martes, 31 de octubre de 2017

Desafíos de Xi Jinping

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Felix Arellano
En la grave crisis que estamos enfrentando que se agudiza cada día, el gobierno bolivariano está tratando de involucrar activamente a China, la proyecta como un mecenas que resuelva su peligrosa crisis financiera

Del 18 al 24 de este mes se ha realizado el XIX Congreso Nacional del Partido Comunista Chino y sus resultados son trascendentes para China y para el mundo; pues, entre otros, proyectan un partido, un gobierno y un país totalmente fortalecidos, al punto que el Presidente chino Xi Jinping, renovado, como es la costumbre, por cinco años, ha sido calificado, de forma inédita, con el más alto honor que se pueda otorgar el “Mao del siglo XXI”. También se ha renovado el Comité Permanente del Partido, su máxima autoridad integrado por siete miembros, todos fieles aliados del Presidente. Detrás del inmenso y faustuoso oropel los desafíos son enormes y muchos parecieran desdeñados.

De los resultados del Congreso y, en particular de la disertación central del Presidente Xi Jinping de más de tres horas, se puede apreciar que, si con Deng Xiaoping se inició el crecimiento económico chino, con Xi Jinping se inicia su transformación en potencia mundial, situación que en nuestra región resulta muy evidente. El Congreso fortaleció los proyectos de expansión económica a escala global en comercio e inversiones. Entre las iniciativas privilegiadas destacan: el ambicioso mega proyecto de inversiones, fundamentalmente en infraestructura, definido como “la nueva ruta de la seda”; pero también el Banco Asiático de Inversiones, que compite para promover una nueva arquitectura financiera mundial.

Otra señal importante y peligrosa tiene que ver con el fortalecimiento de sus fuerzas militares. China reproduce la clásica visión del realismo político en las relaciones internacionales, según la cual la potencia se fundamenta en el poder militar. Preocupa que con esta visión militarista y autoritaria se vaya diluyendo una de las virtudes de la actual actuación internacional china, que tiene que ver con la prudencia y, en alguna medida, el diálogo. Un primer potencial de peligro lo representa su vecindario. Recordemos China enfrenta y promueve varios conflictos territoriales con sus vecinos, como es el caso en el mar de China meridional o la India, por mencionar algunos. El fortalecimiento militar se podría acompañar, como tiende a ser usual en las potencias, con soberbia y autoritarismo, ingredientes nefastos para la paz y la seguridad internacional.

El Congreso ha privilegiado la agenda internacional, que avanza exitosamente y avizora mejores resultados, de los graves problemas internos la atención se ha concentrado básicamente en la creciente corrupción del partido y del gobierno, un tema especial para Xi Jinping, quien ha desarrollado una estrategia brutal de enfrentamiento, que reporta cifras tales como: 170 funcionarios, entre ministros y viceministros, despedidos y algunos en la cárcel; también en el sector militar se registran más de 60 generales investigados y despedidos (BBC Mundo).

La lucha contra la corrupción es una de las banderas fundamentales del Presidente; empero, los críticos estiman que le ha permitido realizar una de las mayores purgas de la historia, comparable con la revolución cultural de Mao y, con ella, ha despegado su camino al poder absoluto en el partido y en el país.

Ahora bien, la agenda de problemas es amplia y, en su mayoría resultaron ausentes en el Congreso, entre otros, destacan: el incremento de la pobreza particularmente en las zonas rurales; el radical rechazo a la diversidad en particular en aspectos políticos, filosóficos y religiosos. Un tema tabú para el partido comunista y de gran sensibilidad para la comunidad internacional, tiene que ver con el genocidio cultural del Tíbet. También la agenda económica registra problemas, pues se va agotando la capacidad de crecer y atraer inversiones, lo que puede generar mayores problemas sociales y, parte de los cuellos de botella, tiene que ver con los resabios de intervencionismo y control que conserva el partido comunista; es decir, la falta de libertad para la iniciativa individual.

Al abordar el tema chino desde la perspectiva regional, lo primero que resalta es la enorme presencia china en comercio e inversiones, buena parte del crecimiento regional, por el incremento en los precios de las materias primas, principales productos de exportación en la región, ha sido producto del enorme incremento de la demanda china. El pueblo chino moría de hambrunas en la era de Mao, pero con Deng Xiaoping y su capitalismo comunista, empezó a producir, ganar y consumir. Actualmente, en la lista mundial de multimillonarios, incluye varios chinos. Pero esta tendencia no es ilimitada y se está agotando. Por otra parte, reprodujo la reprimarización de nuestra región, aquello del “centro y periferia”, que la izquierda latinoamericana cuestionó al capitalismo de Estados Unidos, pero hace silencio frente al capitalismo comunista chino.

Otro desafío importante, tiene que ver con el caso venezolano, complejo y difícil. La presencia de China en el proceso bolivariano económicamente es muy importante, pero el gobierno chino siempre ha aclarado que no tiene que ver con una relación político-militar, como lo sugiere el falso discurso bolivariano, promoviendo un conflicto mundial. China quiere una relación económica estable y eficiente, por eso en sus inversiones trata de mantener una modalidad de enclaves, para evitar entrar en la terrible corrupción e ineficiencia revolucionaria.

En la grave crisis que estamos enfrentando que se agudiza cada día, el gobierno bolivariano está tratando de involucrar activamente a China, la proyecta como un mecenas que resuelva su peligrosa crisis financiera. Pero China ya enfrenta la complicada experiencia del mecenazgo de Corea del Norte y seguramente no aspira otro nuevo. El respaldo chino será indiscutible, si el tema venezolano entra en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas; ahora bien, servir de mecenas incondicional no parece muy dispuesta, por eso últimamente el proceso bolivariano se está inclinando al aliado ruso, más complejo e irresponsable y seguramente dispuesto a ganar espacios en la región sin mayores costos.

Pre-inscripciones 2-2017 Maestría en Economía Internacional

UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA
FACULTAD DE CIENCIAS ECONÓMICAS
Y SOCIALES
Comisión de Estudios de Postgrado



La Comisión de Estudios de Postgrados de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Central de Venezuela. Se complace en informar el inicio del proceso de Preinscripción del período 2-2017, para los aspirantes interesados en comenzar estudios en el período 1-2018.



REQUISITOS:

Un (2) ejemplar del currículum vitae debidamente sustentado.
Título universitario, original y una copia (en caso de que el Título hubiese sido otorgado en el extranjero, deberá estar autenticado por las autoridades competentes del país de origen).
Notas certificadas de los estudios universitarios realizados, original y una copia (debidamente legalizadas en caso de haber realizado estudios en el extranjero).
Certificado de Suficiencia de Idioma distinto al español. (Escuela de Idiomas Modernos UCV. Tlf. 6052924).
Dos (02) fotocopias ampliadas de la cédula de identidad.
Dos (02) fotografías de frente tamaño carnet.
Otros documentos que solicite cada postgrado:
Maestría en Economía Internacional (+58-0212) 605.04.56 / (+58-0212) 605.04.57

SECRETARÍA CORREO: economiainternacionalucv@gmail.com

viernes, 27 de octubre de 2017

Ëtienne Balibar

Tomado de http://nuso.org/articulo/de-la-victoria-del-capitalismo-la-derrota-de-la-democracia/

¿De la victoria del capitalismo a la derrota de la democracia?Entrevista con Étienne Balibar

