Enrique Viloria Vera
Los
hechos históricos sólo tienen importancia en la medida
en
la cual condicionan nuestra conciencia y la modelan en el
transcurso de nuestro
devenir.
Ángel Bernardo Viso
Publicado por vez primera en 1982 en Caracas, el libro en
comentario es, por un lado, un particular reclamo a nuestra incapacidad como
venezolanos para incorporar el pasado a nuestra identidad nacional, y por el
otro, una personal búsqueda de explicación a nuestra capacidad para vivir en
permanente ruptura. En efecto, Viso
constata que “si del presente alzamos la vista hacia el pasado, percibimos
igualmente nuestra historia, salvo algunos momentos afortunados, como una
sucesión de vías sin salida, que hemos logrado abandonar gracias a revoluciones
sin número, y que invariablemente han conducido a nuevos atolladeros.”
Con aguda claridad nuestro escritor reivindica la figura
de nuestros antepasados: los indios, “esos seres sin rostro (…) a los que
todavía no conocemos, a pesar de que llevamos su sangre”. Sin embargo, con el
mismo claror se lamenta de que nuestra historia ha sido fabricada con fines
pedagógicos y patrióticos por políticos e historiadores, y sentencia que
“detrás de la epopeya oficial de nuestros caciques sólo se oculta una serie de
nombres sin contenido concreto. A cada uno de ellos se le ha forjado una
historia a partir de un hecho real o imaginario, con la finalidad de de poder
justificar una plaza, un fuerte, una avenida o una estatua. ¡Pobres caciques!”
Para Viso el desconocimiento de nuestros antepasados
indígenas es para el venezolano tan intenso como el escaso conocimiento que
tiene de su vertiente española que
“viene primero de fuera que de dentro porque la identidad del yo español y el
yo americano se rompió hace alrededor de 170 años”. A esta ignorancia se suma
activamente el rechazo a lo español avivado por posiciones extremas que
convirtieron a la Leyenda Negra
en historia oficial, pretendiendo que el venezolano sienta más orgullo en
descender de Guacaipuro que de Alonso de Ojeda. Estas posiciones asumidas cada
vez con más intensidad por la dirigencia política han llevado, según el
ensayista, a negar a España, a denostar de la herencia de Occidente, y lo que
es más grave, en nuestro criterio, es que “esa misma clase mientras entona loas
a la cultura india precolombina, trata de perpetuar en los débiles la
conciencia de su debilidad. De esa manera, todas las reformas sociales llevan
inevitablemente a impedir a esos débiles el logro de su propia redención
mediante el trabajo, de manera parecida a como tantos padres impiden a sus
hijos, por una excesiva protección, llegar a ser hombres.”
Sobre la creciente y latosa devoción a Bolívar, Viso
señala que constituye uno de esos modelos
“que la tradición y la iglesia republicana nos proponen, exigiendo de nosotros
un modo de ser, un estado del alma de tal naturaleza que nuestra vida y
nuestros actos se regulen sobre la historia personal del héroe (…) Desde luego,
no se trata de negar que Bolívar fue un héroe (…) aunque puede afirmarse que su
heroísmo era trágico.” En esta perspectiva, Viso, herético, alejado de
adulantes perspectivas laudatorias, afirma que Bolívar, nuestro trágico
superhéroe, tuvo “una vida desgraciada y concluyó con un fracaso político de
dimensiones gigantescas (…) Y en vista de que su trayectoria vital es un
arquetipo que se nos propone para ser imitado íntegramente, también el fracaso
de esa vida continúa gravitando sobre nuestro destino, como podría hacerlo un
maleficio esterilizador.”
No podían escapar a nuestro visionario ensayista dos
taras que aún están presentes en la concepción de país que nos imponen: el
caudillismo personalista y un nacionalismo muy venezolano como es el cultural.
Prolijo y agudo como es su deliberar, Viso ilustra de esta manera ambos
fenómenos. En relación con el caudillismo personalista, el escritor, como si su
libro fuese escrito en la presente década, señala que: “no conviene olvidar que
el aspecto subjetivo del caudillismo, es decir, el personalismo, es hijo
también de la destrucción de un estado de derecho con raíces milenarias y de la
falta de prestigio de las leyes promulgadas apresuradamente. En efecto, el
personalismo no es sino colocarse el hombre por encima de las normas que debían
regirlo, y su causa manifiesta es la falta de respeto a ellas. Este desdén
hacia el orden precariamente constituido se manifestó desde la primera hora de
nuestra historia republicana…”
En lo concerniente a la degeneración de los nacionalismos
extremos imperantes en muchos de los países latinoamericanos, y en especial el
nacionalismo cultural venezolano, Viso es particularmente actual cuando afirma
que esa expresión endógena hoy “tiene ganada una audiencia respetable, la de
nuestros hijos, a través de la enseñanza de sus maestros y del rígido control
de los programas educativos.”
A la luz de sus sesudos análisis, Viso no puede llegar a
una conclusión distinta que no sea la necesidad de fomentar una
contrarrevolución necesaria porque, hélas,
aún los venezolanos hablamos “todavía el lenguaje de Bolívar, multiplicamos
porfiadamente los símbolos de la patria, abrumamos a nuestros hijos en los
bancos escolares con el árido estudio de la cívica – una disciplina no vivida –
y con el de una historia patria que se complace en exaltar los detalles más pequeños de sus batallas con
las fuerzas del mal – los realistas – para compensar la falta de comprensión de
los fenómenos estudiados por ella.”
Al invitar a releer este estupendo ensayo, verdadero
bocado para los espíritus contemporáneos, permítasenos concluir esta nota con
unos versos de Charles Baudelaire, tan caros a nuestro también poeta Ángel
Bernardo Viso:
“¿Qué ha de
hacer en lo adelante el mundo bajo el cielo? Pues, suponiendo que siguiera
existiendo materialmente ¿sería una existencia digna de ese nombre y del
diccionario histórico? No digo que el mundo quedará reducido a los artificios y
al desorden bufón de las repúblicas de América del Sur…”
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