Fe y ciencia: José Gregorio Hernández
José Gregorio, encarna muy
positivamente la síntesis, de la fe y la ciencia; la fe, que, según la RAE, es
la primera de las virtudes teologales: luz y conocimiento sobrenatural con que
sin ver se cree en lo que Dios dice y la iglesia propone
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JESÚS E.
MAZZEI ALFONZO
24/04/2025 05:01 am
El día 25 de febrero pasado, los venezolanos recibimos una anhelada y
esperada noticia, desde 1949, y gracias a los diferentes arzobispos, laicos que
llevaron su causa y postulación a través de los años con tenacidad y paciencia
cristiana, la declaración por fin, de beato del Dr. José Gregorio Hernández,
como santo, ya hace cinco años éste pasó, la etapa previa previo al santoral
cristiano, el día del Sagrado Corazón de Jesús, el pasado 29 de junio de 2024,
se cumplieron 101 años, del infausto accidente que truncó su vida terrenal,
pero, lo llevo a la vida eterna, desde donde cuida de su amada Venezuela.
En mi familia sobre todo por el lado materno, desde mi tataratío el Dr.
Francisco Antonio Rísquez, ex rector de la UCV y que desde 1998 sus restos
mortales reposan en el Panteón Nacional, quien fue su contemporáneo, fue tío
materno de mi bisabuela materna Vita Niochet Rísquez de Martínez, mi tío abuelo
Dr. Arminio Martínez Niochet, su hijo Edgar Martínez, y su hijo mayor también
médico Dr. Edgar Martínez jr, Imelda Campo Martínez de Asen, brillante
dermatóloga, el esposo de prima Gleydes Rubio Martínez, que para mí fue una
persona muy especial y apreciada como un tío, el Dr. Ramón Arrivillaga, el cual
me vio nacer. Hoy, igualmente, un hijo de primo hermano Edward de Veer Alfonzo,
en la Facultad de Medicina siguió esa tradición y es hoy un médico de las
nuevas generaciones, mi padre Dr. Jesús E. Mazzei Berti y mis primos por parte
paterna, el Dr. Francisco González Berti y sus dos hijos el Dr. Gregorio
González, y la Dra Grecia González médicos ambos, por ello, valoró lo
importante que es la medicina en mi familia como vocación y oficio. Y con sus
matices en diferentes épocas, se vivió la devoción a José Gregorio Hernández,
como médico y hombre de fe.
José Gregorio, encarna muy positivamente la síntesis, de la fe y la ciencia; la
fe, que, según la RAE, es la primera de las virtudes teologales: luz y
conocimiento sobrenatural con que sin ver se cree en lo que Dios dice y la
iglesia propone y además, el conjunto de creencias de alguien y ciencia,
conocimiento cierto de las cosas por sus principios y causas, es un cuerpo de
doctrina metódicamente formado y ordenado, que constituye un ramo del saber
humano. Fue un hombre de fe, que la defendió con su pares, por ejemplo con Luís
Razetti, quién le practica la autopsia de ley en su fallecimiento, los debates
que tuvo con su colega y otros contemporáneos como Rafael Villavicencio, que
estaban influenciados por las corrientes positivistas tan de boga en la
Venezuela de finales del siglo XIX e inicios del XX, que influenció las
diversas ramas del saber y a las escasas elites del país en aquel entonces,
como abogados, ingenieros, entre otros, pues, bien José Gregorio se mantuvo
firme en sus creencias y convicciones y además, compatibilizarlas con un uso
solidario y cristiano del ejercicio de la medicina como docente, investigador y
médico de familia.
Se doctoró en Medicina en la Universidad Central de Venezuela el 29 de junio de
1888; en esos días en presencia del Rector, como era costumbre sacó dos temas o
ponencias que luego debía de desarrollar ante un jurado examinador, estos
fueron 1º) La doctrina de Laennec, que asienta la unidad del tubérculo, frente
a la escuela de Virchow, que sostiene la dualidad; y 2º) La fiebre tifoidea
típica de presentarse en Caracas, es solo excepcionalmente. Curiosamente estas
estaban relacionadas con enfermedades bacterianas, campo en el cual se verá
centrada su profesión médica ulteriormente, ya que es considerado el fundador
de la bacteriología en Venezuela y América Latina.
