lunes, 7 de febrero de 2022

Edgardo Lander: “Esto terminó siendo el peor de los mundos”

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ENTREVISTA

Edgardo Lander: “Esto terminó siendo el peor de los mundos”

POR Hugo Prieto

Edgardo Lander retratado por Alfredo Lasry / RMTF



06/02/2022

Para caracterizar el momento político actual, lo mejor sería que dejemos de mirarnos el ombligo. Querámoslo o no, los venezolanos estamos inmersos en el devenir de procesos globales que Edgardo Lander* enumera: “Una crisis civilizatoria que abarca el conjunto del planeta, en la cual los proyectos imaginarios y alternativos, que parecían posibles, se han derrumbado; el colapso ecológico amenaza la vida de todos; hay un avance de una derecha autoritaria, xenófoba, racista, que está en todas partes -desde la India y Europa del este hasta en los Estados Unidos, pasando por Brasil-. La descomposición es muy severa. La democracia liberal está en retroceso, acorralada y empobrecida como experiencia de convivencia y resolución de los conflictos sociales. Obviamente, Venezuela no es la excepción. Nuestra crisis es profunda e incorpora todo eso, además de particularidades que la exacerban. Creo que ese es el contexto general para entender el momento actual”.

Y serviría, igualmente, para entender “la agresiva ofensiva del gobierno estadounidense hacia Venezuela, lo que fue la política de Trump, lo que ha sido el efecto de las sanciones, todo eso está en ese contexto, no es algo que tenga que ver solo con los procesos de Venezuela”.

De antemano le pido disculpas si esta pregunta resulta una provocación: ¿sus palabras, digamos, serían la excusa para no abordar el tema de Venezuela?

No. En lo absoluto. Creo que es un preámbulo necesario. Y no lo hago para sacarle el cuerpo a la discusión sobre el país. Por otra parte, quisiera completar la idea: en China y en Rusia, lo que hay son gobiernos crecientemente totalitarios. El modelo que gobierna en China es una distopía totalitaria tecnocrática, de control total de la sociedad por parte del partido Estado. China dejó de estar en el horizonte normativo de lo que sería una sociedad deseable, desde hace mucho tiempo.

El sueño del camarada Stalin.

Sí, el sueño de Stalin. A pesar de que en China, aparentemente, la mayoría de la población está satisfecha, porque sus condiciones de vida han cambiado muy rápido en corto tiempo. La abundancia material tiene su peso.

Dicho esto, ¿podríamos abordar el tema de Venezuela?

No sería nada original decir que nos encontramos en una profunda crisis multidimensional: económica, humanitaria -hay que ver que lo que significa que más de seis millones de venezolanos, en su gran mayoría jóvenes, hayan huido del país porque no veían ningún futuro- la sensación, en mucha gente, de que todo está perdido, de que no vale la pena hacer nada porque el Gobierno los va a reprimir. Esa sensación de desencanto de que todo se intentó y nada se dio.

Esa sensación de derrota.

Aquí se ha vivido una profunda derrota. No es una derrota de la izquierda o de la derecha. Es una derrota del país. Quienes, desde la izquierda, tenían la expectativa de que esto podía conducir a un tipo de cambio han vivido esta experiencia como una profunda derrota de sus proyectos, de sus expectativas o de un futuro posible, por la sencilla razón de que esto terminó siendo el peor de los mundos. Y desde la derecha o el pensamiento liberal, ha sido la imposición de un gobierno autoritario y también lo han vivido como una profunda derrota de las expectativas de la democracia en Venezuela. Un país que, según la literatura gringa, aparecía como el ejemplo del modelo democrático, en medio de las dictaduras que asolaron a América Latina.

Usted dijo que la democracia liberal está a la defensiva, acorralada. ¿Qué diría de las particularidades de ese proceso en Venezuela? ¿Del desencanto que tienen los venezolanos?

Durante los primeros 20 años del Pacto de Puntofijo, Venezuela vivió una época de expectativas de mejoría en el futuro, una ampliación muy importante en los niveles educativos, una expansión extraordinaria del papel de las universidades como expresión de la movilidad social, incluso de sectores populares. Había, por supuesto, abundancia de ingresos petroleros, lo que hace “una pequeña diferencia”, y estos dos partidos, Acción Democrática y COPEI, tenían legitimidad. Así como la Polar, Acción Democrática tenía una casa en cada pueblito del país. Había tejido social que se identificaba con esos partidos. Pero eso se fue perdiendo gradualmente. Esas expectativas de que el ingreso petrolero iba a ser abundante todo el tiempo, de que el Estado iba a responder, obviamente, no eran sostenibles.

