martes, 27 de febrero de 2018

Venezuela y el multilateralismo


Venezuela y el multilateralismo, 

por Felix Arellano



Autor: Felix Arellano | felixarellano50@yahoo.com




Frente al mundo de las soberanías absolutas, un tanto anárquico y conflictivo, se va conformando un sistema más interconectado, regulado y cooperativo, donde el multilaterismo juega un papel privilegiado; empero, los gobiernos autoritarios rechazan los límites o controles que pueda imponer la dinámica mundial y si bien vociferan, en un falso discurso, la necesidad de transformar el orden internacional, en realidad trabajan para eliminar cualquier mecanismo que limite su arbitrario comportamiento.



En este contexto, el proceso bolivariano, atrincherado en los sueños de su chequera petrolera, sigue menospreciando los principios y reglas de la comunidad internacional, en particular, el sistema del multilateralismo.
En su falso discurso pregona las transformaciones y cambios, pero en realidad promueve el viejo orden de la soberanía absoluta, rechazando los controles que puedan emanar de la normativa internacional.Ahora bien, las circunstancias están cambiando y, por una parte, la comunidad internacional va incrementando su acción frente a las arbitrariedades bolivarianas y, por otra, el proceso se ve en la necesidad de recurrir a las instituciones que ayer satanizaba.

Desde la perspectiva autoritaria, el proceso bolivariano se retiró de la Comunidad Andina, rechazando, entre otras, la supranacionalidad de las normas comunitarias o la posibilidad que los gobiernos sean demandados por los particulares en el Tribunal Andino de Justicia. Paradójicamente, muy crítico del imperialismo salvaje, prefirió permanecer en las mieles del sistema financiero.

Tampoco tolera los controles que ha logrado diseñar la comunidad internacional para la defensa de los derechos humanos y la institucionalidad democrática, por leves que estos sean, y por eso ha decidido, impedir el acceso al país de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, se ha retirado del Tribunal Interamericano de los Derechos Humanos y recientemente ha decidido retirarse de la Organización de Estados Americanos (OEA).

Con la OEA ha experimentado una relación muy contradictoria. Por varios años la ha cuestionado como instrumento del imperio, pero también ha trabajado activamente para controlarla y paralizarla, lo que ha logrado por un buen tiempo, mediante la presión de la chequera de petrocaribe y el voto de los países del Caribe, empero, la Resolución 1095, aprobada en el Consejo Permanente de la OEA, el pasado 23 de febrero, evidencia cambios en la posiciones de los gobiernos caribeños. El respaldo rígido y mecánico está evolucionando a una abstención y podría llegar a un voto negativo, con lo cual la hegemonía bolivariana está en descenso.

También ha sido compleja la relación con las Naciones Unidas a la que ha cuestionado en varias ocasiones, pero ahora está luchando para lograr que la Asamblea General de las NU apruebe una observación electoral, coordinada por su incondicional José Luis Rodríguez Zapatero, buscando justificar la farsa electoral que está promoviendo para el 22 de abril. Pero el Grupo de Lima ha actuado estratégicamente y con la Resolución 1095, ha dejado claro que la organización regional está ocupada del caso venezolano; por lo tanto, como lo establece la normativa, las Naciones Unidas deberían respetar la actuación de la OEA. Como se puede apreciar la organización interamericana no resulta tan inútil como lo destacan los voceros oficiales bolivarianos.

El sistema financiero multilateral ha sido otra de las instituciones profundamente cuestionadas por el proceso bolivariano, pero todo indica que en la medida que se agudice la crisis financiera del país, se incrementen las sanciones de la comunidad internacional, la opción más conveniente para lograr el auxilio financiero necesario será la combinación, tan despreciada, del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM).

La comunidad internacional, incluyendo los banqueros, están leyendo los acontecimientos que ocurren en Venezuela y naturalmente confirman la inseguridad y la desconfianza que genera el proceso bolivariano, que no ofrece ninguna señal de cambio, por el contrario, agudiza el conflicto y agrava la situación, como estrategia para perpetuarse en el poder. Frente a la soberbia bolivariana, la reacción internacional se orienta al incremento de las medidas de la presión que hagan viable una negociación concreta y efectiva para la democratización del país.

Entrevista

Expertos: Sanciones obstaculizan importaciones y financiamiento externo


Entrevista en union Radio a Carlos Daly, Luis Angarita y José I. Guarino


http://unionradio.net/expertos-sanciones-obstaculizan-importaciones-y-financiamiento-externo/

lunes, 26 de febrero de 2018

ANCE

ANCE
La Academia Nacional de Ciencias Económicas a la Nación Venezolana

Según su Ley de creación, le corresponde a la Academia Nacional de Ciencias Económicas (ANCE) “hacer saber su opinión razonada en la elaboración de proyectos de leyes en materia económica, así como en todo asunto que directa e indirectamente concierna a las Ciencias Económicas” (Art. 2°, # 4). La trágica situación por la que atraviesa la población venezolana nos obliga a cumplir con este cometido, el cual toca, además, imperativos de compromiso ciudadano que nos dicta nuestra conciencia.

A comienzos del mes de enero de este año se dio a conocer una “Carta abierta al presidente Nicolás Maduro”, firmado por más de 100 economistas, entre ellos quienes conformamos esta Corporación. Ahí se hizo referencia al grave deterioro de la economía venezolana, constatado en el informe que entregara el Gobierno Nacional a la Securities and Exchange Commission de los Estados Unidos, así como en cifras del Banco Central de Venezuela sobre la expansión de los agregados monetarios y de la Comisión Permanente de Economía y Finanzas de la Asamblea Nacional sobre la inflación. Su reseña puso en evidencia que durante el ejercicio de la Presidencia de Nicolás Maduro se ha producido una caída de más de un tercio en el ingreso por habitante, el colapso de las inversiones y una hiperinflación desatada por los elevados y reiterados déficits públicos, financiados con emisión de dinero sin respaldo por parte del BCV. Ello ha envilecido drásticamente al bolívar hasta llevar la tasa oficial con respecto al dólar a ser hoy apenas un 0,000064avo de la existente en el momento de implantarse el presente control de cambio. Con la cotización del dólar en el llamado mercado paralelo, es bastante menos aún.

A ello hay que agregar el abultado servicio de la deuda externa contraía por el sector público desde 2006, que ha impedido atender las importaciones que se requieren, y el colapso de la empresa petrolera nacional, PdVSA, cuya capacidad de producción y de refinación ha disminuido notoriamente. Venezuela tiene hoy su sector externo estrangulado, con el agravante de tener cerrados los mercados de crédito internacionales y encontrarse en default selectivo por no honrar el pago de sus emisiones de deuda en las fechas acordadas.

Como resultado, se ha producido un empobrecimiento acelerado de la población, que cobra un número creciente de vidas por inanición y por las secuelas que acarrea la severa desnutrición, así como la falta de medicamentos y el deterioro de los hospitales, en la salud del venezolano. Hoy muchos venezolanos dejan de asistir regularmente a sus trabajos porque su sueldo no les alcanza ni siquiera para pagar el transporte. Miles salen desesperados de nuestras fronteras a diario, por vías terrestres, marítimas y aéreas, por no poder subsistir en tierras venezolanas. Tan lamentable diáspora, que hoy suma unos tres millones de compatriotas afuera, es inédita en la historia patria y refleja el suplicio que a tantos afecta. Finalmente, el país ha atestiguado el aumento de los saqueos a negocios y transportes de alimentos, como a familias enteras escarbando en la basura para procurarse algo de comer.

Ningún venezolano puede permanecer indiferente a semejante tragedia, más cuando existe un amplio consenso entre los profesionales de la economía sobre las líneas de acción a tomar para salir de la misma y sabiendo, además, que Venezuela --de contar con la administración responsable y eficiente de su economía-- cuenta con los recursos, el talento y las capacidades para lograrlo en un plazo relativamente corto. La ANCE ha hecho numerosos pronunciamientos en los últimos años que van en esa dirección, pero que lamentablemente han caído en oídos sordos en las esferas gubernamentales.

