LOS VENEZOLANOS EN LA
DIÁSPORA: xenofobia, maneras y razones para retomar “Los españoles de catia”
EDUARDO ORTIZ RAMIREZ
La nota que sigue, después de esta
pequeña presentación, la escribimos hace alrededor de quince años. Los afectos
que estaban en su base son los mismos de aquellos momentos. Solo sorprende,
ante la diáspora venezolana, los muchos trabajos y situaciones por los que
pasan nuestros connacionales en distintos lugares del mundo, incluso con sus “hermanos”[1]
latinoamericanos. Estamos seguros que tales sensaciones las tienen muchos
venezolanos e inmigrantes que también se volvieron venezolanos, y que igual tienen
familiares idos, venidos, traídos, llevados, en fin…
Durante buenos periodos, los
venezolanos y no por aquello del ta´
barato de la Venezuela Saudita
de los años 70 del siglo XX, eran vistos como personas con origen de buen vivir en general. Hoy día, a pesar
de los buenos tratos en varios países de la región; y de lo que como valores o
virtudes mucho demuestran los connacionales, son vistos como una carga o un
problema. Y en algunos casos se comprende, pues las perspectivas son del
crecimiento de la diáspora. Pero cosas
veredes… se destacan muchos venezolanos por su grado de preparación técnica
y profesional, destreza, inventiva y voluntad de trabajo. Y sin ningún resabio,
hay que decir que algunos de los países relacionados, en otros tiempos se
destacaron por sus ladrones y prostitutas, como destacaban sus propios
ciudadanos.
Así las cosas, aquí pasaron, vivieron
y se quedaron españoles, portugueses, italianos, argentinos, chilenos,
peruanos, ecuatorianos, bolivianos, panameños, haitianos y ni que decir
colombianos de los que oigo hablar desde el vientre de mi madre y he convivido
y me he relacionado con varios de ellos. Diversos de estos inmigrantes fueron y
siguen siendo muy bien atendidos y numerosos de ellos hicieron fortuna y
alcanzaron niveles de vida no conseguibles en sus países de origen; y se les
abrieron las puertas en empresas privadas, gobierno, sector educativo y organismos
regionales, entre otros ámbitos. ¡Ah..
malaya! si algunos de los nuestros, tuvieran hoy de manera más frecuente
esas posibilidades en los países relacionados.
Quizás de los puntos donde hay
coincidencia entre la administración bolivariana y algunas de las administraciones de 1959 a 1999, es el
poco reparo en el desorden, apertura o “amplitud” en las políticas de inmigración. Mientras, así pasó con los españoles de Catia,
que son tan solo un caso de muchos.
Los españoles de Catia
Eduardo Ortíz
Ramírez 28 septiembre, 2005 (https://www.analitica.com/opinion/opinion-nacional/los-espanoles-de-catia/).
Como sucede con algunos venezolanos,
a veces me he sentido más cerca de españoles, portugueses e italianos que de
algunos habitantes latinoamericanos. También como todos comencé a oír hablar de
los españoles con aquellos asuntos respetables del colonialismo y la
independencia. Esta nota quizás es una especie de reflexión cariñosa por
personas variadas que he conocido y por cosas importantes que están acumuladas
en la historia del país. Contrario a otros pienso que la existencia de naciones
e individuos nunca deja ni el pasado, ni el presente, ni el futuro.
De niño en el Zulia, en un bello
lugar de Ciudad Ojeda, donde llevaba una especie de vida libertaria en contacto
con la naturaleza, amigos recordados y una buena maestra, vi una familia de
españoles que habitaban cerca de nuestra casa. A la hija, única de ese hogar,
siempre le decíamos la españolita. Mi padre, siempre se divertía sanamente
describiéndonos la historia de como a ella la había perseguido una babilla. Su
progenitor, transportaba cebollas desde Barquisimeto. Cerros de cebollas tenía
ese señor en su casa. Por la vida formal de mi hogar, porque mi padre leía
periódico y alguna que otra cosa o no se por qué razón, en algunas oportunidades
todo el grupo de esa familia se dirigió hacia nuestra casa a conversar cosas
entre los mayores, mientras se espantaban mosquitos o se sentía la brisa del
lago de Maracaibo separado de las casas por un inmenso e impenetrable manglar
que impedía, por su altura, percibir que allí estaba el lago. Nunca los olvido.
