COP26, Venezuela y el petróleo
Humberto García Larralde,
economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela, humgarl@gmail.com
Los resultados de la Conferencia
de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2021 (COP26) que
se celebra en estos días en Glasgow, Escocia, tendrán efectos
decisivos sobre el futuro de Venezuela. Aun cuando sus acuerdos no llenen las
expectativas de algunos o que sean cumplidos sólo parcialmente al comienzo, no
hay duda de que la humanidad está obligada a tomar medidas drásticas al
respecto. No puede dejar de hacerlo. Las evidencias son demasiado
comprometedoras: inundaciones, incendios, sequías y tormentas a escalas e
intensidades desconocidas, con terribles estragos para las poblaciones
afectadas. Y los pronósticos de los científicos tienden a ser aún más
preocupantes. Se corre el peligro inminente –nos advierten--, de transgredir el
umbral de los grandes equilibrios a que tiende actualmente el sistema global y
desatar nuevas dinámicas, más amenazadoras. Se estaría cruzando un punto de no
retorno. De manera que, sean cuales sean los acuerdos del COP26, no hay vuelta
atrás. Deben instrumentarse medidas eficaces contra el calentamiento global,
ya. Mañana, nos alertan muchos jóvenes angustiados, será demasiado tarde. Entre
éstas, la más exigida es la reducción, cuanto antes, del consumo de
combustibles fósiles, fuente principal de los llamados gases de invernadero.
¿Qué puede esperar Venezuela en
este escenario?
Los niveles de bienestar que el
país alcanzó en el siglo pasado se debieron al petróleo. Tal constatación no
pretende desconocer o desmerecer el esfuerzo, la iniciativa y la capacidad de
emprendedores y trabajadores aportados a la producción de bienes y servicios
para la población. Pero sus esfuerzos contaron con que la renta captada en los
mercados internacionales del crudo fuese convertida por los distintos gobiernos
–con variada eficacia-- en estímulo a la actividad económica: infraestructura,
servicios públicos, formación de talentos, créditos, compras gubernamentales,
exoneración impositiva, mejoras laborales y una moneda sobrevaluada que
aumentaba el poder adquisitivo de la población.
Se pueden escribir tomos sobre
las limitaciones y la inevitable crisis que albergaba este modelo rentista,
pero basta, para los propósitos de este escrito, señalar que el régimen actual
acabó definitivamente con toda posibilidad de que siguiera rindiendo sus
frutos. Simplemente, destruyó la industria petrolera venezolana. Desde
comienzos de 2012, su producción ha disminuido en un 77%.
Terriblemente, la actividad
económica no petrolera sufrió de manera similar o aún peor. En tales
condiciones, querámoslo o no, todo intento de salir del foso actual en que nos
arrojó la dictadura debe aprovechar nuestro petróleo. No porque se piense que,
al igual que en el pasado, supliría las divisas requeridas para devolverle a
los venezolanos niveles de vida dignas. La brecha por zanjar es inmensa y la
destrucción de la capacidad productiva petrolera, excesiva. Recuperar niveles
de producción que empiecen a satisfacer las expectativas más modestas --digamos
de unos 2,5 millones de b/d--, tomará al menos unos ocho años, suponiendo que
existan los inversionistas dispuestos a generarlos.
Distintas estimaciones arrojan
cifras que van desde USD 60 a 200 mil millones para recuperar a plenitud las
capacidades productivas a que puede aspirar nuestra economía en lo
mediato. Las esperanzas de muchos analistas han estado siempre en la
posibilidad de concertar un financiamiento generoso de los organismos
multilaterales. Ello habría de sujetarse, claro está, a programas coherentes,
confiables y creíbles de estabilización macroeconómica y de profundas reformas
estructurales. Esto presupone, por fuerza, un cambio político sustancial. Los
que ocupan actualmente los mandos del Estado, no sólo son incapaces de negociar
un financiamiento de esta naturaleza; no les interesa. Su propósito, evidenciado
reiteradamente, es expoliar a la economía, no recuperarla. Son la raíz del
problema. Aunque sea harina de otro costal, salir masivamente a votar el 21 es
un deber para avanzar en su desalojo.
