¡¡Y TODAVÍA
sigue ahí!!
Humberto García
Larralde, economista, profesor de la UCV, humgarl@gmail.com
Por más increíble que parezca, el monstruo que tanto daño ha infligido a los venezolanos, que es repudiado por la inmensa mayoría, desconocido por los gobiernos de más de 60 países democráticos, acusado de violar sistemáticamente los derechos humanos en foros internacionales, continúa usurpando el poder después de seis meses. Seis meses, tenemos padeciendo de un enfermo sin escrúpulo alguno para proseguir, al costo que fuera, con sus políticas de destrucción y expoliación nacional. Decían que dónde pisaba el caballo de Atila no crecía la hierba, expresión de la saña con que su jinete destruía todo vestigio de civilización (romana). El régimen de Maduro lo ha superado con creces.
Por más increíble que parezca, el monstruo que tanto daño ha infligido a los venezolanos, que es repudiado por la inmensa mayoría, desconocido por los gobiernos de más de 60 países democráticos, acusado de violar sistemáticamente los derechos humanos en foros internacionales, continúa usurpando el poder después de seis meses. Seis meses, tenemos padeciendo de un enfermo sin escrúpulo alguno para proseguir, al costo que fuera, con sus políticas de destrucción y expoliación nacional. Decían que dónde pisaba el caballo de Atila no crecía la hierba, expresión de la saña con que su jinete destruía todo vestigio de civilización (romana). El régimen de Maduro lo ha superado con creces.
Al verlo en la
entrevista con el periodista Jorge Ramos, sorprende su empeño en eludir
preguntas embarazosas repitiendo sandeces aprendidas de manuales comunistas de
los años sesenta. Se presenta al entrevistador como presidente “obrero” (¡!),
como si tal farsa confiriera a sus opiniones alguna autoridad. Sumido en la más
absoluta estulticia, repite clichés acartonados para despachar a Ramos como de
“derecha”, “militante político de la oposición” “agente del imperialismo”. En
fin, un personaje de lo más patético, incapaz de abordar el mundo real sin
muletillas ideológicas obsoletas, cayéndose repetidamente a embustes en un
intento por obviar el juicio demoledor de sus compatriotas. Por si las dudas,
se hizo patente que estamos en manos de un energúmeno totalmente ajeno a
cualquier posibilidad de compartir salidas a la terrible situación del país.
Pero peor
todavía son los militares que lo mantienen en el poder. Sorprende que, durante
todos estos años, ninguno haya hecho nada para librar a los venezolanos de
tanto sufrimiento. Son resultado de un proceso de “selección adversa” aplicado
deliberadamente durante años para promover a los más viles y ruines como
encargados de su custodia y para ocupar los cargos de mando de la Fuerza Armada
y, en particular, de los cuerpos de seguridad de estado. Proporcionan una
medida de las labores de limpieza y desintoxicación que habrá que emprender una
vez desalojemos a las mafias del poder. Aun así, asombra que ninguno haya
sentido siquiera la más mínima angustia ante los crímenes de Maduro y los suyos
como para tomar la determinación de ponerles fin. Parece que estamos ante un
núcleo duro y curtido de desalmados, que erradicaron toda sensibilidad o
criterio moral ante tanto padecimiento.
Para los
investigadores Yates y Farah, constituyen la Empresa Criminal Conjunta
Bolivariana[1] que ha
esquilmado centenares de miles de millones de dólares del país, extendiendo sus
tentáculos a cuentas bancarias y negocios turbios a nivel internacional. El
agravante es que, además de la solidaridad intermafiosa para depredar a sus
anchas un coto de caza tan lucrativo como ha sido Venezuela, se inviste de una
farsa “revolucionaria” para encubrir sus desmanes y legitimarse ante el
pensamiento “progre” mundial. Este ardid tiene gran efectividad, no porque la
mafia se crea realmente su impostura, sino porque está obligada a hacer de ella
una realidad alternativa, inexpugnable, como refugio ante sus crímenes. Busca
aislarse en una burbuja autocomplaciente cargada de epítetos con los cuales auto-absolverse
y revertir la carga en contra de sus acusadores, como se evidenció con la
patética actuación de Maduro con Jorge Ramos. Al haber traspasado todo límite
moral, ético y humano en su trato con los venezolanos, los mafiosos se han
trasladado a un limbo sin contacto con la realidad, cuyos únicos referentes son
aquellos que los eximen de todo cargo de conciencia, Así pueden proseguir, sin
remilgos, sus negocios. Representa una necesidad existencial, un asunto de
sobrevivencia.
