ESCRITOS DE RECUERDOS,
NOSTALGIAS Y SENTIMIENTOS[1]
EDUARDO ORTIZ RAMIREZ
A Gabriela, Eduardo y Valentina, quienes ya habían nacido
cuando fueron escritos y desde eso han sido
mis razones de todos los días.
COMENTARIO
PRELIMINAR
Los siguientes Escritos de recuerdos,…
han sido realizados en un periodo de casi 30 años y tan solo buscaron registrar
experiencias personales, relaciones de afecto o valores de crianza. Si algo más
trascendental que eso reflejan será quizás un poquito de lo que algunos
entendidos llaman el método de Historias de vida. Lo demás, queda
al aprecio de cada quien por lo que rigurosa y elegantemente se llama texto
como reflejo humano de un quehacer.
1 LEOPOLDINA Y EL MANGLAR
Recuerdo, de manera especial, la ocasión en
que mi hermana me llevó para comenzar a estudiar. Esperó a que entrasen al
local los 30 0 40 alumnos que cursaban, y le dijo a la única maestra que había,
que mis padres querían que yo estudiase allí. La maestra, después de haber
preguntado por mis seis años, me autorizó a entrar. Allí comenzó mi
conocimiento de Leopoldina y mi experiencia de tres años en la Escuela del
lugar.
De Leopoldina tengo grabado, su carácter firme
y adusto, casi duro. Acostumbraba decir su nombre con el regocijo de algunas
mujeres casadas: Leopoldina de Vargas, enfatizaba siempre. Con gran soltura y
entusiasmo, con gran capacidad y talento, atendía a todos los alumnos de la
Escuela: de primero a quinto grado. Distribuía el tiempo para dictarles las
clases y para impartirles tareas.
Recuerdo la ocasión en que le tocó a la
Escuela participar en un desfile en la plaza Bolívar de Ciudad Ojeda. Leopoldina, cuyo marido era
guardia nacional, consiguió que un Instructor de la Guardia nos fuese a enseñar
a desfilar a todos los alumnos que en ella estudiábamos. Qué emoción para
nosotros, y qué regocijo para ella al
vernos uniformados, ya entrenados en el arte de desfilar, y con una bandera,
inventada por mi madre, que iba delante de nosotros junto al guardia
instructor.
Cuánto nos enseñó Leopoldina. Siempre
recordaré la oportunidad en que murieron los maestros en el Oriente del país al
caer a un río, o la vez que el barco tumbó una parte del puente sobre el lago.
En ambas ocasiones estuvo presente la palabra y el comentario de Leopoldina. Y
en la primera de ellas, un solemne minuto de silencio, con la mayor religiosidad.
Era Leopoldina realmente una maestra. Nos
enseñaba los conocimientos básicos de esos años de estudio, pero también nos
orientaba en múltiples cosas. Recuerdo una vez que organizó un paseo, y
cuidadosamente, nos indicaba cómo desplazarnos
en grupo o cómo denunciar a un conductor irresponsable que nos pasó
cerca, con la intención de echarnos el polvo del camino encima.
El lugar donde estaba la Escuela formaba parte en aquel entonces,
de la periferia de Ciudad Ojeda. Era una especie de hondonada cercana al lago
de Maracaibo. Desde donde vivíamos nadie se percataba de la existencia del
lago: ningún ruido, ninguna visión le permitía a uno asegurar que allí estaba
el lago. Nos separaba de él, un extenso y alto manglar que era verdaderamente
una barrera impenetrable. La única comunicación con su cuerpo, casi podríamos
decir con su sangre, era la que nos permitía un pequeño canal que se extendía
prácticamente por toda la zona y que nosotros llamábamos la zanja. Allí
conseguíamos varios tipos de peces, camarones, caracoles y de vez en cuando
algún pez grande.
En el manglar, se decía, vivían unos cochinos
de monte inmensos que llamaban Piropiros. En realidad sólo llegué a ver un
ejemplar en una ocasión. Era enorme y negruzco y lo había matado un señor de familia, que lo
llevaba a su casa para comerlo. También salían babillas y era revoloteado por
distintos tipos de aves y garzas. Nunca olvidaré el lindo vuelo de las garzas
por su parte alta.