Uno de los grandes representantes del pensamiento crítico francés, Étienne Balibar, reflexiona en esta entrevista sobre los problemas de la democracia desde una perspectiva transnacional. Pese a las dificultades que la izquierda enfrenta para actuar en un terreno que supere las fronteras del Estado-nación, el autor de La igualibertad (Herder, Barcelona, 2017) asume el desafío y trata de proveer algunas líneas de inteligibilidad del incierto momento actual.
Septiembre - Octubre 2017
¿De la victoria del capitalismo a la derrota de la democracia? / Entrevista con Étienne Balibar
Nota: esta entrevista fue realizada el 13 de febrero de 2017 y se publicó originalmente en la Revue Internationale et Stratégique No 106, dossier «Contestations démocratiques, désordre international?», verano boreal de 2017, con el título: «De la victoire du capitalisme à la défaite de la démocratie?», disponible en www.iris-france.org/publications/ris-106-ete-2017/ . Traducción del francés de Gustavo Recalde; revisión de Marc Saint-Upéry.
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Uno de los grandes representantes del pensamiento crítico francés, Étienne Balibar, reflexiona en esta entrevista sobre los problemas de la democracia desde una perspectiva transnacional. Pese a las dificultades que la izquierda enfrenta para actuar en un terreno que supere las fronteras del Estado-nación, el autor de La igualibertad (Herder, Barcelona, 2017) asume el desafío y trata de proveer algunas líneas de inteligibilidad del incierto momento actual.

¿Qué evaluación hace de la vigencia o la obsolescencia de las democracias contemporáneas? ¿Cuáles son sus consecuencias en términos de política exterior? 

Son dos cuestiones distintas, pero el hecho de que hoy se perciban juntas es señal de una dificultad que ya no puede pasarse por alto. Desde mi punto de vista, la noción de «democracia» no designa un régimen constituido, caracterizado sin ambigüedades por una distribución de poderes y cierta norma constitucional. Refiere a un «estado social» variable en el cual las instituciones, los movimientos sociales, la participación cívica tienden a conferir a la mayoría de los ciudadanos la mayor responsabilidad posible en el gobierno de los intereses colectivos. Desde este punto de vista, me inscribo en una tradición crítica que se remonta a la Antigüedad y privilegio una definición dinámica, relacional, conflictiva. Ninguna cité es en sí misma democrática: lo es más o menos en diferentes momentos de su historia y en comparación con otras, en una proporción que nunca está establecida de antemano ni suele ser definitiva.
Se ve que esta forma de hablar puede tener efectos clarificadores de manera tanto retrospectiva como prospectiva: Francia era claramente más democrática en la época del Frente Popular de lo que es hoy, y podría serlo mañana más de lo que es hoy al precio de una regeneración de lo político. Pero esta manera de decir neutraliza también completamente la cuestión de la política «exterior». Asume implícitamente que los fenómenos políticos se desarrollan primero dentro de fronteras determinadas, que están siempre más o menos identificadas con las fronteras nacionales y que presuponen la oposición de lo nacional y lo extranjero. En consecuencia, nos conducen, aun sin quererlo, hacia el marco de una concepción estatista de la democracia.
Ello genera fluctuaciones permanentes en las interpretaciones de la manera en que la política exterior afecta el estado democrático de un país o un pueblo. Por un lado, existe el viejo adagio internacionalista que sugiere que «un pueblo que oprime a otro no puede ser un pueblo libre», que suele remitir a la época de las movilizaciones contra las guerras coloniales. Por el otro, está la idea de que los imperialismos más opresivos fueron a menudo, dentro de sus fronteras, «democracias» o supuestas democracias, desde la Atenas de la Antigüedad hasta Estados Unidos de América, pasando por la República Francesa… Creo que esta dicotomía ya es insostenible. Hoy, y cada vez más, las fronteras no crean delimitaciones definitivas: atraviesan, de manera más o menos autoritaria y más o menos discriminatoria, el espacio dentro del cual se plantea la cuestión del acceso al autogobierno.
En consecuencia, se puede intentar invertir la perspectiva. Mínimamente, habría que considerar la mayor o menor libertad e igualdad que un poder de Estado concede a quienes atraviesan sus fronteras, o el papel que desempeña una nación en el avance de las libertades o la reducción de las desigualdades globales. Estas no se conciben en este caso como características contingentes y externas, sino como criterios del nivel de democracia hacia el cual tiende una sociedad determinada. Esto ya era claro en la época de las guerras coloniales, lo es más aún hoy.

Usted identifica en el seno del mundo occidental una oscilación entre una«desdemocratización» y una «democratización de la democracia». ¿De qué manera se manifiesta esto?

No veo por qué debería circunscribirse el análisis al «mundo occidental», cuyos límites además no existen fuera de las estructuras institucionales heredadas de la Guerra Fría: Organización del Tratado del Atlántico Norte (otan), Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (ocde), etc.
El problema es general, primero por una razón de principios: si se adopta la concepción dinámica que acabo de mencionar, la oscilación es la regla. Los mecanismos estabilizadores –en particular, constitucionales– traducen relaciones de fuerzas, materializan conquistas en el campo de los derechos fundamentales, pero ellos mismos necesitan ser preservados y aplicados en su letra y espíritu. Se llega entonces a la idea de que el estado de democracia es esencialmente frágil, como lo político mismo. Esto es verdad tanto en Europa como en la India, China, África o América del Norte y del Sur. Radicalizo esta idea y digo que, en los momentos de mutación histórica, o en los periodos de crisis –hoy vivimos ambos a la vez–, el statu quo democrático no existe. La elección es entre la regresión o el avance de los derechos y los poderes colectivos.
Por supuesto, la terminología tiene algo de convencional. Se habla mucho hoy de «posdemocracia», después de Colin Crouch y otros. Prefiero el término «desdemocratización», que viene de Charles Tilly. En efecto, quiero considerar a la vez el auge de los mecanismos autoritarios y securitarios, la pérdida de legitimidad y representatividad de las instituciones parlamentarias y el desplazamiento de los centros de poder real fuera del alcance del control y la iniciativa de los ciudadanos. Desde luego, no debe atribuirse exclusivamente esta situación a tal o cual dimensión de la institucionalidad política en virtud de postulados ideológicos, lo que conduce a idealizar otras dimensiones u otras épocas más o menos superadas.
En cuanto a «democratización de la democracia», es una fórmula que tiene varias fuentes y, por ende, varios usos. Los teóricos de la «tercera vía» de Tony Blair en Gran Bretaña se valieron de ella. Yo la entiendo, sin embargo, en un sentido bastante diferente, porque no creo en la posibilidad de un progreso de las libertades o los derechos individuales (por ejemplo, en materia de costumbres y estilo de vida) y, a fortiori, de una ciudadanía activa (es decir, la participación en el debate político), mientras se incrementan las desigualdades de todo tipo (incluso culturales) y se desmantela la ciudadanía social. Aquí estallan las contradicciones del neoliberalismo.
Para verlo con mayor claridad, es necesario razonar con ejemplos concretos. La construcción europea no dejó de proclamar valores democráticos ideales mientras construía poderes que carecen prácticamente de control y de participación y están protegidos del conflicto social, lo que genera una desdemocratización dramática que vuelve a afectar a las propias naciones. Desde el inicio, pensé que la construcción europea sería legitimada a los ojos de los pueblos europeos si y solo si se traducía en un avance democrático general. Sucedió lo contrario, debido a la convergencia de poderosos intereses y circunstancias históricas peligrosas. Por ello, el imperativo de una democratización de la democracia, que implica a la vez nuevos derechos y nuevas instancias de participación, se vuelve paradójicamente más urgente y a la vez más improbable.
Desde ese punto de vista, ¿la noción de «populismo» le parece eficaz para dar cuenta de las crisis que afectan los sistemas democráticos actuales?
Es una noción eficaz siempre y cuando se empiece por depurarla. Hay que tomar en cuenta sus usos, que no son los mismos en todos los contextos y todos los idiomas, pero también aclarar ciertas confusiones que están lejos de ser inocentes. Me sorprende que el discurso dominante en la prensa y los trabajos politológicos se empeñe en establecer una equivalencia entre los supuestos populismos de izquierda y derecha, tomando como criterio la crítica al «sistema» (en otras palabras, al statu quoeconómico y político), asimilada al extremismo. Como si no hubiera también un «populismo de centro», del que se vio un claro ejemplo cuando los gobiernos europeos esgrimieron el argumento demagógico de los intereses del contribuyente para rechazar la reducción de la deuda griega, que habría de hecho beneficiado a todos imponiendo algunos sacrificios a los bancos.
Sobre todo, me sorprenden las confusiones que se instalan entre «populismo», «nacionalismo», e incluso «neofascismo». Creo que es necesario distinguirlos a priori, aunque uno tenga que mostrar luego cómo se operan las contaminaciones, especialmente a través de la noción de «soberanía del pueblo» y las mitologías que la rodean.
Con todas estas salvedades –por supuesto, considerables–, diré que bajo el nombre de populismo se estigmatiza o descalifica todo movimiento que denuncia la reducción de las masas a una condición de ciudadanía pasiva, así como el auge ininterrumpido de las desigualdades y, finalmente, la colusión de ambas cosas. Sin embargo, estos fenómenos son una realidad y no un efecto de propaganda: es más vital para el futuro de la democracia tener en cuenta esta realidad que denunciar la palabra que la designa de manera más o menos inadecuada.

