Robert Skidelsky, Professor Emeritus of
Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in
history and economics, is a member of the British House of Lords. The author of
a three-volume biography of John Maynard Keynes, he began his political career
in the Labour party, b… READ MORE
DEC 23, 2016 41
Economistas versus la economía
LONDRES – Seamos honestos: nadie
sabe qué está sucediendo en la economía mundial hoy. La recuperación del
colapso de 2008 ha sido inesperadamente lenta. ¿Estamos en el sendero hacia una
salud plena, o atrapados en un "estancamiento secular"? ¿La
globalización está llegando o se está yendo?
Los responsables de las políticas
no saben qué hacer. Accionan las palancas habituales (y no tan habituales) y no
pasa nada. Se suponía que el alivio cuantitativo iba a llevar la inflación
"nuevamente al objetivo". No fue así. Se suponía que la contracción
fiscal iba a restablecer la confianza. No fue así. A comienzos de este mes,
Mark Carney, gobernador del Banco de Inglaterra, ofreció un discurso titulado "El
espectro del monetarismo". Por supuesto, ¡se suponía que el monetarismo
iba a salvarnos del espectro del keynesianismo!
Prácticamente sin herramientas
macroeconómicas utilizables, la postura por omisión es la "reforma
estructural". Pero nadie se pone de acuerdo en lo que esto conlleva.
Mientras tanto, líderes alocados agitan a los votantes descontentos. Las
economías, parece ser, han logrado zafar del control de quienes supuestamente
tenían que administrarlas, y la política está en una persecución implacable.
Antes de 2008, los expertos
pensaban que tenían las cosas bajo control. Sí, había una burbuja en el mercado
inmobiliario, pero no era peor, según dijo en 2005 la presidenta de la Reserva
Federal, Janet Yellen, que "un bache bastante grande en el camino".
¿Por qué, entonces, no vieron la
tormenta? Esta es exactamente la pregunta que la reina Isabel de Gran Bretaña
le formuló a un grupo de economistas en 2008. La mayoría de ellos se
retorcieron las manos. Fue "un fracaso de la imaginación colectiva de
mucha gente brillante", explicaron.
Pero algunos economistas se
inclinaron por un veredicto discordante -y mucho más condenatorio-, que se
centraba en la manera deficiente en que se enseña la economía. A la mayoría de
los estudiantes de economía no se les exige estudiar psicología, filosofía,
historia o política. Se les sirven en bandeja modelos de la economía, basados
en presunciones irreales, y se pone a prueba su competencia en la solución de
ecuaciones matemáticas. Nunca se les ofrecen las herramientas mentales para
entender el panorama completo.
Esto nos retrotrae a John Stuart
Mill, el gran economista y filósofo del siglo XIX, que creía que nadie puede
ser un buen economista si es simplemente un economista. Sin duda, la mayoría de
las disciplinas académicas se han vuelto sumamente especializadas desde los
tiempos de Mill; y, desde el colapso de la teología, ningún campo de estudio se
ha propuesto entender la condición humana en su totalidad. Pero ninguna rama de
la investigación humana se ha aislado tanto del todo -y de las otras ciencias
sociales- como la economía.
Esto no se debe a su tema de
discusión. Por el contrario, el tema de ganarse la vida sigue ocupando la mayor
parte de nuestras vidas y pensamientos. La economía -cómo funcionan los
mercados, por qué a veces colapsan, cómo estimar los costos de un proyecto de
manera apropiada- debería ser de interés para la mayoría de la gente. Por
cierto, el campo rechaza a todos excepto a los conocedores de modelos formales
imaginativos.
Esto no es porque la economía
valore el argumento lógico, que es una revisión esencial de un razonamiento
defectuoso. El verdadero problema es que está disociada del entendimiento común
de cómo funcionan, o deberían funcionar, las cosas. Los economistas dicen hacer
preciso lo que es vago y están convencidos de que la economía es superior a
todas las otras disciplinas, porque la objetividad del dinero le permite medir
las fuerzas históricas de manera exacta y no aproximada.
Como era de esperar, la imagen
favorita que tienen los economistas de la economía es la de una máquina. El
renombrado economista norteamericano Irving Fisher en verdad creó una máquina
hidráulica elaborada con bombas y palancas, que le permitió demostrar
visualmente de qué manera los precios de equilibrio en el mercado se ajustan en
respuesta a los cambios en la oferta o la demanda.
Si uno cree que las economías son
como máquinas, probablemente vea los problemas económicos como problemas
esencialmente matemáticos. El estado eficiente de la economía, el equilibrio
general, es una solución a un sistema de ecuaciones simultáneas. Las
desviaciones del equilibrio son "fricciones", simples "baches en
el camino"; al impedirlas, los desenlaces son predeterminados y óptimos.
Desafortunadamente las fricciones que alteran el funcionamiento regular de la
máquina son seres humanos. Se puede entender por qué los economistas formados
de esta manera se sintieron atraídos por modelos financieros que implicaban que
los bancos prácticamente habían eliminado el riesgo.
Los buenos economistas siempre
han entendido que este método tiene limitaciones importantes. Utilizan su
disciplina como una suerte de higiene mental para protegerse de los errores más
crasos del pensamiento. John Maynard Keynes advirtió a sus alumnos que no
debían intentar "precisar todo". No existe un modelo formal en
su gran libro La teoría general del empleo, el interés y le dinero.
Optó por dejarle la formalización matemática a otros, porque quería que sus
lectores (economistas como él, no el público general) captaran la
"intuición" de lo que estaba diciendo.
Joseph Schumpeter y Friedrich
Hayek, los dos economistas austríacos más famosos del siglo pasado, también
atacaron la visión de la economía como una máquina. Schumpeter sostenía que una
economía capitalista se desarrolla mediante una destrucción incesante de las
viejas relaciones. Para Hayek, la magia del mercado no es que destruye un
sistema de equilibrio general, sino que coordina los planes disparatados de
infinidad de individuos en un mundo de conocimiento disperso.
Lo que une a los grandes
economistas, y a muchos otros buenos economistas, es una educación y una
perspectiva amplias. Eso les da acceso a muchas maneras diferentes de entender
la economía. Los gigantes de generaciones anteriores sabían muchas cosas además
de economía. Keynes se graduó en matemáticas, pero estaba empapado de los
clásicos (y estudió economía menos de un año antes de empezar a enseñarla).
Schumpeter obtuvo su doctorado en leyes; el de Hayek fue en leyes y ciencias
políticas, y también estudió filosofía, psicología y anatomía cerebral.
Los economistas profesionales de
hoy, por el contrario, no han estudiado casi nada excepto economía. Ni siquiera
leen los clásicos de su propia disciplina. La historia económica llega -si es
que llega- de conjuntos de datos. La filosofía, que podría instruirlos sobre
los límites del método económico, es un libro cerrado. Las matemáticas,
demandantes y seductoras, han monopolizado sus horizontes mentales. Los economistas
son los idiotas sabios de nuestro tiempo.
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