Recuerdo una ocasión en que en una zona lejana
a nuestra casa tratamos de atravesarlo, pues decían que al otro lado había una
playa. No pudimos llegar, el puente era muy inestable y todo estaba demasiado
tupido. Recuerdo, también, la experiencia maravillosa cuando junto a Mayo, un
amigo de mi infancia, conseguí un claro de comunicación con él, donde se podían
ver varios tipos de peces nadando apaciblemente. Era tan lindo ese pedazo de su
intimidad, que mi amigo y yo pensamos
tenerlo como un secreto.
A los 10 años de habernos ido del lugar, fui
de visita teniendo gran deseo de volver a verlo. La zona, ahora más poblada,
presentaba ciertos rasgos de miseria y marginalidad: del manglar sólo quedaba
una parte.
10 años después volví a ir y el panorama era
aún más desolador: había más pobreza, más marginalidad y del manglar ya no
quedaba nada. En su lugar se encontraba una vegetación uniforme de color
amarillento y de uno o dos metros de altura. Nunca vi, 20 años atrás, ese tipo
de vegetación, como tampoco las inmensas torres de petróleo instaladas en esa
zona del lago. Eva, mi esposa, me comentó: ¡Entonces, sí era tan alto como
decías!
Publicado en
Economía Hoy en fecha 31.12.1990.
2 ALGUNOS RECUERDOS DE LA CANTV
La CANTV ha sido privatizada. Ojalá y esto se
traduzca en un aumento en la cobertura del servicio y en un mejoramiento del
mismo y no solamente en el ya programado incremento de tarifas. Es deseable también que varias cosas
valiosas en la historia de esa empresa, puedan rescatarse, mantenerse o
transfigurarse como elementos de provecho.
Un elemento que tuvo ese carácter y sus buenos
tiempos en el desempeño de esa empresa fue el centro de formación de recursos
técnicos. Allí se ubican algunos de nuestros recuerdos. En tiempos de
adolescencia nos tocó transitar por ese centro en sus distintas aulas de clase
y laboratorios.
El aire que se respiraba en ese lugar, era
realmente de disciplina y de trabajo. Algunos años después legué a pensar que
ello derivaba de que la gente que por allí transitaba adquiría formación para
trabajar. Muy distante hoy de la Electricidad o la Electrónica siento un gran
regocijo al recordar a valiosos profesores y cursantes que con el mismo
entusiasmo con que realizaban sus actividades fundamentales, jugaban largas
sesiones de Ping Pong.
De los variados lugares donde tuvimos
desempeño laboral guardamos diversas impresiones y recuerdos. Pero de ninguno
de ellos al menos desde nuestra actividad como técnico en conmutación, se puede
decir que albergasen actividades de corrupción o de esa especie de chantaje a
los usuarios que se ha convertido en algo consabido en tiempos recientes.
En el campo laboral y con distinto grado de
preparación, recuerdo a varias personas distinguidas por su disciplina y
constancia. Una en particular, despertó en mi percepción de joven grandes
sentimientos de admiración. Se trataba de un técnico de alto nivel, que había
transitado las distintas escalas laborales con gran figuración y cuyo nombre
era Nicolás.
En el campo personal, recuerdo haber tenido
con él varias conversaciones sobre tópicos de política y de la sociedad, donde siempre
percibía su carácter de hombre noble y correcto. De tales conversaciones recuerdo que en
una o dos oportunidades me increpó a que retomáramos el trabajo.
En el campo técnico mantengo grabado el
aprendizaje que tuve con él en cuanto el funcionamiento de una central móvil
Hitachi, en donde manifestaba, pienso ahora, sentido de la investigación.
Un episodio que siempre recordaré atañe a
cierta ocasión en donde tuve cierto desempeño junto a otro técnico, que siendo
el responsable de la atención de las fallas de la central telefónica, me
planteó la existencia de una que no había logrado darle solución. Recuerdo que
laboramos varios días en equipo hasta que por fin conseguimos el origen del
problema. Llegados a este punto, no encontramos cómo darle solución al mismo y
decidimos recurrir a Nicolás quien con toda honestidad y sin ningún atisbo de
mezquindad nos expresó muy gratas felicitaciones. De seguida, y con la rapidez
con que se prende una lámpara, nos dio la solución a un problema que tenía
tiempo afectando a esa y otras centrales. En varias oportunidades escuché
decir, por cierto, que a Nicolás lo llamaban de variados lugares donde había
problemas y fallas de gran complicación.
