domingo, 26 de agosto de 2018

ESCRITOS DE RECUERDOS, NOSTALGIAS Y SENTIMIENTOS


ESCRITOS DE RECUERDOS, NOSTALGIAS Y SENTIMIENTOS[1]



EDUARDO ORTIZ RAMIREZ

A Gabriela, Eduardo y Valentina, quienes ya habían nacido
cuando fueron escritos y desde eso han sido
mis razones de todos los días.


COMENTARIO PRELIMINAR
Los siguientes Escritos de recuerdos,… han sido realizados en un periodo de casi 30 años y tan solo buscaron registrar experiencias personales, relaciones de afecto o valores de crianza. Si algo más trascendental que eso reflejan será quizás un poquito de lo que algunos entendidos llaman el método de Historias de vida. Lo demás, queda al aprecio de cada quien por lo que rigurosa y elegantemente se llama texto como reflejo humano de un quehacer.


1 LEOPOLDINA Y EL MANGLAR
Recuerdo, de manera especial, la ocasión en que mi hermana me llevó para comenzar a estudiar. Esperó a que entrasen al local los 30 0 40 alumnos que cursaban, y le dijo a la única maestra que había, que mis padres querían que yo estudiase allí. La maestra, después de haber preguntado por mis seis años, me autorizó a entrar. Allí comenzó mi conocimiento de Leopoldina y mi experiencia de tres años en la Escuela del lugar.

De Leopoldina tengo grabado, su carácter firme y adusto, casi duro. Acostumbraba decir su nombre con el regocijo de algunas mujeres casadas: Leopoldina de Vargas, enfatizaba siempre. Con gran soltura y entusiasmo, con gran capacidad y talento, atendía a todos los alumnos de la Escuela: de primero a quinto grado. Distribuía el tiempo para dictarles las clases y para impartirles tareas.

Recuerdo la ocasión en que le tocó a la Escuela participar en un desfile en la plaza Bolívar  de Ciudad Ojeda. Leopoldina, cuyo marido era guardia nacional, consiguió que un Instructor de la Guardia nos fuese a enseñar a desfilar a todos los alumnos que en ella estudiábamos. Qué emoción para nosotros, y qué  regocijo para ella al vernos uniformados, ya entrenados en el arte de desfilar, y con una bandera, inventada por mi madre, que iba delante de nosotros junto al guardia instructor.

Cuánto nos enseñó Leopoldina. Siempre recordaré la oportunidad en que murieron los maestros en el Oriente del país al caer a un río, o la vez que el barco tumbó una parte del puente sobre el lago. En ambas ocasiones estuvo presente la palabra y el comentario de Leopoldina. Y en la primera de ellas, un solemne minuto de silencio, con la mayor religiosidad.

Era Leopoldina realmente una maestra. Nos enseñaba los conocimientos básicos de esos años de estudio, pero también nos orientaba en múltiples cosas. Recuerdo una vez que organizó un paseo, y cuidadosamente, nos indicaba cómo desplazarnos  en grupo o cómo denunciar a un conductor irresponsable que nos pasó cerca, con la intención de echarnos el polvo del camino encima.

El lugar donde estaba  la Escuela formaba parte en aquel entonces, de la periferia de Ciudad Ojeda. Era una especie de hondonada cercana al lago de Maracaibo. Desde donde vivíamos nadie se percataba de la existencia del lago: ningún ruido, ninguna visión le permitía a uno asegurar que allí estaba el lago. Nos separaba de él, un extenso y alto manglar que era verdaderamente una barrera impenetrable. La única comunicación con su cuerpo, casi podríamos decir con su sangre, era la que nos permitía un pequeño canal que se extendía prácticamente por toda la zona y que nosotros llamábamos la zanja. Allí conseguíamos varios tipos de peces, camarones, caracoles y de vez en cuando algún pez grande.

En el manglar, se decía, vivían unos cochinos de monte inmensos que llamaban Piropiros. En realidad sólo llegué a ver un ejemplar en una ocasión. Era enorme y negruzco y  lo había matado un señor de familia, que lo llevaba a su casa para comerlo. También salían babillas y era revoloteado por distintos tipos de aves y garzas. Nunca olvidaré el lindo vuelo de las garzas por su parte alta.

