EDUARDO
ORTIZ RAMÍREZ
La Venezuela que, a pesar de todo, iba encaminada al desarrollo y uno de
cuyos iconos puede decirse fue el Metro de Caracas (cuyo arranque de
funcionamiento se dio a inicios de los ochentas); país de relativo orden y formación
de clases medias en base a factores como la educación durante los años sesentas
y setentas; espacio de acción familiar donde los jóvenes profesionales en los
setentas y los ochentas, podían albergar esperanzas para su mejoramiento
personal y familiar; lugar donde dentro de las deficiencias y ausencias se podía
tener una relativa confianza en cuerpos de seguridad hasta todavía los años
noventas; conglomerado de familias y estados donde se sabía que había pobreza y
hambre en estados como Sucre y Trujillo, pero no en la extensión de ciudades y
la nación completa; esa Venezuela ya no existe.
Los gobiernos desde Carlos Andrés Pérez I hasta Rafael caldera II se encargaron,
sin proponérselo en su intención, de desviar al país de lo que habían hecho las
tres administraciones siguiente a 1959, pero la administración bolivariana en más
de 18 años se ha encargado de destruir vestigios de progreso, orden y bienestar,
si no en base a intención por lo menos con inadecuadas políticas, fanatismo e
indiferencia. Los jóvenes de hoy y más aun los que solo han conocido esta
administración, se enfrentan así a la vida regular con anomalía. Sabiendo solo
por referencias o por el efecto demostración
ampliado por la difusión de las redes sociales, que pueden haber esperanzas u
otras formas de vivir. La propia historia económica y social de país quedará
para algunos que por posibilidad tiempo o acuciosidad puedan conocer que existió.
Será inevitable reencontrarse con esa historia en la reconstrucción del país, aunque
la imagen objetivo ya no se busque
en el pasado.
Por su parte, la realidad actual de la nación nos enfrenta a fenómenos tan
dramáticos como las colas del pan, que han pasado a resumir la expresión más
clara de la miseria y el hambre. Dentro de los “logros” y lo considerado normal
por la “revolución bonita”, observamos recientemente como un niño de 6 o 7 años
le pedía a su madre apurarse, señalándole que la cola en ese momento no estaba
tan larga. Minusválidos o discapacitados, personas de 3ra edad, revendedores o
bachaqueros, delincuentes, personas de edades y sexo variado en varios lugares
de la ciudad madrugan para, cuando hay harina, comprar una bolsa de pan regulado
de seis piezas por 1.200 bolívares con la urgencia de que en otras horas no los
venden o de que la harina de maíz no se consigue. Policías
o guardias nacionales acompañan estas colas, con la función de que no se formen
problemas o no ingresen quienes no les corresponde.
En la Historia Económica el pan
y su precio, han servido para medir inflación cuando no existen suficientes datos
acumulados de otros bienes. Ha representado parte fundamental de la vida regular
de familias y países. En la dinámica venezolana actual, que abarca producción y
gestión de formas comunales, CLAPS y fiscales, ni se ha regularizado la
disponibilidad de la harina, ni se ha impedido una alta dispersión de precios
relativos entre distintas variedades del mismo. En tales sentidos y junto a las
dramáticas búsquedas de comida en la basura, la producción y venta del pan, con
sus ya tradicionales colas, se ha convertido en una de las más agudas
expresiones de la miseria en la Venezuela actual.
Venezuela presenta agudos problemas fiscales, desempleo, inflación e
inseguridad pero, a pesar de ello, se observan formas de consumo (tipo grandes
centros comerciales, consumo de ciertos autos y motos, entre otras) y desempeño
de los ciudadanos, aunque en forma cada día más restringida que fueron
expresiones de haber alcanzado los consumidores altos niveles de bienestar, en
el caso de las naciones más avanzadas. Curiosamente a los sectores de más alta
disponibilidad de ingresos, que son poco numerosos en la población total se le aúnan
los grupos sociales o individualidades vinculadas a la administración
bolivariana (algunos los llaman los boliburgueses,
cuyas ostentosas formas de vidas se manifiestan dentro y fuera del país).
