NUEVO CONO MONETARIO: NI MENOS INFLACIÓN NI MÁS EFECTIVO
EDUARDO ORTIZ RAMIREZ
La administración bolivariana -en la
versión del presidente NM- ha planteado numerosísimas expectativas en base al
programa puesto en ejecución el 17 de agosto de los corrientes. Se trata de un plan multipropósito aunque no tenga las
mejores herramientas o conceptualizaciones. Un elemento nucleador de todos
estos propósitos en la oferta gubernamental es el nuevo cono monetario. Pareciera que después su puesta en práctica
deberían arreglarse los problemas del efectivo, salarios, inflación, manejo de
las divisas, problemas fiscales y de financiamiento externo. No son
exageraciones. Basta seguir la secuencia oral y propositiva del presidente para
ordenarlo de tal manera. Y no es así, no se consiguen tantas cosas con los
conos monetarios, así tengan el “manto protector” de una criptomoneda de
difícil potencia y particular desempeño.
Uno puede así establecer un nuevo cono monetario poniendo ceros o
quitando ceros (es este el ejecutado y el más frecuente) y los precios se
mueven globalmente, en un sentido estático,
hacia un nuevo nivel, pero todos en bloque y eso independiente del proceso
inflacionario o hiperinflacionario que agobie una economía. Pasados los
movimientos iniciales, poco a poco o rápidamente según las intensidades y
magnitudes, los movimientos de precios y salarios relativos vuelven a lo suyo.
Con desequilibrios acentuados y sin muchos instrumentos de actuación la
inflación vuelve a ser “necesaria”[1]
o inevitable, para continuar las dinámicas
de los desequilibrios de una determinada economía. Se trata de que realmente la
inflación, y más aún la hiperinflación, son procesos traumáticos y alteradores
del bienestar y la felicidad de ciudadanos y agentes económicos. En el caso de
la actualidad venezolana, de todas maneras, se añaden dos elementos altamente
explosivos: la dinámica cambiaria que ha venido extendiéndose vía dolarización
informal y un descomunal aumento del
salario mínimo –que multiplicó a este último por 60-.
La inflación se conceptualiza como un
crecimiento diferente en los precios de bienes y servicios. Si los precios de
todos los factores y mercancías subiesen en la misma proporción no habría
inflación. Sucede que, un factor participante, observa que su remuneración o
contraprestación no sube en la misma intensidad que la de los otros; ese factor
es el trabajo o la fuerza de trabajo; de allí la metáfora de los precios de los
bienes subiendo por los ascensores y los del trabajo por las escalera. En la
Venezuela de los sesenta y parte de los setenta no había inflación o el nivel
de esta era considerablemente bajo, convirtiéndose en imperceptible. Después de
mediados de los setenta y por un periodo que abarca ya más de cuarenta años
–incluidos los casi veinte de la administración bolivariana- los venezolanos en
mayor o menor intensidad, según los años, lustros y gobiernos, se han tenido
que acostumbrar a vivir con inflación; esto es, la inflación se ha vuelto un
fenómeno estructural. Debe destacarse que para inicios de los años 2000, se
observaba ya un mejoramiento de la variable inflación en buena parte de los
países latinoamericanos. En el contexto de la administración bolivariana, el
que se continuase con inflación de dos dígitos ha implicado, para 2013 y 2014, 2015,
2016 y 2017 niveles de inflación de 40,6,
62,2, 121,7, 299,4 y 738%[2]
a pesar de los ajustes hechos por las autoridades[3].
Varios elementos se asocian a la
presencia de una inflación persistente y más aun de una hiperinflación.
Afectación de los niveles de vida, vía deterioro de los salarios reales, con
efectos más intensos en aquellos grupos que dependen de ingresos fijos a
diferencia de los de ingresos variables; alteración o aumento de las tasas de
interés buscando causar efectos derivados de la diminución de la demanda de
bienes –en el caso de Venezuela se ha formado, en algunos períodos, un círculo
vicioso por las demandas hacia el mercado de divisas-; un trade-off entre
crecimiento e inflación, buscando evitar la presencia paralela de
recalentamiento de la economía e inflación persistente, donde lo adecuado
pareciera ser alcanzar una tasa tolerable de inflación y una tasa moderada de
crecimiento económico (esto, totalmente distanciado de resultados recientes en
Venezuela); y, entre otros, pérdida del valor de la moneda y de su
significación como activo de reserva (en el humor popular, recientemente estos
dos sentidos han sido graficados destacando el valor para años como 2015 de un
billete de 100 bolívares comparándolo con momentos previos o también del de Bs
F 100000 en 2018). También los efectos de la inflación en las áreas productivas
(o real) tienden a diferir de los del área financiera. Pero hay que acotar que
varios de estos parámetros y consideraciones normativas son rotas por la
hiperinflación. Esta termina rompiéndoles
el espinazo a todos mientras los políticos, entiéndase con efusividad algún
ministro en la segunda administración de Carlos Andrés Pérez o alguno de los
dos presidentes durante la administración bolivariana, han querido “romperle el
espinazo a los especuladores”. En definitiva en un contexto de esta naturaleza,
y dada la desvalorización de la moneda, un nuevo
cono monetario termina recurriendo a otro
nuevo cono monetario como sucedió entre el de Bs F, y el de Bs. S.
