miércoles, 24 de septiembre de 2025

CAPITALISMO SIN DEMOCRACIA

 

CAPITALISMO SIN DEMOCRACIA

EDUARDO ORTIZ RAMÍREZ



Indudablemente que el capitalismo surgió con una opción de libertad, ante lo que habían sido numerosísimos episodios y concentraciones para la guerra y el lento progreso en el desarrollo de las fuerzas productivas durante alrededor de sobre 6.000 años. Previo a su nacimiento hubo imperios, guerras largas y reincidentes, abuso de unas zonas por otras y toda la historia ya conocida. Pero cuando ya fue claro su inevitable nacimiento a inicios del siglo XIX, los habitantes de la avanzada económica de inicios de ese siglo, que era indudablemente Inglaterra, muchos ciudadanos se sintieron estimulados por el avance de leyes y procedimientos que perfilaban el futuro de la Democracia, como se le llegó a conocer en el siglo XX para algunos países y a pesar de sus imperfecciones.

A inicios del siglo XX, y todavía a mediados del mismo, la economía mundo todavía estaba signada por países colonialistas, y colonias o neocolonias según los casos. Tal es el caso que a inicios de la segunda guerra mundial 4/5 partes de la humanidad se encontraban en condiciones de colonialismo. De seguidas, después de la guerra, vinieron los procesos de descolonización, pudiéndose hablar para los inicios de la segunda mitad del siglo señalado, de países ricos y países pobres, donde en muchos de estos últimos no eran plenamente dominantes las formas de producción capitalistas y esto, en parte, dio origen a estímulos para el impulso de la economía del desarrollo y las relaciones de la política económica con este último.

Así también, para los mismos momentos de inicios de la segunda mitad del siglo XX, se hizo evidente otra dicotomía o se le añadió otro elemento al espectro mundial de naciones: es el caso de la aparición de dos bloques de poder, con sus perfiles políticos, económicos y sociales, el Bloque capitalista y el Bloque socialista, con sus respectivas dinámicas y zonas de influencia  bajo el liderazgo de EE.UU. por una parte y la URSS por la otra, y con la lógica del equilibrio del terror que evitara una tercera guerra mundial.

El concierto mundial permitió así observar la conformación de organismos multilaterales, para tratar los temas de comercio, inversión, finanzas, Comisiones Económicas Regionales desde la ONU, entre otros, que si bien no funcionaban a la perfección y siempre estuvieron lideradas por los países más fuertes, dieron un espacio para intentar, lograr o impulsar el tratamiento de problemas particulares de países y regiones, mientras, en los contextos nacionales de países como los de América Latina se impulsaba el capitalismo y formas democráticas, aunque fuese solo en algunos casos y, en otros, se tuviesen otras lidias o tratamientos más difíciles como el caso de las dictaduras militares en varios países de la región en los años sesenta y setenta, por lo demás, apoyadas por los EE.UU no infrecuentemente.

Toda la teorización y evaluación política, técnica y económica ha permitido afirmar que el mundo y la humanidad avanzaron más desde mediados del siglo XX -incluso considerando solo las tres o cuatro primeras décadas- que todo lo que había avanzado en los milenios anteriores. Podría quizás afirmarse que la humanidad ante ello y para lo mismo, se entusiasmó o produjo tal progreso por la nueva organización de las fuerzas productivas, los avances técnicos, el desarrollo de la ciencia, la democracia en cualesquiera de sus formas y la posibilidad de que distintos pueblos y países pudiesen pasar a ser reconocidos en su autonomía y posibilidades de actuar.

Pueden destacarse tres puntos de inflexión que se habrían tornado como impulsores de transformaciones estructurales o impactantes desde el punto de vista de lo que ha sido la estructuración del sistema internacional que ha estado vigente en décadas recientes. Un punto de inflexión que debe resaltarse es como a finales de la cuarta década de la segunda mitad del siglo XX, se derrumba el Bloque Socialista con la caída del muro de Berlín y el traspaso de varias de sus naciones integrantes a las formas y matices del capitalismo tradicional, abandonando lo que había sido su funcionamiento en aquel Bloque. Esto dio pie o se interrelacionó con las ideas de algunos sobre el Fin de la Historia o la de que varios celebrasen una especie de triunfo del capitalismo[1]. Pero no. Todavía el capitalismo y los sistemas sociales, así como la propia humanidad, reservaban y reservan otras sorpresas, como indudablemente lo harán también los seres humanos y los políticos. Y es que el capitalismo, aun habiendo impactado al propio Carlos Marx, por el desarrollo de las fuerzas productivas que ha permitido, no ha satisfecho todas las expectativas que algunos han tenido.

Un segundo punto de inflexión habría tenido que ver con el cambio de participación de China en el contexto mundial y lo cual habría arrancado desde los cambios políticos observados en tal nación en los años setenta y ochenta del siglo XX[2], y que, hoy día se materializan en una economía de alto crecimiento en varias décadas, con un impulso tecnológico notable, mejoramientos en los niveles de vida de su numerosa población y con un avance en la inventiva y competitividad que es de reconocida evidencia y que es determinante en sus logros comerciales.

Y, un tercer punto de inflexión, que no se sabe hasta dónde llegará lo duradero de sus efectos, que es el del cambio de gobierno en los EE. UU. con la segunda presidencia de D. Trump, que ha venido a trastocar parte de los mecanismos de funcionamiento en lo interno de esa nación y en sus interrelaciones con otros países, vía control de migraciones, guerra  o litigio comercial basado en el uso discrecional de la política arancelaria, políticas de represión e irrespetos a mecanismos valorados en la perspectiva democrática de tal nación y que, están en la base de algunos de los elementos que hemos destacado. Además de lo resaltado en el notable escrito de Dani Rodrik[3] sobre el descreimiento que podrá tener ahora la Democracia, que no por imperfecciones presentes en USA no dejaba de inspirar, al igual que en Europa, a distintos ciudadanos sobre los valores de tal sistema. Pero peor aún, se trata de irrespetos y en nuestra opinión de verdaderos estímulos para señalar cómo si existe el imperialismo, el descaro, la altanería que algunos mandatarios se arrogan por ser presidentes de un país poderoso en recursos económicos y militares. Retrotrayéndose el mundo a episodios y altanerías imperiales. Peor aún, se irrespetan normas y procedimientos que han permitido tener una confianza relativa para quejas, procedimientos y reclamos.  Mas aun, con artimañas y excusas se amenaza a países y se apoya a otros, que han demostrado una agresividad abierta en la defensa de sus intereses y terquedades. Poco quedará para seguir creyendo en instituciones internacionales y en gobiernos de países que, con su poder económico y arrogancia en los procedimientos, dejan mucho que desear.

Ya veremos que depara el mundo.

 

24 septiembre 2025.

eortizramirez@gmail.com

 

 



[1] Eduardo Ortiz Ramírez, El auge del Capitalismo. Diario Economía Hoy 28-1-91.

lunes, 22 de septiembre de 2025

¿Quién modelará ahora la democracia?

 https://www.project-syndicate.org/commentary/democracy-role-models-no-longer-us-europe-by-dani-rodrik-2025-09/spanish

¿Quién modelará ahora la democracia?

Sep 9, 2025DANI RODRIK

CAMBRIDGE - Cuando era adolescente y crecía en Estambul, tuve la suerte de formar parte de una generación que tenía cerca modelos democráticos. Países europeos como Gran Bretaña, Francia, Alemania y Suecia alimentaron nuestras aspiraciones de prosperidad y democracia, dándonos esperanzas para el futuro de nuestro propio sistema político imperfecto. La experiencia de estos países nos demostró que el crecimiento económico, la justicia social y la libertad política no sólo eran compatibles, sino que se reforzaban mutuamente.

