Desorden social global,
por Félix Arellano
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La pandemia del covid-19 está acelerando procesos de transformación que venían avanzando en el contexto global y generando nuevas presiones disruptivas. Frente a este panorama, expertos del Deutsche Bank consideran que desde este año se inicia un nuevo ciclo económico internacional que definen como era del desorden. Tal definición podría resultar exagerada, o incluso una perogrullada, si consideramos que la realidad internacional se caracteriza por su complejidad, dinamismo e incertidumbre. Pretender establecer un orden rígido es prácticamente imposible.
Es evidente que el llamado orden liberal, que se va conformando finalizada la segunda guerra mundial mediante la Carta de San Francisco -que crea las Naciones Unidas y sustituye la vieja Sociedad de Naciones- y los Acuerdos de Bretton Woods -que establecen el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM)-, está basado en principios y reglas que privilegian las libertades y los derechos humanos. Ese orden está enfrentando serias amenazas, desde las estrategias de los gobiernos autoritarios que promueven la visión rígida de la soberanía y una anarquía atenuada por pactos, pero también desde los propios países democráticos, donde avanzan tendencias radicales que estimulan el nacionalismo y la exclusión.
Diversas y complejas presiones enfrenta el orden internacional y, en su conjunto, podrían fundamentar la llamada “era del desorden”; empero, la gran amenaza que se plantea en el corto plazo tiene que ver con el desorden social que se potencia con los efectos de la pandemia. Al respecto, diversas organizaciones internacionales están alertando sobre las dramáticas consecuencias sociales del covid-19, que los radicales definen como “caldo de cultivo”. Resulta inexorable esperar tiempos de gran tensión en el planeta. Desde nuestra perspectiva, la “era del desorden” se vincula fundamentalmente con el descontento social que crece, y sus potenciales desviaciones al populismo, el radicalismo, la anarquía y la violencia.
Como parte de las fuerzas disruptivas que estimulan la llamada “era del desorden” podríamos resaltar: i) las crecientes contradicciones de la globalización que se agudizan desde la crisis financiera mundial del 2008; ii) las tendencias nacionalistas que debilitan la gobernabilidad internacional y tiene en los gobernantes Donald Trump, de Estados Unidos y Boris Johnson del Reino Unidos, expresiones muy significativas; iii) el progresivo deterioro del multilateralismo; iv) la crisis ecológica a escala global; v) el creciente conflicto entre Estados Unidos y China, que afecta a la economía en su conjunto; y en estos momentos vi) los negativos efectos en todos los ámbitos de la pandemia del covid-19.
Cada una de esas fuerzas presenta su especificidad y complejidad que debería ser analizada con atención, pero además, todas ellas están interconectadas, forman parte de la llamada interdependencia compleja del orden global que estamos viviendo. Tanto la comprensión del conjunto como de las potenciales soluciones exige de una visión holística e interdisciplinaria.
Un factor relevante en la tesis del desorden social global tiene que ver con los efectos sociales del desarrollo científico y tecnológico. Cada día encontramos mayores y más sofisticados avances técnicos, como se puede apreciar en la llamada IV Revolución Industrial o el internet de las cosas.
Los procesos productivos, el sistema financiero y comercial, la educación, la salud, la recreación, todo fundamentado en el desarrollo e interconexión electrónica; empero, paralelamente van creciendo los perdedores, los excluidos, los desempleados, los no formados, los más vulnerables; todos ellos, potenciales factores de inestabilidad social.
Las consecuencias sociales del avasallante desarrollo tecnológico se acentúan con los efectos de la pandemia. La situación se presenta grave para los países en desarrollo, pero también se está presentando en los países prósperos, son múltiples los casos. En la región, son significativas las protestas sociales que se ha presentado en dos países ejemplares por su dinámica de crecimiento económico, como son Chile y Costa Rica.
También en las economías prósperas encontramos muchos otros factores de tensión social que están generando inestabilidad, tal es el caso de las migraciones. Las poblaciones más vulnerables de los países en desarrollo -algunos de ellos antiguas colonias- migran buscando mejores condiciones de vida, por hambre, o migran para salvar sus vidas de zonas de guerras, o de gobiernos autoritarios que violan sistemáticamente los derechos humanos. Esta tendencia, que ha crecido significativamente en los últimos años, ha conllevado, entre otros males, el incremento de la xenofobia y la aporofobia.
El descontento social no atendido representa una potencial bomba de tiempo, tanto contra las democracias, como contra el orden internacional liberal basado en principios y reglas. Dejar a su suerte a los más vulnerables en el contexto de la pandemia conlleva promover un mayor desorden mundial que terminará afectando a todos.
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