La Carta Abierta hizo un llamado al Presidente a ser coherente con su propio diagnóstico, rectificando sus políticas. Confrontado con sus propios datos, no puede argumentar el desconocimiento de la gravedad de la situación nacional
o, peor aún, manifestar que ésta es “normal” y que Venezuela está bien, para continuar en la inacción actual. Tampoco es permisible que evada responsabilidades insistiendo en el disparate de una supuesta “guerra económica” que intenta echarles la culpa a otros de las terribles consecuencias de las políticas oficiales.

La ANCE lamenta tener que señalar que las condiciones de vida del venezolano van a
empeorar todavía más de no adoptarse cuanto antes medidas que abaten la hiperinflación, unifiquen el tipo de cambio y liberen al aparato productivo de los controles que hoy lo asfixian. Es menester negociar un financiamiento externo con organismos multilaterales para reestructurar provechosamente la deuda externa, estabilizar y liberar el tipo de cambio y proveer los recursos con los cuales sanear las cuentas públicas. Tales condiciones son imperativas para mejorar el abastecimiento interno con producción doméstica, generar empleos productivos cada vez mejor remunerados y revertir la caída en los niveles de consumo de la población. A la par, permitirán reducir nuestra vulnerabilidad externa. Asimismo, facilitarán el rescate de la industria petrolera y atraerán inversiones generadoras de capacidad exportadora y de efectos multiplicadores sobre el resto de la economía.

Después de lo señalado en la Carta Abierta, de los reiterados pronunciamientos de esta Academia y de innumerables señalamientos por parte de economistas calificados durante los últimos años, es sumamente lamentable que ninguna medida económica de importancia haya sido tomada en la dirección referida. El gobierno parece conformarse con los incrementos por decreto del salario mínimo y el reparto de comida subsidiada que apenas llega a una parte de la población, para atender estas penurias. Pero hoy se requieren más de 50 salarios mínimo-integrales, para comprar la Canasta Básica familiar.

Ante la desidia puesta de manifiesto por quienes tienen la responsabilidad de tomar decisiones en materia económica mientras se deterioran aceleradamente las condiciones de vida del venezolano, esta Academia Nacional de Ciencias Económicas, ha llegado a la infausta conclusión de que se persiguen objetivos que responden a intereses divorciados de la misión básica que debe tener todo gobierno, que es la de mejorar el bienestar de su población. Ello es sencillamente imperdonable ante la dimensión de la tragedia que hoy embarga a los venezolanos.

Esta Academia, con base en las discusiones y análisis realizados en su seno, así como con otros colegas, denuncia ante la opinión pública la responsabilidad central del gobierno encabezado por Nicolás Maduro en la terrible situación por la que hoy atraviesan los venezolanos. De ninguna manera constituye ésta una fatalidad, pues el país tiene con qué salir adelante. La renuencia a tomar las medidas para que ello ocurra solo consigue explicación en la prosecución de objetivos políticos subalternos por parte de quienes hoy dirigen el Estado, con consecuencias funestas para la población. Que las políticas del gobierno obedezcan a fines contrarios al interés nacional es absolutamente inaceptable.
Pero esta Corporación no sólo quiere quedarse en la denuncia, sino que también ofrece, una vez más, las opiniones y señalamientos que puedan contribuir a enrumbar a Venezuela hacia el futuro de prosperidad y libertad que merecen sus habitantes.

En Caracas, a los veintiún días del mes de febrero de 2018

Humberto García Larralde                                                Sary Levy Carciente
Presidente                                                                                    Secretaria


domingo, 25 de febrero de 2018

After the WTO’s Ministerial Conference, Where Next for Africa?

Tomado de https://www.ictsd.org

After the WTO’s Ministerial Conference, Where Next for Africa?

15 February 2018
In the aftermath of the December WTO Ministerial Conference in Buenos Aires, pessimism about the future of the institution has been reaching record levels and no clear plan has emerged yet on where to take the WTO next. In this rather bleak environment, what are the possible options for African countries to advance their trade and development priorities?


The outcome of the WTO’s Eleventh ministerial conference (MC11) has been disappointing to most observers. Other than a political commitment to conclude negotiations on fisheries subsidies by the next ministerial and a rollover of old moratoriums on non-violation complains in the area of intellectual property and on the taxation of electronic transactions, MC11 did not yield any substantive results. No progress has been achieved either on any of the core areas of concern to African countries like food security or development, despite the large number of proposals tabled ahead of the conference. Ministers even failed to agree on a joint declaration, leaving members and observers wondering where to go next and how to address unresolved issues under existing mandates. In light of this impasse, the last day of the conference saw several proponent groups issuing ministerial statements announcing more structured work towards future plurilateral negotiations, notably on e-commerce and investment facilitation.
For African countries who have decided not to join such new initiatives, the lack of multilateral outcomes may raise significant concerns. It hardly comes as a surprise, however. Expectations were already low before Buenos Aires, notwithstanding repeated statements highlighting the importance of a vibrant rule-based system. Intransigent attitudes combined with hostage-taking practices by several large WTO members did the rest. The ensuing move towards plurilateral initiatives is not surprising either. With members largely divided on so-called “new issues” such as digital trade, the push emulates earlier attempts at exploring new approaches through initiatives like the trade in services agreement (TISA), the environmental goods agreement (EGA) or the information technology agreement (ITA II).  In a similar vein, the tensions that prevented a consensus on a future roadmap for negotiations can be traced back to long-standing attempts by several large players at obtaining higher levels of commitments from emerging economies. In fact, members already failed to reaffirm the Doha mandate at the previous ministerial conference, with the final declaration explicitly acknowledging opposing viewpoints without reconciling them. In a way, Buenos Aires is only the latest and arguably clearest manifestation of a trend which has developed for nearly ten years.
What is new?
What has changed this time, though, is the method adopted by some countries to pursue their interests, as exemplified by the new US administration’s stance on trade. To be clear, the underlying concerns remain largely the same: faced with a growing trade deficit, the US continues to blame unfair practices by emerging economies, including industrial subsidies and forced transfer of technology. For the White House, the WTO has been unable to deal with state capitalism – as shown by the controversy over China’s market economy status – and has treated the US unfairly by repeatedly condemning Washington for its approach to antidumping. On rule making, the US keeps insisting on the need for further differentiation among developing countries and for moving away from the Doha Round approach altogether, possibly towards more plurilateral approaches.
While pursuing this same line of argumentation, the US has however started to use more radical methods to assert its concerns. Most visibly, Washington has blocked the nomination of new appellate body members at the WTO – a move which will paralyse the whole dispute settlement mechanism if not solved in the coming months. After pulling out of the Trans-Pacific Partnership (TPP) and pushing for a renegotiation of NAFTA and the US Korea FTA, the White House has resorted to new safeguard measures at the risk of opening the floodgates of protectionism against. More generally, after playing a leading role in shaping the multilateral trading system since the end of World War II, the US is now increasingly disengaging from multilateral talks.
 

