El delicado
espectáculo del millón de hectáreas y otros detalles.
Pedro Raúl Solórzano Peraza
Agosto 2022
Desde hace algunos días se está
comentando un acuerdo agrícola entre Venezuela e Irán. Este acuerdo agrícola,
según indicó Mohsen Kushki Tabar, Viceministro del Interior para Asuntos Económicos
de Irán, “prevé el cultivo de un millón de hectáreas por parte de Teherán en
suelo venezolano”. Esto forma parte del plan de cooperación de 20 años firmado en junio, durante la
visita del presidente Nicolás Maduro a Teherán, en un acto con el presidente
iraní Sayed Ebrahim Raisi.
Sin considerar las disposiciones
constitucionales de nuestra república que protegen la soberanía territorial, y
en relación a lo cual ya se han realizado diversos pronunciamientos desde el
punto de vista de la legalidad o ilegalidad de la cesión de partes del
territorio a países extranjeros, me voy a referir a la disponibilidad de tal
superficie con vocación agrícola dentro de nuestras fronteras y otras cosas
relacionadas.
Durante varias décadas, y quizás
hasta finales del siglo XX, en Venezuela se realizaron estudios para la
clasificación de suelos y tierras, con el objeto de conocer nuestros recursos
edáficos y ordenar su racional utilización dentro de la superficie total del
territorio, que alcanza algo más de 91 millones de hectáreas. Ya en 1978, Juan Comerma
y Jesús Ramón Paredes, dos edafólogos venezolanos con amplia trayectoria en
estas actividades, analizaron las principales limitaciones y potencialidades de
las tierras en Venezuela sobre la base de sus aspectos físico-naturales,
encontrando que alrededor de un 4% de la superficie del país (3 millones seiscientas
mil hectáreas) tiene limitaciones por aridez y está ubicada fundamentalmente en
planicies o sistemas de colinas de la Costa Norte de Venezuela. Un 18% (16
millones cuatrocientas mil hectáreas) tiene limitaciones de drenaje y su
ubicación predominante es en las grandes planicies aluviales como las del Sur
del Lago de Maracaibo, los Llanos Centrales y Occidentales, y el Delta del
Orinoco. Un 32% de la superficie nacional (algo más de 29 millones de
hectáreas) es señalada con limitante prioritaria de baja fertilidad,
concentrada principalmente en los Llanos Centrales y Orientales, así como en el
Sur del país. La limitante por excesivo relieve ocupa un 44% (40 millones de
hectáreas) comprendiendo los dos ramales de la Cordillera Andina, la Cordillera
de la Costa y la región montañosa del Sur de Venezuela. Finalmente, los autores
señalan que solo un 2% de la superficie venezolana (un millón ochocientas mil
hectáreas) puede ser considerada sin limitantes para uso agrícola.
Los mismos autores hacen una
prospección del uso de la tierra, indicando que aplicando tecnologías ya
probadas por investigadores y agricultores avanzados, existe un 4% de áreas con
amplia gama de uso agrícola; un 14% con una limitada gama; un 30%
fundamentalmente para uso ganadero; un 41% para bosques, recreación, reservas
hidráulicas, etc.; y un 11% que posee una asociación de áreas con limitada gama
de uso agrícola y zonas limitadas a bosques y recreación. Por supuesto, una
prospección del uso de la tierra con los adelantos científicos y tecnológicos
actuales (año 2022), incrementaría las áreas aptas para la producción de una
variada gama de cultivos. Sin embargo, actualmente una apreciable superficie de
esas tierras aptas para una agricultura productiva, ya ha sido ocupada por
desarrollos de infraestructura en ciudades, carreteras, industrias, etc, y una
gran parte de ella pertenece de alguna manera a agricultores venezolanos que
luchan por producir alimentos para nuestros ciudadanos. Se puede apreciar que
en el país no abundan tierras ociosas con buena vocación agrícola, como para
ceder un millón de hectáreas a países extranjeros.