Al graduarse se va a su tierra natal y allí recibe el llamado de uno de sus
profesores, Calixto González, quien mucho lo distinguía y apreciaba, para que
regrese de inmediato a Caracas, pues lo había recomendado al gobierno para una
beca de estudios en Europa. El presidente Rojas Paúl, por falta de médicos
especialmente dedicados a la experimentación en 1889, decreta que, por cuenta
del gobierno, se nombre al joven médico venezolano, de buena conducta y
reconocidas aptitudes, para que se traslade a Francia, a estudiar teoría y
práctica en las especialidades de microscopia, histología normal y patológica,
bacteriología y fisiología experimental, con la asignación de seiscientos
bolívares mensuales. Trabajó en los laboratorios de Charles Richet, (Premio
Nobel 1913), fisiología experimental en la Escuela de Medicina de París que
había sido colaborador de Etienne Jules Marey y a la vez discípulo del sabio Claude
Bernard máximo exponente de la medicina experimental en Francia; con Mathias
Duval histología y embriología y con el eminente Isidor Strauss que había sido
discípulo de Emile Roux y Charles Chamberland quienes lo fueron a la vez de
Louis Pasteur, bacteriología. Hoy en la entrada, de la Facultad de Medicina de
la UCV, su escultura preside el ingreso del Instituto de Medicina Experimental,
desde 1950, gracias a la escultura de Francisco Narváez, es considerado el
último tomista como afirma mi estimado profesor del Doctorado Gustavo
Villasmil, en un artículo en Prodavinci que recomiendo buscar y leer.
Así como los trabajos del Dr. Rogelio Altez, también mi profesor del doctorado
en ciencias políticas, en el mismo Prodavinci, donde relata con lujo de detalles
muy interesantes el papel del trío de médicos eminentes de la época, para
tratar la gripe española, Razetti, Rísquez y Hernández, por ejemplo “…El total
de fallecidos por la influenza entre octubre de 1918 y diciembre de 1919 en
toda Venezuela fue de 23.318 personas. Sobre una población total que se
estimaba en 2.362.977 habitantes esto representa prácticamente el 1 % de ese
total…” y como afirma Altez, citando a Razetti”… La Junta de Socorros de 1918,
no obstante, tenía muy clara la situación, especialmente ante un virus que ya
había demostrado su eficacia en otras latitudes. «La experiencia ha demostrado
que la profilaxia colectiva contra la gripe es imposible y hasta ahora ningún
servicio sanitario ha podido impedir la importación de la enfermedad, ni
detenerla en su marcha invasora a través de los continentes». Aun así, las
medidas tomadas apuntaban a impedir el contagio: «El papel del higienista se
limita a aconsejar la profilaxia individual, cuya expresión más cabal es el
aislamiento, porque el contagio de la gripe es siempre inter-humano…” eso lo
tenían claro los médicos. Lamentablemente, José Gregorio no vivió la evolución
y tratamiento de la pandemia, por su repentina muerte.
Su beatificación, y el decreto de canonización, de este pasado mes de febrero,
nos recuerda que no es incompatible la fe y el ejercicio de una profesión
científica o humanista, porque en ella se refuerza y se entrelazan en valores y
principios religiosos, éticos y morales, que dan la madera, en el ejercicio de
nuestras profesiones, él fue una evidencia viviente, sincera, honesta y
solidaria, de sus creencias en el ejercicio como brillante médico y es uno, de
los paradigmas hoy aún más, en su Facultad de Medicina de la UCV y ejemplo,
para los jóvenes que se gradúan en esta noble y sacrificada profesión. Es un
testimonio de fe, ciencia y humanismo. Amén.
jesusmazzei@gmail.com
Nota: Al culminar este artículo supimos del final de la parábola vital
del Papa Francisco, lo encomendamos a Dios todopoderoso, como cristiano y haber
sido educados por los jesuitas, congregación a la que profesamos admiración y
cariño, porque parte de nuestra educación se la debemos a ellos. Dios lo tenga
en su santa gloria.