What are the option for Africa?
Confronted with this unprecedented reality, African countries need to reassess their strategy at the WTO. Three main options come to mind. Each has its pros and cons.
A first approach may consist in adopting a “business as usual” attitude by tabling proposals and ideas on how to move forward on issues of particular concern to the African Group. After all, Buenos Aires gave a clear mandate to continue negotiations on fisheries subsidies with a view to concluding them by MC12. This remains a priority area for the Group and should be pursed energetically. In other areas, in the absence of any contrary instructions, previous mandates arguably still apply. This was confirmed by Susana Malcorra’s chair summary at the end of the last ministerial conference, which reiterated that “Members agreed to advance negotiations on all remaining issues, including on the three pillars of agriculture, […] as well as non-agriculture market access, services, development, TRIPS, rules, and trade and environment.” While Buenos Aires did not deliver on several of these issues, negotiations prior to the ministerial saw constructive engagement, particularly on agricultural domestic support with a flurry of new ideas being tabled. Members can take this process where they left it and work towards a consensus by 2019. The main arguments in favour of such an approach is the recognition that as long as certain issues – such as public stockholding for food security purposes – are not resolved, it will be politically difficult to move forward on other issues. In some areas, there may be scope for exploring new creative solutions, for example on issues such as special and differential treatment. This approach, however, implies that other members are willing to engage constructively. It is also difficult to see how applying the same recipe that has failed to deliver results over the last 10 years could suddenly lead to a different result. For these reasons, a pure “business as usual” approach is probably bound to fail. This does not mean, though, that new ideas to address longstanding problem cannot help achieve some incremental steps on a few issues.
A second approach may consist in recognising that under current political circumstances, nothing can be realistically achieved at the WTO. In this context, African countries should disengage, at least in the short run, and wait for the stars to re-align. In practice, this approach could simply consist in restating maximalist positions in areas where African countries have specific interests (e.g. agriculture, cotton, S&DT) and blocking progress where they are not proponents. This would guarantee a total paralysis of the system, but at least would allow African countries to keep all their bargaining chips intact in anticipation of future negotiations if and when some of the large players decide to come back to the table. The downside of this approach is obviously the high risk of further undermining the multilateral trading system upon which many African countries rely, with no guarantee that talks would pick up again in the near future. New rule-making may shift to plurilateral initiatives and tomorrow’s trade disciplines may end up being designed without inputs from most African countries. More importantly, this approach does not help to address the urgent development concerns behind the proposals articulated by the African Group. Finally, it fails to recognise that the underlying concerns behind the US current positions are likely to remain even if the US administration changes.
A third approach may consist in helping bridge the gap among large players such as the US and China and foster engagement on the concerns raised by them. Such an approach would of course only make sense if it creates leverage for the African Group to advance its own priority issues. One of the main challenges facing the system post-Buenos Aires will consist in finding what would prompt the US to “release the hostage” in the appellate body nomination process and to re-engage in multilateral talks. This may require addressing some of Washington’s concerns. Put more simply, the US grievances against multilateralism arguably call for an in-depth reform of the WTO. This can be seen as an opportunity for engagement and even form the basis of a new negotiating agenda, assuming that African concerns can be introduced in the mix. For example, if the US is unhappy with existing subsidy rules as they apply to some members, this may represent an opportunity for revisiting the Agreement on Subsidies and Countervailing Measures (ASCM) and address some of the African Group’s longstanding proposals in this area. Obviously this assumes that members are willing to engage in good faith in such multilateral discussions, as opposed to solving their problems bilaterally. At present, this is far from certain. Nor is it clear that those key players would be more inclined to make concessions in this configuration than they were under the Doha Round.
To sum up, all the approaches suggested above entail significant risks and high uncertainties. As such, none of them is an obvious choice for African countries.
 

Beyond multilateralism
The launch of plurilateral initiatives on e-commerce and investment facilitation will further remove leverage and trade-off opportunities for African countries to advance their priorities. This is, nonetheless, where discussions are likely to move in the short run, even if so far none of these initiatives has really secured a critical mass of WTO members. African countries concerned about such initiatives have no real means to stop them. At most they can try to revive multilateral deliberations on some of these topics (e.g. through the work programme on e-commerce). Others in the African Group have already decided to join such initiatives, with some even playing a leading role. This is obviously a strategic choice for each country to make, but clearly participating in such initiatives will provide more opportunities to engage and influence outcomes than remaining outside.
Beyond the WTO, negotiations under regional and bilateral free trade agreements will continue to be the main locus for trade integration. Under such circumstances, African countries should make sure that they do not put all their eggs in the same basket. Regional integration at the continental level offers significant opportunities to foster economic transformation (see the article by Judith Fessehaie in this issue). Brexit will provide a good occasion for African countries to rethink their trade relation with the EU. Finally, emerging economies like China and India will continue to grow as strategic partners and offer new export opportunities. More than ever, taking advantage of these alternative avenues will be essential in advancing Africa’s sustainable development aspirations.

Author: Christophe Bellmann, Senior Resident Research Associate at the ICTSD

Los ojos de Chávez. Post-verdad y populismo en Venezuela

Tomado de www.el-nacional.com

Los ojos de Chávez. Post-verdad y populismo en Venezuela

Rafael Sánchez, magíster y doctor en Antropología (Universidades de Chicago y Ámsterdam), profesor-investigador del Departamento de Antropología y Sociología en el Graduate Institute en Ginebra, es autor del libro “Dancing Jacobins”, próximamente por Editorial Dahbar: “El baile de los Jacobinos: Una genealogía venezolana del populismo latinoamericano” 



Por RAFAEL SÁNCHEZ
25 DE FEBRERO DE 2018 03:00 AM | ACTUALIZADO EL 25 DE FEBRERO DE 2018 03:47 AM

“Buenos días Venezuela, tenemos Asamblea Constituyente… Ocho millones largos, en medio de las amenazas (…) retando la bala de los paramilitares, cruzaron ríos, en el Táchira cruzaron montañas, pero votaron por la Asamblea Nacional Constituyente…” (1). Con estas palabras dichas minutos después de la medianoche del 31 de julio de 2017 el actual presidente de Venezuela, Nicolás Maduro Moros, anunció que el nuevo organismo a cargo de llevar a cabo un reordenamiento radical de la sociedad venezolana había sido electo con el apoyo masivo de la población. Hablando desde Londres, en una conferencia de prensa televisada celebrada apenas dos días después de la declaración de Maduro, Antonio Mugica, vocero de Smartmatic, la compañía que con pleno apoyo gubernamental desde 2004 ha venido proporcionado la plataforma electrónica encargada del conteo de los votos en las elecciones venezolanas, contradijo de plano al presidente. Esto es lo que Mugica dijo en esa ocasión: “con el más profundo pesar tenemos que informar que la data de participación del pasado domingo 30 de julio para la elección de la Asamblea Constituyente fue manipulada… Estimamos que la diferencia entre la cantidad anunciada y la que arroja el sistema es de al menos un millón de votos” (2).

Si desde un punto de vista numérico la declaración de Maduro no solo contradice todas las evidencias disponibles sino también la percepción pública –todo, en efecto, hace suponer, primero, que la distancia entre el estimado presidencial y el número de venezolanos que efectivamente votaron por la propuesta del gobierno fue mucho mayor que el millón de votos anunciado por el experto de Smartmatic, y, segundo, que el público estaba consciente de la discrepancia (3)– desde un punto de vista político la situación es otra. Políticamente hablando la singular desfachatez con la que a contrapelo de los hechos y de las percepciones y sin que ni por un instante le temblara el pulso Maduro comunicó a sus seguidores que el gobierno contaba con la mayoría en las urnas es, ella misma, altamente significativa.

Lejos de ser casual, semejante desprecio por los “hechos” es en sí mismo revelador de la lógica de gobierno subyacente al tipo de populismo que el chavismo representa. Según esa lógica de Humpty Dumpty –“una palabra significa solo aquello que yo elijo que signifique”, le dice Humpty Dumpty a Alicia en Alicia a través del espejo– independientemente de lo que Smartmatic o cualquier otra agencia similar pueda decir, el ‘pueblo’ es una entidad homogénea y multitudinaria. No solamente eso, sino que, “más de ocho millones”, incontable como los granos de arena en el océano, ese ‘pueblo’ es necesaria y excluyentemente chavista. Como tal, siempre se mantendrá unido como un solo hombre detrás del “gobierno del pueblo”, vale decir, de su propio gobierno con Nicolás Maduro a la cabeza. El resto, el “no-pueblo”, no cuenta. Y todo esto, por definición, simple y llanamente porque al presidente o a algún otro personero del régimen así se le da por proclamarlo.

En caso de que en el pronunciamiento de Maduro se quiera ver mero desplante o fanfarronería latinoamericana, baste con señalar que en los discursos de Donald Trump se pueden encontrar un sinnúmero de pronunciamientos semejantes. Por ejemplo, la así llamada controversia “birther” en torno al lugar de nacimiento de Barack Obama que Trump animó desde su plataforma mediática según la cual Obama no habría nacido en los Estados Unidos simplemente porque según la disposición racista de sus seguidores era absolutamente imposible que ello hubiera sido así. O más recientemente, cuando Trump insistió a contrapelo de las evidencias que las masas presentes en su inauguración eran las más numerosas que nunca se hubieran visto en un evento semejante. En otras palabras, tanto para Trump como para Maduro, independientemente de los hechos y de los números, “el pueblo” es simplemente aquello que, muy a lo Humpty Dumpty, ellos designan como tal, y ese pueblo, por definición la mayoría, siempre los apoya. El resto, el no-pueblo o el anti-pueblo, sin importar cuán numeroso sea, son simplemente aquellos que han sido identificados para ser ya sea sometidos, ya sea exterminados (4).