Ante el desarrollo de la pobreza en los años ochenta y noventa en
Venezuela, se extendió la idea del tratamiento focalizado de la misma a través
de los Target Groups o Grupos Objetivo (los Programas Sociales Compensatorios-PSC de la segunda administración de
Carlos Andrés Pérez). Fueron
criticados por la administración bolivariana desde sus inicios. Se pudo
observar a comienzos de los años dos mil, que existía un contingente
poblacional que podía ser excluido de tales grupos. Pero también, experiencias
como las de los hogares de cuidado diario, no demostraron su efectividad o
conveniencia de manera contundente. En tales circunstancias, se fue desarrollando
una marginalidad más excluyente y extensiva. Es ese el basamento para lo que se
fue conformando como una miseria
violenta, en la década previa a la administración bolivariana, y que ha
aumentado en el período de esta última. Es el tipo de miseria agresiva y
explosiva que se ha venido expresando en la sociedad venezolana y que se puede
agudizar aún más, dado el deterioro del salario real, la disminución de las
oportunidades de empleo y otros elementos. Se trata de un tipo de miseria que
produce en el afectado un comportamiento agresivo en cualquier dirección y que,
por supuesto, es base para el tipo de delincuencia atinente a los grupos menos
favorecidos en la distribución del ingreso. Juan Carlos Méndez, novelista
venezolano residenciado en España, reflejó en 2014 parte de esto en entrevista
donde habla de su novela Los maletines:
“…Los venezolanos nos
juntamos y, en tres minutos, el tema de conversación es el último atraco, el
último secuestro, la última andanada de tiros de los paramilitares chavistas. Y
eso sucede no por azar o masoquismo, es que estamos hablando de un país donde
asesinan a mucha más gente que en Gaza. La ferocidad de la violencia es lo que
nos explica en este momento.” (www.informe21.com
25-08-14). En la
evolución de la administración bolivariana, puede afirmarse que este fenómeno se
ha apuntalado por el odio y el resentimiento que ha venido animando el periodo
gubernamental de más de dieciocho años de ejecutorias de la misma. Pero también
por las migraciones internas, las invasiones y la sobre población de zonas como
Guarenas-Guatire, los Valles del Tuy y los Teques y cercanías.
Son múltiples y variadas las expresiones de esa miseria violenta. Algunos casos pueden encontrarse, por ejemplo, en
los enfermos y mendigos agresivos o en los adolescentes que deambulan por la
ciudad. Pero también en la perdida notoria de un sentido mínimo de respeto
ciudadano hacia normas y costumbres que, por lo demás, también se ha venido
presentando en otros grupos sociales. Debe reconocerse que, en el caso de los niños de la calle estos se habían reducido considerablemente, según
se podía observar en la región capital. En esto hubo efectos de la Misión Negra Hipólita cuya misión es: “Brindar
protección social e integral asegurando el derecho a la vida, el trabajo, la
cultura, educación, justicia social e igualdad sin discriminación alguna a los
ciudadanos y ciudadanas en situación de calle, contando con la participación
protagónica del Poder Popular” (Ver http://www.misionnegrahipolita.gob.ve).
Sin embrago, en los 3 o 4 últimos años han vuelto a propagarse tales niños haciéndose
participes incluso en escenarios de violencia, robos y asesinato.
En el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez (1989/1993) algunos
manejaron el planteamiento de que la pobreza estaba ahí y las políticas de ajuste y estabilización lo
que hicieron fue sacarla a la luz (igual caso ha sido con la administración
bolivariana, dado su señalamiento en cuanto a que fueron otros los que crearon
la pobreza antes de 1999). Al segundo gobierno de Caldera (1994/1999), se le
fue el tiempo en políticas económicas de considerable variación –entre otras la
cambiaria- y en la justificación e impulso de la idea de la unidad nacional más
que en abatir formas de pobreza que continuaban desarrollándose. En la
administración bolivariana se dedicaron los primeros años sustituyendo -o
buscando sustituir- los programas sociales referidos, por otros, tan o más
problemáticos, como el Banco del Pueblo, “los niños de la patria” y la
“conversión de los invasores en constructores”, hasta que en el año 2004 se
iniciaron las misiones en salud, educación, vivienda y otras.