¿Dónde encontrarán los jóvenes de hoy un mensaje igual de esperanzador? La democracia liberal parecía destinada a ser la ola del futuro. Pero ahora, el retroceso democrático es un fenómeno global, y los Estados Unidos de Donald Trump son sólo el ejemplo más visible y dramático. Desde principios de la década de 2010, las "autocracias electorales" -regímenes que celebran elecciones periódicas, pero en condiciones de represión generalizada- se han convertido en la forma de gobierno dominante en todo el mundo. Casi 220 millones de personas menos viven hoy en democracia liberal que en 2012.

Además, las "democracias electorales" -una forma de régimen que puede allanar el camino a la democracia liberal- también han perdido terreno, gobernando hoy 1.200 millones de personas menos que en 2012. Estos regímenes han sido sustituidos por autocracias electorales o directas, que ahora gobiernan a 5.800 millones de personas (2.400 millones de las cuales se han añadido desde 2012).

Como faro de la democracia, Europa ya no brilla tanto. La Unión Europea desempeñó un papel fundamental en el anclaje de la democracia durante la transición de Europa del Este desde el socialismo, y Chequia y Estonia se convirtieron en algunas de las democracias liberales mejor clasificadas del mundo. Pero muchas otras -en particular, Polonia, Hungría y Eslovaquia- han retrocedido considerablemente, y la UE se ha visto impotente para hacer algo al respecto. El primer ministro eslovaco, Robert Fico, se unió recientemente en Pekín al presidente ruso Vladimir Putin, al dictador norcoreano Kim Jong-un y a otras dos docenas de líderes autoritarios para ayudar al presidente Xi Jinping a celebrar la destreza militar china.

Los principales países europeos pueden afirmar, con razón, que sus democracias no han sufrido tanto como la estadounidense. Pero Europa no proyecta hoy ni fortaleza económica ni cohesión política. Su confianza en sí misma parece haber tocado fondo, como demuestra el modo en que la UE ha cedido ante las amenazas arancelarias de Trump.

Los líderes europeos esperaban desde hace tiempo que la integración aumentara el poder y la influencia de la región en la escena mundial. En lugar de ello, la UE parece haberse convertido en una casa a medio camino permanente que fomenta la parálisis. Sus instituciones y procesos disuaden a los países de actuar audazmente por su cuenta, pero carecen de capacidad para formular y perseguir una visión común.

 

Mientras la Europa democrática no consigue proyectar su influencia más allá de sus fronteras, los que sí ejercen el poder en la escena mundial ya no son modelos a seguir. Pocos habrían esperado que Estados Unidos hubiera dado un giro autoritario tan brusco, y sin embargo Trump ha transformado el país en un actor canalla casi de la noche a la mañana. También ha facilitado que China se haga pasar por el adulto responsable de la sala, y Xi se ha enfundado con gusto el manto de la "igualdad soberana", el "Estado de derecho internacional" y el "multilateralismo."

Pero nadie debe engañarse sobre la naturaleza del régimen chino. Sus logros económicos no son motivo para emular su política. China sigue siendo un país altamente autoritario donde las minorías son reprimidas y la oposición política está estrictamente prohibida.

Para encontrar puntos brillantes democráticos, debemos buscar en lugares inesperados. Por ejemplo, Brasil y Sudáfrica, dos países de renta media, comparten la rara distinción de haber estado recientemente al borde del colapso autoritario y luego haber retrocedido.

El mandato deJacob Zumacomo presidente de Sudáfrica entre 2009 y 2018 se caracterizó por el populismo autoritario y la corrupción generalizada, y el ex presidente brasileño Jair Bolsonaro se negó a aceptar la derrota electoral y planeó un golpe militar (así como el asesinato de su oponente) en 2022. Sin embargo, a ambos les sucedieron líderes con sólidas credenciales democráticas: Cyril Ramaphosa en Sudáfrica y Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil.

Lo que hace extraordinarios estos éxitos es que se produjeron en circunstancias que los politólogos consideran especialmente desfavorables para la democracia. Sudáfrica y Brasil no sólo tienen profundas divisiones étnicas, sino que se encuentran entre los países más desiguales del mundo. Desde Aristóteles, los pensadores han sostenido que la ausencia de grandes diferencias entre ricos y pobres es una condición previa para sostener la democracia; pero las experiencias brasileña y sudafricana dibujan un panorama más sutil, que resulta alentador para los defensores de la democracia.

También hay buenas noticias en otros lugares. A finales del año pasado, cuando el Presidente surcoreano Yoon Suk-yeol declaró la ley marcial por primera vez desde 1980, las fuerzas democráticas y el Parlamento contraatacaron. En pocas semanas, Yoon fue destituido y destituido de su cargo. Chile también ha conseguido mantenerse como una democracia estable desde el final de la dictadura del general Augusto Pinochet (1973-90).

Algunas de las democracias con más éxito fuera de Europa son países pequeños que pasan desapercibidos en los debates sobre el declive democrático. Taiwán, Uruguay, Costa Rica, Mauricio y Botsuana obtienen altas puntuaciones en la clasificación de democracias de The Economist Intelligence Unit (los dos últimos son especialmente dignos de mención como ejemplos de democracias duraderas en África).

Tal vez nuestras esperanzas de avivar las llamas de la democracia descansen en estos casos improbables. Como todo, la democracia necesita modelos. Aunque los estudios de casos habituales ya no son relevantes, todavía hay lugares donde los defensores de la democracia pueden encontrar inspiración.


DANI RODRIK

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Dani Rodrik, Professor of International Political Economy at Harvard Kennedy School, is Past President of the International Economic Association and the author of the forthcoming Shared Prosperity in a Fractured World: A New Economics for the Middle Class, the Global Poor, and Our Climate (Princeton University Press, November 4, 2025).

 

domingo, 21 de septiembre de 2025

El Capitalismo en el siglo XXI

 

El Capitalismo en el siglo XXI

Así las cosas, los servicios en el capitalismo contemporáneo son casi el 70% del PIB de las economías capitalistas de hoy en día (Estados Unidos es el mayor exportador de servicios modernos y sofisticados)


  • JESÚS E. MAZZEI ALFONZO

18/09/2025 05:01 am




La crisis del coronavirus, con la todavía no finalizada crisis de la pandemia del COVID-19, oficialmente por la OMS, junto con la guerra inacabada de Rusia contra Ucrania y el conflicto bélico entre Israel y Hamas, que ha entrado en una fase muy difícil de prever en su finalización a corto plazo, pesar de la presión internacional, dados los objetivos ilimitados qué busca Israel, tanto desde el punto de vista político y militar aún, en pleno desarrollo que aparentemente será un conflicto de larga duración por lo menos; ya a más de 2 años y medio, de iniciado este conflicto según autoridades militares israelíes.


Son en tal caso entonces, los nubarrones que enfrenta la economía mundial junto con la aparente debilidad de la economía china dado factores demográficos y la crisis inmobiliaria, no resuelta del todo, abren una oportunidad para el debate sobre el futuro del capitalismo y las líneas de política económica a seguir en el porvenir, sus perspectivas, desde diferentes ángulos, como la ciencia política, a partir de una visión intertransdisciplinaria, debido a que nos provee de insumos que nos permiten realizar un acercamiento interesante en forma preliminar desde la historia que nos da la memoria de los acontecimientos tanto domésticos como universales, desde el plano filosófico, estudia al hombre y a la sociedad, desde los principios rectores que moldearon ambos sujetos, en el plano jurídico, por la implementación que tiene que hacerse de normas, leyes que tengan cánones de seguridad hacia el futuro dos sectores claves en el futuro del desarrollo y fortalecimiento de lo que se denomina el desarrollo de la economía política de este modo de producción y de los sectores que tendrán que tener más inversión tanto en investigación como en desarrollo y políticas públicas que fortalezcan la modernización del modo como tal y en particular en el sector salud y a los gastos sociales en forma general: el farmacéutico y sanitario, no solamente a Venezuela, donde está en situación precaria sino a nivel de Europa y América en general.

