miércoles, 26 de febrero de 2020

Militares, ¿Parte de la solución?


Militares, ¿Parte de la solución?
Humberto García Larralde, economista, profesor (J) de la UCV, humgarl@gmail.com



En un análisis reciente del grupo de trabajo para Venezuela del Inter-American Dialogue se examinan las dificultades que ha tenido desplazar la dictadura de Maduro, que mostró el año pasado una resiliencia inesperada frente a las presiones desplegadas para que se fuera. Descarta soluciones “mágicas” como la intervención armada por considerarlas improbables, para centrar la atención en forzar --con la presión de sanciones internacionales efectivas, como de la movilización interna-- la negociación de un régimen de transición que pueda convocar elecciones confiables. De ahí surgiría un gobierno legítimo, con apoyo nacional e internacional, que sacaría al país del naufragio en que lo metió la “revolución”. En tal proceso deberían participar también otros actores claves, además de las delegaciones oficiales de Maduro y de las fuerzas democráticas, y se menciona particularmente a los militares.
Los militares son obviamente actores de primerísima importancia en la actual tragedia. Sin su apoyo, Maduro habría tenido que irse. Hay que dilucidar, empero, si su participación es la de una institución, es decir, de una agrupación con intereses, normas y puntos de vista propios a ser tomados en cuenta para llegar a acuerdos mutuamente satisfactorias, o como individuos, ya que la institución se desdibujó.
La participación de militares en una destrucción tan severa y en tan escaso tiempo como la producida por Maduro en Venezuela –la peor tragedia registrada para un país que no esté en guerra--, no se aviene a lo que debería ser su misión como institución, que es la defensa de la nación, independientemente de cómo sea formulada. Y he ahí el problema. La corrupción de miembros de la alta oficialidad para hacer de ellos cómplices de prácticas de expoliación que han acabado con la patria para asegurar, así, que sus armas estén al servicio de quienes las comandan, ha carcomido a la institución militar.
Los militares en América Latina tienen un historial vergonzoso de sometimiento de sus poblaciones a regímenes tiránicos. Han reprimido, asesinado y torturado a sus conciudadanos. Muchos aprovecharon, bajo las dictaduras, para enriquecerse. Pero no necesariamente dejaron de ser conscientes de sus intereses colectivos como institución, así fuese para conservar sus privilegios. En función de éstos, podrían ponderar los beneficios y costos de participar (o no) en una negociación que encontrase salidas a un conflicto político. Pero llevar adrede a su nación a la hecatombe–como han hecho en Venezuela-- y condenar con ello a sus compatriotas a los niveles de miseria y hambre que se evidencian hoy, no es una actuación congruente con una institución militar: al destruir a la nación, dejaría de existir como tal.
Lejos de enfrentar a la institución de la Fuerza Armada, nos enfrentamos a una extracción de sus peores integrantes, ascendidos deliberadamente por su total falta de escrúpulos, y de valores y sentimientos humanos para con sus compatriotas, que ponen sus armas al servicio del saqueo nacional. Se trata de una agrupación criminal a la cual se debe, junto a los esbirros de la contrainteligencia cubana, que Maduro siga en el poder. Son actores protagónicos de una mafia amalgamada en torno a la depredación de la riqueza social. Ahí están sus intereses, no en la preservación de una corporación militar.
Lo anterior no significa que no existan militares en la Fuerza Armada con quienes reconstruir la institución como tal. Muchos de éstos han sido detenidos, torturados e, incluso, asesinados, por oponerse al fascismo gobernante. Pero no será con ellos que se negociaría la salida de Maduro. Sería con la mafia de Padrino, Ceballos, Benavides, Rivero, Quevedo, con los del Cártel de los Soles, con gorilas como el mayor Lugo, que atropelló a Julio Borges cuando era presidente de la Asamblea Nacional, con quienes mandan a reprimir a mansalva a estudiantes, como el general Zavarce, con esbirros como Hernández Dala de la Contrainteligencia militar y González López del Sebin. ¿Compartirán estos seres intereses con el resto de los venezolanos como para comprometerlos en una salida que abra posibilidades de restituir un régimen de derechos y libertades, de paz, seguridad y bienestar creciente de la población?