Las protestas de sectores populares en Brasil, bajo el gobierno de Lula, demostraron que la gente es malagradecida, pero creo que tenían razón. Una vez que se resolvieron problemas como el hambre, la pregunta era ¿y ahora qué? ¿No cree que eso también pasó en Venezuela?

Yo creo que es más que eso. Uno no puede establecerles límites a las expectativas. Paso de la línea de pobreza, ahora tengo un televisor y comida en la nevera. No. Siempre las expectativas generan más expectativas. Pero en el país también fue una crisis de profunda legitimidad porque esos partidos, que se sentían como el lugar de expresión de aspiraciones, se fueron convirtiendo en aparatos burocráticos, en aparatos para ganar elecciones. Dejaron de ser expresión social. El discurso político venezolano se fue separando de esa lógica socialdemócrata que caracterizó a la democracia después de 1958. Se fue abandonando lo popular y en la crisis coincidió la dimensión económica y la dimensión política. No se puede decir que la crisis política es consecuencia del agotamiento del rentismo, pero ambas cosas se fueron entreverando hasta el punto en que en Venezuela había una gran desconfianza en los políticos, en los partidos. Una reducción creciente de la participación electoral, porque “por esa vía no se iba a lograr nada”. Como proceso de descomposición, duró bastante tiempo. Y eso no tenía vocería, no tenía expresión, porque los partidos de izquierda llegaron a ser tan minoritarios, tan poco representativos, que tampoco tenían posibilidades de recoger ese malestar y presentarse como alternativa.

En estos años, esa descomposición se ha expresado en un lapso mucho más corto. ¿No resulta inquietante? Un hombre que llegó agitando el tema popular, que se abrogó, además, la representación de un pueblo… apenas se murió y esto se acabó. Queda un aparato, algo parecido a un partido político, por llamarlo de alguna manera, y una franquicia. ¿No sería más frustrante todavía?

Más frustrante, sí, porque las expectativas fueron mayores, para una porción muy importante de la población venezolana. Efectivamente, los años de Chávez fueron de inmensas expectativas, inclusive en momentos en que el ingreso petrolero seguía siendo muy bajo y la posibilidad de desarrollar políticas sociales, que se aplicaron luego, era muy limitada. De alguna manera, Chávez logró darle un sentido, una vocería, a ese descontento. Eso, en los primeros años, fue más simbólico que otra cosa. Pero no creo que uno pueda decir que todo se debe a la muerte de Chávez. Yo creo que los problemas vienen de mucho antes.

¿Cuando Nicolás Maduro se asume como “el hijo de Chávez” forma parte -o le da continuidad- a ese proceso?

Absolutamente. Pero yo estoy en desacuerdo con muchas de las interpretaciones que se hacen desde el PSUV y desde el Gobierno, intelectuales, digamos, que establecen una diferencia categórica entre Chávez y Maduro. Obviamente, Maduro no es Chávez. Pero muchos de los problemas fundamentales que afrontamos en el país tienen que ver con el propio proyecto de Chávez, con la propia noción que tenía de sí mismo y del papel que debía jugar. Son varias cosas, ¿no? Chávez declaró que esto era socialista (2005) con una absoluta ausencia de conciencia histórica de lo que había significado el socialismo. El socialismo realmente existente, en esencia, el socialismo soviético, terminó siendo un lugar que negaba la democracia, un lugar autoritario, un lugar de devastación ambiental, un proyecto que no era capaz de superar la lógica de crecimiento y destrucción propia del capitalismo, porque lo que se propuso, justamente, fue acelerar ese proceso. Llegó un momento en que Jrushchov dijo que el socialismo (la extinta URSS) había superado al capitalismo porque producía más toneladas de acero y de cemento que Estados Unidos. Desde el punto de vista civilizatorio, el modelo soviético tampoco representó una alternativa.

Una falta de conciencia histórica, nada más y nada menos, que después de la caída del Muro de Berlín. Era como presentar la opción de algo que ya no era. 