Para la segunda década del siglo XXI, con fines sociales según las
percepciones de política económica y social de la administración bolivariana,
pero también dado el escenario político de los años 2012/2017, se acentuó la
política de controles, supervisión y de enfrentamiento con el sector privado de
la economía, entre otras razones por desarrollar -en connivencia con factores
políticos- según la administración referida, una guerra económica. En cualesquiera de los casos, la evolución
económica fue derivando en aumento de la pobreza entre 2012 y 2017 y en un
escenario de escasez, desabastecimiento e inflación acentuada (ya convertida en
Hiperinflación).
Todo este escenario ha acentuado el paquete
de pobreza en el que se encuentra la población venezolana, que abarca
además de los niveles de ingreso, los concernientes a inflación, deterioro de
los servicios de salud y educación, escasez, desabastecimiento e
inseguridad. Este paquete de pobreza ha revelado
nuevos espacios y formas de pobreza que se han trasladado rápidamente a las
urbes principales y sobre todo a la ciudad de Caracas, donde es palpable el
deterioro en las condiciones de vida; con el agravante de que la pobreza de las
regiones cercanas a la Región Capital se ha volcado sobre la misma en búsqueda de
servicios, bienes y oportunidades de trabajo, así sean informales o circunstanciales
(es el caso de los llamados carameleros que, con distintos productos, abordan
espacios como el del Metro de Caracas). Esto ha estado asociado también a la
afectación, en la administración bolivariana, de avances que se habían logrado
antes de ella, en cuanto a descentralización y formas de poder local, puesto
que se ha acentuado el centralismo y
las confrontaciones con factores de oposición o simplemente con las ejecutorias
de la propia administración local del caso.
Las llamadas revoluciones de izquierda –de la cual trata de formar parte
la administración bolivariana- no solucionan la pobreza. Los soviéticos en un
gran número vivían en pobreza y deseando usar un blue jean o tener una secadora. El proyecto temporal de vida de muchos no albergaba cambios. Como pasa hoy
día en Cuba donde la población envejece y los jóvenes no albergan futuro.
Tampoco China pudo borrar los efectos de las hambrunas y en su caso de una alta
presión poblacional; para convertirse en lo que es hoy tuvo que darle entrada
al capitalismo. Las experiencias de los socialismos africanos o de casos como
Nicaragua son terribles, en cuanto continuar grandes contingentes poblacionales
en pobreza o tener que abandonar los países toda idea de cambio por esa vía. A
pesar de los entusiasmos y la fe en un posible cambio social y económico, el
socialismo no alcanza los resultados del capitalismo cuando este último logra
alcanzar una adecuada compensación entre Estado y mercado, política económica y
social, ajuste y desarrollo y entre fines individuales y fines colectivos.
Después de más 18 años de administración bolivariana la población de menores
recursos -a lo sumo- ha conseguido escasez y alta inflación, bolsas CLAPS que
no llegan con las regularidades requeridas o con los bienes más adecuados (además
de haber estado relacionadas con reventas y corrupción), cupos en universidades
deficientes, un sistema de salud muy deteriorado, la situación de inseguridad
con altos niveles de robos, crímenes y altas pérdidas de vidas que, más que disminuyen,
los resultados de las pensiones, becas, ayudas, bolsas de alimentos, lentes o
ayudas hospitalarias.
A pesar de todo ello el presidente Maduro después de más de 18 años de
administración bolivariana piensa que se acabó el rentismo y que la nación se
encuentra en un pujante nuevo modelo de desarrollo. ¡Impresionante!
@eortizramirez
No hay comentarios.:
Publicar un comentario