Siempre que veo cebollas me acuerdo de la disciplina y el orden del padre de la
españolita. Sabido es que esto era frecuente en Venezuela en los años cincuenta
y sesenta. Pero, cuando vinimos a Caracas, el espectro para mi fue mucho más
amplio.
Vivimos varios años en una barriada
apacible y decente en Catia donde, de las cosas inolvidables que había, se
encontraba un liceo y una escuela nacional. ¡Que inmensas y que inigualables
con muchas que después hemos visto! Numerosas familias de españoles vivían por
la zona, junto a familias portuguesas que trabajaban en panaderías y bodegas.
Pocas cosas –o nada- y tendencias de lo que señalaré existen en la actualidad
-e incluso desde hace décadas-, como es harto conocido según la aguda
problemática social existente.
Las familias españolas eran muy
articuladas con la realidad de la barriada. A nuestro lado vivía una especie de
madre española soltera –no se si viuda- con un hijo, de buen proceder ella y
muy trabajadora en su actividad de la costura. Cercano un señor, padre de
familia, tenía un camión de trabajo en canteras que salía y llegaba
puntualmente. Varios de los niños y jóvenes nos subíamos y bajábamos del camión
inventando juegos y sin hacerle mella al mismo. Eran muy decentes. También
cerca, otra familia de españoles –numerosa y todos ya adultos y muy
conversadores-, tenia casas y una bodega bien dispuesta. Y así, tres, cinco,
ocho familias más, según el radio de descripción y ubicación que uno quisiera
asumir. Dos casos de negocios, recuerdo de manera significativa. Una familia
canaria y otro español que le llamaban señor Porras.
El negocio de los canarios era
ordenado y limpio. Se conseguían allí de las mejores frutas en que pudiera
pensarse. Todo bien acomodado y provocativo. Un poco más costoso que en otros
lugares, pero valía la pena acercarse con propósito de compra. La fruta criolla
llamada mamón no la he conseguido nunca como allí. Mamones grandes, carnosos y
sumamente bondadosos en dulzura.
El negocio del señor Porras parecía
traído de otro mundo. Era realmente una pulpería. Este señor tenía una familia
muy ordenada y tranquila. En su negocio se conseguían de los mejores productos.
Entrar allí era como traspasar la barrera entre lo puro y lo falso. Los huevos
rosados, que en aquellos momentos eran novedosos, siempre los tenia grandes y
hermosos. El queso, ah!, el queso recién traído de coche, siempre estaba dentro
de las solicitudes de compra de mi madre. Comprar allí era un proceso relativamente
lento, donde uno no podía apurar a aquel señor, pues no solo su edad y la
disciplina que tenia infundían respeto, sino que comprar en su bodega era solo
un acto simbólico para poder trasladarse uno al consumo de productos de
calidad. Igual sucedía con los granos y otros bienes.
Fueron estas solo algunas de las
familias que conocimos o con las cuales tuvimos contacto. Habían otras como las
de los portugueses de otras bodegas, significativamente venezolanizados y cuyos
descendientes se articulaban demostrativamente con la comunidad. Todo esto como
en otros lugares de la capital y del país.
Algunos
han pensado con seriedad -aunque no por ello dejando de ser muy polémicos sus
planteamientos-, que parte de los problemas de Venezuela derivaron de haberse alterado
lo que había construido la colonización. Sería de preguntarse, aun guardando
por variadas razones distancia con ese planteamiento, que habría sucedido en la
capital si parte de estos procesos señalados en una percepción personal,
hubiesen continuado desarrollándose en beneficio de la nación, como incluso más
extensamente que lo señalado se dio en otras barriadas de Caracas como Alta
Vista.
15 de septiembre 2019
@eortizramirez
eortizramirez@gmail,com
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