Recuerdo una ocasión en que en una zona lejana a nuestra casa tratamos de atravesarlo, pues decían que al otro lado había una playa. No pudimos llegar, el puente era muy inestable y todo estaba demasiado tupido. Recuerdo, también, la experiencia maravillosa cuando junto a Mayo, un amigo de mi infancia, conseguí un claro de comunicación con él, donde se podían ver varios tipos de peces nadando apaciblemente. Era tan lindo ese pedazo de su intimidad, que mi amigo y yo pensamos  tenerlo como un secreto.

A los 10 años de habernos ido del lugar, fui de visita teniendo gran deseo de volver a verlo. La zona, ahora más poblada, presentaba ciertos rasgos de miseria y marginalidad: del manglar sólo quedaba una parte.

10 años después volví a ir y el panorama era aún más desolador: había más pobreza, más marginalidad y del manglar ya no quedaba nada. En su lugar se encontraba una vegetación uniforme de color amarillento y de uno o dos metros de altura. Nunca vi, 20 años atrás, ese tipo de vegetación, como tampoco las inmensas torres de petróleo instaladas en esa zona del lago. Eva, mi esposa, me comentó: ¡Entonces, sí era tan alto como decías!

Publicado en Economía Hoy en fecha 31.12.1990.



2 ALGUNOS RECUERDOS DE LA CANTV

La CANTV ha sido privatizada. Ojalá y esto se traduzca en un aumento en la cobertura del servicio y en un mejoramiento del mismo y no solamente en el ya programado incremento de  tarifas. Es deseable también que varias cosas valiosas en la historia de esa empresa, puedan rescatarse, mantenerse o transfigurarse como elementos de provecho.

Un elemento que tuvo ese carácter y sus buenos tiempos en el desempeño de esa empresa fue el centro de formación de recursos técnicos. Allí se ubican algunos de nuestros recuerdos. En tiempos de adolescencia nos tocó transitar por ese centro en sus distintas aulas de clase y laboratorios.

El aire que se respiraba en ese lugar, era realmente de disciplina y de trabajo. Algunos años después legué a pensar que ello derivaba de que la gente que por allí transitaba adquiría formación para trabajar. Muy distante hoy de la Electricidad o la Electrónica siento un gran regocijo al recordar a valiosos profesores y cursantes que con el mismo entusiasmo con que realizaban sus actividades fundamentales, jugaban largas sesiones de Ping Pong.

De los variados lugares donde tuvimos desempeño laboral guardamos diversas impresiones y recuerdos. Pero de ninguno de ellos al menos desde nuestra actividad como técnico en conmutación, se puede decir que albergasen actividades de corrupción o de esa especie de chantaje a los usuarios que se ha convertido en algo consabido en tiempos recientes.

En el campo laboral y con distinto grado de preparación, recuerdo a varias personas distinguidas por su disciplina y constancia. Una en particular, despertó en mi percepción de joven grandes sentimientos de admiración. Se trataba de un técnico de alto nivel, que había transitado las distintas escalas laborales con gran figuración y cuyo nombre era Nicolás.

En el campo personal, recuerdo haber tenido con él varias conversaciones sobre tópicos de política y de la sociedad, donde siempre percibía su carácter de hombre noble y correcto. De tales conversaciones recuerdo que en una o dos oportunidades me increpó a que retomáramos el  trabajo.

En el campo técnico mantengo grabado el aprendizaje que tuve con él en cuanto el funcionamiento de una central móvil Hitachi, en donde manifestaba, pienso ahora, sentido de la investigación.

Un episodio que siempre recordaré atañe a cierta ocasión en donde tuve cierto desempeño junto a otro técnico, que siendo el responsable de la atención de las fallas de la central telefónica, me planteó la existencia de una que no había logrado darle solución. Recuerdo que laboramos varios días en equipo hasta que por fin conseguimos el origen del problema. Llegados a este punto, no encontramos cómo darle solución al mismo y decidimos recurrir a Nicolás quien con toda honestidad y sin ningún atisbo de mezquindad nos expresó muy gratas felicitaciones. De seguida, y con la rapidez con que se prende una lámpara, nos dio la solución a un problema que tenía tiempo afectando a esa y otras centrales. En varias oportunidades escuché decir, por cierto, que a Nicolás lo llamaban de variados lugares donde había problemas y fallas de gran complicación.

