Fijando
perspectiva
Humberto García Larralde, economista, profesor (j) de
la Universidad Central de Venezuela, humgarl@gmail.com
La
actual situación venezolana, por su complejidad, dificulta visualizar salidas
concretas al gravísimo atolladero en que nos encontramos. Para empezar, es
imposible digerir que quienes detentan el poder, deliberadamente adopten
políticas y conductas perjudiciales a la población. Pareciéramos estar en un
mundo invertido, en el cual el fin del gobierno fuese destruir la economía,
apropiarse de los dineros públicos y acabar con la producción petrolera. Y lo
ha logrado: la economía es, hoy, apenas un tercio del tamaño de cuando Maduro
ocupó la presidencia y la producción petrolera, para junio, sólo un 15% del
existente cuando comenzó su gestión. Convertir a Venezuela, otrora el país más
próspero del continente, en el más pobre --como constata la ENCOVI 2019—, constituye
una proeza insólita. Lo único que hace dudar de que fuese este su propósito es
que, al haberse logrado en tan poco tiempo, revela una eficiencia (macabra)
impensada en la gestión del régimen.
Más
allá, turba el desprecio absoluto de Maduro por el parecer de la inmensa
mayoría del país, que clama desesperada por un cambio político. Niega todo lo
que se espera de un mandatario. Asimismo, desconcierta su desdén por una
opinión pública mundial que lo insta a respetar la constitución y los derechos
humanos, a pesar de que ello repercute en sanciones que cercan su margen de
operaciones.
La
situación que se evoca es la de un mundo bizarro que no obedece a criterios de
racionalidad, por lo menos de aquellos basados en el bienestar y la libertad de
los venezolanos. Con un “anti-gobierno” de tal naturaleza, es harto
problemático entenderse. ¿Con base en qué objetivos, metas? El hecho de que,
contra todo pronóstico, continúa en el poder, representa un insulto a la razón
y a nuestro sentido de justicia. Que los malos de la partida parecieran salirse
con las suyas en estos momentos --con tan terribles costos para la población--,
contraría nuestra fe básica en la convivencia en sociedad. Hablo de “malos” a
conciencia: no hay forma de pensar que los destrozos causados --por su magnitud
y extensión-, hayan sido por accidente o producto de la ignorancia de sus
ejecutores. Han sido resultado de políticas deliberadas.
En
ese mundo al revés, Maduro se mantiene, como es sabido, con base en la fuerza
bruta. Desata, desde el poder, la violencia de sus esbirros y órganos
represivos, conformando --bajo tutoría cubana-- una eficaz maquinaria de
terrorismo de estado para someter a la población. Hoy, lo auxilia el estado de
emergencia implantado con la excusa de combatir el Covid-19. El confinamiento
extendido, el racionamiento de la gasolina, los toques de queda y las medidas
de represión para su cumplimiento –las arbitrariedades y atropellos cometidos
por la Guardia Nacional--, complementan el ansiado control social despótico.
La
presteza en acudir a la fuerza obedece a dos factores: la defensa del régimen
de expoliación del que son beneficiarios los detentores del poder; y la
legitimación que otorga una construcción ideológica perversa, destinada a
exculpar los atropellos cometidos en la prosecución de lo anterior. El régimen
de expoliación explica la obstinación de Maduro y su camarilla por el poder,
desafiando el deber ser. Para ello, desmanteló el Estado de derecho y cultivó
cuidadosamente una sociedad de cómplices dedicados a depredar la riqueza
social, corrompiendo a las cúpulas militares y segregando o castigando (cárcel,
tortura, amenazas a familiares) a los honestos. Destruyó, así, a la economía,
mientras pisoteaba los derechos de los venezolanos. Hoy impera sobre nosotros
una nueva oligarquía, militar y civil, conformando verdaderas mafias que
dominan las fuentes de su expoliación sobre las riquezas del país: extorsión y
confiscación de empresarios, saqueo de las riquezas minerales de Guayana,
despojo de PdVSA, robos de dineros públicos, estafas, tráfico de drogas, etc.