Ojalá y distintas cosas valiosas que se han
presentado en la historia de la CANTV, puedan contribuir a un futuro mejor.
Estoy seguro, y otros ya han dado testimonio de ello, que son muchas las
personas y procesos que deben recuperarse o mantenerse.
El hombre es también, indudablemente, un
animal de recuerdos. Los países no se construyen y desarrollan sólo con vivir
el momento. Hay una compleja interrelación entre pasado, presente y futuro que
para los menesteres de la economía y la sociedad es probable que tenga también
una veta en el inconsciente colectivo de Jung.
Publicado en
Economía Hoy el 23 de
diciembre de 1991.
3 EL PAN ANDINO
Las primeras impresiones que tengo archivadas
sobre el tema que motiva este escrito, remiten a los viajes que de niño
disfruté, con mis padres y hermanos, en el trayecto del Zulia a los Andes. Mayormente,
estos viajes los hicimos en época decembrina y recuerdo que llegar a San
Cristóbal o a Capacho, me producía siempre una sensación de estar pisando una
especie de “tierra prometida” que lo albergaba a uno con su agradable frío, con
la amabilidad de su gente, con sus bellos paisajes y con sus simpáticas
comidas. En este contorno de impresiones recuerdo que, para nosotros, el pan
andino, en su versión dulce, era una especie de elemento de unión que en todos
los hogares se tenía, se picaba y se disfrutaba casi con un sentido religioso.
Era también costumbre, cuando nos regresábamos
de los viajes, llevar buenas raciones del pan al Zulia. Comprarlo, llevarlo y
consumirlo era una especie de representación de resistencia a no volverlo a ver
hasta la ejecución de una nueva visita.
Ya más avanzado en mi infancia, sucedió en mi
familia cierto episodio empresarial que, seguramente, junto a lo referido, ha
producido en mí un registro imborrable. Se trata de que en una de las gestiones
comerciales de mi padre, éste terminó gerenciando una panadería. Recuerdo que
el local era un sitio curioso ubicado poco estratégicamente entre Ciudad Ojeda
y Lagunillas, en un espacio plano y poco habitado. Comercialmente, esto
producía que la panadería no pudiese sustentarse en una demanda cercana y, en
correspondencia, el sistema de distribución de ventas a distancia a través de
camionetas, era lo que permitía darle salida al pan que se elaboraba. En esa
particular panadería se producían de las mejores variedades de panes que haya
consumido en mis años de vida. Su secreto consistía en que los panaderos eran
oriundos de La Grita y todos, en una especie de gran equipo, lograban producir
el pan a través de eficiente interacción entre maestros y artesanos. El maestro
era una pieza clave. Y preciso en mi memoria, una o dos oportunidades en que
para suplir su ausencia, mi padre ejecutó un viaje expresó hacia los Andes, con
la intención de conseguir un sustituto.
Por múltiples razones, la gestión de mi padre
frente a la panadería llegó a su fin. No se cuánto representó en él la
experiencia, pero para mí, aquella panadería, con su horno que en forma
bastante rudimentaria acumulaba el calor, la disciplina expresiva de aquel
conjunto de hombres que en equipo trabajaban, así como la presentación
agradable de aquellos grandes panes envueltos en celofán forman parte de un conjunto de enigmas y de
cosas no totalmente comprendidas por mí en sus respectivas ubicaciones
temporales, pero tan igualmente impactantes e influyentes como otros procesos o
experiencias más sencillas.
Con el transcurrir de la vida, he tenido
varios agrados y nostalgias sobre esta tradición andina de muchos años. De
cualquier manera, siempre que ha habido la oportunidad, he buscado satisfacer
mi gusto por el pan de esa región. De años recientes, recuerdo que el escenario
productivo en cuanto a este último, en ciudades como San Cristóbal, había
cambiado considerablemente.
De manera muy específica, es curioso cómo en
Caracas se producen múltiples variedades de panes, que intentan semejarse o
igualarse al pan andino. De nuestra experiencia, hemos sacado mayormente
decepciones de esas imitaciones. No sé si se encontrará alguna otra, pero
sabemos que existe de muchos años, una panadería en el centro de la ciudad que
produce un pan cercano al de nuestras referencias. Una cuadra más abajo de la
inefable Plaza Miranda, se encuentra ubicada tal panadería. Allí, incluso, se
percibe el ambiente de tradición y costumbre que puede asociarse a éstas
últimas.