Ojalá y distintas cosas valiosas que se han presentado en la historia de la CANTV, puedan contribuir a un futuro mejor. Estoy seguro, y otros ya han dado testimonio de ello, que son muchas las personas y procesos que deben recuperarse o mantenerse.

El hombre es también, indudablemente, un animal de recuerdos. Los países no se construyen y desarrollan sólo con vivir el momento. Hay una compleja interrelación entre pasado, presente y futuro que para los menesteres de la economía y la sociedad es probable que tenga también una veta en el inconsciente colectivo de Jung.


Publicado en Economía Hoy el  23  de diciembre de 1991.




3 EL PAN ANDINO

Las primeras impresiones que tengo archivadas sobre el tema que motiva este escrito, remiten a los viajes que de niño disfruté, con mis padres y hermanos, en el trayecto del Zulia a los Andes. Mayormente, estos viajes los hicimos en época decembrina y recuerdo que llegar a San Cristóbal o a Capacho, me producía siempre una sensación de estar pisando una especie de “tierra prometida” que lo albergaba a uno con su agradable frío, con la amabilidad de su gente, con sus bellos paisajes y con sus simpáticas comidas. En este contorno de impresiones recuerdo que, para nosotros, el pan andino, en su versión dulce, era una especie de elemento de unión que en todos los hogares se tenía, se picaba y se disfrutaba casi con un sentido religioso.

Era también costumbre, cuando nos regresábamos de los viajes, llevar buenas raciones del pan al Zulia. Comprarlo, llevarlo y consumirlo era una especie de representación de resistencia a no volverlo a ver hasta la ejecución de una nueva visita.

Ya más avanzado en mi infancia, sucedió en mi familia cierto episodio empresarial que, seguramente, junto a lo referido, ha producido en mí un registro imborrable. Se trata de que en una de las gestiones comerciales de mi padre, éste terminó gerenciando una panadería. Recuerdo que el local era un sitio curioso ubicado poco estratégicamente entre Ciudad Ojeda y Lagunillas, en un espacio plano y poco habitado. Comercialmente, esto producía que la panadería no pudiese sustentarse en una demanda cercana y, en correspondencia, el sistema de distribución de ventas a distancia a través de camionetas, era lo que permitía darle salida al pan que se elaboraba. En esa particular panadería se producían de las mejores variedades de panes que haya consumido en mis años de vida. Su secreto consistía en que los panaderos eran oriundos de La Grita y todos, en una especie de gran equipo, lograban producir el pan a través de eficiente interacción entre maestros y artesanos. El maestro era una pieza clave. Y preciso en mi memoria, una o dos oportunidades en que para suplir su ausencia, mi padre ejecutó un viaje expresó hacia los Andes, con la intención de conseguir un sustituto.

Por múltiples razones, la gestión de mi padre frente a la panadería llegó a su fin. No se cuánto representó en él la experiencia, pero para mí, aquella panadería, con su horno que en forma bastante rudimentaria acumulaba el calor, la disciplina expresiva de aquel conjunto de hombres que en equipo trabajaban, así como la presentación agradable de aquellos grandes panes envueltos en celofán  forman parte de un conjunto de enigmas y de cosas no totalmente comprendidas por mí en sus respectivas ubicaciones temporales, pero tan igualmente impactantes e influyentes como otros procesos o experiencias más sencillas.

Con el transcurrir de la vida, he tenido varios agrados y nostalgias sobre esta tradición andina de muchos años. De cualquier manera, siempre que ha habido la oportunidad, he buscado satisfacer mi gusto por el pan de esa región. De años recientes, recuerdo que el escenario productivo en cuanto a este último, en ciudades como San Cristóbal, había cambiado considerablemente.

De manera muy específica, es curioso cómo en Caracas se producen múltiples variedades de panes, que intentan semejarse o igualarse al pan andino. De nuestra experiencia, hemos sacado mayormente decepciones de esas imitaciones. No sé si se encontrará alguna otra, pero sabemos que existe de muchos años, una panadería en el centro de la ciudad que produce un pan cercano al de nuestras referencias. Una cuadra más abajo de la inefable Plaza Miranda, se encuentra ubicada tal panadería. Allí, incluso, se percibe el ambiente de tradición y costumbre que puede asociarse a éstas últimas.