Pues bien, para algunos especialistas, como la politóloga Alicia González el año 2024 fue signado por cuatro D: desaceleración, desinflación, deuda y desglobalización, a esto hay que añadir en esta mitad del año 2025, la prevalencia de la geopolítica y las guerras tarifarias entre países y regiones del mundo. Pues bien, incertidumbre y complejidad nos presenta el año que está en curso rumbo a la finalización del segundo semestre del año.

Sin embargo, la economía estadounidense que es el epicentro del capitalismo, muestra datos interesantes entrando al año 2024, con signos aparentemente positivos: el aterrizaje suave de la economía estadounidense, con la inflación domeñada ha bajado al 3.1% en el año 2023 del 6.5% del año 2022, un consumo que no decae y un mercado laboral muy resistente, consumo en alza, entre otros factores que muestran la solidez del capitalismo de ese país con gran influencia al resto del mundo. Sin embargo, muestra rasgos diferentes en este año 2025 dado el impacto de los efectos políticos de la política arancelaria de la administración Trump, en el ritmo del comercio mundial, el desempleo en la economía estadounidense, la inflación y el futuro crecimiento del PIB a nivel global y de la economía norteamericana.

En el plano gerencial comprensión y estudio más diferenciado y especializado del estado contemporáneo y en el plano político compuesto por el estudio teórico y el análisis práctico, de la forma en la comprensión y manejo de los problemas de implementación de las políticas y estimo, que estamos entrando en un cambio de época. La literatura y lo expertos, van en esa dirección de la transdisciplinariedad de los complejos problemas de nuestro tiempo y la visión amplia que hay que tener para analizarlos hoy en día, sobre todo, los problemas de la naturaleza, sanitarios, la ética y la moral en la biotecnología, de la redistribución, desigualdad y crecimiento económico en el seno del capitalismo contemporáneo, que son problemas políticos concretos del día de hoy y que están en pleno debate más profundo hoy en día. Aparentemente entramos a un cambio en el modo de crecimiento del capitalismo de este siglo XXI, casi ingresando a la tercera década.

En efecto, algunos políticos a lo largo de la historia han enfatizado lo importante de comprender los fenómenos económicos y algunos economistas así también, comprender al hecho político, porque ambos se nutren de los mismos vasos comunicantes por ser ambas ciencias sociales. Al convertir el comportamiento de los políticos en una variable endógena, la economía política debe llevar a entender las particularidades de los fenómenos económicos ( grado e influencia de las empresas, desigualdad, precios, valor, inflación, intercambio comercial, déficit fiscal, ventajas competitivas y comparativas y los factores políticos (liderazgo político, partidos políticos, ordenamiento constitucional, grupos de presión y el entorno internacional) que interactúan en una economía capitalista.

El índice de Libertad Económica en el Mundo y añadiría yo, pasa por evaluar un sistema económico más capitalista liberal o de capitalismo de estado más solidario y fraterno. En ese sentido, siguiendo al académico Juan Carlos Hidalgo, diseñado originalmente por un grupo de economistas liderado por Milton Friedman y publicado anualmente por el Fraser Institute de Canadá, identifica cinco grandes áreas que determinan a mi modo de ver no sólo la libertad económica de un país, sino del grado o no cuanto capitalista es: 1) tamaño del Estado, 2) sistema jurídico y derechos de propiedad, 3) solidez de la política monetaria, 4) libertad de comercio internacional y 5) regulaciones de los mercados crediticio, laboral y comercial.

Según el estudio del Fraser Institute, en su última versión, todos los países nórdicos, excepto uno, ocupan posiciones entre las 40 economías más libres del planeta: Finlandia (7), Dinamarca (14), Suecia (29) y Noruega (31). La excepción es Islandia, en el lugar 41. En contraposición, solo dos naciones latinoamericanas están entre las 40 más abiertas y capitalistas del mundo: Chile (11) y Perú (22). Otros países como Colombia y Brasil ocupan un lugar destacado, pero, más abajo.

Para los abanderados del liberalismo económico y capitalismo liberal a secas, el debate sobre la desigualdad en América Latina y otras regiones menos adelantadas del mundo, presenta un serio reto académico y político: nuestro énfasis siempre ha sido el combate a la pobreza, no el de la lucha por sociedades materialmente igualitarias, lo cual es imposible. Siempre y cuando la gente salga de la miseria y prospere, no debería importarnos que otros aumenten sus fortunas. Es más, el mismo concepto de “distribución de la riqueza” nos resulta problemático, ya que da a entender que esta es una constante que simplemente hay que repartir, no generar.

Ahora bien, qué tipo de capitalismo hay de acuerdo a las reflexiones del Foro de Davos tenemos tres: el de accionistas, para el cual el principal objetivo de las empresas es la maximización del beneficio; el capitalismo de Estado incentivador y promotor, diría yo una reformulación del rol del estado , un estado subsidiario, que confía en el sector público para manejar la dirección de la economía, y el stakeholder capitalism, o capitalismo de las partes interesadas, en el que las empresas son las administradoras de la sociedad, y para ello deben cumplir una serie de condiciones como pagar un porcentaje justo y equitativo de impuestos, tolerancia cero frente a la corrupción, respeto a los derechos humanos en su cadena de suministros globales o defensa de la competencia en igualdad de condiciones, también cuando operan dentro de la “economía de plataformas”. Este debe ser el futuro en el que se desarrolle el capitalismo a mediano y largo plazo. Si no, entraremos en lo que algunos estudiosos han denominado un modelo tecno autoritario de carácter político y liberal desde el punto de vista económico, tanto en el epicentro de la izquierda como de la derecha.

Por ello, para contar con un sólido, robusto y con armazón de ideas puede ayudarnos a una mejor comprensión de ambas realidades, porque esto nos da una visión del entorno. Por ello el debate epistemológico de los últimos 30 años ha girado en torno a una serie de premisas le han abierto otros canales para la ruta de navegación. Por ello, analizar el capitalismo, el juego de poder a su interior es fundamental en el siglo XXI, como lo llamó Peter Drucker el postcapitalismo (podría ser una avanzada economía de servicios, se calcula que a inicios de la década del 30 el comercio de servicios será de casi el 80% de la economía mundial impulsado por la digitalización y el desarrollo de la TI’c) es clave por ello, estudiar sus modos de crecimiento a los largo de la historia (cambios institucionales de carácter sistémico), contar con instrumentos analíticos flexibles y eclécticos, abiertos mentalmente en su modo de abordaje, porque tenemos economías capitalistas con características tan contrastantes como la China y EE UU, o los países nórdicos, sin embargo, tienen el tronco común de apoyar a la inversión y tecnología privada, al mercado y su fomento entre otros factores, que estimulan mayoritariamente el desarrollo de economías capitalistas hoy en día y, las consecuencias de esta pandemia, repercutirán en su desarrollo.