Asumo aquí que la discrepancia entre las declaraciones del presidente y las del experto de Smartmatic es sintomática del tipo de populismo post-verdad que, no solo en Venezuela sino en todas partes, ha venido surgiendo en años recientes como respuesta a la globalización neoliberal prevaleciente a nivel global (5). Enumero, sin ningún orden preciso, algunas de sus características: la intensa movilidad y la deslocalización, el sometimiento a la condición de mercancía de sectores cada vez más amplios de la vida social, la destrucción de formas de vida seculares, el desarraigo radical, la fragmentación social y política, una saturación mediática cada vez más generalizada, cohabitación multiétnica y multicultural, y, no menos importante, el quiebre catastrófico de la representación política, seguramente se encuentran entre las más destacadas.

Por razones que se aclararán más adelante, propongo que el mencionado quiebre de la representación política entendido como condición de ninguna manera pasajera sino endémica y no ningún supuesto control “democrático” de las mayorías es el elemento clave que debe ser tenido en cuenta a la hora de aprehender la significación, lógica inherente y dinamismo propios de los movimientos, organizaciones y gobiernos populistas que, últimamente, han accedido al primer plano a nivel mundial. Esto es así incluso durante aquellos períodos más o menos largos en que estos movimientos, organizaciones y gobiernos logran siempre precariamente y de manera contingente hacerse con ese control.

Es verdad, sin embargo, que el hecho de controlar o no controlar democráticamente a la mayoría de la población sobre la base de elecciones supuestamente libres es uno de los principales criterios del que muchos analistas se valen a la hora de caracterizar regímenes como el chavista, y así diferenciarlos de otros regímenes más decididamente totalitarios. Ese, por ejemplo, sería el caso de Fareed Zakaria (6). Si traigo aquí a colación a esta renombrada figura mediática no es tanto porque sus ideas me parezcan especialmente convincentes, no me lo parecen, sino porque en este autor el mencionado criterio acerca de la democracia, que en otros autores permanece más o menos implícito, aparece delineado de manera singularmente explícita (7). Considerando el elevado prestigio del que gozan las ideas de Zakaria en círculos liberales en todo el mundo, es plausible suponer que el mencionado criterio cuenta con una amplia aprobación.

Acuñando la expresión “democracia iliberal” para referirse a populismos autoritarios similares al chavismo, Zakaria ha definido este tipo de regímenes como democracias a las que se les quita el liberalismo constitucional. Según Zakaria, sin control ni equilibrio de poderes la democracia se prestaría para las formas de hacer pueblo que son intrínsecas a los populismos autoritarios o “democracias iliberales” que en todas partes proliferan. En condiciones en que los constreñimientos de tipo “liberal” están ausentes, la tentación por parte de políticos inescrupulosos de apelar “democráticamente” con fines electorales a mayorías de tipo étnico, racial, religioso o de clase tornándolas como un solo ‘pueblo’ contra sus enemigos “naturales” resultaría poco menos que irresistible. Caracterizado por la norma plebiscitaria y la expansión del ejecutivo, que hace de todos los poderes del Estado meros apéndices del gobernante, el régimen chavista de Venezuela parece amoldarse bien al argumento de la democracia iliberal. Quisiera, sin embargo, preguntar lo siguiente: ¿hay algo novedoso en el chavismo no previsto por formulaciones como las de Zakaria? Y de haberlo, ¿dónde reside esa novedad y cómo dar cuenta de la misma?

Siguiendo el argumento de la “democracia iliberal”, la respuesta sería negativa: sencillamente el chavismo ofrece otra fábula con moraleja sobre la democracia sin liberalismo. Los acontecimientos en Venezuela a raíz de la “elección” fraudulenta en el 2017 de una Asamblea Constituyente obediente a los designios del Estado chavista y el desconocimiento por parte de este de la Asamblea Nacional en la cual dominaba la oposición en una mayoría obtenida en las elecciones parlamentarias del 2015 abren, sin embargo, la posibilidad de que ese argumento no sea aplicable al chavismo. En efecto, si bien es cierto que el hecho de controlar o no controlar democráticamente a las mayorías no deja de tener importancia para el régimen, los mencionados acontecimientos sugieren que la significación y la dinámica íntima del chavismo en última instancia no se basan en ese control. Así, a pesar de haber perdido su ventaja electoral, el chavismo se ha vuelto últimamente aún más autoritario y represivo, sin recurrir, a no ser que sea de modo fraudulento, a una mayoría que dejó de poseer. A continuación, algunas sugerencias para aprehender la dinámica sui generis del chavismo.

La fragmentación del cuerpo político

Para empezar, el colapso de la democracia representativa y de las instituciones representativas de la nación, propiciado en los años ochenta por un programa neoliberal de ajustes estructurales, ofrece una pista más clara para el entendimiento del chavismo venezolano que cualquier otra consideración sobre la democracia. Incluso si bien es cierto que inicialmente llegó al poder en 1999 en la cresta de una poderosa ola democratizadora, mucho de lo que ha ocurrido con el chavismo desde entonces resulta incomprensible si, en lugar de aprehenderlo en términos de democracia entendida como gobierno excluyente de las mayorías, no se refiere su significación y dinámica a la ruptura de la representación política como una condición endémica, y aun postliberal, que en la actualidad afecta no solo a Venezuela, sino al mundo.

Sobre la base de un trabajo de campo antropológico llevado a cabo en sectores populares en varios lugares de Venezuela, me ha sido posible identificar dos efectos cruciales de este quiebre de la representación. El primero tiene que ver con el develamiento de una socialidad de masas que anteriormente había estado contenida en el seno de instituciones sociales y políticas que la dotaban de un mínimo de estructuración sin, por ello, alcanzar a domesticarla del todo. Esta socialidad emergente está caracterizada por el encuentro de individuos de procedencias dispares reunidos en estrecha proximidad los unos con los otros en espacios públicos relativamente ajenos al control estatal o institucional. En toda su abigarrada multiplicidad, la misma es el terreno de emergencia de un sujeto popular para el cual su propia corporalidad y afectividad corporal son los crisoles donde se juegan de manera espectacular las apuestas sociales y políticas más trascendentales, desde la lucha por la vivienda hasta la articulación de las más variadas formas de resistencia al poder estatal.

Visto retrospectivamente, el hecho de que, en toda su riqueza sensorial y disposición pasional, la corporalidad física de los individuos haya pasado a un primer plano como la matriz mediadora de los procesos sociales más significativos no sorprende demasiado. Ese protagonismo es lo que en fin de cuentas cabe esperar de la pérdida por parte de las instituciones representativas del Estado de su capacidad de mediar los intereses y las identidades de los individuos. En circunstancias en que esa poderosa maquinaria de sublimación que es la representación política no ejerce a cabalidad sus funciones mediadoras, la corporalidad individual asume un papel intensamente protagónico en tanto medio maleable a través del cual los procesos sociales son a la vez sufridos, experimentados, dotados de significación y activamente intervenidos. Esto, al menos, es lo que ha pasado en Venezuela. Los espacios públicos que fueron dejados vacantes por el Estado en su incapacidad de re-presentar a la sociedad, se han venido llenando de masas de individuos que, en toda su corporalidad sensual y sensible, se ven expuestos los unos a los otros a través del espacio horizontal (8).

Por razones que tienen que ver con la manera como las imágenes, deseos, aspiraciones, o formas de identidad se difunden contagiosamente entre las personas en semejantes condiciones de exposición radical, estas situaciones de masas son también las escenas de emergencia de un sujeto popular extraordinariamente móvil, metamórfico y mimético a menudo capaz de eludir las formas de clasificación y las interpelaciones con las que el Estado intenta apresarlo. Tal como lo documenta mi trabajo etnográfico, bien distante del quietismo y la pasividad con la que a algunos les gusta imaginárselo, este es un sujeto poseído de una intensa movilidad y asediado por deseos de consumo infinitos, como tal, semejante al actor del que habla Diderot en su “paradoja del actor”, capaz de adoptar, en su misma pobreza, una superabundancia de identidades y roles extraordinariamente disímiles a medida que se desplaza horizontalmente a lo largo y ancho del territorio nacional en busca de posibilidades siempre precarias de trabajo, afiliación e identificación.