Usted desarrolló, en cambio, la noción de «contrapopulismo». ¿Cómo la caracteriza?


Sí, traté de hacer esa operación semántica, pero veo que no tuvo demasiado eco. Todo el mundo cree comprender que se trata de estar «en contra del populismo», de ser pues antipopulista, o sea una visión bastante consensual. Hay incluso idiomas, como el griego, en los que no puede hacerse la diferencia1.
Sin embargo, yo entendía «contrapopulismo» en el sentido en que Michel Foucault hablaba de una «contraconducta» o de una «contrahistoria», lo que invierte el sentido de una cuestión o vuelve los instrumentos de una crítica contra aquellos que la profieren. Lo que quería decir era que es necesario relanzar y relegitimar la intervención del «pueblo», de las «masas», de los «ciudadanos» en sus propios asuntos, contra un sistema oligárquico, corrupto, pero también cada vez más inoperante y paralizado por sus propias contradicciones. Que conduce por ende a nuestras sociedades hacia una descalificación de la acción política, o prepara el camino para aventuras autoritarias.
Siguiendo así las tres vías principales que puede tomar la democratización, eso supone: más participación y autogestión, más control de los mandantes sobre sus representantes, más conflictividad abierta y, a veces, organizada. Soy consciente de que semejantes ideas implican riesgos. Sin embargo, los creo menores que el riesgo del hundimiento en una crisis sin otra perspectiva de solución que una restauración de la identidad nacional perdida que probablemente jamás existió, o cuyos lados oscuros se evita mencionar. Había incluso planteado que el «contrapopulismo» era otra forma de llamar a un «populismo transnacional», lo que materializa la idea del demos, de la potencia democrática, más allá de las fronteras. Como ven, busco las fórmulas que la vuelvan inteligible y me topo con obstáculos, pero no renuncio a la idea.

¿Ve surgir sin embargo en la situación actual lo que podría llamarse un movimiento político reaccionario?

Es necesario ponerse de acuerdo sobre lo que se entiende por «movimiento». ¿Se trata de una tendencia espontánea o de una ofensiva concertada, organizada? Pienso que si bien hay fuerzas neoconservadoras o incluso neofascistas –con o sin vínculo genealógico con las antiguas, aunque a menudo esos vínculos existen– que están en auge en todas partes del mundo actual y que logran éxitos cada vez más preocupantes –ya que se estimulan recíprocamente–, no constituyen realmente un movimiento político unificado, ya que su principal base ideológica es la xenofobia, que es un factor tanto de división como de convergencia entre ellas.
Lo que constituyó la potencia del fascismo de la década de 1930, incluso fuera de Europa, fue el hecho de tener un enemigo real: el comunismo. No hay nada semejante hoy. Incluso el intento de utilizar el terrorismo y construir el islam como un enemigo fantasmal de los Estados no es, por definición, generalizable. En cambio, lo que constituye la fuerza de estos movimientos y les da la posibilidad de llegar al poder, un peligro que no subestimo en absoluto, es el estado de deterioro de la propia democracia «liberal». Esta retrocede en los hechos y en las representaciones, como consecuencia a la vez de su degeneración oligárquica y del carácter irreal de la «gobernanza» tecnocrática aplicada a los procesos económicos, militares, ecológicos y demográficos contemporáneos.

Este retroceso ¿sería la consecuencia del neoliberalismo tal como fue aplicado desde los años 1970? En este sentido, ¿el «triunfo del capitalismo» habría terminado vaciando de su significado la acción política y, por ende, la democracia?

Desde luego, excepto por el hecho de que es necesario situar todo ello en una larga y diversificada historia de las relaciones que el capitalismo mantiene con la democracia, o más bien con los movimientos de democratización y desdemocratización de lo político, en el sentido amplio del término (el Estado, la sociedad civil).
Hubo un factor favorable a la democratización del Estado e incluso, tendencialmente, del capitalismo en la simultaneidad de las revoluciones «cívico-burguesas» y la Revolución Industrial a fines del siglo xviii, así como en la correspondencia subrayada por Karl Marx entre las formas de la circulación mercantil y las figuras del individualismo jurídico. Si se toma el «capitalismo histórico» (según Immanuel Wallerstein) entre los siglos xvii y xx, puede decirse que hubo una relación de fuerzas favorable a la ampliación de la democracia electiva y a la introducción de los derechos sociales solo en los países del «centro» y solo durante cierto periodo. Esto, como consecuencia del crecimiento del movimiento obrero y otros movimientos sociales como el feminismo, sin olvidar las consecuencias de las guerras mundiales. Fuera de este contexto, reinaba en todas partes la dominación sin atenuantes de los ricos, de los conquistadores y de los notables. Las revoluciones comunistas y las independencias poscoloniales habrían podido cambiar todo eso si no hubieran sido devoradas por sus propias contradicciones, mientras que el movimiento obrero se institucionalizaba y rutinizaba. En esta perspectiva a largo plazo, el neoliberalismo no aparece solo como una expresión de las nuevas configuraciones del capitalismo –financiarización, globalización, mercantilización de la vida cotidiana e incluso de la intimidad–, sino como un postsocialismo y un poscolonialismo. Desde este punto de vista, no estoy para nada seguro de que las características del «neoliberalismo» del que hablan –en particular, la desregulación del trabajo y la generalización del endeudamiento público y privado– constituyan una tendencia irresistible.
Por un lado, esta gobernanza está demasiado estrechamente ligada a las nuevas condiciones de rentabilidad de los capitales como para depender simplemente de decisiones coyunturales arbitrarias. Por el otro, no deja de socavar sus propias bases de legitimidad social, como bien lo demuestran los análisis de Karl Polanyi o, de otra manera, los de Robert Castel sobre la «individualidad negativa» que sucede a la «sociedad salarial» y al contrato social de la época keynesiana. La situación se caracteriza pues por una extrema inestabilidad y una violencia potencial, y desde ese punto de vista la democracia aparece a la vez como blanco de la ofensiva y como capacidad de resistencia.