Un aspecto importante en esas
capacidades de uso de las tierras venezolanas, es que difícilmente pueda existir
un millón de hectáreas con vocación agrícola, disponibles, en un solo bloque,
lo que supondría entonces que esa cesión de tierras se debe hacer en diferentes
sectores del país, distribuyendo a los iraníes que vengan a ocupar nuestro
territorio en una especie de mosaico por toda la geografía nacional. Eso puede
resultar en una inmigración dispersa e incontrolada. Es posible que este
convenio o compromiso implique que por parte del gobierno se realicen expropiaciones
de fincas que se encuentren productivas en la actualidad, o que sea necesario
realizar deforestaciones inapropiadas que afecten el equilibrio natural de
algunas regiones del país, destrucción de bosques, eliminación de los bosques
de galería que protegen ríos importantes, impacto sobre la fauna silvestre, en
fin, un potencial ecocidio.
Adicionalmente se debe tener presente
que Irán estima requerir siete millones de hectáreas en el extranjero con el
fin de lograr producir suficientes alimentos para su pueblo. Eso en gran parte
es debido, entre otras causas, a que “ese país enfrenta una crisis
medioambiental sin precedentes con la disminución de los recursos hídricos, la
rápida deforestación, la desertificación, el sobrepastoreo de los pastizales y
la contaminación que asfixia a las ciudades”. Se ha destruido el equilibrio
ecológico natural de ese país y la mayoría de estos estragos son irreversibles
en el mediano plazo.
Esos problemas que enfrenta Irán se
han tratado de justificar destacando que los recursos del país son limitados,
especialmente los recursos hídricos que ha conducido a una sobre explotación de
los acuíferos con la consecuente disminución y hasta desaparición de muchos de
ellos. Además de la contaminación del aire en las ciudades, existe una fuerte
contaminación por uso indiscriminado de plaguicidas y erosión de los suelos.
Esto se agrava cada vez más, porque no se aplican las regulaciones de la
política medioambiental descritas por las autoridades competentes.
Sería muy peligroso para Venezuela
que esas malas prácticas agrícolas que han predominado en la agricultura iraní
por décadas y hasta por siglos, y ahora erróneamente achacadas a los recientes
efectos del cambio climático en el planeta, sean importadas para contribuir con
la destrucción de nuestros recursos naturales. Es axiomático que si a los
agricultores iraníes no les importa destruir sus recursos naturales, mucho
menos les importará el mal uso de los nuestros.
En relación a este tema, esta misma
semana el Ministro de Agricultura y Tierras ha señalado que esa producción
agrícola del convenio Venezuela-Irán se realizará con nuestros agricultores,
campesinos y asociaciones, para que la agricultura nacional “camine de manera
adecuada”. Lo que no explican es que, como ya se indicó, el convenio “prevé el
cultivo de un millón de hectáreas por
parte de Teherán en suelo venezolano”, y que los iraníes están a la
búsqueda de producir comida para su gente en otras partes del mundo, debido a
que han destruido gran parte de sus recursos naturales útiles en la producción
de alimentos.
Considero que es un momento oportuno
para que parte de los profesionales del agro y agricultores de avanzada, así
como los responsables del gobierno nacional, abandonen la idea de tratar de
solucionar nuestra limitada soberanía alimentaria con la importación de
personas que desconocen nuestros recursos naturales y humanos, y quizás con
tecnologías que no se adaptan a nuestras condiciones. Igualmente, es un momento
oportuno para que algunos productores y hasta profesionales de las ciencias
agronómicas dejen de criticar y menospreciar a nuestros técnicos, formados en
nuestras instituciones de educación superior y con estudios avanzados y
experiencias en otras universidades del mundo desarrollado. A lo mejor no nos
creen porque hablamos el mismo idioma y transitamos los mismos caminos de
nuestra querida Venezuela.
Pedro Raúl Solórzano Peraza
Agosto 2022
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