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Luego de varias décadas de revolución satanizando el mercado y el libre comercio; desde La Habana han anunciado la apertura del comercio a la inversión extranjera; empero, viviendo la crisis permanente de un modelo fracasado, ya han intentado algunas reformas económicas sin éxito y, el nuevo intento, no promete mejores resultados, por el contrario, se aprecia opaco, contradictorio, absolutamente limitado frente a la magnitud de la crisis y controversial.
Resulta interesante observar que, ante la dimensión de los problemas, la gerontocracia de la nomenclatura comunista se siente obligada a plantearse opciones para ellos heterodoxas, incluso de sacrilegio para sus anacrónicos manuales; pero, lo anunciado evidencia que la resistencia al cambio se impone. Pareciera que entienden que la apertura es el camino, nunca lo reconocerán y, por la inestabilidad social, temen a los cambios y proponen reformas que no reforman nada.
En el fondo pueden estar conscientes que la isla ha llegado al colapso. De la supuesta revolución transformadora que pregonaba el líder supremo, en discursos interminables, no está quedando nada. En el horizonte se visualiza pobreza, desabastecimiento de alimentos, medicinas, gasolina, gas doméstico; los apagones de luz, que pueden durar hasta 10 horas, se presentan en el territorio nacional, pero La Habana se mantiene como una «burbuja privilegiada».
Una crisis inherente al fracaso del modelo económico, fundamentado en el control absoluto del partido que, para este año, se anota un nuevo fracaso, la peor zafra azucarera de los últimos tiempos.
En el país reina el descontento y la desesperanza, lo que hace del éxodo permanente, particularmente de las nuevas generaciones; la principal alternativa de vida. Al respecto, se estima que este año el país enfrenta la mayor migración de jóvenes y, la patrulla fronteriza de los Estados Unidos, informa que ha detenido más de cien mil cubanos en lo que va del año.
Un panorama desolador que, en principio, facilita el control social por parte del partido comunista. Frente a la pobreza de la población, la revolución ofrece: algunas dadivas, cada día más limitadas y controladas y permanente represión. El objetivo, perpetuar el partido en el poder, con privilegios e inmunidades que resultan bochornosos.
Ahora bien, el descontento popular que se ha acumulado por décadas, empieza a generar reacciones, la protesta social del 11 de julio del 2021, no ha sido la primera, pero por su contundencia se podría definir como un punto de inflexión. En esa oportunidad, los pobres y marginados a lo largo y ancho de la isla expresaron, de forma espontánea, su profundo malestar y el mundo pudo apreciar claramente el fracaso de la revolución.
Todo indica que, luego del agotamiento de la chequera petrolera de Venezuela, Cuba ha entrado en un nuevo y más dramático periodo especial; empero, el partido y la cúpula en el poder se encierran y se resisten a aceptar los errores, el fracaso y la necesidad de los cambios; por el contrario, han incrementado el radicalismo, la ceguera y la represión.
Frente a la protesta popular del 11 de julio, siguiendo el clásico libreto comunista, ha sido calificada como un intento de «golpe de estado», orquestado por Estados Unidos, y la reacción inmediata ha sido una brutal represión, que la organización Human Rights Watch, en un Informe titulado: «Prisión o exilio», publicado recientemente, presenta en forma descarnada.
Al respecto, el Informe registra más de 1400 detenidos, sin procesos judiciales que respeten los más elementales derechos humanos. Una justicia controlada por el partido comunista, que ha dictado sentencias desproporcionadas y arbitrarias contra más de 380 manifestantes incluyendo a transeúntes.
El mundo de la cultura está enfrentando un profundo hostigamiento, pues las expresiones creativas pueden ser calificadas como traición a la patria; en ese contexto, una constante persecución enfrenta el Movimiento San Isidro, que lleva varios años promoviendo la creación artística, con amplio respaldo popular, y sus líderes Luis Otero y Mykel Osorbo, al rechazar la opción del exilio, enfrentan varios años de cárcel.
La brutal represión frente a la legitima protesta popular, no ha paralizado el descontento ni el fervor popular; por el contrario, las protestas, en particular los cacerolazos, se incrementan por toda la isla y las perspectivas no se presentan alentadoras. El mundo, en gran medida como consecuencia de la irracional invasión rusa de Ucrania, se enfrenta, entre otros, con una crisis de alimentos y energía, una creciente inflación y una potencial recesión y, en el caso de Cuba, debemos sumar el reciente incendio de los depósitos de combustible en la ciudad de Matanzas (06/08/2022), lo que agrava las perspectivas de la isla.
En un contexto tan devastador, el partido comunista anuncia la apertura del comercio a la inversión extranjera, pero la información que se presenta es opaca, lo que facilita la discrecionalidad, el camino para favorecer los amigos y descartar la eficiencia. Además, resulta contradictoria y poco atractiva para un inversionista, se abre una pequeña parte del proceso, pero el gobierno, es decir el partido, mantiene el control absoluto del proceso en su conjunto y rechaza la competencia.
Al igual que anteriores intentos de reforma que fracasaron, este nuevo proyecto representa un mínimo intento de cambio, cargado de debilidades. En realidad, el país necesita eliminar el modelo ineficiente y anacrónico del control absoluto de la economía por parte del partido comunista, y abrirse plenamente a las inversiones, que permitan capitalizar las oportunidades que presenta la isla, done el gobierno ejerza su papel de regulación equilibrada, eficiente, sustentable y cuide de la equidad social.
Pensar en cambios profundos en Cuba, que es el camino necesario para su pueblo, constituye un proyecto vedado por el bloque en el poder. Desde los viejos tiempos de Fidel Castro, el partido se resiste al cambio, prevalece el temor que los cambios puedan afectar la estabilidad del partido en el poder. Están conscientes del enorme rechazo popular, en consecuencia, percibe cualquier cambio como el principio del fin.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.
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