Si bien la crisis de 2007-2008 parece al menos haber generado consenso sobre sus causas, la izquierda nunca logró realmente sacar de ella un provecho electoral o proponer un modelo alternativo. ¿Por qué?

Si lo supiera, se lo diría... Estoy en la misma situación que todos los intelectuales, militantes, ciudadanos de la izquierda más o menos radical que, en nuestros países, constatan los daños y tratan de imaginar alternativas o de identificar alguna señal de su emergencia. Por eso adopto una posición decididamente aporética, en el sentido filosófico de ese término, que para los antiguos griegos quería decir «problema sin solución inmediata».
Dicho esto, pienso que se avanza si se enuncian las dificultades, las contradicciones reales. Observo al menos dos que están en un primer plano. La primera es que una izquierda capaz de «sacar provecho» de la crisis, como dicen, debería ser una «izquierda mundial», o como dicen los anglófonos, una global left. Se trataría de una izquierda «altermundializadora», que proponga no el repliegue nacional, sino una transformación o una bifurcación en la mundialización, y que reúna fuerzas, convicciones y pasiones en ese sentido. Hay factores objetivamente unificadores a largo plazo, como la emergencia climática, aun cuando no todo el mundo la sienta del mismo modo. Sin embargo, resulta bastante claro que esta global left solo existe por el momento en la imaginación, o más bien, que está afectada por terribles conflictos de intereses que se amplifican localmente. Las cuestiones del multilateralismo, el proteccionismo (o el «neomercantilismo», tal como dice Pierre-Noël Giraud) y la organización de la inmigración son pues una prioridad, si no todo un sector de la «izquierda» se irá a la derecha.
Y la segunda es que la izquierda está dividida con respecto a la cuestión del Estado. Por supuesto, el viejo clivaje entre izquierda estatista o planificadora, por un lado, e izquierda libertaria o autogestionaria, por el otro, es consustancial a toda su historia. Lo paradójico de la situación actual es que, en un sentido, el estatismo fracasó, tanto bajo la forma de dictadura del proletariado como bajo la forma de cogestión del Estado social, pero que sin embargo el anarquismo «puro», claramente, no tiene futuro. Recrea la pasión democrática, en particular en la juventud, tal como se vio en el movimiento Nuit Debout2, lo que es importante, pero al precio de dejar de lado la cuestión del poder. Sin poder político no se le puede imponer ninguna regulación al capitalismo, solo generarle algunos problemas de gobernanza... Mi conclusión es que necesitamos una nueva doctrina del Estado y de su uso. Esto forma parte de la cuestión de la democracia.

¿La escala adecuada de ejercicio de la democracia sigue siendo, no obstante, el espacio nacional?

Yo invertiría la pregunta: ¿es el espacio nacional un nivel de ejercicio de la democracia? Claro que sí, pero no es el único, ya que hay otros niveles de institucionalización del poder y cristalización de los intereses que requieren una participación y una capacidad de decisión colectiva. Algunos son infranacionales, o si se quiere «locales», aunque quizás no sea necesario ceñirse a referencias estrictamente territoriales. Resulta evidente que no existe una verdadera democracia sin una verdadera transferencia de poderes en los espacios de proximidad, las «comunas» en un sentido amplio. Esto es objeto de un reclamo y de una lucha, basada en iniciativas autónomas, porque los Estados centralizados tienden a transformar las administraciones locales en sus satélites valiéndose especialmente del arma presupuestaria. Otros niveles son supranacionales, yo diría incluso federales, siempre y cuando se entienda que la cuestión de los modelos de federación está en gran medida abierta. En el fondo, se trata de la cuestión de saber cómo se crea un espacio público, y por consiguiente un «pueblo de ciudadanos» que lo ocupa, más allá de las barreras estatales, culturales, lingüísticas y corporativas que impiden al demosenfrentar a las potencias económicas con las mismas armas. Sé muy bien lo que se objeta a este razonamiento, que multiplica los lugares de lo político: es la idea típicamente nacionalista de la «soberanía» indivisible. O incluso la idea de que la voluntad general y la soberanía del pueblo no pueden manifestarse fuera de los marcos nacionales heredados del pasado. Lo que significa confundir la soberanía del pueblo con la soberanía estatal, que pretende seguir encarnándola por sí sola, precisamente cuando, por otra parte, los Estados, incluso los más «poderosos», son cada vez menos soberanos. Un Estado cuyas finanzas públicas están a merced de los mercados financieros, que son los que determinan las tasas de interés en función de las políticas económicas y sociales implementadas, no es verdaderamente soberano. Por eso, en el libro Europe, crise et fin?3 planteaba la cuestión de la soberanía compartida como condición para la recuperación del poder colectivo.

Al mencionar la Unión Europea, usted afirma sin un optimismo exagerado, que existe una «alternativa democrática europea a la crisis de la construcción europea»4. ¿Es factible aún una recuperación de la iniciativa política?¿Pueden los movimientos de indignados representar esa fuerza de «democratización de la democracia»?