Sospecho que no. De ser así, más que invocar en positivo esos intereses para conseguir su anuencia a una salida electoral, habría que insistir en el costo que representa para ellos no facilitar una negociación con esos fines. Descubrimos una vez más --claro está-- el agua tibia: sanciones que les duelan y amenazas muy creíbles de castigo futuro si no acceden a contribuir con una salida democrática. Para algunos esto es una verdad de Perogrullo, pero no está demás tenerla muy presente a la hora de pensar en opciones. Confío que, como tal, está asumido cabalmente por la dirigencia opositora.
Lo anterior debe asociarse con la necesidad de recuperar a la Fuerza Armada como institución y, con ello, poder rescatar a la nación de la anomia en que fue sumida por la beligerancia otorgada por Maduro y sus mafias a bandas armadas como el ELN, los colectivos, los cuerpos de exterminio de la FAES, y de las brigadas de esbirros del Sebin y de la DGCIM (Dirección General de Contrainteligencia Militar). A ello habría que agregar las megabandas controladas desde la cárcel. Se socavó deliberadamente a la institución militar fomentando un ambiente para prácticas delictivas de todo tipo, pues tales bandas no tardan en imponer su propia ley sobre las circunstancias que las afectan. Como institución, la Fuerza Armada tendría que desarmar tales bandas para recuperar su monopolio de los medios de violencia y ponerlos al servicio del Estado de Derecho. En este orden, deben disolverse los “mil-ancianos” que penosamente han sido armados de chopos, uniformes y consignas para hacer el ridículo.
Es menester discutir ampliamente y a fondo, cómo debe ser una Fuerza Armada Nacional que responda a las necesidades de la Venezuela futura a que aspiramos. Obviamente, estaría deslastrada de mafias y del tráfico de drogas, y estaría sometida a la soberanía popular, es decir, al poder civil electo, no a la tóxica y maligna inteligencia cubana, que sería expulsada del país. En este marco, podrán distinguirse sus funciones de resguardo del territorio nacional, de apoyo en emergencias, contra el tráfico de estupefacientes, así como de respaldo --solo en última instancia-- al desarme de bandas delictivas, asumido por la policía. Sus dimensiones se ajustarían a los acuerdos consensuados con otros países, de manera de conformar una fuerza reducida, altamente profesionalizada y bien equipada para las labores encomendadas. Sobre todo, debe revisarse su proceso de formación. Perversamente, éste ha sido envenenado con odios provenientes de una mitología épica cultivada por el fascismo bolivariano para convertirla en fuerza opresora. Deben formarse en valores de respeto y preservación de las libertades ciudadanas.
Una estrategia provechosa que involucre a los militares para sacar al usurpador Maduro tiene que separar la paja del trigo. Aislar a la escoria con una denuncia permanente e incisiva del gorilaje, de repercusión internacional, mientras se esbozan elementos definitorios de una Fuerza Armada para una Venezuela libre, soberana y próspera, como la que anhelan las mayorías. A aquellos militares que no sucumbieron a la corrupción y la maldad, debe devolvérseles una institución en la que puedan encontrar la dignidad, el sentido de propósito y de respeto que se supone motivaron su incorporación.
Por más que insistan en sus bravuconadas de que nunca se irán, la mafia sabe que tiene los días contados. El mundo se les ha puesto chiquito. En su desesperación recurre a la imbecilidad como arma de ataque. Cabello intenta intimidar a Guaidó apresando a su tío con el ridículo cargo de transportar explosivos en el vuelo TAP que lo trajo al país, suspendiendo incluso a esa línea por un tiempo para darle credibilidad a semejante sandez. Maduro, por su cuenta, incita a trabajadores de PdVSA a agredir al propio Guaidó y a los suyos, cual si fueran camisas pardas hitlerianas.
A la mafia le está pegando las sanciones. Podrán aguantar un rato más saqueando a Guayana y lo que queda de PdVSA, pero si se les cercenan los lazos con sus cómplices internacionales, con el paso del tiempo les irá peor. Los integrantes más descompuestos de la mafia militar quizás no tengan vuelta atrás, ¿Pero el resto está dispuesto a suicidarse eventualmente con ellos? 

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