Hubo un cambio en el tiempo. Hay declaraciones, discursos y cosas que lo demuestran. Por ejemplo, la entrevista que le hizo Agustín Blanco Muñoz a Chávez, que publicó en “Habla el comandante”. En un momento, Chávez dice que está por una tercera vía, que no se refiere a la tercera vía de Tony Blair, ni nada por el estilo, sino en contra del modelo liberal capitalista, en contra de la experiencia del socialismo real. Era un proyecto que tenía que ver con las raíces latinoamericanas, con los pueblos aborígenes y afrodescendientes. Entonces hablaba de Simón Rodríguez, de Zamora, que en modo alguno representaba el socialismo ni nada parecido. Eso con el tiempo se fue alterando por varias razones. Una de ellas fue la confrontación con el empresariado y con las élites, y Chávez necesitaba un discurso muy contundente para enfrentarse a eso. Pero, además, la influencia cubana, en términos ideológicos, de la noción de socialismo y del papel del Estado, se fue incrementando. Y cuando al fin se declaró (en el Foro de Porto Alegre) que el proyecto venezolano era socialista, efectivamente ocurrió con esa ausencia total de conciencia histórica, lo cual significa ausencia de prevención histórica. O sea, ¿por qué pasó lo que pasó? ¿Y qué habría que hacer para evitar que lo que pasó vuelva a pasar? Eso no estuvo presente, en absoluto. Y la izquierda venezolana, que en la década del 60 y 70 había tenido un debate muy rico sobre el socialismo, sobre el partido único, sobre el papel del Estado y todas esas cosas, se ha olvidado de eso, se ha lavado las manos. La intelectualidad de esa época había abandonado toda opción de izquierda -muchos terminaron siendo neoliberales, otros se habían muerto, otros habían publicado cosas que después no se reeditaron-. Se dio una especie de borrón y cuenta nueva. “Vamos a empezar el socialismo desde cero”. Pero lo que se terminó construyendo es una reiteración de los mismos problemas y de las mismas lógicas.

Tenemos que ver, como parte de esa falta de conciencia histórica, el caso de Cuba. Una experiencia fracasada. Resulta increíble que en ese país se estén aplicando penas de hasta 20 años de cárcel a personas que salieron a protestar en las calles. El terror, el miedo, la represión… 

… como única respuesta. Algo que me ha parecido un punto de ruptura de este proceso fue el momento en que Chávez llamó a la conformación del partido unitario de la revolución venezolana. Precisamente, ahí está -como más claramente expresada- esa falta de noción de reconocimiento de la historia. Es decir, una de las experiencias que condujeron a todos los socialismos, sin excepción, al autoritarismo fue esa fusión Estado partido, porque esa es la negación de la pluralidad, del debate abierto y de, efectivamente, plantearse la ampliación de la democracia.

¿Diría que eso fue por inercia, por desconocimiento de la historia, quizás por flojera o por una combinación de esas tres cosas?

Yo creo que tiene que ver, primero, con la ausencia de una conciencia histórica. Pero también con una concepción del poder y de la política, desde una construcción absolutamente polar: los buenos y los malos, aquí está el pueblo y allá los escuálidos. Acá los amigos y allá los enemigos. Eso tiene relación con los estilos y el modelo de algunos liderazgos, con el liderazgo y la cultura militar, por ejemplo. Allí no hay sino obediencia. Y eso estuvo presente desde el primer día. En segundo lugar, con el proceso de construcción de esa figura carismática, con seguimiento incondicional de la gente que lo rodea. Yo estoy convencido de que no hay ser humano, ni ninguno de los santos del santoral católico, que resistiría tanta adulancia y jalabolismo por parte de la gente con la que pueda tener contacto. Eso lleva a una suspensión de cualquier juicio crítico. Los procesos políticos son difíciles, son complejos, tienen muchas aristas, muchas dificultades, y solo con una reflexión crítica permanente y contrapuesta con otras opiniones es posible -de alguna manera- navegar ese rumbo. Pero si se hace desde una postura en la cual “yo tengo la razón siempre”, entonces, la construcción del modelo político, que permita que la razón y la verdad se impongan, no es posible, entre otras cosas, porque aquella es una postura incuestionada.