No sé si sirva para algo, pero realmente fue
muy oportuno aquel que inventó la expresión “Dios le da el pan dulce al que no
tiene dientes”.
Publicado en Economía Hoy, en fecha 22.12.1992.
4 LOS PÁJAROS DE MI MADRE
De mis recuerdos más remotos de la infancia,
se encuentra el de cuando observaba a mi madre, Guillermina, darle alimento a
las palomas. En particular, me llamaba la atención lo que hoy puedo describir
como la majestuosidad de los palomos. Rondaba el comienzo de los años sesenta
en la Cabimas petrolera. Posteriormente, nos fuimos a vivir a la periferia de
la tranquila -para entonces- Ciudad Ojeda y, el día que nos instalábamos en la
nueva casa, teniendo alrededor de seis años, pude observar a mi madre fijando
la casa de las palomas, que en lo inmediato a abrirle las puertas se echaron a
volar, diciendo ella con un tono de inocencia: “Se fueron las palomas”.
En los tiempos de Cabimas, estando más infante
pude verla un día conmovida con un tierno canario -la especie por la que quizás
ha tenido más gusto- que se había ahorcado con un hilo del nido. La escena,
realmente, era conmovedora. Después de uno o dos años de la ida de las palomas,
en el nuevo sitio de vivienda, continuó también con la tenencia de un miembro
de una pareja de loros reales que tenían años con ella. Un día, llegando de un
paseo lo encontró muerto y la vi llorar como una niña, y enterrarlo con una
mezcla de aprecio y dolor en una noche que hizo todo más conmovedor. En este
lugar inolvidable de Ciudad Ojeda, llegaban en algunas tardes numerosas aves,
de variado tipo, que revoloteaban según la dirección del viento.
Después, en nuestra vida en la capital, siguió
teniendo canarios, turpiales y hasta un cardenal. En alguna oportunidad tenía
una jaula inmensa donde los turpiales cantaban de manera muy hermosa. El
cardenal lo tenía aparte. Lo cuidaba y lo quería hasta que, un día, estando
algún familiar de visita, decidió obsequiárselo porque siempre fue muy atenta
con el pariente en cuestión y quiso, para decirlo en sus palabras, agradarlo.
Dentro de mi particular adolescencia, tengo que decir que pase a extrañar el
ave, que tenía un canto realmente impresionante.
En todos esos años, estábamos todos y estaban
los pájaros siempre con ella. Los mezclaba, los atendía, los cuidaba.
Cualesquiera persona que tenga conocimiento de estos asuntos, sabe el trabajo
que produce -aunque más no sea- un sólo canario.
Ya iniciados los años ochenta, mis padres, con
algunos de mis hermanos, se fueron a vivir a Barquisimeto. De ahí en adelante
la he visto concentrarse en los canarios, aunque sigue teniendo loros reales y
periquitos australianos. Antes de irse definitivamente a esa ciudad, me dejó
temporalmente -en la casa que habitamos durante muchos años- un par de
canarios. Nunca olvidaré que tuvieron dos crías, y tuve yo personalmente que
atenderlas, con resultados que implicaron la inexplicable muerte de una de
ellas.
En los últimos lustros le he visto numerosos y
variados canarios. En todos los casos he vuelto a ver los planteamientos y
preocupaciones de siempre. La alimentación, la limpieza, el peligro de que
puedan ser atacados por otros animales o insectos, los preventivos para que eso
no suceda, la posibilidad de obtener crías. En fin toda la vida de sus aves.
En alguna oportunidad, ante una pregunta u
observación de mi parte me dice -con la fuerza que se usa para algo que en el
alma es especial-: “ese lo traje de San Cristóbal” -su linda ciudad natal-.
Recientemente, le vi un canario blanco de esa circunstancia que, debo afirmar,
me pareció una pequeña maravillosa ave. También sucede que, con los años y los
lustros, he visto la misma dedicación y actividad en su hija, mi hermana Fanny.
Son entonces más numerosas las aves y los momentos que en mi familia se habla
de los pájaros, la satisfacción y los problemas de su tenencia.
Hoy día el pensar a mi madre con sus más de
setenta años, está inevitablemente consustanciado con mi padre, sus hijos y sus
pájaros.
