultar el gran perdedor.
Desde la campaña electoral el candidato Boric ha insistido en la necesidad de realizar importantes cambios en temas claves, como: pensiones, política tributaria, salud, educación; lo que seguramente afecta intereses, pero no se requiere refundar el país para avanzar en la transformación de algunas políticas públicas.
Lo que resulta apremiante para Chile, y para la región en su conjunto, es la conformación de un proceso efectivo de diálogo, negociación y cooperación entre todos los sectores involucrados, que permita avanzar en la generación de oportunidades para los excluidos y vulnerables, sin destruir los progresos alcanzados en distintas áreas.
La economía de mercado ha demostrado sus bondades para generar crecimiento económico, competitividad, productividad, y países comunistas como China o Vietnam lo evidencian claramente; empero, también conlleva un importante déficit en términos sociales; situación que la pandemia del covid-19 ha exacerbado. Chile representa una expresión de esa tendencia, pues su sólido crecimiento económico, se enfrenta con una marcada desigualdad social y el estancamiento en las expectativas de las nuevas clases medias.
Y conviene destacar que los sectores vulnerables, tradicionalmente excluidos, están participando más activamente en los procesos electorales y, en algunos casos, ante la debilidad de los sectores democráticos, son atraídos por las propuestas mágicas, agresivas, destructivas de los populismos radicales y autoritarios. Al respecto, encontramos diversos ejemplos, entre ellos, uno cercano ha sido el apoyo popular que recibió el proyecto marxista del partido Perú Libre, en las pasadas elecciones presidenciales en Perú.
No conviene etiquetar, ni estigmatizar la constituyente chilena, pero los discursos de varios de sus miembros generan preocupación; en tal sentido, gravitan algunas interrogantes, por ejemplo: cómo se plasmará la refundación del país en el nuevo texto constitucional y, fundamentalmente, cómo manejará el nuevo presidente tal situación, que puede reactivar el fuego y acabar con la débil gobernabilidad. La incertidumbre reinante estimula temores en los críticos del presidente, que no son pocos, pues el país está polarizado y la composición del Congreso constituye otra manifestación de la compleja dinámica política que le espera al presidente Boric.
Por otra parte, desde distintos puntos de la geografía chilena surgen desafíos para el nuevo gobierno. Desde el sur, se ha complicado la situación de los pueblos indígenas o pueblos originarios, que se calculan en más de diez grupos étnicos. Un tema mal tratado en el tiempo y, en algunos casos, menospreciado; que la Convención Constituyente está asumiendo de forma relevante. Ahora bien, voces críticas alertan que se podría estar sobredimensionando la situación, lo que puede complicar el objetivo de fomentar la convivencia respetuosa y, por el contrario, propiciar rechazo social.
Desde el norte, el país enfrenta un nuevo drama social, el incremento de la xenofobia, que está alcanzando lamentables niveles de agresividad. Un tema complejo que se ha exacerbado con la creciente diáspora de venezolanos, que migran por la región, buscando mejores condiciones de vida; pero, el creciente número, está generando presión social y malestar en los diversos países de la región.
La experiencia colombiana en el manejo del tema de la migración venezolana constituye una interesante experiencia para Chile. Pero, resulta prioritario que el nuevo gobierno chileno se sume a los esfuerzos por lograr una salida pacífica y democrática de la grave situación que se vive en nuestro país, que representa el origen del problema migratorio.
En sectores críticos del presidente Boric existe preocupación por las diversas expresiones que se han conocido del presidente en un corto periodo de tiempo. En un primer momento, durante el estallido social, un liderazgo agresivo que le permitió un posicionamiento político; en esa línea, su discurso radical durante la campaña electoral en la primera vuelta; muy pronto, en la campaña de la segunda vuelta, una posición diferente y conciliadora, en la búsqueda de alianzas que permitieran los votos de la victoria, discurso que resultó convincente y atractivo. Ahora, en su discurso inaugural, al retomar parte de la vieja narrativa del extinto presidente Allende, incrementa la incertidumbre que lo acompaña.
Ante ese panorama, reinan dudas sobre el verdadero contenido y orientación política del presidente, los más críticos estiman que el tono conciliador podría ser oportunista y estratégico. Pero no podemos desconocer que, desde su elección, el presidente Boric ha mantenido un discurso prudente, privilegiando la institucionalidad democrática y la defensa de los derechos humanos.
El equipo de gobierno designado representa una manifestación de esa posición; empero, conviene señalar, que algunos medios han sido eco de la polémica generada por la designación de la Ministra de Defensa, debido a sus lazos familiares con el expresidente Salvador Allende, una figura polémica en el país y, en particular, en el sector militar.
Desde la perspectiva internacional, la ponderación que está asumiendo el presidente tranquiliza y genera esperanzas. Al respecto, destaca su crítica posición frente a gobiernos autoritarios de la región, que ha expresado en algunas de sus entrevistas como presidente electo y ha confirmado, al no invitarlos al acto de la toma de posesión.
Resulta prematuro definir escenarios, pero la posición crítica del presidente Boric pareciera que lo deslinda, de los populismos radicales y autoritarios, que tiene como objetivo perpetuarse en el poder a cualquier costo, en detrimento de los derechos humanos y la institucionalidad democrática y han tenido en Cuba su centro de operaciones. Pero también, de los gobiernos que asumen posiciones mecánicas que se justifican en una visión rígida de la soberanía y la autodeterminación. En este contexto, se podrían visualizar interesantes movimientos en la izquierda latinoamericana, particularmente en el Foro de San Pablo y el Grupo de Puebla.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.
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