Advertencias hubo en 2007 -la derrota en el referéndum constitucional-; advertencias hubo en 2010 -con resultados electorales que ya no eran tan favorables al chavismo-, y también en 2013, ya con sectores abiertamente descontentos. Son episodios de cuestionamiento, de malestar de crítica. Pero la respuesta fue lo más parecido a “sigamos adelante, porque esas son las voces del desierto”. Hay cierta tozudez, ¿no? 

Yo creo, además, que hay una parte de la intelectualidad de la izquierda internacional corresponsable. Diría que se convirtieron en una especie de coro de alabanza a lo que estaba ocurriendo en Venezuela, en una forma absolutamente acrítica. Esos encuentros de artistas e intelectuales, de los sucesivos encuentros que se hacían en el teatro Teresa Carreño, terminaron reforzando la idea de que lo que aquí estaba pasando era maravilloso, que no había nada que criticar, que el presidente Chávez era un líder de la revolución mundial. No solo hubo una abdicación de lo que debe ser un intelectual crítico, reflexivo, de encontrar y destacar problemas, sino de clausurar la posibilidad del debate y dar un sello de aprobación, diría, a lo que está pasando. Se fue haciendo más y más autoritario y, con ese sello de aprobación, siguió, siguió y siguió.

El papel de la izquierda, hasta donde tengo entendido, siempre fue la crítica, la advertencia y moderar al poder. Entonces, ¿la izquierda no se puede moderar a sí misma?

Aparentemente, no. Hay una historia lamentable en buena parte de la izquierda en el mundo: la limitada capacidad de reflexión crítica sobre ¿por qué se hizo lo que se hizo? ¿Por qué pasó lo que pasó? Se supone que eso sería, normativamente, el pensamiento de la izquierda. Un pensamiento reflexivo, que va tomando en cuenta nuevos factores. Por eso te digo que el papel de buena parte de esta izquierda coro, que participó legitimando el gobierno de Chávez, fue de una grotesca irresponsabilidad, porque le dieron sello de legitimidad a un proceso, cuyas tendencias autoritarias eran claras, eran nítidas. Pensar que “como esto es de izquierda y la derecha es peor, entonces hay que aprovechar esto” niega la reflexión crítica, que, además, es una condición de la vida. La posibilidad de construir otro mundo pasa por ir evaluando, corrigiendo, examinando. Pero si por definición no hay errores posibles. Si todo lo que se hace está bien. Eso termina siendo una patología que conduce, por el camino inexorable, al autoritarismo.

En términos de responsabilidades, ¿podría profundizar en cómo fue que llegamos al llegadero?

Por una parte, está la responsabilidad del Gobierno -la política económica, las tendencias autoritarias-. Este desastre, claramente, es responsabilidad del Gobierno. Pero también hay una muy fuerte responsabilidad de los partidos de oposición durante estos años. ¿Por qué? Porque son partidos que le han dado prioridad a sus conveniencias, por encima de los intereses generales del país, porque los egos de los diferentes dirigentes impiden que surja una alternativa, porque han apoyado de una forma brutal las amenazas e intervenciones del Gobierno de Estados Unidos, en términos de estrangulamiento, en términos de sanciones, que han tenido un impacto muy severo en las condiciones de vida de la población venezolana. No solo es la acción del Gobierno, sino las sanciones las que han colapsado la economía venezolana. Y también porque han manejado recursos de la nación de una forma muy poco transparente; Monómeros es un caso típico de corrupción. Lo que alguna vez hicieron, presentar candidatos únicos a elecciones (2015), digamos, lo que podría ser “el momento estelar” de esta oposición, eso se abandonó por completo y terminó siendo una pelea a cuchilladas. La cosa de Cúcuta, el episodio del distribuidor Altamira. Todas esas cosas nos han llevado a la situación actual. No le estoy restando responsabilidad al Gobierno. En lo absoluto. Pero esto es un desastre que se ha ido retroalimentando de una forma muy brutal. Por eso hoy, la evaluación que la población venezolana hace de la dirigencia opositora es similar a la que hace de la dirigencia del Gobierno.

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*Sociólogo por la Universidad Central de Venezuela. Phd por la Universidad de Harvard. Profesor universitario. Investigador del Cendes. Su firma aparece con frecuencia en ensayos y artículos de distintas publicaciones académicas.

 

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