5 LOS ESPAÑOLES DE
CATIA
www.analitica.com septiembre 28 2005
Como sucede con algunos
venezolanos, a veces me he sentido más cerca de españoles, portugueses e
italianos que de algunos habitantes latinoamericanos. También como todos
comencé a oír hablar de los españoles con aquellos asuntos respetables del
colonialismo y la independencia. Esta nota quizás es una especie de reflexión
cariñosa por personas variadas que he conocido y por cosas importantes que
están acumuladas en la historia del país. Contrario a otros pienso que la
existencia de naciones e individuos nunca deja ni el pasado, ni el presente, ni
el futuro.
De niño en el Zulia, en
un bello lugar de Ciudad Ojeda, donde llevaba una especie de vida libertaria en
contacto con la naturaleza, amigos recordados y una buena maestra, vi una
familia de españoles que habitaban cerca de
nuestra casa. A la hija, única de ese hogar, siempre le decíamos la españolita. Mi padre, siempre se
divertía sanamente describiéndonos la historia de cómo a ella la había
perseguido una babilla. Su progenitor, transportaba cebollas desde
Barquisimeto. Cerros de cebollas tenía ese señor en su casa. Por la vida formal
de mi hogar, porque mi padre leía periódico y alguna que otra cosa o no sé por
qué razón, en algunas oportunidades todo el grupo de esa familia se dirigió
hacia nuestra casa a conversar cosas entre los mayores, mientras se espantaban
mosquitos o se sentía la brisa del lago de Maracaibo separado de las casas por
un inmenso e impenetrable manglar que impedía, por su altura, percibir que allí
estaba el lago. Nunca los olvido. Siempre que veo cebollas me acuerdo de la
disciplina y el orden de padre de la
españolita. Sabido es que esto era frecuente en Venezuela en los años
cincuenta y sesenta. Pero, cuando vinimos a Caracas, el espectro para mí fue
mucho más amplio.
Vivimos varios años en
una barriada apacible y decente en Catia donde, de las cosas inolvidables que
había, se encontraba un liceo y una escuela nacional. ¡Que inmensas y que
inigualables con muchas que después hemos visto! Numerosas familias de
españoles vivían por la zona, junto a familias portuguesas que trabajaban en
panaderías y bodegas. Pocas cosas –o nada- y tendencias de lo que señalaré
existen en la actualidad -e incluso desde hace décadas-, como es harto conocido
según la aguda problemática social existente.
Las familias españolas
eran muy articuladas con la realidad de la barriada. A nuestro lado vivía una
especie de madre española soltera –no se si viuda- con un hijo, de buen
proceder ella y muy trabajadora en su actividad de la costura. Cercano un
señor, padre de familia, tenía un camión de trabajo en canteras que salía y
llegaba puntualmente. Varios de los niños y jóvenes nos subíamos y bajábamos
del camión inventando juegos y sin hacerle mella al mismo. Eran muy decentes.
También cerca, otra familia de españoles –numerosa y todos ya adultos y muy
conversadores-, tenía casas y una bodega bien dispuesta. Y así, tres, cinco,
ocho familias más, según el radio de descripción y ubicación que uno quisiera
asumir. Dos casos de negocios, recuerdo de manera significativa. Una familia
canaria y otro español que le llamaban señor Porras.
El negocio de los
canarios era ordenado y limpio. Se conseguían allí de las mejores frutas en que
pudiera pensarse. Todo bien acomodado y provocativo. Un poco más costoso que en
otros lugares, pero valía la pena acercarse con propósito de compra. La fruta
criolla llamada mamón no la he conseguido nunca como allí. Mamones grandes,
carnosos y sumamente bondadosos en dulzura.
El negocio del señor
Porras parecía traído de otro mundo. Era realmente una pulpería. Este señor
tenía una familia muy ordenada y tranquila. En su negocio se conseguían de los
mejores productos. Entrar allí era como traspasar la barrera entre lo puro y lo
falso. Los huevos rosados, que en aquellos momentos eran novedosos, siempre los
tenía grandes y hermosos. El queso, ah!, el queso recién traído de coche,
siempre estaba dentro de las solicitudes de compra de mi madre. Comprar allí
era un proceso relativamente lento, donde uno no podía apurar a aquel señor,
pues no solo su edad y la disciplina que tenía infundían respeto, sino que
comprar en su bodega era solo un acto simbólico para poder trasladarse uno al
consumo de productos de calidad. Igual sucedía con los granos y otros bienes.