Confrontadas con esta deriva y heterogeneidad de los sujetos, un segundo efecto del quiebre de la representación política es la creciente incapacidad que muestran los agentes políticos de ocupar el lugar de lo universal y, desde allí, representar lo social como una totalidad ante el Estado. Bajo estas condiciones, no es la representatividad sino el contagio afectivo, el préstamo mimético y la emulación entre cuerpos que se extienden, de manera virtual y real, hacia un espacio horizontal en continua expansión y liberado de las “señas de mando” de las que hablaba Elias Canetti los que marcan la pauta (9).

Por primera vez cobré consciencia de la existencia de este sujeto popular intensamente móvil y prodigiosamente mimético durante un trabajo de campo antropológico sobre el culto de posesión de María Lionza en Venezuela realizado hace ya algunos años. Centrado alrededor de la Reina Espiritual María Lionza, cuyos orígenes legendarios presuntamente se hundirían en tiempos pre-coloniales, el culto de María Lionza es un culto de posesión que cuenta con multitud de adherentes en toda Venezuela, pero especialmente en los barrios más populares de las grandes ciudades. Organizado alrededor de altares domésticos ubicados en viviendas privadas diseminadas por toda Venezuela, este culto gravita en torno a los principales centros de peregrinación de Sorte, Quiballo y Aguas Blancas, localizados en montañas adyacentes en el estado venezolano de Yaracuy, en el oeste de Venezuela.

En lo que viene a ser un gigantesco teatro de posesión espiritual al aire libre, es en estas montañas sagradas donde tuve oportunidad de presenciar algunas de las escenas de masas a las que acabo de hacer referencia, con una multitud de cultistas seguidores de María Lionza acampados en estrecha proximidad los unos a los otros a todo lo largo y ancho de las faldas ascendientes de la montaña. Es allí, en esos parajes fabulosos bajo las copas frondosas de árboles altísimos, que en presencia de sus seguidores o clientes los médiums del culto se ven poseídos en sucesión serial por miríadas de espíritus, tanto ‘vernáculos’ como ‘globalizados’, desde los Padres fundadores de la nación venezolana, especialmente Simón Bolívar, hasta ‘Indios Salvajes’, ‘Bárbaros’, ‘Vikingos’ ‘Faraones Egipcios’ o estrellas de la edad de oro del cine mexicano, por mencionar solo algunas de las posibilidades (10).

Confrontado con este espectáculo de posesión donde lo ‘local’ y lo ‘global’, los espíritus de los héroes de las guerras de independencia contra España y espíritus que como los de ‘faraones’ o ‘vikingos’ llegan de muy lejos (11), experimenté algo similar a una revelación. Fue entonces cuando me percaté de que, frente a mis propios ojos, esos devotos marialionceros incursionaban en un espacio globalizado en continua expansión más allá del alcance del Estado nacional. Animados por impulsos miméticos aparentemente irrefrenables, donde la misma proximidad en la que se encuentran propicia la adopción por contagio los unos de los otros de una plétora interminable de figuras, roles, deseos e identidades, y, por así decirlo, arrastrados más allá de las fronteras de lo nacional por la alteridad multitudinaria que los poseía, los cultistas se adentraban en un territorio o espacio virtual atravesado por multitud de imágenes globalizadas. Un territorio, es importante agregar, que en su desmesura misma no solo es altamente resistente a las ambiciones asimiladoras del imaginario de la nación, sino que permanentemente amenaza con deconstruirlo.

En un trabajo de campo posterior entre grupos de invasores pentecostales que ocupaban ilegalmente edificios abandonados en la ciudad de Caracas, se confirmó mi impresión inicial de un sujeto popular venezolano para quien el contacto afectivo mimético, la mutabilidad incesante y la deterritorialización permanente conforman una verdadera condición existencial (12). Evidentemente, existen diferencias significativas entre los dos grupos mencionados. Por un lado, la pasión por la diseminación inducida por los medios propia de los cultistas de María Lionza, según la cual los médiums del culto se ven poseídos en sucesión serial por una serie interminable de personajes y de roles; por el otro, la insistencia con la que los invasores pentecostales descifran la voluntad del Espíritu Santo inscrita en sus anatomías emocionalmente trastornadas. Sin embargo, ambos tienen algo en común: los miembros de ambas colectividades hacen de manera casi rutinaria un amplio uso de sus cuerpos afectivos y afectados, vale decir, sollozantes, gestualmente excesivos, emotivamente alterados, como el medio maleable donde las huellas del otro son inscritas, modificadas y transmitidas en un proceso de reinvención continua y sin sosiego donde lo que está en juego es el logro de fines tanto materiales como espirituales.

Algo similar puede decirse acerca de las huelgas de hambre y las formas de auto crucifixión pública que tanto se han generalizado estos últimos años en Venezuela. Hoy por hoy, a través de expresiones como estas, los sujetos se valen de esta misma corporalidad en toda su ductilidad afectiva como el instrumento por excelencia de resistencia a las formas más variadas del poder estatal (13). En otras palabras, las evidencias empíricas más disímiles llevan a la conclusión de que esta corporalidad excesiva es, en toda su afectividad y maleabilidad metamórfica, la encrucijada en la cual la subjetividad popular venezolana actualmente se juega sus apuestas más cruciales.

Entre estas apuestas valga mencionar la lucha por la vivienda en condiciones en las que la mayor parte de la población está excluida de acceder a la misma (el caso de los pentecostales invasores de edificios) o la manera en que los devotos de María Lionza exponen sus cuerpos a lo numinoso para enlistarlo en sus esfuerzos por acceder al trabajo, el amor o la salud como sucede con los seguidores de María Lionza. O, para terminar, aquellas apuestas donde lo que está en juego es la resistencia, a través de la corporalidad, a las pretensiones del Estado de bloquearle a los sujetos el acceso a los medios para reproducir la vida como en el caso del agricultor Franklin Brito analizado por Paula Vásquez. Sostengo que todo esto equivale a una preeminencia de lo horizontal sobre lo vertical, como eje a lo largo del cual se forman, deforman y transforman los modos de la experiencia personal y social y las relaciones mismas. Horizontalmente expuestas las una a las otras, tanto en el espacio real como en el virtual, en buena medida más allá de cualquier control institucional, en este baño de multitudes la gente es libre de dar rienda suelta a sus impulsos miméticos adoptando las identidades, los deseos, las apariencias, las emociones, las formas de cortesía o los comportamientos corporales de los demás en una suerte de juego de máscaras interminable.

Para entender el tipo de populismo radical que es propio al chavismo es necesario, sobre todo, tomar en cuenta el hecho de que este surgió como respuesta a una situación tan volátil como la arriba descrita donde a la quiebra de la representación política correspondió la emergencia de un sujeto prodigiosamente móvil y mimético fuertemente resistente a las pretensiones ordenadoras y totalizadoras del Estado. Es en ese terreno resbaladizo y fracturado, como tal, en toda su complejidad y heterogeneidad, resistente a la apropiación populista, donde, desde un principio, el chavismo debió operar. En otras palabras, si de lo que se trata es de aprehender la naturaleza, inclinaciones y modus operandi del chavismo en tanto fenómeno político emergente en tiempos de alta globalización, el miedo a la democracia, que tanto inquieta a analistas como Zakaria, es, al menos en Venezuela, el sentimiento equivocado. En lugar de cualquier consideración sobre la democracia, para alcanzar una tal comprensión es necesario, pienso yo, partir analíticamente de la yuxtaposición entre, por un lado, las ambiciones totalizadoras propias del chavismo, y, por el otro, el terreno fragmentado y altamente heterogéneo con el cual, desde un principio, estas ambiciones no tuvieron más remedio que vérselas. Este mismo punto de partida analítico es válido no solo ahora cuando, más allá de las declaraciones oficiales y las elecciones amañadas, el chavismo se encuentra claramente en minoría; el mismo también lo fue anteriormente, cuando, si bien es cierto que durante la mayor parte del tiempo el chavismo contó con el apoyo de las mayorías nacionales, no es menos cierto que este apoyo era en general altamente voluble e inestable. Quizás en ninguna otra parte sean más visibles los trazos de esta inestabilidad de la multitud que en la retórica política, el estilo de gobierno y, en suma, la actitud corporal del mismo Chávez quien en sus alocuciones públicas solía desplazarse virtualmente sin transiciones desde la oratoria sublime a las alusiones más banales y mundanas. “Aló Presidente”, el programa de radio y TV que el mandatario conducía en vivo todos los domingos frente a audiencias conformadas por gente común, visitantes del extranjero, periodistas nacionales e internacionales y personeros del gobierno, es un buen ejemplo del cambio casi vertiginoso de registros que caracterizaba el estilo político del mandatario. En esas ocasiones Chávez pasaba sin preámbulos de dar arengas en el más puro estilo heroico, hilvanado de frases sublimes para el bronce, a ofrecer recetas para el catarro común, dar recomendaciones acerca del uso adecuado del agua o la electricidad, o cantar corridos mexicanos o joropos llaneros llegando incluso, en una oportunidad, a ofrecer una narración detallada de sus desventuras con su aparato digestivo. Tanta mutabilidad y cambio nervioso de registros desde lo más sublime a lo más banal en el estilo público de Chávez no pueden entenderse sin tomar en cuenta el carácter inherentemente distraído, mutable, miméticamente inestable de las masas a las que este se dirigía. Una mutabilidad, en suma, es el registro fidedigno de la otra. Lo cual viene a querer decir que el estilo del mandatario era una suerte de palimpsesto donde es posible discernir las trazas de la multitud que conformaba el destinatario natural de su discurso.