Mi optimismo hoy, debo decirlo, no va tan lejos como para pensar que la ue como talconstituye la «alternativa democrática europea» de la que hablaba en ese texto. Este es un tema central para los próximos años.
Los lazos de dependencia administrativa, jurídica y comercial entre los Estados europeos –y, por consiguiente, entre las propias naciones– son extremadamente difíciles de deshacer, como probablemente se comprobará en las negociaciones sobre el «Brexit». Lo que, desde mi punto de vista, no es un factor de recuperación política sino una fuerza de inercia. Peor aún, es la expresión del hecho de que la clase dirigente europea –entiéndase por ella un conglomerado de financistas que se creen invulnerables e infalibles y de figuras políticas nacionales que se creen dueñas de sus electorados– estableció una «división del trabajo» que permite a la vez externalizar los centros de decisión sustrayéndolos a la representación democrática y controlarlos desde las instancias intergubernamentales.
El hecho de que todo este mecanismo «se bloquee» en la crisis y pierda poco a poco su legitimidad, más que inspirar reformas, tiende a generar obstáculos o escenarios catastróficos. Ese es el riesgo. Al respecto, temo lo peor de la nueva idea en boga en la clase política francesa y entre algunos economistas y politólogos de la centroizquierda y la centroderecha: la constitución de una «pequeña Europa» integrada en la eurozona, que compense el aumento de la centralización con la institución de un «microparlamento» en ese mismo perímetro.
Una Europa que se limite a seguir o incluso amplificar las tendencias de la globalización financiera –y que incluso las oficialice, inscribiendo la desregulación en su «constitución» bajo el nombre de «competencia libre y leal»– conduce ineluctablemente al desarrollo de conflictos de intereses y desigualdades entre los países miembros. Lo que se observa desde hace 25 años: la ue participa así de su propia descomposición.
Inversamente, ni el futuro de Europa ni el de los Estados miembros, ni por consiguiente el de sus poblaciones –entre las cuales incluyo también a los residentes extranjeros permanentes, cuyas actividades e intereses están íntimamente ligados a los nuestros– pueden consistir en negar la transformación histórica que representa la mundialización de los intercambios, de la comunicación, de los problemas ambientales y de seguridad, etc. Creo también que lo que se desprende del análisis de los hechos es que el desmoronamiento de la ue no traería ni traerá nada bueno, en particular para la democracia de los Estados miembros. Por eso, no tenemos otra alternativa que trabajar en su refundación. Desde este punto de vista, todos los movimientos que refuerzan el nivel de exigencia democrática en el espacio europeo son pasos adelante. Deberían incluir una perspectiva para la propia Europa, no marginalmente sino en el centro de sus preocupaciones.
Es necesario dotarse colectivamente de los medios para alterar la mundialización o, si se quiere, reorientarla. Y eso, a su vez, solo es posible si una Europa democratizada, que trabaje en la reducción de sus desigualdades y sus antagonismos internos, expresa con fuerza la voluntad mayoritaria de hacerlo y la hace oír al mundo entero, buscando por todos lados interlocutores y aliados. Parece un círculo vicioso, ya que las condiciones que deben reunirse se parecen al objetivo mismo. Sin embargo, este círculo es el de todos los comienzos, todas las transformaciones. En el fondo, es la propia historia, cuando se logra construirla y no solamente padecerla. Europa se enfrenta a esta decisión.

Se instaló la sensación, sin embargo, de que nuestras sociedades influyen cada vez menos en su destino colectivo. ¿Es posible que se haya externalizado su capacidad de plantear fines racionales a un sistema en el cual el ser humano no es más que el medio?

Me parece que existe un equívoco en su pregunta, que se debe a que «racional» se utiliza en varios sentidos. La racionalidad capitalista, llamada a veces instrumental, llevada a la perfección por cierto esquema de «anticipaciones racionales» que gobiernan los modelos de eficiencia de los mercados y tan brillantemente ilustrada en la crisis reciente, fue exportada al mundo entero, al menos en apariencia, pero es una racionalidad en gran medida imaginaria. Incluye tanto autosugestión como eficacia pragmática. De ahí la sensación de la que ustedes hablan, pero no veo por qué eso sería algo exclusivo de Occidente.
La tarea común es la redefinición de la idea de racionalidad, o la invención de una nueva racionalidad. Me gustaría invocar aquí a Spinoza, porque él propone herramientas de pensamiento que son demasiado diferentes de aquellas a las que nos ha acostumbrado una crítica humanista y romántica de las formas de alienación ligadas al triunfo de la racionalidad instrumental. No solo Spinoza no se opone a la idea de tratar al ser humano como un «medio», sino que propone en el fondo una ética y una política basadas en la idea de que cada uno debe saber utilizar a los demás, o servirse de ellos, para maximizar cierta utilidad común. Así que Spinoza es un utilitarista, pero bastante sui generis, de tipo radicalmente universalista, que plantea que cualquier ser humano, en cierta forma, puede ser útil a cualquier otro. O sea, todo lo contrario de la idea de que habría seres útiles y seres inútiles, incluso «desechables», tal como escribió Bertrand Ogilvie. Creo mucho en la importancia de conjugar la cuestión del destino colectivo con una problemática del uso y de los usos: uso de la vida, uso de los recursos, uso de los bienes, uso de los hombres y su diversidad.

Algunos comentaristas recurren a la noción de interregnum, tomada de Gramsci, para tratar de capturar las características contradictorias del momento actual de las relaciones internacionales. ¿Qué piensa usted de ello?

Interregnum es una palabra utilizada por Antonio Gramsci en Cuadernos de la cárcelpara caracterizar la «suspensión» del proceso de superación del capitalismo que él mismo, junto con otros, creyó inaugurado por la guerra y la Revolución Rusa. Se trata de un periodo de incertidumbre política, de fluctuaciones económicas que pueden ser brutales –ya que los factores de crisis que intervinieron en 2007-2008 están más que nunca presentes– y, a veces, de violencia. Miremos los eeuu de Donald Trump: un país excesivamente armado tanto en términos de capacidad de intervención externa, cuyos límites se observan hoy, como de tenencia de armas en la población, lo que se traduce en una violencia endémica pero que podría tener efectos más graves si se profundiza la fractura de la sociedad estadounidense.Como hace un momento, cuando me preguntaban sobre la democracia, estoy tentado a decir que debemos superar las distinciones abstractas entre situación interna y relaciones internacionales. Lo que es aún más cierto cuando se habla de la potencia hegemónica estadounidense. Por definición, su equilibrio interno en el plano social y político depende directamente de su capacidad de conservar e incluso incrementar continuamente las ventajas ligadas a la dominación, por ejemplo, el financiamiento de su deuda a través de la tenencia de la «moneda global», o la nacionalidad estadounidense de las principales multinacionales.
Lo que impacta a primera vista en Trump es el hecho de que haya sido elegido prometiendo simultáneamente cosas opuestas, tanto en materia interna como en materia internacional: el cierre de las fronteras y la restauración de la potencia estadounidense, la rehabilitación de la condición obrera y la desregulación financiera sin límites. Lo que impresiona también en el comienzo del nuevo gobierno es el carácter caótico de sus iniciativas en ambos terrenos. Eso no quiere decir que Trump no vaya a promover un programa agresivo, particularmente devastador en materia ambiental y mortífero para las minorías. Pero sí significa que eeuu entró de hecho en el interregnum, cuya salida no puede ser una marcha atrás, y quizás no sea en absoluto pacífica.
Pero con eeuu es también el mundo el que está en tela de juicio. De hecho, existen otras potencias. Es lamentable que, como consecuencia de su propia crisis externa, Europa como tal no tenga realmente capacidad de acción frente a Trump. Sin embargo, el mismo Trump pareció temer que pudiera ser así; si no, no hubiera hecho las declaraciones que hizo cuando se reunió con Theresa May.

En definitiva, ¿no sería que la era de la información vuelve la política imposible?

No existe sociedad sin información, ni democracia sin un aprendizaje colectivo del uso de los medios de información, que pasa eventualmente por conflictos y desfases. Cuando la prensa comenzó a tener un papel determinante en la formación de lo que se convertiría en la «opinión pública», una tradición filosófica ligada al antiguo modelo de la presencia física de los ciudadanos estatutarios en la plaza pública la consideró como un modo de fortalecer los mecanismos de delegación de poder y, en consecuencia, un peligro para la democracia.
Actualmente, existe sin duda un desfase entre la escala de tiempo y espacio en la cual funciona internet, por un lado, y por el otro, la construcción institucional de la representación, los mecanismos electorales, la protección de los lugares de decisión, etc. Existe sobre todo, en mi opinión, la monopolización de la organización de las redes sociales por parte de imperios comerciales y financieros. Y, sin embargo, se observa que esas mismas redes sociales, si se reúnen ciertas condiciones, sirven para recrear capacidades de acción política: fundamentalmente, una aspiración a la insurrección contra el orden existente o contra los propios monopolios de la comunicación. Esto fue muy llamativo en algunas campañas electorales recientes en eeuu. El uso de las técnicas informativas de hoy, al igual que las de ayer, es entonces un objetivo de lucha o, mejor dicho, de una carrera de velocidad entre apropiación e imaginación.