Fueron estas solo algunas
de las familias que conocimos o con las cuales tuvimos contacto. Habían otras
como las de los portugueses de otras bodegas, significativamente
venezolanizados y cuyos descendientes se articulaban demostrativamente con la
comunidad. Todo esto como en otros lugares de la capital y del país.
Algunos han pensado con
seriedad -aunque no por ello dejando de ser muy polémicos sus planteamientos-,
que parte de los problemas de Venezuela derivaron de haberse alterado lo que
había construido la colonización. Sería de preguntarse, aun guardando por
variadas razones distancia con ese planteamiento, que habría sucedido en la
capital si parte de estos procesos señalados en una percepción personal,
hubiesen continuado desarrollándose en beneficio de la nación, como incluso más
extensamente que lo señalado se dio en otras barriadas de Caracas como Alta
Vista.
6 CINCO
SUCESOS EN CIUDAD OJEDA.
Para Valentina
A inicios de los años sesenta, Barrio Nuevo no
era más que una parte de la periferia de Ciudad Ojeda en la costa oriental del
lago de Maracaibo. Los sueños de mi padre Publio siempre nos señalaron que,
cuando terminasen la autopista que comunicaría Cabimas con Lagunillas, todo
mejoraría en áreas variadas y adicionales al tráfico y desplazamiento por la
nueva vía en sí misma. La autopista, como sucedía con las obras publicas en
aquellos años, efectivamente la terminaron, pero no hubo el tantas veces señalado
mejoramiento por parte de mi padre. La evolución de la zona, muy tranquila y
decente puede decirse que fue bastante lenta durante los tres cuatro años que
vivimos allí.
A Barrio Nuevo nos fuimos a vivir después de
uno de los tantos vaivenes económicos que tuvo mi padre y que, en este caso,
había implicado la perdida de casas y
bienes comerciales en la Cabimas petrolera. Publio, un trabajador
empedernido, siempre orgulloso y optimista, no titubeó en iniciar nuevas acciones
para la vida y sustento. De allí compró la casa en Barrio Nuevo y comenzó a
reconstruirla, convirtiéndola en una de
las más completas y bonitas de la zona.
La zona era cercana al lago de Maracaibo -en
este caso, su costa oriental-, aunque separada de el por un inmenso e
impenetrable manglar donde habitaban cerdos de monte, culebras, babillas, peces
y anidaban distintos tipos de aves e insectos. En algún momento, alguien había
construido algún camino de madera sobre las aguas del impenetrable manglar,
pero había terminado perdiéndose. Al menos en esa zona, nunca se podía tener
ningún tipo de contacto con el lago como tal, sino solo con las aguas dispersas
a través del manglar. De resto, en nuestra zona de referencia fundamental,
había entre unas 15 y 20 casas habitadas mayormente por venezolanos. Dos
familias eran extranjeras, una de inmigrantes españoles y otra de trinitarios;
estos últimos muy tranquilos, ordenados y respetuosos y que en diciembre
adornaban sus árboles con luces de navidad de una manera imborrable para mí.
Cerca de ellos había otra casa de inmenso terreno, donde siempre estacionaba un
Studebaker (de uno de esos modelos famosos de los años 50), y siempre había
como una especie de misterio o aislamiento.
La mayoría de los habitantes trabajaban fuera de allí; los españoles,
por ejemplo, comerciaban cebollas al mayor entre Zulia y Lara, y de noche, a
veces, se dirigían en familia a la casa a conversar con mis padres. En los años
que allí vivimos, nunca se informó de ninguna situación irregular atinente a
peligros o inseguridad. Era una comunidad muy tranquila donde los
requerimientos de diverso tipo debían buscarse en la inmediata Ciudad Ojeda y
si no en Cabimas o Lagunillas, donde estaban los llamativos campos petroleros
con sus casas ordenadas, su habitaciones fría, el comisariato y otros servicios, y donde vivían algunos de
mis familiares.
Muchas cosas y sucesos guardamos de nuestra vida allí, como mi primera y
ordenada escuela y su notable y excelente maestra, Leopoldina de Vargas.
Señalaremos cinco eventos –unos más circunstanciales que otros-, sin embargo,
por guardar un lugar especial en nuestra memoria.