Confrontado con un terreno tan resbaladizo, ocasionado por la globalización y los medios, y atravesado por miríadas de imágenes y deseos, el Estado chavista fue, desde sus inicios, incapaz de totalizar de modo duradero la ‘socialidad’, representándosela ante sí mismo como una ‘sociedad’, es decir, un todo articulado obediente a sus interpelaciones y dictados. Chávez solía insistir en la necesidad de poner lo político al mando, y así expresaba sin ambigüedades esas ambiciones totalizadoras (14). Pero en el momento en que la declaraba, ya esa insistencia era extemporánea: si lo “político” es la capacidad transcendente, político-teológica de totalizar la sociedad, entonces no solamente en Venezuela sino en todas partes lo generalizado hoy en día no es “lo político”, sino “la retirada de lo [teológico-]político” (15).

El populismo como máquina de guerra
Todo lo anterior es para decir que el populismo ya no es lo que era. Tal como cabría esperar ante una retirada tan indetenible de lo teológico-político el populismo inevitablemente muta transformándose en un fenómeno político de carácter ya no totalizante sino abiertamente tribal. El populismo ha sido definido como la “vía regia” hacia lo político, la manera en la cual a través de invocaciones sucesivas a un “pueblo” homogéneo se restaura un orden político desgarrado por antagonismos intratables (16). Cuando la posibilidad misma de instaurar de manera durable una totalidad está ella misma cuestionada, las interpelaciones populistas adquieren nuevas funciones ideológicas. Si en el populismo clásico apelar al “pueblo” obraba como un modo de restaurar verticalmente una fantasiosa unidad perdida, dicha fantasía no puede sostenerse ni ideológica ni institucionalmente cuando lo “político” se ve avasallado horizontalmente por una socialidad proliferantemente diferenciadora. Bajo estas circunstancias, cualquier reiterada apelación al “pueblo soberano” por parte del chavismo funciona según una lógica “tribal” enfocada en el levantamiento de una máquina de guerra centrada en el afecto y en el cuerpo. Ideológicamente hablando, dicha máquina opera como el instrumento de un sujeto político altamente tribalizado –el ‘pueblo’ chavista– y en relación con un terreno social cada vez más fragmentado que la máquina chavista no busca totalizar, sino controlar y dominar.

En tanto que condición endémica, atravesada de conflictos y de ingobernabilidad, este terreno fragmentado es lo que mantiene en crecimiento a la máquina populista del régimen, al costo, sin embargo, de tornar a la socialidad cada vez más impredecible y caótica. Esto obedece al hecho de que el proyecto de reducir un terreno tan complejo y en continua diferenciación resistente a toda forma de totalización al lecho de Procusto de un “pueblo” supuestamente homogéneo está, desde el inicio, condenado a fallar. En las actuales condiciones de intensa globalización, tal proyecto es la receta segura para tornar el caos que ya aqueja a la socialidad en una situación irremediablemente endémica.
En efecto, al carecer de la capacidad de “totalizar” la sociedad en una dirección populista, la extraordinaria inversión de fuerzas estatales que, de por sí, un intento tan ambicioso y continuo requiere solo puede dejar escombros a su paso –los espacios cívicos y las instituciones en ruinas de un paisaje por completo devastado–, sin ser capaz de reemplazar los fragmentos con un orden social, político e institucional propio y viable. En lo que en el actual clima de post-verdad equivale a un efecto Humpty Dumpty (“una palabra… significa solamente lo que elijo yo que signifique”), más que a una mayoría numérica o a un conjunto grandioso y de apariencia unánime, ‘pueblo’ nos remite a mi ‘pueblo’.

En otras palabras, cuando desde el Estado los personeros del gobierno invocan al ‘pueblo’, lo que en este populismo de Humpty Dumpty está en juego es una obvia parcialidad pavoneándose ante la opinión pública como la encarnación del ‘todo’ y de la ‘mayoría’ sin que, en definitiva, nadie se lo crea. Lejos de formar parte de proyecto hegemónico alguno, lo que estas invocaciones realmente buscan es interpelar a una tribu siempre atenta a los designios del Estado. Una tribu, vale añadir, en estado de disponibilidad permanente y siempre dispuesta, cuando el Estado así se lo exige, a movilizarse para ir a lesionar y aniquilar físicamente al enemigo.

Los ojos de Chávez
Se ha dicho que para que la totalización tenga lugar la socialidad debe recolectarse a sí misma en torno y en referencia a una figura de identificación que, como tal, es, presumiblemente, la expresión más emblemática de esta totalidad, su reflejo especular más fidedigno (17). Es únicamente a través de la identificación mimética con una figura totalizadora que una masa heterogénea puede, aunque no más sea por un tiempo, cristalizar como un pueblo homogéneo y unificado, como tal capaz de responder a las interpelaciones, dictados y exigencias del Estado. Por lo tanto, la “retirada de lo político” es también la retirada o el retraimiento de la figura (18). Ella misma un híbrido de neoclasicismo y de romanticismo, la figura de Simón Bolívar, máximo héroe de las guerras de independencia contra España y fundador, entre otras naciones, de la Venezuela moderna, ha sido, al menos desde hace alrededor de ciento cincuenta años, de manera indisputada la figura del pueblo/nación venezolano, como este pueblo/nación necesariamente se ve cuando se lo contempla en su conjunto como un todo sincrónico englobante. La efigie del Libertador está por todos lados: estampada en paredes, puentes y edificios, así como en la moneda nacional y representada una y otra vez en incontables retratos, bustos y estatuas ecuestres. Ocupa el centro de cada plaza central de cada urbe venezolana, sin importar lo grande o pequeña que sea, y su retrato cuelga de las paredes de todas las oficinas públicas desde donde observa autoritativamente a los visitantes ocupados en una u otra transacción oficial.

Desde hace mucho tiempo, los presidentes de Venezuela deben gobernar, incluso literalmente, “a la sombra del Libertador” (19), con un gigantesco retrato de Simón Bolívar ocupando todo el trasfondo cada vez que se dirigen a la nación, o, si no, al menos en un caso ampliamente conocido, mostrarse ante la población en grabados e ilustraciones apareado con este como si los dos fueran equivalentes, con la figura del Padre Fundador y la del gobernante en cuestión representadas la una junto de la otra. Quizás la significación gubernamental de la figura de Bolívar nunca haya sido más evidente que cuando, durante el golpe de estado contra Chávez en abril de 2002, los voceros del pretendido gobierno transicional supuestamente se habrían dirigido a la nación sin que el retrato del Libertador, que habría sido deliberadamente descolgado de la pared para la ocasión, apareciera ocupando el trasfondo. Haya sido o no este el caso, lo cierto es que, según fuentes chavistas originadas después de que el golpe ya hubiera descarrilado, fue esta imperdonable omisión la que desde un principio habría sellado su fracaso de antemano (20).

