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Quince países, diez de ellos miembros de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean): Birmania, Brunéi, Camboya, Filipinas, Indonesia, Laos, Malasia, Singapur, Tailandia y Vietnam, a los que se han sumado: Australia, China, Corea del Sur, Japón y Nueva Zelandia; acaban de firmar el Acuerdo de Asociación Económica Integral Regional (RCEP por sus siglas en inglés), que se proyecta como la zona de libre comercio más grande del mundo.
Sorprendentemente, el acuerdo nace cuando un importante número de gobiernos en el mundo, producto de las perversas consecuencias de la pandemia del covid-19, están promoviendo visiones de seguridad (sanitaria, económica, etc.), impulsando el nacionalismo, una visión rígida de la soberanía e incluso proteccionismo comercial.
La pandemia también ha propiciado el cuestionamiento sobre las vulnerabilidades que genera la hiperglobalización económica, las cadenas globales de valor y, en particular, el liderazgo económico de China, como “fábrica del mundo”; empero, el RCEP, sin lugar a dudas, representa un éxito económico y político para Xi Jinping, toda vez que China se constituye en el epicentro del acuerdo.
La idea del acuerdo surge en el marco de la Asean, por iniciativa del gobierno de Camboya, entre otros, con el objetivo de fortalecer el libre comercio. Las negociaciones inician en el año 2012, pero el proyecto del Acuerdo Transpacífico (TPP) que promovía el presidente Barack Obama con otros diez países de Asia —entre otros, con el objetivo estratégico de poner límites a la expansión de China—, paralizó las negociaciones del RCEP. La atención se concentró en el TPP.
Al llegar Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos una de sus primeras decisiones fue retirarse del TPP, lo que facilitó el camino para que China imprimiera un nuevo impulso en las negociaciones del RCEP, que culminaron en el 2019, con un texto de veinte capítulos que se concentran en la liberación del comercio de bienes y servicios; se eliminan los aranceles para el 90% de productos en el comercio intracomunitario.
Especial importancia asigna a las normas de origen, fortaleciendo la incorporación de insumos de cada uno de los países miembros en los productos de exportación, conformando cadenas globales de valor e incrementando el comercio intrarregional. Adicionalmente, incorpora normativas sobre: solución de diferencias, propiedad intelectual e inversiones.
Para los diez países que forman parte de la Asean, promotores originales del acuerdo, el RCEP se inscribe en el marco del ambicioso proyecto de conformar la Comunidad Económica de la Asean, prevista para el año 2025.
Luego de haber participado durante todo el proceso de negociaciones, la decisión de la India de no firmar el acuerdo —por razones geopolíticas, en particular por sus crecientes diferencias con China— constituye una de las limitaciones del acuerdo.
Con los 15 países firmantes el RCEP representa, en términos económicos, el 30% de PIB mundial y el 30% de la población mundial y un interesante estimulo frente al ambiente desalentador que vive la economía mundial producto de la pandemia. Precisamente, el creciente deterioro del comercio internacional, ha sido otra de las razones que estimuló el avance de las negociaciones y la firma del acuerdo en plena pandemia.
Desde la perspectiva geopolítica, el acuerdo fortalece el papel de la región asiática y, en particular de China, como centro de la economía mundial.
Para Xi Jinping, que está enfrentando un fuerte cuestionamiento a escala mundial, producto de la opacidad en el manejo de pandemia del covid-19, el acuerdo contribuye al fortalecimiento de su proyecto de expansión a escala global, que tiene a la Ruta de la Seda como su mayor expresión.
Otro elemento relevante es que el RCEP constituye el primer acuerdo comercial entre tres de las más grandes economías del mundo, con relaciones políticas complejas: China, Japón y Corea del Sur y deja fuera a los Estados Unidos, grave error producto de la absurda obsesión del presidente Trump de destruir el legado de Barack Obama.
Adicionalmente, conviene destacar que el acuerdo contempla la participación de una diversidad de miembros de diferentes niveles de desarrollo. Al respecto, incluye “a varias de las mayores economías del mundo (China y Japón), países con muy alto PIB per cápita (Australia, Brunéi, Nueva Zelanda y Singapur), a países altamente industrializadas (China, Corea del Sur, Japón y Singapur), países de renta media con abundantes recursos naturales (Filipinas, Indonesia, Malasia, Tailandia, y Vietnam) y países de renta baja (Birmania, Camboya y Laos)”, (Foreing Affairs Latinoamericana, 06/01/2020).
Por otra parte, críticos del acuerdo destacan la ausencia de los temas ecológicos, laborales y, en particular, de las medidas no arancelarias, lo que representa una de las grandes diferencias con el TPP, que asignaba especial importancia a esos temas.
Otra de las paradojas que evidencia el acuerdo tiene que ver con el pragmatismo económico que se aprecia en países como Japón, Australia o Corea del Sur que mantienen una compleja relación política con China, que se ha agudizado producto de la pandemia; empero, por razones económicas y estratégicas se incorporan en el acuerdo a diferencia de la posición que ha asumido la India.
Ahora bien, no debemos perder de vista la potencial amenaza de la estrategia de expansión china contra los valores fundamentales de occidente: las libertades, la institucionalidad democrática y los derechos humanos; lo que exige de una coordinación de los gobiernos democráticos para enfrentar con inteligencia, creatividad, fortaleza y eficiencia la creciente amenaza china, estableciendo los límites necesarios.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.
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