El primer suceso trata de la rueda de un
parque de diversiones. Una rueda solitaria llegó un día a la zona y causó un
revuelo descomunal. Empezaron los comentarios y las muy pronto formadas
leyendas. Que se veía toda Ciudad Ojeda, que podía verse hasta Lagunillas, y
faltó poco para que se ubicaran lugares más lejanos que pudieran verse. En mis
ambiciones de niño, indudablemente que la pregunta y deseo era sobre cuando nos
llevarían. Pasábamos en el auto de mi padre y el desespero aumentaba hasta que
llegó el gran día. Nos llevó la familia y nos montamos con Publio, mi hermano
mayor. Los miedos eran inmedibles, pero todo lo compensaba la idea de que desde
allí podía vislumbrarse de otra manera el mundo. Hoy día no recuerdo realmente
todo lo que vi, solo recuerdo un gran impacto y brillo. Pero nunca en la vida
he olvidado esa rueda mágica, misteriosa y prácticamente increíble, para mi
mente de niño de aquel tiempo y de ese ambiente. Sus colores, su fuerza, el
orden para montarse allí, todo representaba un mundo por descubrir.
Una comunidad apacible puede verse
conmocionada por un evento que, en otra, se considere muy normal. El segundo
suceso, sin embargo, no es muy normal. En una mañana cualquiera, antes de las
actividades normales, porque era como que había tiempo para todo, mi padre
pensaba en buscar algo conmigo en Ciudad Ojeda. Yo lo esperaba con la seguridad
y el ansia con que, un niño de seis años, espera a su padre. Lo esperaba cerca
de su camioneta pickup. De repente sin
embargo, escucho bulla, personas corriendo a lontananza, e incluso un pequeño
camión o vehículo y, delante de todos, venia una especie de torete corriendo a
toda fuerza, escapándose, huyendo con una gran decisión. Este torete, porque
tenía todas las cualidades de uno, y así lo vi y así lo recuerdo, corría con
una gran altives. De pronto su carrera acabó, pues decidió meterse e en la casa
de Uvita, una joven muy ordenada de una familia muy blanca, cuyo origen era
puerto cabello. El torete se metió en la casa, en una especie de garaje y allí
llego el final de su carrera, pue s los hombres que lo perseguían lograron
controlarlo y llevárselo. Con la energía y desespero de un esclavo que huye,
aquel animal huía de la muerte, pues resultó ser que cerca de la zona había un
matadero de ganado y él, por una vía distinta a la Ferdinando, había decidido
salvar su vida; cosa que no logró, pues se lo volvieron a llevar al matadero.
Muchos años han pasado y nunca olvido su imagen desafiante y libertaria.
Mi padre, a pesar de la reciedumbre de su
carácter, forjado en los poblados pequeños, asoleados y muy llamativos del
norte de Falcón (Casigua, Quisiro, Mene de Mauroa y otros), en la vida casi
Cosmopolitan de la Cabimas petrolera –dada la presencia de las petroleras
extranjeras- y en numerosos contactos y vida con “turcos”, en base a lo cual
nos transmitía hábitos y tipos de consumo, era un admirador de la lucha libre
(esa influencia mexicana, como tantas otras, en varios países de América
Latina). Resultó que la lucha libre llegó por fin a Ciudad Ojeda, y ese es el
tercer suceso. ¡Tamaña oportunidad la que tenía Publio para verla! Como podía
pasar en cualquier pequeña ciudad del momento, eso atrajo mucha gente. La plaza
bolívar de Ciudad Ojeda, no se dio abasto para recibir los muchos que allí
llegaron. Pero Publio hizo el esfuerzo y se llevó incluso unos bancos o sillas
plegables, como si aquello fuese a ser algo de muchas opciones. Nada que ver
con eso. Era tanta la gente, que el resultado fue que -como les pasó a mis
hijos y sobrinos en un concierto de Shakira y guardando las diferencias de todo
tipo-, quedó extremadamente lejos. Casi no podía ver, a pesar de su altura
´-que era promedio alto digámoslo así-, pero una noble preocupación de padre lo
mortificaba en el hecho de que fuésemos nosotros los que no pudiésemos ver. De
ahí entonces, decidió alzarnos en los hombros y, aunque el esfuerzo era grande,
no era mucho tampoco lo que podíamos ver. Recuerdo episodios, figuras fugaces,
movimientos bruscos y campanazos, pero nada que le quedara a uno como registro
de orden y secuencia de los combates. Al final, fue muy poco lo que mi padre
pudo ver y después, al regreso, las cosas se volvieron broma y risa. Y eso quizás,
hace más importante, mi recuerdo de esa ocasión.