En otro lugar he mostrado cómo la “gobernabilidad monumental” de Venezuela es la forma intrínsecamente populista de gobierno postcolonial que eventualmente cristalizó en esta nación a raíz de esta haberse independizado de España (21). Un montaje de ‘monumentos’ y de ‘baile’, reducida a lo esencial esta gobernabilidad populista consiste en la monumentalización de los representantes políticos o tribunos de la nación en la escena pública a imagen y semejanza de Bolívar. O, lo que por razones que sería demasiado complicado elaborar aquí viene a ser lo mismo, en su monumentalización como la encarnación de la ‘voluntad general’ que, muy en línea con el linaje rousseauniano del republicanismo local, estos tribunos les atribuyen como su pretendido denominador común a las masas heterogéneas salidas de las guerras de independencia. Y todo ello, con propósitos de gobierno. Es solamente a través de verse reflejadas en las figuras virtuosas de sus representantes como la encarnación monumentalizada en el estadio de la república de lo que supuestamente estas poseen en común, es decir, su ‘voluntad general’, que estas masas heterogéneas pueden llegar a cristalizar como un pueblo unificado, homogéneo, y, sobre todo, gobernable.

A fin de tener una idea más cabal de la “gobernabilidad monumental” a la que me refiero, a la monumentalización de los tribunos habría que agregarle el ‘baile’ agitado de estos personajes. Sin excluir la actividad propiamente dicha, verdadero rito de pasaje en el Caribe Iberoamericano, aquí utilizo la palabra ‘baile’ para también referirme a todos los guiños libidinosos, apartados escandalosos, o proclamaciones exuberantes con los que estos representantes o tribunos se dirigen a las masas inestables que son sus audiencias en el esfuerzo agonístico por conciliar lo ‘universal’ y lo ‘particular’ con el propósito de mantener durante el mayor tiempo posible, a esas masas congregadas frente a ellos como un ‘pueblo’ gobernable.

Dicho de otra manera, la conversión de ‘masas’ ingobernables en ‘pueblo’ gobernable es la razón de ser de esta forma de gobierno donde lo que esté en juego es prevenir, por el mayor tiempo posible, la ‘retirada’ o reconversión del uno, i.e., el ‘pueblo’, en las otra, es decir las ‘masas’. Si desde la crisis de independencia hasta hoy esta ‘gobernabilidad monumental’ se ha mantenido vigente ello se debe a que las masas heterogéneas que irrumpieron en el espacio público republicano a raíz del colapso del orden colonial no han dejado de asediar insistentemente ese espacio. Esta “retirada de lo político” afecta al republicanismo venezolano y a su “gobernabilidad monumental” desde el comienzo mismo de la república, ya hace algo más de doscientos años. También es cierto, sin embargo, que mayormente debido a las circunstancias intensamente globalizadoras en las que se desenvuelve la política actualmente esta “retirada” se ha acentuado drásticamente durante los años en que Chávez estuvo frente al Estado, y más aún después de la muerte precoz del gobernante.

Aun cuando pudiera parecer paradójico, un signo seguro de esta presurosa retirada han sido los extremos hiperbólicos a los cuales el régimen chavista ha llevado el culto a Bolívar como culto oficial del estado venezolano desde que Chávez asumió el poder, con los funcionarios políticos del régimen a menudo mostrándose en mítines y otros eventos oficiales patéticamente empequeñecidos por las figuras monstruosamente agigantadas de Bolívar y de otros héroes republicanos presidiendo desde el trasfondo. Quizás la expresión más flagrante de esta retirada de lo teológico-político lo proporcionen las vallas publicitarias con los ‘ojos de Chávez’ que el régimen diseminó por toda Venezuela a lo largo de autopistas, en escalinatas públicas, y otras vías importantes a raíz de la desaparición física del mandatario. Evocando una aparición sobrenatural, en estas vallas los ojos del mandatario extrañamente figuran por sí solos enmarcados dentro de un rectángulo a su vez encerrado dentro de un segundo rectángulo y con la firma del mandatario a menudo estampada debajo de la representación.

Si bien es cierto que la soberanía ha sido siempre desde ya un fantasma, una entidad completamente aporética cuya sola existencia, tal como Michael Naas ha argumentado a partir de Derrida, brota de una confusión entre “lo que debe ser y lo que es, entre, por un lado, un como si performativo y, por el otro, un como eso constativo” (comme si, comme ça), en el caso de los ‘ojos de Chávez’ el carácter fantasmático de la soberanía resulta irremediablemente expuesto (22). Incluso si al diseminar esta representación a través de Venezuela la intención del régimen era la de ejecutar performativamente un truco haciendo ver como si, después de su fallecimiento, Chávez continuara gobernando a Venezuela por así decirlo desde la tumba, la verdad sin embargo es que esta representación carece de toda verosimilitud.

En lugar de ser como si los ojos del gobernante muerto fueran como eso, es decir, el símbolo adecuado de la ascendencia continuada del gobernante sobre Venezuela lo que en toda su inquietante extrañeza y sobrenaturalidad perturbadora los ojos de Chávez sugieren es la completa irrelevancia del gobernante muerto para los asuntos de este mundo. Abstraídos del cuerpo del mandatario e inquietantemente suspendidos sobre el paisaje o emergiendo perturbadoramente de escalinatas públicas y otros sitios improbables, los ojos de Chávez solo simulan lo vivo para dejar claro que, habiéndose retirado del mundo, ya no son de este mundo. Al final lo que esos ojos desencarnados sugieren es que la figura teológico-política en el tapiz de la Venezuela postcolonial está rápidamente desdibujándose, dejando a su paso un tejido incierto lleno de agujeros, desgarraduras y discontinuidades.

Dominación sin hegemonía
La respuesta del régimen a toda esta catastrófica “retirada de lo político” es la “dominación sin hegemonía” (23) según la cual el chavismo insiste en mantenerse en el poder a pesar de haber perdido la mayoría. En efecto, el régimen chavista ha desarrollado mecanismos de control que por un lado van desde la corrupción masiva, la distribución al por mayor de armamento a los civiles (los llamados “colectivos”), la implementación de una institucionalidad paralela, existiendo al margen del estado “burgués” y sometida directamente al mandatario y la reescritura constante de las reglas del juego redefiniendo continuamente lo que es y no es legal, hasta, por el otro, la criminalización sistemática de los personeros de la oposición, la negación de recursos a gobernantes y alcaldes opositores, el cambio rutinario de centros de votación y circunscripciones electorales y, finalmente, la decisión de poner la distribución de alimentos y la vasta riqueza mineral del país en manos del ejército, a su vez sujeto a minuciosas formas de inteligencia monitoreadas por agentes cubanos (24). Aunque exacerbados últimamente, muchos de estos mecanismos fueron puestos en obra casi desde los comienzos del régimen chavista cuando este aun contaba con un apoyo mayoritario, pero debía operar en un terreno social altamente volátil e inestable y en relación a poblaciones altamente distraídas y presas de deseos de consumo e imágenes globalizadas verdaderamente inagotables.

Tal como asomé anteriormente lo que todo esto, en mi opinión, sugiere es lo mucho que desde un principio este régimen obedeció a dictados y lógicas que tienen poco que ver con el asunto de la democracia, entendido como control democrático de las mayorías, y sí, mucho, con el quiebre catastrófico de la representación política en el país durante la última década del siglo pasado y con la enorme inestabilidad que este colapso desencadenó. Para decirlo otra vez, es la necesidad de operar en el terreno social altamente volátil y fracturado que caracteriza a Venezuela desde la década de los noventa lo que, a fin de cuentas, explica la naturaleza íntima del populismo chavista y su proyecto de erigir una máquina de guerra ideológicamente en función de un sujeto político –el ‘pueblo’ chavista– cada vez más tribalizado.