La gran pregunta
es, ¿Con estos señores se puede negociar un acuerdo para que se vayan?
Por supuesto,
cualquier posibilidad de resolver la grave situación actual sin derramamiento
de sangre, es preferible. Pero hay que tener claro con quién se negocia y
para qué. De tratarse de una dictadura militar habría un piso de racionalidad y
de intereses definidos, con base en el cual una adecuada combinación de
amenazas, concesiones y ofertas de perdón podría generar eventualmente una
solución consensuada que abriese las puertas a la recuperación del país. Pero
no es una dictadura militar porque los militares dejaron hace tiempo de ser una
institución. No existe unidad de mando, respeto por las jerarquías, un cuerpo
de valores y/o de directrices que los unifiquen en torno a objetivos compartidos,
ni la confianza requerida para coordinar esfuerzos ni el apresto, los repuestos
y servicios de apoyo requeridos para ser operativos. La mentida columna
vertical del régimen fascista de Maduro está carcomida por la anomia que
resulta de apetencias y prácticas mafiosas que se imponen a todo lo demás. Se
trata de una mafia militarizada, no de una institución. Con Pinochet se pudo
negociar porque detrás de él había una institución capaz de ponderar la
gravedad de la situación a que se enfrentaban de desconocer los resultados del
plebiscito de 1988.
Y, si se examina
el resto de la oligarquía expoliadora, tampoco se consigue piso sólido como
para sostener una negociación seria. A pesar de las expectativas creadas ante
la imperiosidad de encontrarle salidas a la terrible crisis que está acabando
con el país, los venezolanos nos enteramos de que el matrimonio reciente de la
hija de Cabello dilapidó la bicoca de 16 millones euros, que el susodicho se
fue para la Habana para organizar el Foro de Sao Paulo en nuestro país el
próximo mes, que la fraudulenta asamblea constituyente se auto extendió su
“vigencia” hasta finales de 2020, y que Maduro quiere elecciones, ¡pero de la
Asamblea Nacional! Mientras, unos 33 parlamentarios son perseguidos o presos,
habiéndoles allanado arbitrariamente su inmunidad. La vida de los mafiosos
sigue como si nada. ¿En qué planeta habitan? Estamos frente a un estado fallido
que no respeta a Maduro pero lo mantiene ahí como ”pararrayo” que los ampara
ante toda crítica a sus negocitos particulares. ¿Quiénes serán los
negociadores, qué garantías ofrecen?
Es erróneo
plantearse la negociación como alternativa a una solución de fuerza. Es, más
bien, el último paso para evitar una solución de fuerza que, de otra manera,
parece inexorable. El apaciguamiento no funcionó con Hitler. Tampoco lo va a
hacer con los fascistas venezolanos y sus mentores cubanos. Para eso el
blindaje ideológico. Pero la solución de fuerza no parece depender de nosotros,
a menos que aparezca el mítico militar institucionalista venezolano dispuesto,
como Larrazábal hace 50 años, a liderar el desplazamiento de Maduro. De no ser
así, estamos a merced de nuestros aliados internacionales, la mayoría de los
cuales son renuentes a una intervención militar. Un desafío de la diplomacia
democrática es saber explicar las complejidades del problema que enfrentamos.
Y, ante el reproche de que corresponde a los venezolanos resolver nuestros
problemas, me remito a los alemanes bajo Hitler.
Dos grandes
problemas acotan las posibilidades de una solución negociada factible. Una, que
el gobierno de transición que surja sea económicamente viable. Dada la
devastación sufrida, ello será imposible sin un generoso financiamiento
internacional. Ahora bien, ningún ente va a prestar ingentes cantidades de
dinero a un gobierno en que participen representantes de la mafia. ¿Es posible
que las mafias accedan a una coalición en la que no estén? El segundo problema
es la necesidad de contar con un estamento militar confiable que sirva, en
última instancia, como sostén de un principio de autoridad en torno al orden
constitucional. ¿Un contrasentido? Muy posible, pero estamos frente a un país
que puede dejar definitivamente de ser ante el arrase que han hecho de sus
instituciones, normas y valores de convivencia, las mafias y los contingentes
de malandros “revolucionarios” empoderados. El demonio de la anomia y la
anarquía. ¿Estaremos a la altura de este desafío?
[1] https://www.infobae.com/america/venezuela/2019/05/30/asi-opera-la-empresa-criminal-conjunta-bolivariana-que-mantiene-al-dictador-nicolas-maduro-en-el-poder/
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