Así las cosas, los servicios en el capitalismo contemporáneo son casi el 70% del PIB de las economías capitalistas de hoy en día (Estados Unidos es el mayor exportador de servicios modernos y sofisticados). Cuáles son los principales servicios, primero están los gubernamentales, englobando en ellos los de salud, educación, seguridad interior y exterior, administración de justicia, financieros estatales, de comercio exterior, política exterior, entre otros. Otros, que debemos considerar son los informáticos y telemáticos en diferentes áreas, de comunicación, transporte de personas y bienes, sean estos aéreos, marítimos y terrestres, banca y seguros, consultoría e ingeniería, entretenimiento y esparcimiento, turismo, entre otros. Esto se está dando gracias a tres revoluciones simultáneas y de efecto a mediano y largo plazo: cambios en la productividad, en la tecnología y en la administración de las organizaciones que son el soporte fundamental de la fortaleza del capitalismo a nivel global, a pesar de vivir un intervalo de reacomodo en estos momentos.

Este fenómeno se da hoy con mayor intensidad porque es propio de la evolución del sistema capitalista postindustrial, debido a los increíbles cambios científico-tecnológicos en todos los campos y además, por la evolución de las modificaciones en la tecnología de la información. Las comunicaciones se han vuelto instantáneas, el concepto de espacio y tiempo se ha reducido. Con cada revolución tecnológica y en particular la de los últimos 50 años, se ha producido no solo una reorganización de estructura productiva, sino también, de las instituciones gubernamentales, de la sociedad, aunado a un mundo más articulado e interdependiente que es lo que conocemos como globalización.

En tal sentido, el valor de los productos simbólicos, la producción localizada en diferentes áreas, con una integración horizontal de las diferentes organizaciones multinacionales y complejos estatales y no estatales y empresariales, plantean un sistema internacional con diferencias sustanciales y se entrelaza con proceso anteriores que son similares, pero diferentes son ellos: la internalización y la transnacionalización. Esta es la esencia del nuevo capitalismo que cimenta sus primeros pilares y que avanzará más profundamente en los próximos años. Induce a pensar en una necesaria reestructuración del papel y la dimensión del Estado, así como en la construcción de nuevas instituciones capaces de revitalizar la inversión y potenciar la acumulación de capacidades tecnológicas internas. Los recursos disponibles son claramente insuficientes, por lo que se necesita forjar un nuevo acuerdo social que propicie reformas en los planos fiscal e impositivo que permitan contar con financiamiento a largo plazo para garantizar un crecimiento económico equitativo y con mayor inclusión social. Un elemento central de todo este proceso es que el nuevo acuerdo social debe orientarse hacia mejorar la gobernabilidad democrática y reducir la brecha entre el segmento moderno y el segmento que ha quedado rezagado, que se caracteriza por la pobreza extrema y la exclusión social. Reducir ese dualismo estructural.

Esto nos lleva a reiterar al tema fundamental del papel del Estado en la economía y el reacomodo del papel del mercado como asignador de recursos, y la necesidad de nuevos modelos de cooperación entre los sectores público y privado en ese capitalismo que poco a poco toma cuerpo y forma para los próximo años, que sean capaces de reducir la brecha de desigualdad que se ha abierto en la sociedad y abordar el estancamiento de la productividad —que ha perjudicado gravemente la competitividad de los mercados mundiales—, a la vez que promueven la transformación a largo plazo de la estructura productiva.

Esto resalta con claridad el papel del Estado que crea nuevas instituciones, expande el gasto en programas de investigación y desarrollo, financia la innovación y apoya el desarrollo de capacidades tecnológicas nacionales en pymes, a la vez que aplica políticas dirigidas a reducir la pobreza y la exclusión social. Veremos.

jesusmazzei@gmail.com

sábado, 13 de septiembre de 2025

Lecciones de Max Weber para las democracias asediadas

 https://www.project-syndicate.org/onpoint/max-weber-and-the-crisis-of-democracy-by-enrique-krauze-2025-09/spanish


Lecciones de Max Weber para las democracias asediadas

Sep 5, 2025ENRIQUE KRAUZE

MÉXICO D.F. - ¿Cómo conciliar la política y la ética o, siendo más realistas, cómo manejar la tensión entre ambas? Esta es la pregunta que se planteó el sociólogo alemán Max Weber en "La política como vocación", una conferencia que pronunció ante la Asociación de Estudiantes Libres el 28 de enero de 1919, durante la efímera Revolución de Múnich. Más de un siglo después, su ensayo sigue siendo un duro recordatorio de los peligros superpuestos de la demagogia, el liderazgo carismático y el fanatismo ideológico.

En el centro del ensayo de Weber hay una pregunta crítica: ¿Cuál es el fundamento ético de la política? Su respuesta radica en el ahora famoso contraste entre la "ética de la convicción" y la "ética de la responsabilidad". Aunque reconocía la fuerza moral de la primera, Weber se inclinaba por la segunda. Para él, una verdadera "vocación política" exigía un compromiso apasionado con una causa, pero atemperado por la moderación, el desapego y, sobre todo, un profundo sentido de la responsabilidad. Sólo un político con tales cualidades, argumentaba, merecía "poner su mano en la rueda de la historia".

Por el contrario, advertía Weber, los demagogos de su época encarnaban una tendencia peligrosa. "Actuando bajo una ética absoluta", escribió, estos líderes se sentían responsables "sólo de velar por que no se apague la llama de la convicción: por ejemplo, la llama de la protesta contra las injusticias del orden social". Si sus acciones no logran el fin deseado, "responsabilizarán al mundo, a la estupidez de los hombres o a la voluntad de Dios que los hizo así".

Weber comparó a los revolucionarios alemanes de aquel periodo con los teólogos del siglo XVII que esperaban el inminente regreso de Cristo: ambos exhibían un "chiliasmo orgiástico" y una ferviente creencia en una "apertura escatológica de la Historia." Demagogos, revolucionarios y profetas por igual proclamaban un futuro radiante que siempre estaba a nuestro alcance. Para acelerar su llegada, nada parecía imposible. Pero ningún fin, por sagrado que fuera, podía justificar que se ignoraran las consecuencias reales de los medios.

La crítica de Weber se extendía incluso a los pacifistas. Dado que la fuerza es el instrumento ineludible y definitorio del poder, Weber advertía contra "la ingenuidad de creer que del bien sólo procede el bien y del mal sólo el mal". Con demasiada frecuencia, argumentaba, ocurre lo contrario, y "quien no lo vea es un niño, políticamente hablando". De esa paradoja extrajo una lección más amplia: en ningún lugar era más evidente la "trágica deformación" de la condición humana que en la política. Por eso, consideraba la política como la "lenta perforación de duras tablas".

Pero aunque Weber no ofrecía recetas para la salvación o la felicidad, tampoco abogaba por la pasividad, el conservadurismo o la política reaccionaria. En su lugar, propuso una forma apasionada pero realista de defender los valores más elevados de la humanidad. Esta era, para él, la esencia de la "ética de la responsabilidad".

Los demagogos, revolucionarios y pacifistas anónimos que Weber criticó en su conferencia -los abanderados de la "ética de la convicción"- fueron Karl Liebknecht, Rosa Luxemburg y Kurt Eisner, líder de la Revolución de Múnich y entonces jefe del gobierno revolucionario de Baviera. Los asistentes recordaron que Weber los citó por su nombre, pero los omitió en la versión impresa, que se publicó meses después del colapso de la revolución.

Weber también dejó sin nombrar a otro personaje en su conferencia: el "tipo puro" de político que encarnaba la "ética de la responsabilidad". Ese personaje no era otro que el propio Weber.