Salvo la ayuda humanitaria
otorgada a fondo perdido, habrá que reembolsar los recursos concedidos en el
tiempo. Y es aquí donde el rescate de la industria petrolera será crucial. Es,
en los momentos, prácticamente la única fuente para reponer las divisas
prestadas. Sólo con el tiempo podrá esperarse que las reformas a instrumentar
atraigan inversiones en las magnitudes requeridas, permitan el retorno pleno a
los circuitos financieros internacionales y generen exportaciones suficientes
en otros rubros. ¿Y qué significa este rescate, en el marco de las medidas tomadas
a raíz del COP26?
Si bien en lo inmediato ha habido
un salto en los precios del petróleo debido a la mayor demanda que trajo el
rebote de las economías (y del transporte de carga) al relajarse las medidas
restrictivas para contener la pandemia, parece ser un alza muy puntual,
resultado de la baja elasticidad de la oferta energética en el corto plazo. Con
el tiempo, las naciones van a tomar medidas para reducir su consumo y son cada
vez más competitivas diversas fuentes de energía verde (renovables) para
sustituirlo. De manera que, quizás más antes de lo que se esperaba, se nos va a
cerrar la ventana petrolera.
Como hemos estado intentando
argumentar, Venezuela debe utilizar su crudo para proveer los recursos que
viabilicen una estrategia coherente que nos permita librarnos de depender de
él. A diferencia de la Siembra del Petróleo, la renta captada no
será para sostener niveles artificiales de consumo o de actividades productivas
poco competitivas, sino para comenzar a redimir los sustanciales préstamos que
demandará la reactivación económica esperada. Sin éstos, Venezuela permanecerá
en el subsuelo.
Además de los retos de su
adecuada gerencia macroeconómica, esta estrategia enfrentará frontalmente la
competencia de otros países petroleros, como de las grandes empresas del
sector, por aprovechar los mercados abiertos para amortizar las fuertes
inversiones con las que están ya comprometidas. Y Venezuela requiere, más bien,
atraer nuevas inversiones y en montos significativos. Frente al fracking,
que ofrece tiempos de recuperación de la inversión bastante más cortos, los
horizontes temporales para una adecuada recuperación de las actividades
productivas de crudo en Venezuela serán bastante menos atractivas para los
inversionistas potenciales. A la par, la preponderancia de petróleos pesados y
de contaminantes (azufre) reduciría aún más los márgenes esperados. De manera
que habría que aminorar, significativamente, la carga impositiva sobre la
industria para atraer inversiones al sector. De suponerse la concreción de
medidas que reduzcan las emisiones de gases carbónicos --la meta de cero
emisiones netas para 2050 está siendo adoptada por un número creciente de
países—Venezuela tendrá que atenerse, además, a los requerimientos de captura
de gases generados por sus actividades petroleras, incluidas las de refinación.
¿Cuánto tiempo puede esperarse que le quede a Venezuela como importante país
petrolero y bajo cuáles condiciones?
El régimen chavista nos ha
obligado, a la fuerza, a prescindir del petróleo. Ni gasolina se consigue
muchas veces. Paradójicamente, para salir del hueco, estamos obligados a
aprovecharlo en las condiciones que nos permitan las medidas que se acuerden
para neutralizar el cambio climático. El know-how acumulado en el sector no
debe desperdiciarse. Quizás sea transferible, además, a la apertura de una
ventana contigua, duradera, como generador y distribuidor de energías verdes.
Para ello, habrá que definirse los lineamientos estratégicos correspondientes.
El país ha desarrollado un formidable talento en el área petrolera a través de
los años, buena parte disperso en la diáspora a que obligó este régimen
fascista. ¿Cómo hacer atractivo su aporte para los retos planteados?
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