No sé si sirva para algo, pero realmente fue muy oportuno aquel que inventó la expresión “Dios le da el pan dulce al que no tiene dientes”.

Publicado en Economía Hoy, en fecha 22.12.1992.




4 LOS PÁJAROS DE MI MADRE
Jueves, 20 de diciembre de 2001 www.analitica.com

De mis recuerdos más remotos de la infancia, se encuentra el de cuando observaba a mi madre, Guillermina, darle alimento a las palomas. En particular, me llamaba la atención lo que hoy puedo describir como la majestuosidad de los palomos. Rondaba el comienzo de los años sesenta en la Cabimas petrolera. Posteriormente, nos fuimos a vivir a la periferia de la tranquila -para entonces- Ciudad Ojeda y, el día que nos instalábamos en la nueva casa, teniendo alrededor de seis años, pude observar a mi madre fijando la casa de las palomas, que en lo inmediato a abrirle las puertas se echaron a volar, diciendo ella con un tono de inocencia: “Se fueron las palomas”.

En los tiempos de Cabimas, estando más infante pude verla un día conmovida con un tierno canario -la especie por la que quizás ha tenido más gusto- que se había ahorcado con un hilo del nido. La escena, realmente, era conmovedora. Después de uno o dos años de la ida de las palomas, en el nuevo sitio de vivienda, continuó también con la tenencia de un miembro de una pareja de loros reales que tenían años con ella. Un día, llegando de un paseo lo encontró muerto y la vi llorar como una niña, y enterrarlo con una mezcla de aprecio y dolor en una noche que hizo todo más conmovedor. En este lugar inolvidable de Ciudad Ojeda, llegaban en algunas tardes numerosas aves, de variado tipo, que revoloteaban según la dirección del viento.

Después, en nuestra vida en la capital, siguió teniendo canarios, turpiales y hasta un cardenal. En alguna oportunidad tenía una jaula inmensa donde los turpiales cantaban de manera muy hermosa. El cardenal lo tenía aparte. Lo cuidaba y lo quería hasta que, un día, estando algún familiar de visita, decidió obsequiárselo porque siempre fue muy atenta con el pariente en cuestión y quiso, para decirlo en sus palabras, agradarlo. Dentro de mi particular adolescencia, tengo que decir que pase a extrañar el ave, que tenía un canto realmente impresionante.

En todos esos años, estábamos todos y estaban los pájaros siempre con ella. Los mezclaba, los atendía, los cuidaba. Cualesquiera persona que tenga conocimiento de estos asuntos, sabe el trabajo que produce -aunque más no sea- un sólo canario.

Ya iniciados los años ochenta, mis padres, con algunos de mis hermanos, se fueron a vivir a Barquisimeto. De ahí en adelante la he visto concentrarse en los canarios, aunque sigue teniendo loros reales y periquitos australianos. Antes de irse definitivamente a esa ciudad, me dejó temporalmente -en la casa que habitamos durante muchos años- un par de canarios. Nunca olvidaré que tuvieron dos crías, y tuve yo personalmente que atenderlas, con resultados que implicaron la inexplicable muerte de una de ellas.

En los últimos lustros le he visto numerosos y variados canarios. En todos los casos he vuelto a ver los planteamientos y preocupaciones de siempre. La alimentación, la limpieza, el peligro de que puedan ser atacados por otros animales o insectos, los preventivos para que eso no suceda, la posibilidad de obtener crías. En fin toda la vida de sus aves.

En alguna oportunidad, ante una pregunta u observación de mi parte me dice -con la fuerza que se usa para algo que en el alma es especial-: “ese lo traje de San Cristóbal” -su linda ciudad natal-. Recientemente, le vi un canario blanco de esa circunstancia que, debo afirmar, me pareció una pequeña maravillosa ave. También sucede que, con los años y los lustros, he visto la misma dedicación y actividad en su hija, mi hermana Fanny. Son entonces más numerosas las aves y los momentos que en mi familia se habla de los pájaros, la satisfacción y los problemas de su tenencia.

