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Felix arellano
Es evidente que no se puede ir a la negociación con gran
expectativa o gran ingenuidad; es fundamental la organización, la reflexión, la
prudencia y la autocrítica
Estamos
enfrentando una compleja negociación con perspectivas cargadas de
incertidumbre, pues todo pareciera indicar que el gobierno bolivariano no
quiere aceptar mayores movimientos y, en todos los temas de la agenda, resulta
fundamental su real voluntad de cambio. Frente a un panorama desalentador:
¿debemos rechazar la mesa de negociación?, ciertamente no, todo lo contrario,
quien se encuentra entre la espada y la pared es el Gobierno, nuestra oposición
democrática debe organizarse y, en este momento, ha dado un buen avance en
organización y metodología, el mayor problema son las divisiones que, por lo
demás, beneficia significativamente al Gobierno.
Es
evidente que el Gobierno ha jugado a desprestigiar la negociación, la ha
manipulado, la ha utilizado para sus fines políticos; incluso, ha traicionado a
los mediadores, como ocurrió con el Vaticano, que reaccionó acertadamente
denunciando el juego irresponsable del gobierno venezolano, mediante carta
pública del Cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado del Vaticano.
Todo
pareciera indicar que los gobiernos democráticos tienen clara la actuación y
los intereses del proceso bolivariano y, por tal razón, han estimado necesaria
la aplicación de acciones contra el Gobierno y, como bien lo destaca la primera
declaración del Grupo de Lima, tales acciones son multisectoriales y se pueden
incrementar en el tiempo, en la medida que la situación venezolana, se agrave
lo que, en efecto, estamos viviendo.
La
estrategia bolivariana de desprestigiar y manipular la negociación, entre sus
diversos elementos, contempla una labor divisionista de la oposición democrática
venezolana. Impulsar subrepticiamente la tesis de los juegos de traición. Como
la conexión rusa, utilizar, entre otros, las redes para enredar y fragmentar a
la oposición. Lo lamentable es que pareciera una estrategia exitosa.
En
principio, el Gobierno había asumido que no necesitaba mayormente de las
negociaciones, pues gracias, entre otros, al gobierno militar-cívico,
progresivamente controlaba el poder en sus principales manifestaciones. Con el
juego negociador que promovió el expresidente Ernesto Samper, desde la
Secretaria de la Unasur, se aspiraba bajar la crítica internacional que crecía
progresivamente.
La
situación se complica para el Gobierno, pues en su estrategia de control
absoluto, además de incrementar la violación de los derechos humanos, se lanzó
por el despeñadero de la Asamblea Nacional Constituyente y muchas alarmas se
encendieron. Hasta en Mercosur, donde el gobierno uruguayo, por la presión de
la fracción radical del Frente Amplio de Pepe Mujica, jugaba al apoyo del
proceso bolivariano, no pudo contener el rechazo generalizado ante la torpe
decisión y se sumó a la aplicación de la Cláusula Democrática, el Protocolo de
Ushuaia, y la consiguiente suspensión política venezolana dentro del bloque.
Recordemos
que el rechazo ha sido amplio, incluyendo, entre otros, el incremento de las
sanciones de los Estados Unidos, que avanzaron al tema financiero, y se sumaron
las sanciones de Canadá y la aprobación por unanimidad en la Unión Europea de
la normativa marco para la aprobación de futuras sanciones concretas. En este
contexto destaca el activo y permanente liderazgo del Grupo de Lima.
Con este
nuevo panorama la situación se agudiza para un país con una altísima
dependencia en importaciones de alimentos, medicinas incluso gasolina y con una
deuda financiera enorme. Ante la situación el gobierno bolivariano, por una
parte, juega a encontrar el “mecenas”; en el mejor estilo cubano, esperando que
la poderosa China o la díscola Rusia puedan asumir las facturas.
Por otra,
asume una estratagema de manipular las sanciones y en un falso discurso las
presenta como la causa de la crisis, promoviendo la imagen de víctima.
Ahora
bien, como “los sueños no preñan”, China no responde al llamado y la comunidad
internacional está clara del fracaso del modelo, que destruye para controlar,
la negociación empieza a tener algún sentido para el Gobierno que necesita
dinero fresco. Naturalmente, en su radicalismo aspira “todo a cambio de nada”.
Pero, de nuevo, la comunidad internacional está consciente del talante del
jugador y entiende que modificar sanciones debe responder a resultados y hechos
concretos, no a promesas; que acuerdos incumplidos, conllevará agudizar las
acciones; al respecto, conviene recordar que en materia de medidas el
inventario es largo y apenas está iniciando.
Es
evidente que no se puede ir a la negociación con gran expectativa o gran
ingenuidad; es fundamental la organización, la reflexión, la prudencia y la
autocrítica. Ahora bien, rechazar la mesa de la negociación, es rechazar el
esfuerzo de la comunidad internacional, que está trabajando arduamente por los
derechos humanos y la institucionalidad democrática en Venezuela.
La actitud crítica, que es conveniente y necesaria, debería orientarse al apoyo más activo y creativo del esfuerzo negociador, por ejemplo contribuir en la presentación de propuestas de organización metodológica, la organización de los trabajos y los equipos o la formulación de iniciativas para la negociación. Se podrían comprender duras críticas ante un eventual resultado desequilibrado; empero, rechazar la mesa, que de entrada representa otro duro escenario para el gobierno bolivariano, es perder otro espacio de acción y menospreciar el respaldo internacional.
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