La pasión secreta de Weber

Weber tenía 54 años cuando pronunció su conferencia de Múnich. Para entonces, era un sociólogo y filósofo social muy respetado, con una obra monumental -aunque inédita en su mayor parte-. Había llegado a Múnich para reanudar su vida académica tras años de retiro forzoso debido a una larga y dolorosa depresión.

Su postura política en aquella época desafiaba cualquier clasificación. Como muchos de sus contemporáneos, Weber era un entusiasta partidario de la Primera Guerra Mundial: "Sea cual sea el resultado, esta guerra es grande y maravillosa", escribió en agosto de 1914. En particular, su apoyo no estaba impulsado por el romanticismo pangermánico, sino por el realismo.

Según Weber, Alemania tenía un destino geopolítico ineludible: mientras Suiza podía ser la guardiana de "la libertad y la democracia" y de "valores culturales mucho más íntimos y eternos", Alemania no tenía más remedio que afirmar su poder frente a la Rusia zarista y la hegemonía angloamericana.

Como recordaría más tarde el filósofo Ernst Bloch, Weber vestía uniforme todos los domingos. Ansiaba servir en el frente, pero su contribución adoptó otra forma: se dedicó, con la misma intensidad disciplinada que ponía en su erudición, a dirigir los hospitales militares de Heidelberg.

Sin embargo, al poco tiempo, el entusiasmo de Weber dio paso a la desilusión. Las estrategias políticas, diplomáticas y militares del Kaiser le parecieron no sólo equivocadas, sino espectacularmente estúpidas. Lo que había defendido como una guerra necesaria y defensiva contra el imperialismo ruso se había transformado en una temeraria empresa expansionista encabezada por "locos" militares y sus aliados industriales.

Weber denunció la política anexionista de Alemania en Bélgica y predijo correctamente que los ataques de submarinos a barcos civiles arrastrarían a Estados Unidos a la guerra. En su opinión, ningún líder político estaba a la altura del momento: ni el káiser Guillermo II, al que despreciaba, ni la sucesión de cancilleres que capitularon ante la arrogancia de los militares. "¡No hay un solo hombre de Estado, uno solo, para manejar la situación! Y pensar que ese hombre que no existe es indispensable", escribió en 1915 a su viejo amigo, el pastor y político liberal Friedrich Naumann.

Durante un tiempo, Weber incluso creyó que podría ser un estadista de ese tipo. En 1916, viajó a Berlín para intentar poner "la mano en la rueda de la historia", pero sus esfuerzos quedaron en nada. Ni sus previsiones sobre las consecuencias económicas de la guerra ni sus planes de actuar como representante informal de Alemania en Polonia -concediendo a ese país ocupado cierta autonomía- recibieron la menor atención. "Es muy poco probable que haya algo para mí", se quejaba. Incluso sus amigos más devotos, como el psiquiatra y filósofo germano-suizo Karl Jaspers, temían que sus actividades políticas le distrajeran de su trabajo académico.

Sobre todo, Weber lamentaba la inutilidad de ser un político vicario. Aunque confesaba estar "harto de irrumpir en los despachos de la gente para 'hacer algo'", seguía aferrado a la esperanza: "Todos saben que, si me necesitan, siempre estaré a mano".

Weber creía que en aquella época la política tenía un único objetivo primordial: asegurar el futuro de Alemania persiguiendo la paz. Pero no apoyaba la paz a cualquier precio, y menos aún el humillante acuerdo que, en su opinión, proponían los pacifistas. La república, creía, sólo podría sobrevivir si la paz preservaba su dignidad.

En su lugar, Weber imaginó una alternativa constitucional y republicana que rechazaba tanto el militarismo pangermánico como la revolución social. Desde la Revolución Rusa de 1905, y especialmente después de que los bolcheviques tomaran el poder en 1917, Weber había escrito extensamente sobre el socialismo, descartándolo por inviable desde el punto de vista político y práctico. No veía ningún camino plausible para hacer realidad la visión utópica del Manifiesto Comunista.

Aunque la política era la pasión secreta de Weber, y siguió siéndolo durante el resto de su vida, su papel político le seguía siendo esquivo. Incapaz de aconsejar, influir, mandar o influir directamente en los acontecimientos, continuó enseñando mientras se dedicaba a su monumental libro de 1920Sociología de la religión.

Un profeta sin seguidores

Los jóvenes daban esperanzas a Weber, pero ¿podría aportarles claridad en medio de la confusión que estaban viviendo? Dos años antes de pronunciar "La política como vocación", Weber presidió unos seminarios en el castillo de Lauenstein, en Baja Sajonia, a los que asistieron destacados escritores de diversas tendencias políticas y un círculo de estudiantes con tendencias liberales, socialistas y pacifistas. Como contó más tarde su esposa Marianne en su exhaustiva biografía, aquellas reuniones se convirtieron en un ensayo del conflicto generacional que pronto se extendería fuera de la sala de conferencias y a las calles de Múnich.

Entre los jóvenes que asistían a los seminarios de Weber se encontraba el intenso y atormentado poeta y dramaturgo Ernst Toller. Veterano de la Gran Guerra gravemente herido, Toller había pasado de los hospitales psiquiátricos a las celdas de las prisiones a causa de su militancia pacifista. Su preocupación, como escribió más tarde en sus memorias, iba "más allá de los pecados del Kaiser o de la reforma electoral", los temas que abordaba Weber. Él y sus camaradas querían nada menos que "crear un mundo nuevo, cambiar el orden existente, cambiar el corazón de los hombres".

Los estudiantes, recordaba Marianne Weber, respetaban el "ethos controlado" de su marido y su "sobria incorruptibilidad", pero se erizaban ante "esa mente científica que era incapaz de ofrecer una forma sencilla de resolver los problemas y que se preguntaba sobre cada 'ideal social' por qué medios y a qué precio podía alcanzarse."

Pero Weber no desesperó, instando a sus alumnos a "cascar las duras nueces" del trabajo científico y a buscar el conocimiento de sí mismos y del mundo a través de datos objetivos y no de "revelaciones". No creía en la profecía social. Sin embargo, como observó Marianne, sentía un profundo parentesco no con los incomprendidos padres de la ciencia, sino con el profeta bíblico Jeremías, un "titán de la invectiva" que denunciaba por igual a su rey y a su pueblo. Sin apóstoles a su lado ni esperanzas de éxito, Weber siguió adelante, impulsado únicamente por la rectitud de su crítica. "Le envolvía", recuerda Marianne, "el patetismo de la soledad interior".

¿De dónde procedía ese realismo trágico? Desde muy joven, Weber supo que era inmune al hechizo y la comodidad de la religión o de sus sucedáneos ideológicos. Entendió ese hechizo lo suficientemente bien como para convertirlo en el tema de algunas de sus mejores obras, pero sus intereses le impulsaron en la dirección opuesta, hacia la labor científica de desmitificar el mundo.

En el universo de Weber no había lugar para ilusiones ni simplificaciones. Su concepto de "tipos ideales" ofrecía un marco para comprender los sistemas económicos, las instituciones jurídicas, la ética religiosa y las fuentes de la dominación política. Pero si algo definía la condición humana era la inevitabilidad del conflicto. Frente a esta dura e irreductible realidad, Weber consideraba la política como la vocación más noble, ya que ninguna otra actividad tocaba tan profundamente el núcleo trágico de la vida. En su nivel más alto, la acción política podía elevar la existencia misma, modelando su calidad moral.

Pero el hombre que llegó a Múnich en noviembre de 1918 descubrió que los mismos estudiantes a los que una vez había predicado la "ética de la responsabilidad" en el castillo de Lauenstein seguían ahora a Eisner, un líder carismático animado por la "ética de la convicción", un demagogo sacado directamente de las propias páginas de Weber.