Hoy día el pensar a mi madre con sus más de setenta años, está inevitablemente consustanciado con mi padre, sus hijos y sus pájaros.



5 LOS ESPAÑOLES DE CATIA

www.analitica.com septiembre 28 2005

Como sucede con algunos venezolanos, a veces me he sentido más cerca de españoles, portugueses e italianos que de algunos habitantes latinoamericanos. También como todos comencé a oír hablar de los españoles con aquellos asuntos respetables del colonialismo y la independencia. Esta nota quizás es una especie de reflexión cariñosa por personas variadas que he conocido y por cosas importantes que están acumuladas en la historia del país. Contrario a otros pienso que la existencia de naciones e individuos nunca deja ni el pasado, ni el presente, ni el futuro.

De niño en el Zulia, en un bello lugar de Ciudad Ojeda, donde llevaba una especie de vida libertaria en contacto con la naturaleza, amigos recordados y una buena maestra, vi una familia de españoles que habitaban cerca de  nuestra casa. A la hija, única de ese hogar, siempre le decíamos la españolita. Mi padre, siempre se divertía sanamente describiéndonos la historia de cómo a ella la había perseguido una babilla. Su progenitor, transportaba cebollas desde Barquisimeto. Cerros de cebollas tenía ese señor en su casa. Por la vida formal de mi hogar, porque mi padre leía periódico y alguna que otra cosa o no sé por qué razón, en algunas oportunidades todo el grupo de esa familia se dirigió hacia nuestra casa a conversar cosas entre los mayores, mientras se espantaban mosquitos o se sentía la brisa del lago de Maracaibo separado de las casas por un inmenso e impenetrable manglar que impedía, por su altura, percibir que allí estaba el lago. Nunca los olvido. Siempre que veo cebollas me acuerdo de la disciplina y el orden de padre de la españolita. Sabido es que esto era frecuente en Venezuela en los años cincuenta y sesenta. Pero, cuando vinimos a Caracas, el espectro para mí fue mucho más amplio.

Vivimos varios años en una barriada apacible y decente en Catia donde, de las cosas inolvidables que había, se encontraba un liceo y una escuela nacional. ¡Que inmensas y que inigualables con muchas que después hemos visto! Numerosas familias de españoles vivían por la zona, junto a familias portuguesas que trabajaban en panaderías y bodegas. Pocas cosas –o nada- y tendencias de lo que señalaré existen en la actualidad -e incluso desde hace décadas-, como es harto conocido según la aguda problemática social existente.

Las familias españolas eran muy articuladas con la realidad de la barriada. A nuestro lado vivía una especie de madre española soltera –no se si viuda- con un hijo, de buen proceder ella y muy trabajadora en su actividad de la costura. Cercano un señor, padre de familia, tenía un camión de trabajo en canteras que salía y llegaba puntualmente. Varios de los niños y jóvenes nos subíamos y bajábamos del camión inventando juegos y sin hacerle mella al mismo. Eran muy decentes. También cerca, otra familia de españoles –numerosa y todos ya adultos y muy conversadores-, tenía casas y una bodega bien dispuesta. Y así, tres, cinco, ocho familias más, según el radio de descripción y ubicación que uno quisiera asumir. Dos casos de negocios, recuerdo de manera significativa. Una familia canaria y otro español que le llamaban señor Porras.

El negocio de los canarios era ordenado y limpio. Se conseguían allí de las mejores frutas en que pudiera pensarse. Todo bien acomodado y provocativo. Un poco más costoso que en otros lugares, pero valía la pena acercarse con propósito de compra. La fruta criolla llamada mamón no la he conseguido nunca como allí. Mamones grandes, carnosos y sumamente bondadosos en dulzura.

El negocio del señor Porras parecía traído de otro mundo. Era realmente una pulpería. Este señor tenía una familia muy ordenada y tranquila. En su negocio se conseguían de los mejores productos. Entrar allí era como traspasar la barrera entre lo puro y lo falso. Los huevos rosados, que en aquellos momentos eran novedosos, siempre los tenía grandes y hermosos. El queso, ah!, el queso recién traído de coche, siempre estaba dentro de las solicitudes de compra de mi madre. Comprar allí era un proceso relativamente lento, donde uno no podía apurar a aquel señor, pues no solo su edad y la disciplina que tenía infundían respeto, sino que comprar en su bodega era solo un acto simbólico para poder trasladarse uno al consumo de productos de calidad. Igual sucedía con los granos y otros bienes.