Para finalizar, ¿qué pensador le parece que cuenta con las mejores herramientas para analizar las evoluciones de las democracias actuales? ¿Los desarrollos políticos recientes confirman su análisis de Spinoza?

Estoy tentado a decirles: un pensador del futuro. Él sabría repensar, por un lado, la tradición de la responsabilidad civil, del servicio público, de la protección de los derechos individuales y, en general, del «derecho a tener derechos», como decía Hannah Arendt, tal como resurge periódicamente en la historia de Occidente. Por otro lado, sabría combinarla con una radical universalización de los lenguajes y las culturas, o sea, una «provincialización de Europa», para citar esta vez a Dipesh Chakrabarty.
Muchos filósofos en el mundo, etiquetados o no como tales, buscan hoy en esta dirección y algunos se refieren a Spinoza como yo mismo lo hice. Cuando hablaba de la democracia como un movimiento o como un «esfuerzo» incesante (conatus en latín), más que como un régimen o un tipo de constitución, pensaba precisamente en él. En mi pequeño libro Spinoza y la política5, traté de mostrar que Spinoza en el Tratado político explora en realidad vías de democratización, o sea procedimientos que maximizan las capacidades democráticas dentro de regímenes con constituciones diversas, o que definen la soberanía de distintas maneras.
Antonio Negri dice que Spinoza es el inventor de una «antimodernidad», pero el término es tan ambiguo como el de «contrapopulismo» del que hablábamos hace un momento: digamos una modernidad alternativa, o una alternativa en la modernidad. Hay aspectos muy arcaicos en el pensamiento de Spinoza, por ejemplo, su ideal de la autarquía del sabio. Pero después de Hobbes y en reacción contra su concepción centralizada del Estado que representa al pueblo y lo reemplaza, hay también una capacidad de análisis extraordinaria de los problemas que plantea la idea de una potencia de la masa o la multitud. Esto podría llevar nuevamente a la discusión sobre el populismo: la multitud, según Spinoza, es a la vez una fuerza creadora y un peligro para sí misma.
  • 1.
    V. el dossier de la revista Actuel Marx No 54, 2013/2, «Populisme/Contre-populisme».
  • 2.
    Movimiento social francés surgido en la Plaza de la República de París el 31 de marzode 2016 como parte de las protestas contra
    la Ley del Trabajo [n. del t.].
  • 3.
    Le Bord de l’Eau, París, 2016.
  • 4.
    Ibíd.
  • 5.
    É. Balibar: Spinoza et la politique, PUF, París, 1985. [Hay edición en español: Spinoza y la política, Prometeo, Buenos Aires, 2009].

El Gran Viraje y la Agenda Venezuela

(lo siguiente formó parte de un trabajo mayor desarrollado a finales de los noventa).
eDUARDO ORTIZ rAMÍREZ

I. Venezuela: dos períodos de ajustes.

            En 1997 se entró en la llamada segunda parte de la Agenda Venezuela. Para finales del año 1996 se  habían  esgrimido desde los pronósticos muy optimistas, hasta aquella frase “sobre que alguien tiene que pagar las cosas”, esbozada desde una institución pública como respuesta a un  señalamiento sobre  algunos procesos que en el área financiera han afectado negativamente a los agentes económicos menos favorecidos por la Agenda misma o por distorsiones económicas acumuladas.

            Hace algunos años en el gobierno del Gran Viraje (1989/1994), tan temprano como el segundo año del período, el presidente del momento y uno de sus ministros expresaron de diversas formas la idea de que había terminado la estabilización y lo que venía de ahí en adelante era el crecimiento (y el consecuente aumento del ingreso real de los trabajadores). Es conveniente recordar que al iniciarse el periodo gubernamental referido, la situación económica del país presentaba agudas dificultades que se manifestaban en variados desequilibrios internos y externos. Problemas monetarios e inestabilidades en los mercados cambiario y financiero se asociaban, así, a una creciente presión inflacionaria que se conjugaba con las presiones de los déficit fiscal y de Balanza de Pagos, creando,  de esta manera, un escenario económico realmente difícil. Se presenta a continuación parte de las medidas y la evolución asociadas al Gran Viraje.

            Medidas y evolución en el Gran Viraje.

            Al asumir el mando el nuevo gobierno en Febrero de 1989, el país se encontraba inmerso en una situación de desequilibrios macroeconómicos insostenibles, ante lo cual se hacía evidente la necesidad de un ajuste de la política económica para corregirlos y orientar la economía hacia una dinámica competitiva y de diversificación de la producción y de las exportaciones que dependiera menos de los ingresos petroleros, con el fin de lograr una mejor y más estable distribución de los ingresos y un mejor nivel de vida de toda la población, en un nuevo modo de inserción en la economía internacional

            Era inaplazable el hecho de que había que ajustar los niveles de todos los precios, incluyendo el del dólar, a la realidad nacional y mundial. Los ingresos del país se contraían y  no se podían seguir usando de la misma manera las reservas internacionales, las cuales, para el momento, se encontraban en un verdadero estado de agotamiento.

            La nueva administración reconoce que el modelo de desarrollo económico basado en el proteccionismo y el intervencionismo estatal que se había aplicado en las últimas décadas, ya no era viable ante la situación existente en el país y en el mundo. Se había reducido el caudal creciente y estable de los ingresos petroleros que lo sostuvo, al igual que el crédito externo a tasas bajas o moderadas y no se habían logrado los objetivos de desarrollo que con ese modelo se pretendían alcanzar. La inflación, por su parte, crecía al tratar de financiar los desequilibrios fiscales y externos por encima de las reales posibilidades del país.

            La necesidad de un refinanciamiento de la deuda externa y de nuevos préstamos, hizo que el gobierno recurriera al FMI y al Banco Mundial, con los cuales firmó una carta de intención en la que se comprometía a aplicar un programa de ajuste estructural con orientación asociada a la liberación de los mercados y el cual contempló  medidas como las siguientes:

            - Liberación de los precios de bienes y servicios que estaban regulados. Se mantuvieron controlados los precios de algunos bienes incluidos en la llamada cesta básica. La liberación de precios contemplaba también la de los bienes y servicios producidos por empresas del Estado como los casos de la gasolina, electricidad, teléfono, agua y transporte, con el objeto de frenar y eliminar los saldos negativos que tenían las empresas deficitarias del sector público.

            - Eliminación de subsidios generalizados e incentivación de la competencia entre las empresas, como medio fundamental de lograr una mayor eficiencia en ellas.

            - Eliminación del régimen cambiario múltiple y aplicación de un régimen flotante a una sola tasa determinada por la oferta y la demanda de divisas.

            - Liberación de las tasas de interés activas y pasivas, con el establecimiento de un sistema libre, adscrito a una franja de flotación con topes de 10% y 60%. Esto se complementó con los Bonos Cero Cupón, cuyas tasas de rendimiento pasaron a ser puntos marcadores para las otras tasas al establecerse que podían ubicarse las activas hasta  20% por encima de aquellas.

