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La polarización en diversos planos se posiciona como una de las características fundamentales de nuestro tiempo; a nivel global, algunos la definen como una nueva guerra fría entre los Estados Unidos y China. Un referente que no podemos aplicar mecánicamente, pues la actual situación es mucho más compleja que el viejo enfrentamiento entre Estados Unidos y la URSS. Actualmente, entre ambas potencias existen diversos elementos de interdependencia.
En el caso de sus estrategias expansivas en el contexto internacional se pueden encontrar interesantes vinculaciones y, frente a ellas, están surgiendo proyectos de autonomía o no alineación, producto de las presiones que generan las potencias, lo que recuerda el viejo Movimiento de Países no Alineados; empero, el contexto y la dinámica de acción de la nueva no alineación se presenta diferente y más creativa.
El enfrentamiento de Occidente, particularmente los Estados Unidos con China, se intensifica en diversos ámbitos, con especial énfasis en los planos económico y tecnológico y, recientemente, se aprecian potenciales diferencias con implicaciones militares, entre otras, en el mar Meridional de China y en el caso de Taiwán. Pero no podemos olvidar que, en las bases del impresionante desarrollo económico chino, la participación de capitales y empresas de Occidente ha sido fundamental.
La política de apertura económica que inicia Deng Xiaoping, garantizando las mejores condiciones a la inversión extranjera, estimuló la relocalización de muchas empresas, por las condiciones competitivas en el nuevo mercado chino, especialmente la abundante mano de obra barata. La inversión de Occidente contribuyó al despegue de una economía china abierta, pero con el Partido Comunista controlando el país.
También resultó determinante la visión geopolítica de los gobiernos de Estados Unidos, que asumieron el fortalecimiento de las relaciones con China como una vía para debilitar el bloque comunista, bajo el liderazgo de la vieja URSS. En este contexto, se fue imponiendo en los Estados Unidos —y en Occidente en su conjunto— la visión estratégica del Henry Kissinger. Adicionalmente, el nivel de pobreza estructural del pueblo chino, que había enfrentando hambrunas para mantener la camarilla gobernante en el poder, tornaba inimaginable que pudiera alcanzar un impresionante desarrollo económico.
Con mucha participación de inversiones y empresas occidentales se fue logrando el crecimiento económico, pues la élite del Partido Comunista entendió que, bajo las reglas del mercado capitalista, era posible superar el enorme fracaso económico de la dictadura comunista, que eufemísticamente definen como la «dictadura del proletariado». Este relacionamiento generó una compleja interdependencia entre ambos países, al punto que China ha llegado a ser uno de los principales acreedores de bonos de deuda de los Estados Unidos.
Pero el alumno tiende a superar al maestro y tal sentencia parece que se confirma en el caso de China. Para algunos, su nivel de desarrollo en las nuevas tecnologías ya ha superado a Occidente, pero siempre queda un margen de duda, por la opacidad y manipulación del Partido Comunista. Adicional a su desarrollo productivo, la estrategia de soft power y bajo perfil que promovió Deng Xiaoping ha facilitado la expansión a escala mundial, en particular en los países en desarrollo.
Frente a la transformación e innovación china, Occidente —y particularmente los Estados Unidos— tiende a reaccionar, en la mayoría de los casos, con respuestas aisladas, simplistas, cargadas de rigidez como medidas proteccionistas, sanciones económicas, amenazas a los nuevos socios de China; medidas que adolecen de una estrategia articulada y resultan poco eficientes y sostenibles.
China, por su parte, con mayor fortaleza económica, desde la presidencia de Xi Jinping, ha iniciado un giro más agresivo en su política exterior, con diversos componentes. Por una parte, mayor contundencia en el plano económico, con el ambicioso proyecto de la Ruta de la Seda; acciones más agresivas, como duros procesos de renegociación de deudas con países en desarrollo.
En este giro, que evidencia cómo va creciendo el papel del garrote en su actuación internacional, se ha incorporado una mayor participación del componente militar, tanto en el fortalecimiento de su capacidad de acción militar, pero también con la adopción de algunas acciones que se aprecian limitadas, como los constantes ejercicios militares que están creciendo progresivamente, teniendo como objetivo central a Taiwán.
Junto al giro agresivo, se mantiene la estrategia disuasiva, el efecto de la zanahoria de la política exterior que incluye, entre otros, mejores condiciones en el financiamiento de ambiciosos proyectos de infraestructura en los países socios, obviamente orientados a facilitar su expansión en los nuevos mercados. También incluye amplios y hábiles programas de cooperación no reembolsable a favor de los países más débiles, como ha sido el caso de la diplomacia de las mascarillas y de las vacunas en el marco de la pandemia del covid-19.
Frente al dinamismo chino, las respuestas orientadas a satanizarla, sancionarla o excluirla no están resultando efectivos. En la economía global, en particular en las cadenas globales de valor, la participación de China es relevante y conveniente; adicionalmente, su presencia en los países en desarrollo se va tornando decisiva.
Ahora bien, el mundo también está comprendiendo la cara negativa de la expansión china que, entre otros, está generando dependencia, perpetuando el modelo primario exportado en detrimento de los países en desarrollo.
En el plano político, la estrategia contempla un sistemático ataque que avanza bajo la modalidad de una guerra híbrida contra las instituciones y valores libertarios, particularmente la democracia y los derechos humanos.
Por otra parte, las respuestas simplistas de Occidente, en particular de los Estados Unidos, se perciben en muchos países en desarrollo como imposiciones que buscan mantener el control de viejos mercados, sin mayor creatividad; por ejemplo, Occidente perdió una importante oportunidad de apoyo a los países en desarrollo en el marco de la pandemia del covid-19 y, en términos generales, su poca innovación le abre el camino al dinamismo chino, que logra una importante expresión en la Ruta de la Seda.
En el contexto de las presiones y manipulaciones que conlleva la polarización y geopolitización del mundo, se van posicionando nuevas reacciones de autonomía y no alineamiento, que buscan equilibrios y distancias, poner límites a las potencias, sin menospreciar las oportunidades que puede ofrecer un relacionamiento respetuoso y creativo.
En el caso de Europa, crece el interés por desarrollar la autonomía estratégica, para algunos concentrada en los temas de defensa y seguridad; para otros desde una perspectiva más amplia multidimensional. En nuestra región, desde el plano académico se presenta la tesis del «no alineamiento activo» (Carlos Fortin y otros 2021). Una propuesta creativa para tratar de enfrentar los negativos efectos de la polarización que exige de una mayor difusión y reflexión; empero, cuenta con el gran obstáculo de la fragmentación que enfrenta la región, producto, entre otras, de las visiones ideológicas que paralizan y obstruyen las posibilidades de construir estrategias de alcance regional.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.
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