De la esperanza a la desesperación

La Revolución de Múnich se desarrolló entre noviembre de 1918 y mayo de 1919 en tres etapas -socialdemócrata, anarquista y comunista- antes de ser aplastada por una reacción nacionalista y antisemita que acabó dando lugar al Partido Nazi.

Comenzó tras la derrota de Alemania en la Gran Guerra. La exaltación de 1914, el fervor patriótico y la embriaguez de la gloria prometida habían dado paso al racionamiento, el hambre, la enfermedad y la muerte. Casi dos millones de soldados alemanes habían muerto, con más de cuatro millones de heridos y otro millón de prisioneros. La Rusia bolchevique ya estaba fuera de la guerra en virtud del Tratado de Brest-Litovsk, y el destino de Alemania dependía ahora de Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos.

En Weimar se proclamó una república el 9 de noviembre bajo el liderazgo del Partido Socialdemócrata (SPD). Pero la democracia parlamentaria era un resultado intolerable para los revolucionarios que aspiraban a emular -y en última instancia superar- el logro de Lenin. Pronto estallaron levantamientos en varios puertos y ciudades.

En Berlín, Liebknecht y Luxemburg fundaron la Liga Espartaco con el objetivo de crear una república socialista libre. El 15 de enero, ambos fueron asesinados por soldados leales a Gustav Noske, cuyas disciplinadas y feroces fuerzas incluían a miles de voluntarios paramilitares(Freikorps), muchos de ellos curtidos veteranos de las unidades de élite de los soldados de asalto alemanes.

Para entonces, sin embargo, en Múnich ya se había impuesto otro tipo de revolución. En noviembre de 1918, la monarquía bávara se derrumbó en sólo cinco días, gracias a una movilización pacífica de decenas de miles de trabajadores y soldados. El movimiento fue dirigido, improbablemente, por Eisner, un intelectual y editor judío de 51 años.

Encarcelado a principios de 1918 por su pacifismo militante y liberado en octubre, Eisner se convirtió en el héroe del momento. Sus discursos en las plazas, auditorios, asambleas y cervecerías de Múnich electrizaron a "las masas", un término central tanto en el vocabulario como en la visión de la revolución, aunque en realidad esas masas movilizadas no representaban más del 10% de la población. El 8 de noviembre, a la espera de las elecciones parlamentarias, el Consejo Nacional Provisional declaró a Eisner primer ministro-presidente del Estado Popular de Baviera.

Gustav Landauer, amigo y colaborador de Eisner, lo describió como un "hombre modesto, puro y honorable, que se ha ganado la vida como escritor precario" y que de repente se convirtió en "el líder espiritual de Alemania por el mero hecho de que este valiente judío es un hombre de espíritu". Un obrero militante se hizo eco del sentimiento: "Es la espada de la revolución, ha derrocado a los veintidós reinos de Alemania, es nuestro brillante líder; lo defenderé hasta la muerte". A pesar de su sentido del humor autocrítico, el propio Eisner adoptó un tono mesiánico:

"El mundo parece hecho pedazos, perdido en el abismo. De repente, en medio de la oscuridad y la desesperación, suenan trompetas que anuncian un nuevo mundo, una nueva humanidad, una nueva libertad".

La repentina aparición de un gobierno revolucionario cogió a casi todo el mundo por sorpresa. Su impacto fue inmediato: Eisner defendió el sufragio femenino y la jornada laboral de ocho horas, mientras los consejos obreros dirigidos por intelectuales se unían a su bando, junto con los soldados recién llegados del frente.

Pero el gobierno de Eisner se encontró con una feroz resistencia. Los partidos centristas y conservadores, la burocracia, las clases medias, la prensa dominante, el clero católico y otros grupos religiosos (incluida la comunidad judía), las cofradías ultranacionalistas, muchos profesores y estudiantes universitarios, las misiones diplomáticas de los aliados de Alemania y la mayoría de los agricultores bávaros consideraban el nuevo régimen una aberración intolerable.

Casi de la noche a la mañana, la pacífica y cultivada Múnich se convirtió en un escenario en el que el siglo XX ensayaba su futuro. Destacados intelectuales, escritores y bohemios se unieron al gobierno, junto a economistas como Edgar Jaffé, Lujo Brentano y Otto Neurath, y pedagogos como F.W. Foerster, todos ellos convencidos de que la revolución marcaría el amanecer de una nueva era.

La ciudad se convirtió en un crisol. Los revolucionarios espartaquistas se mezclaron con los agentes de Lenin, mientras futuros nazis como Rudolf Hess y Ernst Röhm se curtían en política. El nuncio Eugenio Pacelli, futuro Papa Pío XII, enviaba informes al Vaticano. Escritores y pensadores como Thomas y Heinrich Mann, Rainer Maria Rilke, Victor Klemperer, Martin Buber y Lion Feuchtwanger fueron testigos directos de la agitación. Y en los márgenes, un pintor fracasado de 29 años y veterano amargado llamado Adolf Hitler deambulaba por mítines y cuarteles en busca de una válvula de escape para su rabia.

Sin embargo, la violencia tardó en estallar. Cuando Weber pronunció su conferencia sobre "La política como vocación" el 28 de enero, apenas habían transcurrido 11 semanas desde la llegada de Eisner al poder. La revolución seguía buscando un rumbo y el orden republicano pendía de un hilo.

En opinión de Weber, el gobierno de Eisner era un desastre. Antes de empezar su conferencia, Weber declaró: "Esto no merece el honorable nombre de revolución: es un carnaval sangriento". Entre los oyentes había estudiantes que dejarían su propia huella en la historia: el filósofo Karl Löwith; Max Horkheimer, cofundador de la Escuela de Fráncfort; y Carl Schmitt, que se convertiría en uno de los principales teóricos del nazismo.

El carnaval sangriento

En Múnich, Weber se enfrentó al "Aleph del siglo": un país convulso, una ciudad polarizada y febril, un demagogo carismático en decadencia, un parlamento debilitado, una revolución que se precipitaba hacia su apoteosis y una reacción nacionalista liderada por militares que ganaba impulso rápidamente. Estaba horrorizado.

La convergencia de la agitación histórica y la crisis personal dio a sus palabras la gravedad de una revelación profética. Su rechazo del presente reflejaba su ansiedad por el futuro, ya que estaba convencido de que el destino de Alemania y Europa se decidiría allí mismo. Destilando este momento, "La política como vocación", aunque pretendía abordar circunstancias políticas inmediatas, trascendió su tiempo y se convirtió en un texto definitorio del liberalismo moderno.

Amonestando a sus jóvenes oyentes revolucionarios, Weber habló como un profeta erudito clamando en el desierto: "Quien busque la salvación de su alma y la de los demás no debe hacerlo por el camino de la política, cuyas tareas son muy distintas y sólo pueden cumplirse por la fuerza". Su crítica a la "ética de la convicción" tenía su origen en los recientes estallidos de violencia política:

"¿No vemos que los ideólogos bolcheviques y los espartaquistas producen los mismos resultados que los de cualquier dictador militar precisamente porque utilizan este medio de la política? ¿En qué se diferencia el gobierno de los consejos de obreros y soldados del de cualquier gobernante del antiguo régimen si no es en la persona de quien detenta el poder y en su amateurismo? ¿En qué se diferencian los ataques de la mayoría de los representantes de la (supuesta nueva) ética a sus adversarios de los ataques de cualquier otro demagogo?"