Fueron estas solo algunas de las familias que conocimos o con las cuales tuvimos contacto. Habían otras como las de los portugueses de otras bodegas, significativamente venezolanizados y cuyos descendientes se articulaban demostrativamente con la comunidad. Todo esto como en otros lugares de la capital y del país.

Algunos han pensado con seriedad -aunque no por ello dejando de ser muy polémicos sus planteamientos-, que parte de los problemas de Venezuela derivaron de haberse alterado lo que había construido la colonización. Sería de preguntarse, aun guardando por variadas razones distancia con ese planteamiento, que habría sucedido en la capital si parte de estos procesos señalados en una percepción personal, hubiesen continuado desarrollándose en beneficio de la nación, como incluso más extensamente que lo señalado se dio en otras barriadas de Caracas como Alta Vista.



6 CINCO SUCESOS EN CIUDAD OJEDA.
Para Valentina

A inicios de los años sesenta, Barrio Nuevo no era más que una parte de la periferia de Ciudad Ojeda en la costa oriental del lago de Maracaibo. Los sueños de mi padre Publio siempre nos señalaron que, cuando terminasen la autopista que comunicaría Cabimas con Lagunillas, todo mejoraría en áreas variadas y adicionales al tráfico y desplazamiento por la nueva vía en sí misma. La autopista, como sucedía con las obras publicas en aquellos años, efectivamente la terminaron, pero no hubo el tantas veces señalado mejoramiento por parte de mi padre. La evolución de la zona, muy tranquila y decente puede decirse que fue bastante lenta durante los tres cuatro años que vivimos allí.

A Barrio Nuevo nos fuimos a vivir después de uno de los tantos vaivenes económicos que tuvo mi padre y que, en este caso, había implicado la perdida de casas y  bienes comerciales en la Cabimas petrolera. Publio, un trabajador empedernido, siempre orgulloso y optimista, no titubeó en iniciar nuevas acciones para la vida y sustento. De allí compró la casa en Barrio Nuevo y comenzó a reconstruirla, convirtiéndola en  una de las más completas y bonitas de la zona.

La zona era cercana al lago de Maracaibo -en este caso, su costa oriental-, aunque separada de el por un inmenso e impenetrable manglar donde habitaban cerdos de monte, culebras, babillas, peces y anidaban distintos tipos de aves e insectos. En algún momento, alguien había construido algún camino de madera sobre las aguas del impenetrable manglar, pero había terminado perdiéndose. Al menos en esa zona, nunca se podía tener ningún tipo de contacto con el lago como tal, sino solo con las aguas dispersas a través del manglar. De resto, en nuestra zona de referencia fundamental, había entre unas 15 y 20 casas habitadas mayormente por venezolanos. Dos familias eran extranjeras, una de inmigrantes españoles y otra de trinitarios; estos últimos muy tranquilos, ordenados y respetuosos y que en diciembre adornaban sus árboles con luces de navidad de una manera imborrable para mí. Cerca de ellos había otra casa de inmenso terreno, donde siempre estacionaba un Studebaker (de uno de esos modelos famosos de los años 50), y siempre había como una especie de misterio o aislamiento.  La mayoría de los habitantes trabajaban fuera de allí; los españoles, por ejemplo, comerciaban cebollas al mayor entre Zulia y Lara, y de noche, a veces, se dirigían en familia a la casa a conversar con mis padres. En los años que allí vivimos, nunca se informó de ninguna situación irregular atinente a peligros o inseguridad. Era una comunidad muy tranquila donde los requerimientos de diverso tipo debían buscarse en la inmediata Ciudad Ojeda y si no en Cabimas o Lagunillas, donde estaban los llamativos campos petroleros con sus casas ordenadas, su habitaciones fría, el comisariato  y otros servicios, y donde vivían algunos de mis familiares.

Muchas cosas y sucesos guardamos  de nuestra vida allí, como mi primera y ordenada escuela y su notable y excelente maestra, Leopoldina de Vargas. Señalaremos cinco eventos –unos más circunstanciales que otros-, sin embargo, por guardar un lugar especial en nuestra memoria.