Como consecuencia, si bien las invocaciones a la “democracia” y al “pueblo” por parte del régimen no menguan, las mismas significan lo que este quiere que signifiquen, independientemente de ninguna verdadera mayoría. La decisión tomada unilateralmente por la cúpula chavista de erigir una “Asamblea Constituyente” capaz de ignorar el parlamento controlado por la oposición a raíz de esta haber ganado mayoritariamente las elecciones es una de las muestras más recientes de ese populismo de Humpty Dumpty que el régimen tan insistentemente practica. Aun así, de esa decisión no habrá de surgir ninguna “democracia iliberal” si por ello se entiende un régimen cuasi totalitario más o menos bien consolidado. Por los momentos, me temo que el escenario más probable sea más de lo mismo: una intensificación de la actual lucha civil, corrupción, violencia, narcotráfico y caos, con la oposición controlando espacios de protesta democrática cada vez más ineficaces y el gobierno controlando “democráticamente” el poder de fuego. En todos sus excesos, el chavismo prefiguró desde el comienzo tendencias que en la era de la “retirada de lo político” operan por doquier; véase si no el asalto populista y humpty-dúmptico al liberalismo norteamericano. Si la “democracia” y el “liberalismo” han de tener una oportunidad, deben repensarse en relación con esta ‘retirada’.
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Notas
(1)
(2)
(3) Según casi todas las encuestas previas a la consulta electoral la vasta mayoría de la población ni favorecía la propuesta gubernamental ni se mostraba favorable al presidente.
(4) Ampliamente reseñado en medios internacionales y filmado prácticamente en vivo por las propias víctimas, el asesinato recientemente perpetrado por fuerza militares venezolanas y miembros de colectivos chavistas del ex-agente de policía rebelde Oscar Pérez y sus acompañantes es, llevada a sus extremos, la muestra más palpable de la lógica de exterminio que preside las relaciones del régimen venezolano con sus opositores. En un artículo próximo me propongo analizar este lamentable suceso y sus implicaciones para la actual situación venezolana.
(5) Me apresuro a señalar que al hablar de “post-verdad” no me estoy refiriendo, como algunos lo hacen, a una supuesta condición anterior donde los hechos verdaderamente contaban y las ficciones podían ser fácilmente develadas. A lo que aludo al usar esta expresión es a algo bien diferente, es decir, al hecho de que en nuestros tiempos post-hegemónicos las condiciones ya no están dadas para imponer una versión de la realidad como la verdad mientras todas las versiones alternativas son temporalmente suprimidas hasta nuevo aviso.
(6) Fareed Zakaria. Illiberal Democracy at Home and Abroad. New York and London: W. W. Norton & Company, 2003.
(7) Es posible, por ejemplo, argumentar que incluso en alguien tan alejado en el espectro ideológico de Zakaria como Ernesto Laclau, el mencionado criterio numérico está implícitamente en juego a la hora de analizar la lógica inherente al populismo, ya sea este de izquierda o de derecha, en tanto fenómeno intrínsecamente democrático.
(8) Para un tratamiento más sistemático de la representación política en su relación con el aparato sensorial de los individuos ver: Sánchez. Dancing Jacobins. A Venezuelan Genealogy of Latin American Populism. New York: Fordham U. Press, 2016, esp. pp. 148-166.
(9) Elias Canetti. Crowds and Power. London: Phoenix Press, 2000.
(10) En estas escenas de posesión los médiums canalizan a través de sus cuerpos los poderes de una multitud de espíritus tanto ‘locales’ como ‘globalizados –por motivos que sería demasiado largo elaborar aquí la distinción es hasta cierto punto espuria– por los que son poseídos. Todo ello, con la finalidad de utilizar estos poderes para curar las aflicciones de sus clientes, desde la pérdida de trabajo o de un amante hasta las enfermedades incluso mortales que aquejan a los mismos.
(11) Seguramente a través de los canales de televisión que conectan a los televidentes venezolanos con un mundo globalizado impregnado por una infinidad de imágenes y deseos de consumo. Ver al respecto: Rafael Sánchez. “Channel Surfing: Media, Mediumship and State Authority in the Maria Lionza Possession Cult (Venezuela)”. En Hent de Vries and Samuel Weber eds., Religion and Media. Stanford: Stanford U. Press, 2001, pp. 388-434.
(12) Rafael Sánchez. “Seized by the Spirit: The Mystical Foundation of Squatting among Pentecostals in Caracas (Venezuela) Today.” Public Culture, Spring 2008, 20 (2): 267-305. Ver también: Sánchez. “Intimate Publicities: Retreating the Theologico-Political in the Chávez Regime?”. En Hent de Vries and Lawrence Sullivan eds., Political Theologies. Public Religions in a Post-Secular World. New York: Fordham U. Press, 2006: pp. 401-426 y Claudio Lomnitz y Rafael Sánchez. “Antisemitismo Bolivariano.” Nexos 380, enero 2009.
(13) Paula Vásquez Lezama, “Franklin Brito. El cuerpo como protesta.” Letras Libres. Abril 2016: 58-62. Ver también: Paula Vásquez Lezama. Le Chavisme. Un Militarisme Compassionnel. Paris: Editions de la Maison des Sciences de l’Homme, 2014.
(14) En realidad, en esas ocasiones hablaba de “la política” y no de “lo político”. Dadas, sin embargo, la influencia del ideólogo de extrema derecha Norberto Ceresole en el pensamiento de Chávez, y a través de Ceresole, también de Carl Schmitt, resulta plausible afirmar que a lo que en realidad se refería era a lo segundo.
(15) Lacoue-Labarthe, Philippe y Jean-Luc Nancy. “The ‘Retreat” of the Political”. En Retreating the Political. London and New York: Routledge, 1997, pp. 117-128.
(16) Ernesto Laclau. On Populist Reason. London and New York: Verso, 2005, p. 67.
(17) Lacoue-Labarthe. Heidegger, Art and Politics: The Fiction of the Political. Oxford y Cambridge: Basil Blackwell, pp. 77-104; Lacoue-Labarthe y Nancy 1990, “The Nazi Myth”. En: Critical Inquiry 16 (Invierno), 1990, pp. 296ff.
(18) Lacoue-Labarthe, and Nancy. “La Panique Politique.” En: Retreating the Political. London and New York: Routledge, 1997, pp. 29-31.
(19) Este es el título del libro altamente hagiográfico que Richard Gott escribió sobre los primeros años del régimen chavista. Richard Gott. In the Shadow of the Liberator: Hugo Chávez and the Transformation of Venezuela. London: Verso, 2000.
option+com_content&view+article&id+39678%3Axxx&catid=332%3Aparlamentarias&Itemid=247&lang=es:
accessed April 25, 2012.
(21) Rafael Sánchez. Dancing Jacobins. A Venezuelan Genealogy of Latin American Populism. New York: Fordham U. Press, 2016.
(22) Michael Naas. Derrida from Now On. New York: Fordham University Press, 2008, p. 127.
(23) Ranajit Guha. Dominance without Hegemony: History and Power in Colonial India. Harvard: Harvard University Press, 1998.
(24) Ver: Claudio Lomnitz y Rafael Sánchez. “Antisemitismo Bolivariano.” Nexos 380, enero 2009, para un desarrollo más sostenido de esta parte del argumento.
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Referencias
Canetti, Elias. Crowds and Power. New York: Farrar, Straus and Giroux, 1962.
Guha, Ranajit. Dominance Without Hegemony: History and Power in Colonial India. Cambridge: Cambridge University Press, 1997. 
Laclau, Ernesto. On Populist Reason. London and New York: Verso, 2005.
Lacoue-Labarthe, Ph. Heidegger, Art and Politics: The Fiction of the Political. Oxford y Cambridge: Basil Blackwell, 1990.
Lacoue-Labarthe, Ph. and Jean-Luc Nancy. “The Nazi Myth”. Critical Inquiry 16 (Invierno): 1997, 291-312.
Lacoue-Labarthe, Ph. and Jean-Luc Nancy. “The ‘Retreat’ of the Political.” Retreating the Political. London and New York: Routledge, 1997.
Lomnitz, Claudio and Rafael Sánchez. “United by Hate.” En: Boston Review, July-August 2009.
---. “Antisemitismo bolivariano.” En: Nexos 380, agosto 2009.
Sánchez, Rafael. “Channel Surfing: Media, Mediumship and State Authority in the Maria Lionza Possession Cult (Venezuela).” In Hent de Vries and Samuel Weber eds., Religion and Media. Stanford: Stanford U. Press, 2001.
---. “Intimate Publicities: Retreating the Theologico-Political in the Chávez Regime?” In Hent de Vries and Lawrence Sullivan eds., Political Theologies. Public Religions in a Post-Secular World. New York: Fordham U. Press, 2006.
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Vásquez Lezama, Paula. Le Chavisme. Un Militarisme Compassionnel. Paris: Editions de la Maison des Sciences de l’Homme, 2014.
---. “Franklin Brito. El cuerpo como protesta.” Letras Libres, abril 2016.