Ecologizar la reestructuración de
la deuda soberana
Aug 12, 2020SIMON ZADEK
BEIJING –
Muchos países en desarrollo han evitado hasta ahora las altas tasas de
infección y mortalidad del COVID-19 que se están viviendo en otros lugares. Si
bien al menos en el corto plazo estas pueden ser buenas noticias, la mala nueva
es que estos países serán los más golpeados en términos económicos.
El Banco Mundial estima que alrededor de 100 millones de personas
podrían caer en la pobreza como resultado directo de la crisis. Y eso será solo
la punta del iceberg, a medida que las exportaciones de los países en vías de
desarrollo colapsen y se desmoronen las pequeñas empresas, las comunidades y
los medios de sustento.
Las implicancias fiscales son
igual de graves, con un ingreso tributario en caída libre y extraordinarios
aumentos del gasto público. Desde Bangladesh a Brasil, los países en desarrollo
tratan de mantener sus economías a flote mediante un gasto público financiado
por endeudamiento. El paquete de estímulo fiscal de $26 mil millones de
Sudáfrica, el más alto de la historia del país, asciende a casi el 10% de su
PIB.
Podría estar en ciernes una
crisis de deuda soberana. A nivel mundial, la deuda de los mercados emergentes
se ha elevado rápidamente hasta superar los $70 billones, situación alimentada por una década
entera de búsqueda de rendimiento en un mundo con liquidez excesiva y bajas
tasas de interés, cortesía de la solución adoptada para enfrentar las
consecuencias económicas de la crisis financiera de 2008: la facilitación
cuantitativa. La carga de la deuda en las llamadas economías de frontera ha
aumentado a $3,2 billones (un 114% de su PIB conjunto) desde menos de $1 billón en
2005.
En consecuencia, es inevitable la
reestructuración de la deuda soberana, lo que presagia una época de penurias en
todas las partes afectadas e implica una urgente necesidad de prestar ayuda
inmediata e idear soluciones de más largo plazo al problema de la deuda.
Una solución podría ser
“ecologizar” la deuda soberana de los países emergentes y en desarrollo,
mediante la vinculación de su servicio de la deuda a su éxito en la protección
del llamado capital natural, esencialmente la biodiversidad de sus especies
animales y vegetales. Muchos de los países afectados tienen una rica
biodiversidad, pero su capital natural se ve cada vez más en peligro, entre
otros factores, por el cambio climático.
Invertir en capital natural puede
parecer complaciente. Pero ecologizar la deuda soberana de países emergentes y
en desarrollo podría aliviar sus crisis económicas, al tiempo que se restaura y
protege recursos de biodiversidad críticos, como bosques lluviosos, humedales,
océanos y especies en peligro. Además, se garantizarían bienes públicos
globales y un crecimiento de la productividad sostenible.
Hacerlo convertiría una dolorosa
necesidad en una triple virtud. Primero, ofrecer tasas de interés más bajas y
repagos a la deuda principal a cambio de mejoras al capital natural de los
países aliviaría la carga fiscal inmediata. Segundo, esas mejoras impulsarían
la prosperidad y el crecimiento de la productividad sostenible de esos países
al fortalecer su cada vez más valioso capital natural. Tercero, hacerlo en un
momento de tasas de interés históricamente bajas ofrecería una manera barata de
asegurar recursos naturales esenciales para la seguridad global, el suministro
de alimentos y la lucha contra el cambio climático.
En pocas palabras, estamos ante
una atractiva oportunidad –de hecho, una necesidad urgente- de desarrollo de un
nuevo acercamiento a la deuda soberana basado en el rendimiento que afianza la
recuperación económica y crea resiliencia a través de una mejor conducción de
los balances de los países en desarrollo, en que el capital natural se
considere junto a la par que los recursos financieros.
En el paisaje de la deuda ya
existen bonos ecológicos por un valor cercano a los $750 mil millones. Un evidente
próximo paso es la creación de instrumentos de deuda con tasas de interés
ligadas al rendimiento ecológico. El “big data” puede hoy proporcionar un
cimiento sólido para una necesaria medición en tiempo real que sirva para
construir confianzas y evitar ardides y trucos por alguna de las partes.
Se necesitan campeones, y ya hay
algunos candidatos evidentes. China y la Unión Europea, ambos pioneros verdes
en la escena internacional, son tenedores de una parte considerable de la deuda
soberana de los países en desarrollo y tienen bastante influencia sobre otros
tenedores de deuda. Juntos, podrían promover la deuda soberana ecológica.
Para que esto funcione no son
necesarios grandes gestos de multilateralismo ni acuerdos coordinados. De
hecho, puede que haya que evitarlos del todo para poder alcanzar acuerdos
productivos con rapidez. En el ambiente político correcto y con un poco de
hábil intermediación técnica, sería más sensato y veloz que los países más
cargados de deuda y con una rica biodiversidad alcancen acuerdos individuales
con sus acreedores. El resto lo harán los efectos de red y aprendizaje, quizás
con algún empujoncito.
Parece que los seres humanos no
tienen una capacidad innata de hacer varias tareas a la vez: los
neurocientíficos nos aseguran que somos mucho más eficientes haciendo una cosa
por vez. Pero cuando se trata de administrar nuestras sociedades, lo opuesto es
cierto. Actuar para ayudar a comunidades y países a capear la crisis económica,
al tiempo que se mejora el capital natural y se fomenta una prosperidad
económica de largo plazo, es tan posible como necesario.
Traducido del inglés por David
Meléndez Tormen
Writing for PS since 2012
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Simon Zadek is Chair of the Finance for
Biodiversity Initiative.
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