El primer suceso trata de la rueda de un parque de diversiones. Una rueda solitaria llegó un día a la zona y causó un revuelo descomunal. Empezaron los comentarios y las muy pronto formadas leyendas. Que se veía toda Ciudad Ojeda, que podía verse hasta Lagunillas, y faltó poco para que se ubicaran lugares más lejanos que pudieran verse. En mis ambiciones de niño, indudablemente que la pregunta y deseo era sobre cuando nos llevarían. Pasábamos en el auto de mi padre y el desespero aumentaba hasta que llegó el gran día. Nos llevó la familia y nos montamos con Publio, mi hermano mayor. Los miedos eran inmedibles, pero todo lo compensaba la idea de que desde allí podía vislumbrarse de otra manera el mundo. Hoy día no recuerdo realmente todo lo que vi, solo recuerdo un gran impacto y brillo. Pero nunca en la vida he olvidado esa rueda mágica, misteriosa y prácticamente increíble, para mi mente de niño de aquel tiempo y de ese ambiente. Sus colores, su fuerza, el orden para montarse allí, todo representaba un mundo por descubrir.

Una comunidad apacible puede verse conmocionada por un evento que, en otra, se considere muy normal. El segundo suceso, sin embargo, no es muy normal. En una mañana cualquiera, antes de las actividades normales, porque era como que había tiempo para todo, mi padre pensaba en buscar algo conmigo en Ciudad Ojeda. Yo lo esperaba con la seguridad y el ansia con que, un niño de seis años, espera a su padre. Lo esperaba cerca de su camioneta pickup.  De repente sin embargo, escucho bulla, personas corriendo a lontananza, e incluso un pequeño camión o vehículo y, delante de todos, venia una especie de torete corriendo a toda fuerza, escapándose, huyendo con una gran decisión. Este torete, porque tenía todas las cualidades de uno, y así lo vi y así lo recuerdo, corría con una gran altives. De pronto su carrera acabó, pues decidió meterse e en la casa de Uvita, una joven muy ordenada de una familia muy blanca, cuyo origen era puerto cabello. El torete se metió en la casa, en una especie de garaje y allí llego el final de su carrera, pue s los hombres que lo perseguían lograron controlarlo y llevárselo. Con la energía y desespero de un esclavo que huye, aquel animal huía de la muerte, pues resultó ser que cerca de la zona había un matadero de ganado y él, por una vía distinta a la Ferdinando, había decidido salvar su vida; cosa que no logró, pues se lo volvieron a llevar al matadero. Muchos años han pasado y nunca olvido su imagen desafiante y libertaria.

Mi padre, a pesar de la reciedumbre de su carácter, forjado en los poblados pequeños, asoleados y muy llamativos del norte de Falcón (Casigua, Quisiro, Mene de Mauroa y otros), en la vida casi Cosmopolitan de la Cabimas petrolera –dada la presencia de las petroleras extranjeras- y en numerosos contactos y vida con “turcos”, en base a lo cual nos transmitía hábitos y tipos de consumo, era un admirador de la lucha libre (esa influencia mexicana, como tantas otras, en varios países de América Latina). Resultó que la lucha libre llegó por fin a Ciudad Ojeda, y ese es el tercer suceso. ¡Tamaña oportunidad la que tenía Publio para verla! Como podía pasar en cualquier pequeña ciudad del momento, eso atrajo mucha gente. La plaza bolívar de Ciudad Ojeda, no se dio abasto para recibir los muchos que allí llegaron. Pero Publio hizo el esfuerzo y se llevó incluso unos bancos o sillas plegables, como si aquello fuese a ser algo de muchas opciones. Nada que ver con eso. Era tanta la gente, que el resultado fue que -como les pasó a mis hijos y sobrinos en un concierto de Shakira y guardando las diferencias de todo tipo-, quedó extremadamente lejos. Casi no podía ver, a pesar de su altura ´-que era promedio alto digámoslo así-, pero una noble preocupación de padre lo mortificaba en el hecho de que fuésemos nosotros los que no pudiésemos ver. De ahí entonces, decidió alzarnos en los hombros y, aunque el esfuerzo era grande, no era mucho tampoco lo que podíamos ver. Recuerdo episodios, figuras fugaces, movimientos bruscos y campanazos, pero nada que le quedara a uno como registro de orden y secuencia de los combates. Al final, fue muy poco lo que mi padre pudo ver y después, al regreso, las cosas se volvieron broma y risa. Y eso quizás, hace más importante, mi recuerdo de esa ocasión.