Por otra parte, el que haya mucho o
poco efectivo –como en la actualidad venezolana- remite, primeramente, a los
desempeños institucionales del BCV o de la Superintendencia de las
Instituciones del Sector Bancario (Sudeban), según suministros, facilidades o
restricciones que deriven de sus políticas o su desatención de la economía, en
sus variables macroeconómicas o monetarias, según los casos. La misma emisión
de billetes cuando se convierte en monetización del déficit o el
alto gasto público al que por razones de populismo o demagogia
puedan recurrir gobiernos como en la actualidad de la administración
bolivariana, forma parte de las responsabilidades o los desatinos en las
políticas económicas. Y lo agudo de la problemática económica reciente es que
eso ha estado en la base de que con 18 o 19 millones de $ se hubiese podido
solucionar -según algunas perspectivas- la escasez del efectivo o lo que
se había pensado, totalmente valido, de que muy pero muy pronto -al ritmo
inflacionario que se tenía, y ya convertido en hiperinflación desde finales de
2017- harían falta billetes de 50 o 100.000 bolívares –cosa que efectivamente
se fue presentando- y hasta de mayor denominación como en parte se fue
previendo o prometiendo, se ejecutase o no. El escenario ha evolucionado con
tal aceleración que algunos ciudadanos no llegaron a tener frecuentemente, o en
cantidad significativa, en sus manos, billetes de una determinada denominación
–siendo el caso de que algunos nunca los tuvieron- y en tales circunstancias
surge la solución, llamémosla mágica,
que se da estableciendo un nuevo cono
monetario.
Nuestra desvalorización o perdida de
la capacidad de compra de la moneda, remite al cristiano proceso donde el
billete de 20.000 en 2018 no alcanzaba para comprar algunos productos muy
normales en el consumo diario de una familia (un kilo de queso o carne o un
cartón de huevos). Por su parte, las restricciones en el suministro del
efectivo están bien graficadas en las veces que una persona debía ir al banco
–en 2017 y en los días transcurridos de agosto después del 17, por ejemplo- para
retirar dinero a utilizar en la compra de comida o retirar su pensión. Se le
adiciona una especie de preferencia por la liquidez, que los
ciudadanos, en la crisis actual, pasan a tener en cuanto a querer disponer de
dinero por la propia posibilidad de requerir más dinero ante la agudización de
la crisis o por una mezcla intensa del motivo precaucionario y
transaccional para un escenario donde además, muchos bienes han pasado
a tener una curva de demanda de pendiente positiva convirtiéndose
en Bienes Giffen[4]. Esto
es, ante los posibles y muy factibles aumentos de precios de nuestro contexto
hiperinflacionario, se demandan más. Pero hay más razones todavía y que en
zonas del país está ya también siendo ejecutada y consiste en convertir monedas
y billetes en mercancía, donde al
billete se le añade valor independiente de su denominación cuando se compran
1.000 Bs S. o 100.000.000 de Bs F. Esto está sucediendo ya con el bolívar
soberano en algunas regiones del país.
Adicionalmente, dados los costos y
otros factores, la banca no ha pasado a disponer o suministrar al público –o
las dos cosas- de abundante efectivo. Algunos bancos están suministrando en
cajeros Bs S. 20 o en taquilla en algunos casos Bs S. 100, representando ello 2
o 10 millones de Bs F, respectivamente, y ello no alcanza para/o tan solo
bordea el precio de un cartón de huevos regulado.
En razón de esto, puede afirmarse que si las colas no han aumentado comparando
con los últimos días cercanos al 20 de agosto, se han mantenido igual en cuanto
a ciudadanos necesitados de efectivo para sus transacciones o compras o para
acumularlo y revenderlo.
Este pasa a ser un escenario
contradictorio con las promesas de una administración de solucionar el problema
del efectivo, la desvalorización de la moneda nacional y de sus compromisos en
solucionar las necesidades del efectivo y construir un contexto de déficit cero y no más emisión de dinero inorgánico. Sin nuevas o alternativas
divisas, sin canales de financiamiento externo, la alternativa de la
administración continúa siendo la monetización de un dèfici que ha venido
siendo creciente.
La hiperinflación absorberá el nuevo
cono monetario y las variadas formas de
mercado negro cubrirán los controles de precio que intenta mantener el
ejecutivo, a menos que la nueva estructura de costos sea combatida con mayor cierre de empresas y despidos de
trabajadores, lo cual aumentará el nivel de decaimiento del producto durante el
año en curso, que pasaría por lo demás a convertirse en el quinto año seguido
de decrecimiento económico. En tal contexto, los trabajadores no recibirán el medio petro petrolero al que ha
aspirado la administración, sino bolívares cada vez más desvalorizados.
@eortizramirez
eortizramirez@gmail.com
[1]
Solo de plantear en el sentido que se acota.
[2]L.
Vera, ¿Cómo explicar la catástrofe económica venezolana. Revista Nueva Sociedad
No 274, marzo-abril de 2018, ISSN: 0251-3552, www.nuso.org.
Cifras, en algunos casos, diferentes a otras presentadas por otras
instituciones, diferentes a las que usa la fuente, pero que marcan una clara
tendencia.
[3]
Es llamativa la insensibilidad de la administración bolivariana, ante los
estragos que produce y seguirá produciendo la hiperinflación que ya alcanza a 100% mensual y que conduce
indefectiblemente a la destrucción de patrimonios familiares y empresariales.
Uno de sus determinantes, la dolarización informal sigue avanzando y
extendiéndose. Aquella persiste en no estructurar una firme política
antinflacionaria. Nada se menciona sobre reducción del gasto público dentro del
populismo y –correspondientemente- sobre reducción en la monetización del
déficit, que más temprano que tarde -por variadas razones- volverá a
presentarse según señalamos en esta nota. El petro además no es una expresión
monetaria que genere solvencia e ingresos, como los que ha aspirado la
administración y la base de ello es que no ha ampliado o generado confianza en
agentes económicos diversos.
[4] Los
inspiró la importancia que tenía la papa en las familias irlandesas del
capitalismo inglés temprano de inicios del siglo XIX, la cual consumían con
Arenque en gran cantidad diariamente.
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