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Desde el plano geopolítico estamos observando como el epicentro del mundo globalizado se está desplazando, desde el Atlántico, que ha predominado desde el final de la Segunda Guerra Mundial, promovido por las democracias occidentales y caracterizado por el orden liberal internacional; hacia el eje Asia-Pacifico, Indo-Pacifico o Eurasia; situación que, en una primera lectura, plantea importantes transformaciones en los ámbitos económico y tecnológico; empero, desde la perspectiva ética y social generan serias inquietudes, pues en lo que a China respecta, el actor hegemónico del nuevo escenario, promueve un modelo autoritario, impulsando sus bondades como generador de crecimiento económico, sin mayor preocupación por las libertades fundamentales, la democracia y los derechos humanos.
Entre las alarmas que se activan ante el vertiginoso ascenso del nuevo eje geopolítico, destaca la amenaza que representa para el orden liberal internacional, particularmente en su expresión 2.0, que contempla controles y limitaciones a la soberanía y la autodeterminación, con el objeto de lograr una efectiva convivencia global, proyecto que las tendencias autoritarias rechazan, pues contradice su dinámica de funcionamiento.
Adicionalmente, se observa con preocupación cómo desde el nuevo eje geopolítico se están generando potenciales amenazas para la paz y la seguridad internacional y China se posiciona como epicentro de un conjunto de conflictos que, peligrosamente, están adquiriendo manifestaciones bélicas y cuya evolución y consecuencias pueden resultar impredecibles.
Es evidente que no podemos menospreciar las interesantes lecciones de transformación económica que se han desarrollado en el eje Asia-Pacifico en las últimas décadas; el llamado milagro japonés, es un caso ilustrativo. Un país que experimentó dos bombas nucleares y que, gracias a una extraordinaria disciplina y creatividad, prontamente alcanzó nivel de potencia económica.
Vertiginosamente también impacta Corea del Sur que, partiendo de un pantano, un panorama desolador y con políticas autoritarias, ha llegado a nivel de país líder en manufacturas y alta tecnología y, adicionalmente, ha asumido valores democráticos y libertarios. También resaltan las exitosas experiencias económicas de los llamados “tigres del Asia”: Singapur, Hong Kong y Taiwán.
Naturalmente que en crecimiento económico, el caso más impresionante lo constituye la China comunista que –bajo la férrea conducción de Deng Xiaoping, la adopción de las practicas liberales del mercado y la apertura comercial– ha logrado superar las hambrunas de los inhumanos tiempos del llamado “gran timonel” Mao Zedong; orientando el país por la senda del crecimiento y, en estos momentos, se representa el epicentro de diversas cadenas globales de valor, para muchos la “fábrica del mundo”; promotora de transformaciones tecnológicas y líder en la cuarta revolución industrial, desplazando las prosperas economías occidentales que fomentaron el eje del Atlántico y el orden liberal internacional.
La expansión y liderazgo de China en la economía global se fortalece y transforma bajo el liderazgo de Xi Jinping, quien luego de consolidar su control del partido comunista, del país y perpetuarse en el poder, rompiendo con la regla de la sucesión que venía desde los años de Deng Xiaoping, concentra su atención a la expansión internacional; en principio, siguiendo el esquema de la prudencia y el bajo perfil, pero progresivamente está asumiendo posiciones más directas y confrontacionales.
El lanzamiento del faraónico proyecto de la Franja y la Ruta (BRI por sus siglas en inglés) o la Ruta de la Seda, que implica el pleno posicionamiento de inversiones, productos y tecnología chinas en los mercados asiáticos, europeos e incluso africanos, constituye una de las manifestaciones más relevantes de un expansionismo directo y agresivo a escala global.
El nuevo giro en la política exterior china se podría analizar desde la metáfora de “la zanahoria y el garrote”. Se está agotando el tiempo de la zanahoria, caracterizado por: el bajo perfil, la persuasión, el soft power; ahora, han llegado los tiempos del garrote, la presión y la coerción; como se puede apreciar en diversas manifestaciones, al respecto, destaca la aplicación de sanciones al gobierno de Australia, importante socio comercial, por solicitar la investigación del caso del covid-19.