             Se trataba de establecer procesos dinámicos que frenaran la inflación y lograran tasas de interés reales positivas, lo cual constituye una forma muy importante y básica de frenar la fuga de capitales y estimular el ahorro interno. Debe, sin embargo, señalarse que tasas de niveles altos pueden deprimir la inversión, especialmente en la mediana y pequeña industria, cuando son bajos los niveles de eficiencia y productividad.

            En 1989 la inflación alcanzó un 81%. A partir del año siguiente el nivel de inflación disminuyó para colocarse, sin embargo, en niveles no antes vistos en el país: 36,5% en 1990, 31% en 1991 y 32% en 1992. Estos niveles inflacionarios superaron lo que el gobierno se había trazado como meta. Un factor relevante en esta situación fue el incremento de los ingresos petroleros como consecuencia de la guerra del Golfo Pérsico, lo que aumentó la masa monetaria en el país. Aunque este hecho ejerció el efecto positivo de permitir la reducción del déficit fiscal, significó un aumento en el gasto público en un contexto que potenciaba la inflación reinante o que impedía su reducción. Paralelamente, el aumento de sueldos y salarios decretado por el gobierno en 1991 y luego en 1992 creó una presión adicional sobre el nivel de precios y sobre la elevación del desempleo por no estar relacionado con un incremento en los niveles de productividad.

            Es pertinente la opinión de Toro (1993) en el sentido de que la política antiinflacionaria se ha debido acompañar de una reducción del gasto público y no con una captación de recursos adicionales por efecto de devaluación, la cual viene a significar un impuesto indirecto a todos los sectores. En este sentido hay que señalar que las devaluaciones permiten que el Estado tenga un caudal extra de ingresos, sin significar esto un aumento de la actividad económica y no sirviendo como estímulo de la mayor parte de los sectores productivos del país.

            En el caso de los Bonos Cero Cupón y las mesas de dinero como instrumentos de regulación monetaria hay que señalar que el rendimiento de tales Bonos fue incrementándose, provocando una presión alcista sobre las tasas de interés y una reducción en el potencial crediticio del sistema bancario. Estos Bonos constituyeron, también, un instrumento de doble filo que no resolvían el problema, puesto que si bien su función era esterilizar la liquidez excedente en el mercado, a su vencimiento producían una inyección incrementada de masa monetaria.

            Todas estas medidas estaban orientadas a actuar por el lado de la oferta de la economía. Sin embargo, se comenzaron a aplicar devaluaciones periódicas del bolívar en función del diferencial entre la inflación interna y externa, con lo cual se pretendía no disminuir el nivel de gasto público y atender el requerimiento de mantener (infructuosamente) el tipo de cambio real para favorecer las exportaciones, encarecer las importaciones y, primordialmente, reducir el déficit fiscal. Pero esto no resultó ser tan sencillo, puesto que las devaluaciones aumentaron la masa monetaria generando fuertes presiones inflacionarias, adicionales al incremento de los costos de producción ocasionado por el encarecimiento de los insumos importados.

            De la misma manera, la modernización del sistema tributario  contemplaba la disminución de las tasas máximas aplicadas en el impuesto sobre la renta y el establecimiento del IVA. Este último impuesto no tuvo el apoyo legislativo suficiente, por lo que el Fisco no pudo contar con ese caudal extra de recursos para superar el déficit y recurrió a la devaluación con fines parcialmente fiscalistas y cayó, así, la política económica en la grave contradicción de aplicarse al mismo tiempo una política monetaria restrictiva (vía bono cero cupón y encaje legal) y una política fiscal expansiva del gasto público.

            Igualmente, debe señalarse que la privatización de algunas empresas del Estado, con altos niveles de pérdidas, constituyó un avance en la perspectiva de cambio estructural para el país, al delegar el Estado en los grupos privados actividades que tradicionalmente venía controlando. De esta forma el gobierno logró captar inmensos recursos que en su mayor parte fueron utilizados para subsanar el problema del déficit, además de la propia privatización hacer posible la  reducción del gasto.

            Para finales de 1991 las reservas internacionales se ubicaban cerca de los 14.000 millones de US$, lo que podría interpretarse como que el programa de ajuste estaba cumpliendo en ese campo sus metas. Sin embargo, el cuadro de crisis social y política no permitió al  gobierno  contar con el apoyo político y social necesario y en 1992 ocurren dos intentonas golpistas (4 de Febrero y 27 de Noviembre), lo que creó un clima de desconfianza y estimuló la fuga de divisas, cerrando 1992 con déficit en la cuenta corriente de la Balanza de Pagos. Un balance global del período 1989/1994 permite afirmar que al final de éste, se habían agravado los problemas que se buscaron corregir: desequilibrio externo y fiscal, inflación y desigualdades sociales, entre otros. Pero, además, se habían acumulado suficientes desequilibrios financieros como para desatarse una crisis financiera como la presentada en el transcurso del año 1994[1].

            Un balance  del Gran Viraje permite precisar, entonces, no sólo la debilidad de aquella entusiasta afirmación, sino la realidad muy significativa en cuanto al incumplimiento de muchos objetivos y metas que se plantearon en tal período (ver cuadro7).[2]


            El crecimiento como ilusión y objetivo.

            A finales de 1996, en el gobierno de la Agenda Venezuela, en otro contexto y con otros personajes, volvió a repetirse una idéntica expresión: ha terminado la estabilización que se proponía la Agenda Venezuela y de ahora en adelante se tendrá crecimiento y prosperidad.

            Varias observaciones pueden hacerse sobre una expresión de esa naturaleza, dada su recurrencia y la importancia que alberga en cuanto a lo que es la transformación económica de una nación. En primer lugar, debe señalarse que ella coincide con algunos puntos de vista sobre la propia estabilización, que se convirtieron en planteamientos muy aceptados en décadas pasadas pero que en la de los noventa han sido cuestionados. Tales puntos de vista, efectivamente, han separado la estabilización del crecimiento, convirtiendo a este último en una derivación de aquella, y a la propia política de estabilización, en un conjunto de medidas que buscan llevar a la economía a un determinado equilibrio, y las cuales se ejecutan con cierta independencia de las reformas estructurales. Contrariamente a estos puntos de vista, puede señalarse que la solución de problemas asociados  a las reformas referidas, como son las del sector externo y del área fiscal, limitan las propias posibilidades de la estabilización, aun con todo lo que tal solución implica en asuntos como son, por una parte, la modulación de la capacidad del Estado en cuanto a la elaboración y ejecución de la política económica así como en actividades de promoción del propio crecimiento o, por otra parte, la fijación del  marco referencial más adecuado en aspectos como la deuda externa (una referencia puede verse en Fanelli y otros, 1993).

            En segundo lugar, la expresión en sí misma no es baladí, pues se asocia a uno de los procesos que siguen siendo fundamentales en la economía y en la dinámica de las sociedades actuales: el crecimiento económico. Y es así pues éste es el que permite que las personas o los ciudadanos, grosso modo, tengan oportunidades de empleo[3] y alberguen algún sentido de prosperidad y bienestar. En nuestra opinión, y en sentido general,  hasta ahora no se ha inventado nada más claro que esta dinámica, para garantizar este último proceso[4].