Mientras que los bolcheviques rusos habían ganado, los espartaquistas de Berlín habían fracasado en su intento de alcanzar el poder. En Munich, sin embargo, el "aficionado" Eisner estaba al timón. Los "ataques" mencionados por Weber los había sufrido él mismo. El 4 de noviembre de 1918, dos furibundos representantes de "la nueva ética" (los literatos, como él los llamaba burlonamente) le gritaron en un mitin: el anarquista Erich Mühsam y el leninista germano-ruso Max Levien. Exclamó,

"¡Se dirá que se distinguen por su noble intención! Bueno, pero de lo que estamos hablando aquí es de los medios utilizados, y los adversarios combatidos también reclaman para sí, con total honestidad subjetiva, la nobleza de sus intenciones últimas."

Aunque planeaba escribir una "Sociología de la revolución" -un proyecto que nunca llegó a completar-, Weber utilizó su conferencia para trazar lo que veía como una espiral descendente que se producía ante sus ojos. Una vez que líderes como Eisner desatan las pasiones populares, pierden rápidamente el control. Por nobles que sean sus ideales, sus acciones descansan en el aparato que crean, y ese aparato no está compuesto por almas puras, sino por "los guardias rojos, los pícaros y los agitadores", que inevitablemente exigen sus recompensas:

"En las condiciones de la lucha de clases moderna, el líder tiene que ofrecer como recompensa interna la satisfacción del odio y el deseo de venganza... la necesidad de difamar al adversario y acusarlo de herejía".

Para los apparatchiki, las recompensas externas significaban "poder, botín y prebendas". Weber advirtió a los marxistas de su audiencia: "No nos engañemos ... la interpretación materialista de la historia no es un carro que se toma y se deja a capricho, y no se detiene ante los autores de la revolución."

Consciente de que sus jóvenes oyentes darían prioridad a la convicción sobre la responsabilidad, Weber cerró su conferencia con una línea del Fausto de Goethe: "El diablo es viejo; envejece para entenderlo". Sus repetidas referencias a las "fuerzas demoníacas" que impregnan la política fueron proféticas, ya que preveía "una Era de Reacción" que se asentaría en Europa en menos de una década. Si eso ocurría, las aspiraciones morales de sus oyentes -que Weber admitía compartir- se volverían inalcanzables. Alemania no se enfrentaba al "amanecer del verano", predijo, sino a una "noche polar de gélida dureza y oscuridad".

Su público se estremeció, al igual que lo había hecho Toller en Lauenstein. "Weber rasgó todos los velos del pensamiento ilusorio y, sin embargo, nadie pudo dejar de sentir que en el corazón de esa mente clara latía una profunda seriedad humana", dijo Löwith. Pero muchos no estaban dispuestos a abandonar sus ilusiones. Horkheimer recordaba: "Todo era tan preciso, tan científicamente austero, tan libre de valores, que volvimos a casa completamente desolados".

La ilusión perduró, pero fue Weber quien se mostró clarividente, ya que el "carnaval" se había vuelto sangriento. Apenas tres semanas después de la conferencia de Weber, Eisner se dirigió al Parlamento para presentar su dimisión y fue asesinado por un joven aristócrata, Anton Graf von Arco auf Valley, que pretendía demostrar su "verdadera" identidad alemana a la Sociedad Thule, nacionalista de extrema derecha, que le había rechazado porque su madre era judía. Aunque Weber no se instaló definitivamente en Múnich hasta junio de 1919, fue testigo del acto inaugural de esta tragedia.

Tras el asesinato de Eisner, un débil gobierno socialdemócrata que incluía a Neurath y Jaffé, amigos íntimos de Weber, intentó impulsar reformas audaces y originales. Pero pronto fue barrido por los consejos obreros, que el 6 de abril anunciaron la Primera República Soviética de Baviera, un insensato experimento anarquista que pretendía rehacer el mundo en siete días. A diferencia de Dios, duró menos de una semana antes de ser suplantada por la abiertamente autoritaria Segunda República Soviética Bávara, que fue aplastada el 1 de mayo por las tropas bávaras y prusianas. Fue en esas filas donde apareció por primera vez la esvástica, un oscuro presagio de lo que estaba por venir.

El gran filo-semita

Los principales protagonistas de este drama no sobrevivieron a sus secuelas. Landauer, el líder intelectual del anarquismo romántico, fue salvajemente golpeado con culatas de fusil y garrotes, y luego asesinado el 2 de mayo.

Weber también murió joven. Tras breves e infructuosas incursiones en política, regresó a Múnich en junio, justo cuando la universidad y la ciudad estaban siendo invadidas por autoridades xenófobas, nacionalistas, militaristas y antisemitas. Erigiéndose en ejemplo vivo de la ética protestante que entonces estudiaba, Weber se lanzó de nuevo a escribir y dar conferencias, expresando opiniones liberales impopulares que le valieron el injusto calificativo de "padrino de la República Soviética".

Esta lucha pública se desarrolló en paralelo a una angustia privada casi insoportable incluso para un hombre del temperamento estoico de Weber: el suicidio de su hermana viuda, que dejó cuatro hijos, y su torturada relación amorosa con la esposa de Jaffé, Else, una antigua discípula con la que editó el legendario Archiv für Sozialwissenschaft und Sozialpolitik ("Archivos de Ciencias Sociales y Política Social").

Weber estaba especialmente indignado por el "loco antisemitismo" que envenenaba incluso a sus colegas. Demostrando su independencia moral, defendió a sus antiguos adversarios judíos hasta tal punto que Leo Löwenthal, con Horkheimer futuro fundador de la Escuela de Fráncfort, le llamó "el gran filosemita".

Fiel a esa descripción, Weber defendió con éxito a Neurath ante los tribunales e hizo lo mismo con Toller, argumentando que "en un acto de rabia, Dios le hizo político". Incluso reconoció públicamente la buena fe de Eisner y habló en defensa de varios otros líderes encarcelados, explicando a los jueces el significado de la "ética de la convicción". Por eso omitió el nombre de Eisner en la versión publicada de "La política como vocación".

A pesar de todo su idealismo, la Revolución de Múnich confirmó la observación de Weber de que "lo bueno no sigue a lo bueno, sino a menudo lo contrario". Los demagogos, socialistas, pacifistas, anarquistas y comunistas que la dirigían habían cometido el mayor pecado político de todos: ignorar la realidad.

Resultó que la política no consistía en elaborar planes elevados que pasaran por alto los obstáculos prácticos. Las clases trabajadoras no eran mayoritarias en Baviera ni en Alemania. Las fábricas, ahora controladas por jefes burocráticos y militares, no abrazaron el socialismo, sino que permanecieron dentro de las estructuras capitalistas. Y no todos los seguidores de Eisner y Landauer eran idealistas como ellos; muchos cambiaron rápidamente de bando, buscando sus "recompensas internas y externas" entre las triunfantes fuerzas de extrema derecha.

Quizá lo más importante es que los revolucionarios se equivocaron sobre su verdadero adversario. No era el SPD, al que tachaban de tímido y reformista, sino el militarismo pangermánico que Weber previó y al que no supieron enfrentarse.

Convencidos de que Occidente había entrado en una fase terminal de decadencia, los fundadores de la Escuela de Fráncfort huyeron a Estados Unidos, donde construyeron libremente una tradición intelectual en desacuerdo con el orden económico de su país de acogida. Los revolucionarios, por su parte, se aferraron a la creencia de que el orden constitucional y parlamentario que defendía Weber había quedado enterrado para siempre. Pero al denunciar y prohibir al "archirreaccionario" Weber, despejaron el camino al verdadero reaccionario: Schmitt.