El cuarto suceso es la llegada de Cáritas. En una acción que, con toda seguridad, no faltó quien la ubicara como un plan más del imperialismo, la organización Cáritas -en estos tiempos ha vuelto a ser noticia- se planteó visitar, difundir y atender necesidades diversas de grupos poblacionales en situaciones precarias. Nuestro contacto y los de gentes cercanas a nosotros, tuvieron un sentido fundamentalmente religioso. Mi madre, y toda su familia, oriunda de San Cristóbal y Capacho, eran extremadamente respetuosas de la liturgia católica. Las actividades de Cáritas, se habían ubicado  relativamente lejos de donde vivíamos y hemos descrito. Pero en la Venezuela de aquellos tiempos, había una alta dosis de respeto y civilidad que, aunada a la seguridad, hacia muchas cosas posibles. De ahí que, ante tamaño e importante evento, familias completas caminaban en grupos y con las velas del caso, para oír la misa y las predicas de aquellos religiosos que también atendían a la gente más necesitada. Era un rato de recogimiento, de fe y de encuentro entre muchas personas desconocidas, en la mayor parte de los casos. Lo que para algunos tendría importancia política o interés  para las comunidades del caso, eran para otros actos de fe, de recogimiento y entusiasmo y más aún en nuestro caso, tratándose de niños. No recuerdo haber escuchado dobles intenciones, ni manipulaciones, ni directas ni indirectas, en conversaciones de los adultos. Hoy día, en distintas ocasiones en que he estado en liturgias del caso, no puedo dejar de recordar aquellas que se vivieron con mucho entusiasmo y significación para los habitantes de varias zonas.

El quinto suceso es la construcción de la autopista Cabimas-Lagunillas, que ya señalamos al comienzo de esta nota. La autopista, inaugurada avanzado el primer lustro de los años sesenta, fue una obra moderna y novedosa para comunicar tres importantes ciudades de la costa oriental (Cabimas-Ciudad Ojeda y Lagunillas), pasando por campos petroleros (Tamare, por ejemplo) y poblados. Duraron tiempo haciéndola, pero digamos que el normal, llevando a feliz término su finiquito y obviamente dándole mayor dinamismo y sentido de progreso a toda esta amplia subregión. Era el primer y segundo gobierno de la democracia, que había sustituido la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Cuando la construían, pasábamos por ella en la bicicleta de mi hermano, montado como pasajero y observábamos las potentes maquinarias de variado tipo en plena labor y siempre los adultos nos hablaban de la potencia de todas esas máquinas. Permitió un mejor fluido de maestros, alumnos, trabajadores diversos, oficinistas y comerciantes. Y cuando esperábamos transporte, porque mi padre estaba ocupado, podíamos ver el inclemente sol de la Costa oriental, serpenteando en los distintos tramos de la autopista. Si bien no hubo los grandes resultados en áreas complementarias al tráfico, tangibles para niños o la vida más inmediata, que mi entusiasta progenitor nos había vaticinado para la zona donde vivíamos, no menos cierto es que a partir de su inauguración todo cambió en un sentido de modernismo y progreso. No se oía hablar de corrupción, ni de pérdida de recursos y las obras proyectadas iniciaban su funcionamiento. La autopista, hay que decirlo, igual que el puente sobre el lago de Maracaibo, pasó a ser algo respetado, consustanciado con la vida de la zona y marcó un antes y un después.

Varios de estos sucesos de la zona donde viví esos años, expresan y resumen un sentido institucional de orden y vida en la sociedad y la comunidad, con una presencia importante del respeto, la civilidad y otros valores que norman la vida en una nación. Era una Venezuela que quería avanzar y donde había ilusiones, esperanzas y posibilidades valiosas.








[1] Agradezco comentarios y observaciones variadas de Carlos Daly G. sobre la escritura de textos similares, relacionados o de literatura variada y con los cuales me siento más bien en deuda.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario