Joe Biden: crecen las tensiones, por Félix Arellano
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La dinámica de la política exterior la hace objeto de diversas presiones y tensiones. Por una parte, las que provienen desde el plano nacional, donde diversos grupos aspiran a influir en su definición y administración; por otra, las que emanan del contexto internacional. Tal apreciación, clásica en el plano académico, experimenta transformaciones en un mundo globalizado en el cual todas las políticas, y no solo la exterior, experimentan los efectos de la interdependencia compleja que caracteriza al mundo en que vivimos. En la práctica, todo está interrelacionado y se condiciona mutuamente.
Tradicionalmente ha existido un entendimiento en el marco del Congreso de los Estados Unidos para abordar, de forma bipartidista y con la prudencia conveniente, temas delicados de la política exterior, particularmente los que implican aspectos de seguridad nacional, un concepto muy amplio para la primera potencia del mundo; empero, las actuales tensiones en la política nacional pudieran romper con los esquemas tradicionales.
En esta oportunidad, no obstante la sólida experiencia parlamentaria del presidente Biden, la situación se presenta turbulenta, en gran medida por el creciente poder que está logrando el expresidente Donald Trump en el Partido Republicano y teniendo en cuenta, entre otros, su compleja personalidad y el radicalismo de su proyecto político —que choca con las prioridades y la agenda social de la nueva administración—, la incertidumbre se posiciona en el horizonte de las relaciones bipartidistas, afectando los diversos temas de la agenda de gobierno, incluyendo la política exterior.
El liderazgo y control del Partido Republicano por parte de Donald Trump avanza rápidamente, como se puede apreciar en algunos acontecimientos recientes. Por una parte, el caso de Liz Cheney, a quien desafiar a Donald Trump le costó el cargo de tercera dirigente del partido en la Cámara Baja al ser sustituida por Elise Stefanik, firme aliada del expresidente.
Más recientemente, en el Senado no fue posible lograr los 60 votos necesarios para aprobar la conformación de una comisión bipartidista para investigar el grave incidente del asalto al Congreso, el pasado 06 de enero, que dejó un saldo cinco muertos. Cabe destacar que la propuesta solo logró 54 votos a favor y, si bien incluyó el respaldo de seis senadores republicanos, la mayoría se mantuvo fiel al expresidente.
Pero la situación se presenta más compleja para el presidente Biden, toda vez que desde su partido también surgen tensiones y presiones. Cabe destacar que en el Partido Demócrata conviven diversas tendencias, todas ellas trabajaron intensamente para lograr el triunfo del nuevo presidente y, ahora, al llegar al poder presionan para lograr espacios en la definición y administración de las políticas públicas.
La polarización y las tensiones ya se están presentando en temas importantes de la política exterior. Es el caso de la reciente crisis entre Israel y los palestinos, y todo indica que también afectará los planes del presidente Biden sobre las relaciones con Irán y Cuba. La distancia que ha asumido el presidente frente a la escalada bélica entre el Ejército israelí y las milicias palestinas en el territorio de Gaza —que ha sembrado de muertes y destrucción el territorio desde el pasado 10 de mayo— ha estimulado fuerte tensiones y presiones.
La política de promover el acercamiento y reconocimiento de las partes en conflicto, que por largo tiempo sostenía el gobierno de los Estados Unidos, se alteró en el gobierno del presidente Donald Trump, quien promovió una estrategia fundamentalmente orientada al apoyo de Israel, privilegiando el enfrentamiento con Irán, con el objetivo de establecer límites a su agresivo expansionismo, ubicando a Israel como el epicentro de la estrategia y desarrollando un esquema de máxima presión. Tal política no logró mayores resultados en controlar y limitar el expansionismo iraní y, adicionalmente, marginó el tema palestino, atizando las diferencias y contradicciones.
Al estallar estos nuevos enfrentamientos entre Israel y las milicias palestinas, en particular con el grupo Hamas que ejerce el control de la franja de Gaza, la administración Biden ha tratado de mantenerse al margen, evitando involucrarse en un conflicto donde varios gobiernos de Estados Unidos han fracasado en sus esfuerzos de paz. Tal posición ha estimulado tensiones y presiones, tanto del partido republicano, como al interior del partido demócrata.
En la línea dura de los republicanos, que controla Donald Trump, el respaldo a Israel debe ser contundente y el grupo Hamas, que inició los ataques, es considerado como una fuerza terrorista en la zona. Por el contrario, para algunos sectores del Partido Demócrata, abstenerse representa una sentencia de muerte para el pueblo palestino, toda vez que Israel recibe un importante apoyo político y económico de los Estados Unidos y eso no está en discusión.
Los grupos más críticos dentro del Partido Demócrata, que giran en torno a la vicepresidenta Kamala Harris, sostienen que sobre Gaza el gobierno de Israel desarrolla una sistemática política de agresión, y la política de territorio bloqueado contra la franja de Gaza algunos la califican como «una cárcel a cielo abierto». En este contexto, la señora Michelle Bachelet, Alta Comisionada de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, está proponiendo la apertura de una investigación sobre la actuación del gobierno de Israel frente a la franja de Gaza.
Por otra parte, en los casos de Irán y Cuba, también se presenta una atmosfera de presiones y tensiones en el plano político nacional. En el Partido Republicano prevalece la tesis de la máxima presión que mantiene el expresidente Trump, sin realizar una exhaustiva y honesta evaluación de tal estrategia que, en la práctica, no logró mayores resultados y, paradójicamente, fortaleció a los gobiernos dictatoriales.
En el Partido Demócrata se presentan, como mínimo, dos posturas: quienes sostienen la línea del expresidente Barack Obama, orientada a la negociación pronta e integral; y los que aprecian que esa experiencia, en el caso de Cuba, benefició a la dictadura y proponen mayor cautela, utilizando las sanciones como instrumento de presión en la negociación, sin descartar la posibilidad de incrementarlas en el escenario de un juego de traición de la contraparte.
Desafíos interesantes y peligrosos enfrenta el presidente Biden, con potenciales consecuencias para la paz mundial. Para su beneficio, la experiencia acumulada, su personalidad y la calidad del equipo de gobierno permiten pensar que se puede avanzar en el diálogo, la negociación y la cooperación; tanto con los grupos internos, como con los diversos actores de la comunidad internacional y lograr un frente con la comunidad democrática internacional que permita la construcción de estrategias más efectivas y creativas.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.
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