            Por supuesto que, una apreciación como esa, es de las del tipo que justifican para algunos, la crítica que le adjudica a los Economistas una especie de obsesión por el crecimiento. En este tipo de críticas se piensa que debería existir una apreciación cualitativa (cultura, desarrollo personal y de grupos, por ejemplo)  y no meramente cuantitativa de las  metas de crecimiento y desarrollo, más aún cuando hoy día hay que enfrentar  la problemática ambiental[5],  que ha sido incorporada a la noción de desarrollo en la perspectiva del desarrollo sustentable. Este concepto, por cierto, remite a variadas interpretaciones o sentidos polémicos. Una línea de sentido técnico que interesa  resaltar, es la que lo asocia con el equilibrio entre objetivos a corto y largo plazo así como a la mayor insistencia en la calidad de vida y la equidad en relación a las magnitudes de producción (Meadows y Otros, 1993).
           
             En nuestra opinión, debe haber una mezcla entre lo cualitativo y lo cuantitativo a la hora de estructurar y ejecutar los objetivos de crecimiento y desarrollo, pero realmente es el crecimiento y el aumento de las posibilidades de empleo el proceso que puede permitir potenciar o aumentar el bienestar de una población y, correspondientemente, darse un mejoramiento en las expectativas.

            Realmente, puede afirmarse que  los programas asociados a los dos períodos de ajustes referidos para el caso de la economía venezolana, han carecido de reflexiones y sentidos estratégicos que hubiesen podido encauzar más adecuadamente el crecimiento económico. Los procesos económicos, el ajuste estructural y el crecimiento, en particular, no son fenómenos sencillos, medibles o alcanzables en el muy corto plazo. Sin embargo, visto en retrospectiva, el efusivo y accidentado período del Gran Viraje, generó una trayectoria económica que hubiera podido ser mejor aprovechada al inicio del gobierno del período 1994/1999. No sucedió así y, en su lugar, los dos  confusos y ambiguos primeros años de este último período dieron paso a un “programa económico”, la Agenda Venezuela, carente de organicidad y sentido real de largo plazo.

            La Agenda Venezuela.

            Previo al planteamiento público de la Agenda Venezuela (finales del primer semestre de 1996), la economía venezolana y el país habían transitado por la audición y ejecución de los llamados “plan Sosa”, “plan Baptista” y “plan Corrales”. Pero, es la Agenda Venezuela, la que amerita la ubicación que le hemos dado más arriba. A continuación exponemos, sucintamente, las medidas que mejor la identifican.

            -Aumento de la gasolina y subsidio al transporte.
            -Aumento del impuesto a las ventas.
            -Desmontaje del control de cambios.
            -Desmontaje de los controles de precios.
            -Desmontaje de los controles a las tasas de interés.
            -Impulso a las privatizaciones.
            -Ejecución de programas sociales diversos[6].

            En un sentido más amplio la promulgación de las medidas señaladas estuvo acompañada  de la idea, manejada del lado oficial, en cuanto a crear una red de acuerdos con agentes sociales en áreas fundamentales y espacios de consulta y cooperación con otras instancias de la sociedad. De la misma manera, se concibió que los pilares básicos de la Agenda son los siguientes:

         -Énfasis en lo social como principio integrador de las medidas, en base a lo que es el sentido de equidad y justicia social.
         -Los programas fiscal, monetario y cambiario, cuyos objetivos atañen a la reducción de la inflación.
         -Un grupo de políticas de oferta (cadenas productivas, reformas institucionales, apertura petrolera, otras) que en el mediano plazo fundamenten el crecimiento auto sustentable de la economía y, en el corto plazo, complementen las políticas actuantes sobre la demanda agregada.
         -Estrategia de negociación con Organismos Multilaterales, con el fin de obtener recursos que viabilicen y faciliten, las reformas estructurales, los programas sociales y el fortalecimiento de las reservas internacionales.
           
            Debe añadirse, como elemento importante, el objetivo del ejecutivo de reducir la inflación a una cifra cercana a un 2% mensual para finales de 1996 y comienzos de 1997. Más allá de los resultados y perspectivas que en cuanto a este objetivo se observaron y plantearon para comienzos del año 1997, hay que señalar que la llamada primera etapa de la Agenda, se vio beneficiada por el incremento de los precios petroleros y ello permitió que el aumento de las reservas internacionales se reforzara como un objetivo de política económica[7].




[1] Sobre las complejidades de tal crisis puede verse Guzmán (1995).
[2]Una afirmación de interés en éste sentido es la siguiente: “...Pasados cinco años del intento de gran viraje, los problemas de inflación, desigualdad social, competitividad empresarial, desequilibrio externo y fiscal, se habían agravado y la amenaza evidente de una crisis general del sistema financiero completaba un escenario de crisis, cuya solución no podía depender de medidas aisladas...” (Nobrega y Ortega, 1996). Una retrospectiva para el período previo al gran viraje puede verse en Garaicoechea,1996.
[3]  Es indudable que las oportunidades de empleo deben asociarse a las políticas de generación del mismo en el contexto no sólo de las economías nacionales sino también en el de la propia economía global. De esta manera, es pertinente resaltar que el periodo asociado a la vigencia del pensamiento que en años recientes ha insistido en la importancia del libre mercado o perspectiva de análisis llamada neoliberal, está vinculado a un conjunto de opciones de política que pueden resumirse en: a)se busca romper las rigideces institucionales establecidas en la segunda postguerra, que habrían limitado la dinámica del mercado y robustecido a los trabajadores, b) se persigue afirmar la llamada flexibilidad laboral como instrumento de aumento de la reestructuración productiva. Para un punto de vista contrario a aquella perspectiva de análisis y de elaboración de opciones de política ver Valecillos, 1997.
[4]Se trata de que “...Para superar la pobreza es preciso generar buenos empleos permanentes, de productividad alta y creciente...” (Ramos, 1995). Por otra parte, se trata también de que “...si el avance social y una mejor distribución del ingreso dependen de un crecimiento económico sostenido para ser reales y permanentes, la reanudación de dicho crecimiento tiene que convertirse en el objetivo político fundamental de los gobiernos latinoamericanos.” (Teitel, 1995; pg.356).
[5]Indudablemente que la problemática ambiental ha ampliado a la vez que complicado y enriquecido el espectro analítico tradicional de la Economía. Las relaciones entre Economía, Comercio y Ambiente se tratan en Ortiz, 1994.
[6] Algunos de estos programas son, por ejemplo: subsidio familiar, alimentario escolar, dotación de útiles y uniformes, hogares y multihogares, subsidio al pasaje estudiantil, comedores escolares y alimentario materno infantil.
[7]Una referencia oficial y más completa del perfil de la Agenda Venezuela puede verse en Cordiplan, 1996. En términos de resultados y vista la Agenda en la perspectiva de los tres primeros años del gobierno del Presidente Caldera, es realmente llamativa la evaluación hecha por el economista Miguel Rodríguez, ex-ministro de Cordiplan y uno de los artífices del Gran Viraje: “...se ha producido una severa contracción del salario real...; ha disminuido el consumo privado percápita en más de 15% en términos reales, incluyendo una caída sustancial en el consumo de alimentos; hay una fuerte caída del producto real y una depresión generalizada de los sectores productivos...; la pobreza ha aumentado drásticamente; la inversión privada ha colapsado en más de 80% en términos reales en los últimos tres años y se ha liquidado a la inversión pública; se ha producido una mayor reconcentración de la riqueza y, a consecuencia de quiebras generalizadas, una progresiva desnacionalización de las empresas privadas venezolanas...) (Rodríguez, 1997).