Las crisis de hoy son diferentes
Jun 16, 2022MAURICIO
CÁRDENAS
BOGOTÁ – Así como una generación
cede paso a la otra, una nueva cohorte de desafíos globales reemplaza a la
anterior. Hechos infrecuentes como la pandemia de COVID‑19 (y el riesgo de
aparición en cualquier momento de nuevos virus peligrosos) no son el único
ejemplo. Los fenómenos meteorológicos extremos derivados del cambio climático
ya tienen consecuencias catastróficas. La tecnología de la información y los
datos a veces se usan con fines maliciosos o ciberbélicos. Incluso el
encarecimiento actual de los alimentos y el aumento del hambre mundial se
pueden vincular con una diseminación insuficiente de tecnologías de código
abierto.
Parece que vivimos en un estado
permanente de peligro. Las crisis ya no son acontecimientos improbables y
aislados que afectan a unos pocos. Son mucho más frecuentes, multidimensionales
e interdependientes; y al trascender las fronteras nacionales, tienen potencial
para afectar a todo el mundo al mismo tiempo. Además, implican tantas
externalidades que ni los mercados ni los gobiernos nacionales tienen
incentivos suficientes para resolverlas.
Las soluciones a estos problemas
dependen de la disponibilidad de bienes públicos globales; pero el sistema
internacional actual es incapaz de proveer un suministro suficiente.
Necesitamos grandes inversiones coordinadas en preparación y respuesta frente a
pandemias, por ejemplo, o para reducir las emisiones de gases de efecto
invernadero (un mal público global), porque ningún país actuando por separado
podrá resolver las crisis actuales, menos aún prevenir otras nuevas.
Es imperioso reconsiderar el
funcionamiento del multilateralismo. La arquitectura financiera internacional
de la posguerra se diseñó para apoyar a los gobiernos nacionales en la
provisión de bienes públicos nacionales. Ahora es prioritario pensar las nuevas
instituciones que se necesitan para proveer bienes públicos más allá de las
fronteras nacionales.
La naturaleza superpuesta de las
crisis actuales resalta aún más la necesidad de un nuevo marco estructural. El
incremento de la frecuencia de fenómenos meteorológicos extremos (por ejemplo
inundaciones y sequías) aumenta el riesgo de enfermedades infecciosas y
transmitidas por el agua. La suba de los promedios de temperatura y los cambios
en los patrones de lluvia están reduciendo la productividad potencial de cultivos básicos (por
ejemplo, un 6% en el caso del maíz) que son cruciales para la seguridad
alimentaria, componente esencial de la salud. En 2010‑19, la proporción de la
superficie terrestre mundial afectada de sequía extrema en un mes cualquiera alcanzó el 22%,
mientras que en 1950‑99 fue un 13%.
Las emergencias anteriores, como
la crisis financiera global de 2008‑09 (que en realidad fue un fenómeno del
mundo desarrollado) o la crisis financiera asiática y latinoamericana de fines
de los noventa, fueron básicamente de naturaleza económica y un resultado de la
acumulación excesiva de riesgos financieros. Las soluciones estaban en manos de
banqueros centrales y ministros de finanzas, e incluían la adopción de nuevas
regulaciones financieras y de políticas fiscales y monetarias que revirtieran
la pérdida de empleo y actividad económica.
Las crisis actuales, en cambio,
son interdependientes y de alcance realmente global, con potencial para
producir efectos mucho mayores. Lo que las distingue es que las soluciones ya
no dependen exclusivamente de la capacidad de las autoridades económicas
nacionales. Una respuesta eficaz demanda liderazgo y acción por parte de
gobiernos de todo el mundo. Un ejemplo de este abordaje es la propuesta de
crear un Consejo Mundial sobre Amenazas para la Salud. La detección
temprana de amenazas de pandemia y el desarrollo de la inmunidad colectiva contra
patógenos conocidos son ejemplos clásicos de bienes públicos globales con las
propiedades de no rivalidad y no exclusión.
Pero en cada país por separado,
los contribuyentes no tienen incentivos para la provisión de bienes de alcance
global. Tampoco es posible delegar esta tarea a las ayudas oficiales al
desarrollo (AOD) o a la filantropía, porque sencillamente, los números no
cierran. El año pasado, el total de AOD llegó a 180 000 millones de dólares, y los donantes privados
añadieron unos pocos miles de millones más. Pero para la provisión de bienes
públicos globales se necesitan billones de dólares. Además, los presupuestos de
ayuda oficial son demasiado variables, y las prioridades cambian. Pero lo que
parece urgente y políticamente atractivo no siempre coincide con lo que es
importante, que debería ser el foco en la provisión de bienes públicos globales.
Por eso tenemos que crear un
nuevo sistema multilateral. Lo ideal sería que sus elementos principales se
modelen sobre la base de las herramientas empleadas para la provisión de bienes
públicos nacionales: tributación, incentivos y rendición de cuentas.
Puesto que los bienes públicos
globales demandan un volumen de financiación significativo y estable, hay que
apuntar a la creación de una fiscalidad internacional, financiada mediante
aportes universales basados en la capacidad de pago. Por supuesto que también
se necesita liderazgo en el nivel nacional, para asegurar una respuesta
intergubernamental e intersectorial adecuada.
Dar a contribuyentes y gobiernos
los incentivos correctos para la acción no será fácil. Pero la mayoría de los
gobiernos se toma muy en serio las misiones periódicas del Fondo Monetario
Internacional conforme al artículo
IV; incluir en ellas una evaluación de la respuesta nacional a los riesgos
climáticos y pandémicos sería un buen punto de partida. Asimismo, las agencias
de calificación crediticia deberían ampliar las metodologías que usan para la
evaluación de riesgos de gobiernos y corporaciones.
El mundo no está preparado para
hacer frente a la nueva generación de crisis. En vez de concentrarnos solamente
en las deficiencias dentro de un área particular al momento de una crisis,
tenemos que comprender por qué una y otra vez fracasamos en la provisión de los
bienes públicos globales que todas estas crisis nuevas exigen. Si no resolvemos
este problema, seguirán apareciendo falencias específicas. Si, por ejemplo,
mañana volviera a aparecer una amenaza de pandemia, no nos hallaría mejor preparados que la COVID‑19.
Las crisis actuales (climática,
sanitaria y alimentaria) deberían bastar para poner en marcha los mecanismos de
colaboración global necesarios para enfrentar esas amenazas. Si no son estas
crisis, ¿qué podrá serlo?
Writing for PS since 2010
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Mauricio Cárdenas, a former finance minister of
Colombia, is Visiting Senior Research Scholar at Columbia University’s Center
on Global Energy Policy.
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