Por otra parte, la nueva tendencia de un lenguaje directo y agresivo del personal diplomático chino en el mundo, tradicionalmente silencioso e impenetrable, que algunos califican como “el nuevo ejército de diplomáticos guerreros lobos”, confirma el giro agresivo en la política exterior. En esta nueva línea se inscriben el incremento de los gastos militares y la aprobación de una ley de seguridad, orientada a controlar a Hong Kong y erradicar el movimiento independentista.
Estamos definiendo estos cambios como un nuevo giro, pero conviene recordar que el Deng Xiaoping líder fundador del modelo chino de “comunismo capitalista”, aconsejaba que la política exterior china debía «esconder la fuerza y esperar el momento”. Pareciera que está llegando el momento si observamos, entre otros, los escenarios de Hong Kong, el Mar Meridional de China o Taiwán.
La relación con Hong Kong, que debe formar parte integral de China en el 2047, se está agravando, toda vez que el espíritu libertario se mantiene latente, particularmente en la juventud, en el 2014 fue “la revolución de los paraguas”; luego arreciaron las protestas; en el fondo, es un rechazo al totalitarismo del partido comunista. Un fuerte desafío para el Presidente Xi Jinping, quien debe estar analizando la posibilidad de una acción dura, de carácter militar.
Adicionalmente, también está realizando ejercicios militares en el espacio territorial de Taiwán, que el partido comunista chino califica como “la isla rebelde”, que se niega a respetar el principio de “una sola China”, y cuya presidenta Tsai Ing-wen, ha mantenido una actitud desafiante, propiciando una vinculación estrecha con Estados Unidos, que incluye la compra de armamentos. Sobre Taiwán conviene señalar que si bien el gobierno de Estados Unidos no lo reconoce oficialmente, empero, en 1979 suscribe un Acuerdo para el mantenimiento de la paz, la seguridad y la estabilidad en el Pacifico Occidental, por medio del cual se compromete con la protección de Taiwán frente a cualquier ataque externo.
Por otra parte, el gobierno chino está asumiendo una actitud provocadora, con tendencia militarista, en la conflictiva zona del mar del sur de China, que considera suyo por razones históricas, desconociendo los resultados del Laudo Arbitral del 2016 que, fundamentado en la normativa de la Convención del Mar, ha reconocido derechos a todos los países costeros, que son varios: Brunei, Filipinas, Japón, Malasia, Taiwán y Vietnam.
El expansionismo chino en la zona representa uno de los temas geopolíticos fundamentales en la agenda de Xi Jinping, tanto por los recursos naturales, en particular, petroleros, como por la posición estratégica para el comercio internacional.
En tal sentido, viene desarrollando un proceso de militarización del área y, recientemente, el gobierno de Filipinas ha denunciado que en su mar territorial han atracado varios barcos chinos con fines militares. Para China son embarcaciones de pesca, en territorios que le pertenecen.
Las perspectivas se presentan preocupantes, toda vez que los Estados Unidos, fundamentado en la defensa de la libertad de los mares y compromisos jurídicos existentes con algunos de los países afectados, como es el caso del Tratado de Defensa Mutua suscrito con Filipinas en 1951, ha destacado que está preparado para la defensa de los países costeños del Mar Meridional, pero también lo ha enfatizado su compromiso de defensa en el caso de Taiwán, no obstante, no reconocer formalmente a su gobierno.
Adicionalmente, en la agenda de conflictos en pleno desarrollo, debemos incorporar las tensiones con India por los territorios de Cachemira y Arunchal Prades al noreste de la India; y con Japón por las islas Senkaku/Diaoyu.
Frente al meteórico ascenso de China, sus contradicciones y amenazas, los gobiernos democráticos no han logrado formular una estrategia eficiente de contención. El acuerdo Transpacífico constituye un ejemplo ilustrativo en el plano comercial, un mega acuerdo económico regional en Asia, conformado por once países, sin la presencia de China y bajo el liderazgo de los Estados Unidos, que Donald Trump denunció al llegar a la presidencia.
Otra iniciativa de contención que no ha logrado una adecuada atención ni estabilidad ha sido el foro estratégico informal definido como “Dialogo de Seguridad Cuadrilateral” (conocido como Quad) con fines cooperativos y militares, que promovieron los gobiernos de Estados Unidos, Australia, Japón y la India en el año 2007, pero que prontamente desactivaron y luego vuelven a reactivar el año 2017.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.
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