El cuarto suceso es la llegada de Cáritas. En
una acción que, con toda seguridad, no faltó quien la ubicara como un plan más
del imperialismo, la organización Cáritas -en estos tiempos ha vuelto a ser noticia-
se planteó visitar, difundir y atender necesidades diversas de grupos
poblacionales en situaciones precarias. Nuestro contacto y los de gentes
cercanas a nosotros, tuvieron un sentido fundamentalmente religioso. Mi madre,
y toda su familia, oriunda de San Cristóbal y Capacho, eran extremadamente
respetuosas de la liturgia católica. Las actividades de Cáritas, se habían
ubicado relativamente lejos de donde
vivíamos y hemos descrito. Pero en la Venezuela de aquellos tiempos, había una
alta dosis de respeto y civilidad que, aunada a la seguridad, hacia muchas
cosas posibles. De ahí que, ante tamaño e importante evento, familias completas
caminaban en grupos y con las velas del caso, para oír la misa y las predicas
de aquellos religiosos que también atendían a la gente más necesitada. Era un
rato de recogimiento, de fe y de encuentro entre muchas personas desconocidas,
en la mayor parte de los casos. Lo que para algunos tendría importancia
política o interés para las comunidades
del caso, eran para otros actos de fe, de recogimiento y entusiasmo y más aún
en nuestro caso, tratándose de niños. No recuerdo haber escuchado dobles
intenciones, ni manipulaciones, ni directas ni indirectas, en conversaciones de
los adultos. Hoy día, en distintas ocasiones en que he estado en liturgias del
caso, no puedo dejar de recordar aquellas que se vivieron con mucho entusiasmo
y significación para los habitantes de varias zonas.
El quinto suceso es la construcción de la
autopista Cabimas-Lagunillas, que ya señalamos al comienzo de esta nota. La
autopista, inaugurada avanzado el primer lustro de los años sesenta, fue una
obra moderna y novedosa para comunicar tres importantes ciudades de la costa
oriental (Cabimas-Ciudad Ojeda y Lagunillas), pasando por campos petroleros (Tamare,
por ejemplo) y poblados. Duraron tiempo haciéndola, pero digamos que el normal,
llevando a feliz término su finiquito y obviamente dándole mayor dinamismo y
sentido de progreso a toda esta amplia subregión. Era el primer y segundo
gobierno de la democracia, que había sustituido la dictadura de Marcos Pérez
Jiménez. Cuando la construían, pasábamos por ella en la bicicleta de mi
hermano, montado como pasajero y observábamos las potentes maquinarias de
variado tipo en plena labor y siempre los adultos nos hablaban de la potencia
de todas esas máquinas. Permitió un mejor fluido de maestros, alumnos,
trabajadores diversos, oficinistas y comerciantes. Y cuando esperábamos
transporte, porque mi padre estaba ocupado, podíamos ver el inclemente sol de
la Costa oriental, serpenteando en los distintos tramos de la autopista. Si
bien no hubo los grandes resultados en áreas complementarias al tráfico,
tangibles para niños o la vida más inmediata, que mi entusiasta progenitor nos
había vaticinado para la zona donde vivíamos, no menos cierto es que a partir
de su inauguración todo cambió en un sentido de modernismo y progreso. No se
oía hablar de corrupción, ni de pérdida de recursos y las obras proyectadas
iniciaban su funcionamiento. La autopista, hay que decirlo, igual que el puente
sobre el lago de Maracaibo, pasó a ser algo respetado, consustanciado con la
vida de la zona y marcó un antes y un después.
Varios de estos sucesos de la zona donde viví
esos años, expresan y resumen un sentido institucional de orden y vida en la
sociedad y la comunidad, con una presencia importante del respeto, la civilidad
y otros valores que norman la vida en una nación. Era una Venezuela que quería
avanzar y donde había ilusiones, esperanzas y posibilidades valiosas.
[1]
Agradezco comentarios y observaciones variadas de Carlos Daly G. sobre la escritura de textos similares, relacionados
o de literatura variada y con los cuales me siento más bien en deuda.
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