El
constructo ideológico patriotero y comunistoide pretende absolver, entre las
filas oficialistas, esta depredación, creando una falsa realidad que aísla a
los perpetradores de estos delitos contra la nación de toda increpación,
cobijándolos como “revolucionarios” que obran en beneficio del pueblo. La
destrucción de la institucionalidad democrática y de la rendición de cuentas se
justifica ¡alegando la construcción del socialismo! Lejos de sentir arrepentimiento
por sus atropellos, emergen imbuidos de una pretensión de supremacía moral”
(¡!) que los lleva a insultar a todo aquel que los critique.
Esta
postura alimenta sentimientos de desesperación entre algunos opositores, porque
pareciera que un régimen que no tiene razón de existir, que representa un
sinsentido, está ganando la partida. La confusión y merma en la iniciativa del
liderazgo democrático contribuye con esta percepción. Los venezolanos no la
hemos tenido fácil en esta lucha contra el fascismo, más con la experticia y
represión que ha aprendido de los cubanos.
Pero,
al poner las cosas en perspectiva, se observa que el fracaso aparente de la
oposición se mide sólo en su incapacidad de desalojar a los mafiosos del poder,
no porque su proyecto haya sido derrotado, perdido vigencia o apoyo. La
supuesta victoria del fascismo reside exclusivamente en que todavía detenta los
mandos del Estado. Pero ¿ha fortalecido su proyecto, ha ganado más adeptos,
convencido a la opinión pública mundial? ¿Ha logrado insuflarle sentido a su
gestión, asegurar su futuro? Al contrario, el chavomadurismo no tiene
factibilidad alguna como propósito. Su único objetivo es sobrevivir, pero ya no
como proyecto político, sino para mantener el régimen de expoliación, que es su
razón de existir. No tiene vida más allá, pero tampoco alternativa. Cual
parásitos, los chavistas son incompatibles con la prosperidad de su anfitrión;
Venezuela. Pero al matar a ésta, acaban con su propia existencia.
La
oposición democrática está obligada a reunir fuerzas para darle el empuje final
a estos trogloditas y rescatar a la nación de su aniquilación. No obstante las
dificultades, debe aprovechar todas las oportunidades para debilitar aún más al
fascismo e impedir que asuma la iniciativa. Debe arrinconarlo políticamente.
Esto significa asumir una política proactiva ante la convocatoria arbitraria a
elecciones parlamentarias hecha por Maduro, exentas de toda garantía para que
se exprese la voluntad popular. Como señala Henrique Capriles, no basta
denunciarlas por fraudulentas y cruzarnos de brazos a esperar que, a cuenta de
tener nosotros la razón, se derrumbe definitivamente el apoyo al régimen o
intervengan fuerzas externas que lo desalojen. Con esa convocatoria tan burda,
Maduro se ha puesto el mismo contra la pared. Solo si la oposición se mantiene
inerme, podrá sacarle provecho político.
No
se trata de decidir entre ir o no al diálogo con la mafia militarizada, o de
acudir, o no, al llamado electoral. Obviamente, no hay la más mínima intención,
por parte de los fascistas, de ceder poder por cualquiera de estas vías. Acabar
con el juego democrático es un propósito crucial, por ende, de su mandato. Pero
eso les coarta sus posibilidades de respuesta ante las amenazas crecientes que
representan las sanciones, el encogimiento de sus bases de depredación y el
malestar de la población. No tienen como labrar consensos que alivien sus
problemas de gobernabilidad y su apoyo, tanto interno como externo, es cada vez
más menguado. La verdadera disyuntiva está, entonces, en cómo aprovechar las
coyunturas que se presenten, sean cuales fueran éstas, para fortalecer la
opción democrática y debilitar, aun mas, las posibilidades de esta mafia de
mantenerse. Refugiarse en el uso de la fuerza, cada vez más compartida con
cuerpos irregulares, tiene un indudable costo político.
Sé
que es muy cómodo hacer recomendaciones desde afuera. Ofrezco mis excusas por
tal atrevimiento. Pero me ampara una enorme confianza en esa nueva generación
de jóvenes políticos que han asumido un rol protagónico en la lucha por
desalojar al fascismo, conscientes de que su permanencia acaba con toda
posibilidad de construirse un futuro provechoso. Demás está repetir que la
unidad de propósitos y de acciones será decisiva para que su liderazgo rinda
los frutos esperados.
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