Aunque Weber tenía razón al condenar a esos revolucionarios románticos, pasó por alto algunos matices importantes. Eisner, por ejemplo, se parecía mucho más al socialista ruso moderado Alexander Kerensky que a León Trotsky. Landauer, el anarquista, era un místico utópico que detestaba la voluntad de poder de los marxistas. Políticamente, ¿era realmente tan irresponsable la postura pacifista de Eisner? Si hubiera perdurado, podría haber suavizado los términos punitivos del Tratado de Versalles. ¿Y los experimentos comunales de Landauer eran totalmente irrealizables, al menos a una escala modesta? No necesariamente.

En su conferencia de 1917 "La ciencia como vocación", Weber había asumido que el "encanto" nunca podría restaurarse en el desencantado mundo posterior a la Ilustración. Sin embargo, Eisner y Landauer, sostenidos por la esperanza utópica, se aferraron a ella. Ambos encarnaron la "ética de la convicción" hasta el final y pagaron el precio más alto.

A diferencia de Weber, estos líderes radicales no comprendieron la profundidad del secular odio judío de Alemania, que acabaría condenando su proyecto político. Desde el principio de la revolución, advirtió Else Jaffé: "El separatismo está levantando la cabeza y se va a adornar de antisemitismo".

La consecuencia más desastrosa de la revolución bávara fue que preparó el terreno para el ascenso de Hitler, a partir de su llegada a Múnich en noviembre de 1918. Mientras que algunos biógrafos remontan su antisemitismo a sus años en Viena, otros, como Ian Kershaw, ven sus orígenes en Múnich, donde electrizó a las mismas multitudes que Eisner había agitado meses antes. Con el demagogo fascista emulando al socialista, la teoría de Weber sobre el carisma se había visto sombríamente reivindicada.

Weber murió de neumonía en junio de 1920. Su furia contra el Tratado de Versalles y la tensión de unas luchas políticas incesantes y solitarias agravaron sin duda su agotamiento, aunque nunca perdió su determinación. Tras haber defendido el frágil orden constitucional y parlamentario de Alemania contra el frenesí de la pasión revolucionaria y el atractivo de la dictadura nacionalista, no vivió para ver los diabólicos extremos a los que llegaron estas fuerzas cuando finalmente llegó la "noche polar" que él previó.

El espectro de Múnich

Al igual que el asesinato de Eisner presagió el del ministro de Asuntos Exteriores Walther Rathenau en 1922, los disturbios de 1919 presagiaron el colapso de la República de Weimar, socavada a su vez por facciones izquierdistas cuyo desprecio por la política parlamentaria les cegó ante los peligros del militarismo y el ultranacionalismo.

Este patrón se repitió en España, donde los odios ideológicos y el desdén de la izquierda por la democracia liberal fracturaron la república y dieron poder a la derecha nacionalista, culminando en la dictadura de cuatro décadas de Francisco Franco. En América Latina se produjeron dinámicas similares, sobre todo en Chile en la década de 1970.

Las advertencias de Weber sobre los revolucionarios carismáticos y su rígida "ética de la convicción" se vieron confirmadas por el trágico curso de la Revolución Cubana. Generaciones de estudiantes latinoamericanos siguieron el camino de Fidel Castro y el Che Guevara, y el resultado de esta visión milenarista del mundo sigue siendo demasiado evidente en Cuba y Nicaragua hoy en día.

Y el ciclo todavía tiene que seguir su curso. Hace apenas unos años, parecía inimaginable que nuestras democracias volvieran a enfrentarse a las fuerzas que fracturaron la Alemania de entreguerras. Sin embargo, aquí estamos, ahogados en lo que pasa por populismo. A pesar de sus diferencias, figuras como el presidente estadounidense Donald Trump, el primer ministro húngaro Viktor Orbán, el primer ministro indio Narendra Modi y el ex presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador se asemejan al modelo de Schmitt de un dictador que entiende que toda la política se reduce a la distinción amigo-enemigo.

Algunos países como Francia, el Reino Unido, Italia y Alemania no han olvidado del todo las lecciones de la Segunda Guerra Mundial, resistiendo por los pelos la atracción del autoritarismo. Pero Estados Unidos -en vísperas de su 250 aniversario- corre ahora el peligro real de sucumbir a él.

Sin duda, los líderes populistas no son los únicos que ven la política a través de la lente polarizadora y aplanadora de Schmitt. Muchos estudiantes universitarios de Estados Unidos y Europa, animados por una versión más vaga y menos articulada de la "ética de la convicción", también la han abrazado. Pero a diferencia de los revolucionarios de 1919, que desecharon con impaciencia las advertencias de Weber en pos de la justicia social y económica, los jóvenes de hoy suelen confundir altruismo con narcisismo.

Los jóvenes de 1919 se unieron a la revolución y, como Eisner y Landauer, muchos de ellos murieron por ella. ¿Qué están dispuestos a arriesgar los insurrectos universitarios? Sus predecesores se apartaron de la política activa no para eludir responsabilidades, sino para construir un marco para el cambio social. En cambio, los movimientos estudiantiles actuales parecen carecer de una visión utópica coherente.

Dicho esto, hay una causa que preocupa sobre todo a los jóvenes idealistas de hoy: Palestina. Pero con demasiada frecuencia, el apoyo a los derechos palestinos se mezcla con el apoyo a Hamás y el antisemitismo. Del mismo modo que el antisemitismo no justifica la matanza de Gaza, la matanza de Gaza tampoco justifica hacer la vista gorda ante el antisemitismo o las atrocidades cometidas por Hamás.

He aquí otro sombrío eco de 1919. Al igual que los idealistas de Múnich, que creían que su revolución marcaría el comienzo de una era de armonía universal y disolvería antiguos odios, las generaciones judías de la posguerra esperaban ingenuamente que los horrores del Holocausto superaran siglos de prejuicios. Esa esperanza se vio finalmente frustrada por la respuesta hostil y violenta a la creación de Israel.

Desde su fundación, Israel ha firmado tratados de paz con varios países árabes y ahora busca un gran acuerdo con Arabia Saudí. Pero el conflicto palestino-israelí sigue atrapado en animosidades comunales y en la dicotomía amigo-enemigo de Schmitt.

Todo esto deja claro que "La política como vocación" nunca perderá su relevancia. Pero ha pasado mucho tiempo, y la democracia liberal vuelve a encontrarse asediada. Me pregunto: ¿Dónde están los héroes weberianos de hoy? ¿Es realmente el Presidente ucraniano Volodymyr Zelensky el único a la altura de las circunstancias?

Paseando por las calles de Múnich, encuentro motivos para la esperanza en la forma en que la ciudad reconoce tanto sus sueños como sus pesadillas, con monumentos a Eisner y Landauer, así como el Centro de Documentación para la Historia del Nacionalsocialismo, que se alza cerca de la antigua sede del Partido Nazi. Tras el atentado terrorista del 7 de octubre de 2023, vi cómo la gente se reunía en la plaza principal de Múnich para escuchar a un grupo de cantantes judíos que actuaban en yiddish. El momento fue fugaz pero poderoso, un recordatorio de que la lucha contra la gélida oscuridad del fanatismo está lejos de estar perdida.

FEATURED

Enrique Krauze

ENRIQUE KRAUZE

Writing for PS since 2024
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Enrique Krauze is a historian, essayist, publisher, and the editor of the cultural magazine Letras Libres. His books include Mexico: Biography of Power (2008) and Redeemers: Ideas and Power in Latin America (2011).