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Felix Arellano
El hecho de haber alcanzado el 82% de
participación ciudadana, porcentaje que no se presentaba desde hace tres
décadas, constituye una positiva expresión de consciencia democrática del
pueblo holandés, que ha salido a votar para defender los valores fundamentales
de la libertad y la democracia
Las
elecciones parlamentarias efectuadas en Holanda el pasado miércoles 15,
representan un hecho trascendente políticamente y una lección para la
democracia en el mundo. En el plano político se presentan como una contención a
la marea nacionalista y autoritaria que avanza especialmente en Europa.
Adicionalmente, el hecho de haber alcanzado el 82% de participación ciudadana,
porcentaje que no se presentaba desde hace tres décadas, constituye una
positiva expresión de consciencia democrática del pueblo holandés, que ha
salido a votar para defender los valores fundamentales de la libertad y la
democracia, seriamente amenazados por un nacionalismo estridente y agresivo,
que si bien identifica problemas relevantes, presenta un diagnostico
desequilibrado y unas soluciones equivocadas, que no resuelven los problemas,
por el contrario los agravan y generan nuevos, como se puede apreciar tanto en
el “efecto Trump”, como en la irracional política bolivariana.
Al
observar los resultados, otra lección interesante tiene que ver con la
fragilidad de las encuestas, que de nuevo se equivocan, pues garantizaban el
triunfo de Geert Wilders el candidato ultra nacionalista, anti-islámico y
euroescéptico del Partido por la Libertad, quien ha quedado en un segundo
lugar, muy por debajo de sus expectativas. Si bien ha ganado el Primer Ministro
Mark Rutte del Partido Liberal, ha disminuido en ocho escaños su presencia en
el Parlamento, lo que le obligará a unas complejas negociaciones para formar el
nuevo gobierno. El resultado sorpresa ha sido el incremento de los escaños del
Partido Verde bajo el liderazgo del joven Jesse Klaver.
Sobre
la derrota de Wilders podemos reflexionar varias lecturas. La firme actitud del
Primer Ministro Rutte frente a la agresiva posición asumida por el Presidente
Erdogan de Turquía, quien aspiraba que sus ministros realizaran campaña
electoral en Holanda a favor del referéndum que está promoviendo para
incrementar sus poderes. También puede haber contribuido, las contradicciones
que se presentan en el corto tiempo de gobierno de Donald Trump, que parecieran
presagiar más problemas que éxitos. Igualmente puede influir la creciente
decepción que se extiende en el Reino Unido por la irreflexiva aprobación del
Brexit.
Para
Wilders por su parte, con una actitud de soberbia, la posición se resume en que
“se ha perdido una batalla, pero no la guerra”. Tal expresión evidencia el
talante autoritario y mesiánico de las nuevas corrientes nacionalistas, que en
su fanatismo ideológico se creen dueñas de la verdad y no están dispuestas a
dialogar. Ahora bien, que los movimientos nacionalistas estén creciendo
progresivamente en Europa, con una agenda cargada de xenofobia, exclusión y
rechazo a la integración europea debe ser motivo de una cuidadosa reflexión y
urgente actuación.
La
actitud xenofóbica, particularmente antimusulmana, identifica un grave problema
que enfrenta Europa y que se incrementan con las nuevas migraciones
provenientes de Siria y de la brutal violencia de Isis en el medio oriente.
Pero los nacionalistas, en su radicalismo, ante las masacres de Isis, optan por
el desconocimiento de los derechos humanos. Frente a hechos específicos de
violencia, que deberían ser duramente enfrentados, optan por la posible
agresión a inocentes que emigran buscando soluciones.
El
nacionalismo radical, al satanizar la globalización, rechazan los avances del
multilateralismo, la integración económica, el derecho internacional y las
organizaciones internacionales por los límites que tienden a generan contra la
soberanía absoluta, desconociendo la complejidad del mundo que vivimos y las
bondades de la interdependencia. En este contexto, buscando impactar a
ingenuos, con un discurso teatralmente agresivo y deficiente conceptualmente,
llegan a rechazar la gravedad del cambio climático, desconociendo la impactante
influencia humana en el incremento del efecto invernadero y sus desbastadoras
consecuencias en el clima.
En
su rechazo a la integración europea presentan un discurso cargado de contradicciones.
Por una parte, asumen que es un esquema aperturista y globalista que solo
genera problemas, desconociendo que como unión aduanera representa un límite
para la globalización. También tienden a destacar exclusivamente sus
debilidades, sin reconocer sus beneficios en la generación de empleos,
inversiones y bienestar. En este contexto, podemos apreciar como el gobierno
inglés aspira conservar todos los beneficios logrados en la integración, pero
rechazando sus obligaciones con el bienestar general.
Los
nacionalistas radicales en sus contradicciones parecieran retomar la visión
mercantilista del comercio internacional, el comercio es bueno si crecen las
exportaciones, pero es malo si lo hacen las importaciones. Este discurso
desconoce la dinámica del comercio y de los procesos productivos, que requieren
de insumos importados, que al entrar libres de gravámenes, pueden contribuir
más eficientemente en la competitividad del producto de exportación.
Los
venezolanos tenemos una larga y lamentable experiencia sobre los errores del
nacionalismo efectista, que destruye para perpetuarse en el poder y acusa de
traidores a la patria a quienes disienten. Pareciera que ahora nos toca que
enfrentar los autoritarismos nacionalistas de derecha, igualmente irracionales
y destructivos.
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