Militares,
¿Parte de la solución?
Humberto García Larralde, economista, profesor (J) de
la UCV, humgarl@gmail.com
En
un análisis reciente del grupo de trabajo para Venezuela del Inter-American
Dialogue se examinan las dificultades que ha tenido desplazar la dictadura
de Maduro, que mostró el año pasado una resiliencia inesperada frente a las
presiones desplegadas para que se fuera. Descarta soluciones “mágicas” como la
intervención armada por considerarlas improbables, para centrar la atención en
forzar --con la presión de sanciones internacionales efectivas, como de la
movilización interna-- la negociación de un régimen de transición que pueda
convocar elecciones confiables. De ahí surgiría un gobierno legítimo, con apoyo
nacional e internacional, que sacaría al país del naufragio en que lo metió la
“revolución”. En tal proceso deberían participar también otros actores claves,
además de las delegaciones oficiales de Maduro y de las fuerzas democráticas, y
se menciona particularmente a los militares.
Los
militares son obviamente actores de primerísima importancia en la actual
tragedia. Sin su apoyo, Maduro habría tenido que irse. Hay que dilucidar,
empero, si su participación es la de una institución, es decir, de una
agrupación con intereses, normas y puntos de vista propios a ser tomados en
cuenta para llegar a acuerdos mutuamente satisfactorias, o como individuos, ya
que la institución se desdibujó.
La
participación de militares en una destrucción tan severa y en tan escaso tiempo
como la producida por Maduro en Venezuela –la peor tragedia registrada para un
país que no esté en guerra--, no se aviene a lo que debería ser su misión como institución,
que es la defensa de la nación, independientemente de cómo sea formulada. Y he
ahí el problema. La corrupción de miembros de la alta oficialidad para hacer de
ellos cómplices de prácticas de expoliación que han acabado con la patria para
asegurar, así, que sus armas estén al servicio de quienes las comandan, ha
carcomido a la institución militar.
Los
militares en América Latina tienen un historial vergonzoso de sometimiento de
sus poblaciones a regímenes tiránicos. Han reprimido, asesinado y torturado a
sus conciudadanos. Muchos aprovecharon, bajo las dictaduras, para enriquecerse.
Pero no necesariamente dejaron de ser conscientes de sus intereses
colectivos como institución, así fuese para conservar sus privilegios.
En función de éstos, podrían ponderar los beneficios y costos de participar (o
no) en una negociación que encontrase salidas a un conflicto político. Pero
llevar adrede a su nación a la hecatombe–como han hecho en Venezuela-- y
condenar con ello a sus compatriotas a los niveles de miseria y hambre que se
evidencian hoy, no es una actuación congruente con una institución
militar: al destruir a la nación, dejaría de existir como tal.
Lejos
de enfrentar a la institución de la Fuerza Armada, nos enfrentamos a una
extracción de sus peores integrantes, ascendidos deliberadamente por su total
falta de escrúpulos, y de valores y sentimientos humanos para con sus
compatriotas, que ponen sus armas al servicio del saqueo nacional. Se trata de
una agrupación criminal a la cual se debe, junto a los esbirros de la
contrainteligencia cubana, que Maduro siga en el poder. Son actores
protagónicos de una mafia amalgamada en torno a la depredación de la riqueza
social. Ahí están sus intereses, no en la preservación de una corporación
militar.
Lo
anterior no significa que no existan militares en la Fuerza Armada con quienes
reconstruir la institución como tal. Muchos de éstos han sido detenidos,
torturados e, incluso, asesinados, por oponerse al fascismo gobernante. Pero no
será con ellos que se negociaría la salida de Maduro. Sería con la mafia de Padrino,
Ceballos, Benavides, Rivero, Quevedo, con los del Cártel de los Soles, con
gorilas como el mayor Lugo, que atropelló a Julio Borges cuando era presidente
de la Asamblea Nacional, con quienes mandan a reprimir a mansalva a
estudiantes, como el general Zavarce, con esbirros como Hernández Dala de la
Contrainteligencia militar y González López del Sebin. ¿Compartirán estos seres
intereses con el resto de los venezolanos como para comprometerlos en una
salida que abra posibilidades de restituir un régimen de derechos y libertades,
de paz, seguridad y bienestar creciente de la población?
Sospecho
que no. De ser así, más que invocar en positivo esos intereses para conseguir
su anuencia a una salida electoral, habría que insistir en el costo que
representa para ellos no facilitar una negociación con esos fines. Descubrimos
una vez más --claro está-- el agua tibia: sanciones que les duelan y amenazas
muy creíbles de castigo futuro si no acceden a contribuir con una salida
democrática. Para algunos esto es una verdad de Perogrullo, pero no está demás
tenerla muy presente a la hora de pensar en opciones. Confío que, como tal,
está asumido cabalmente por la dirigencia opositora.
Lo
anterior debe asociarse con la necesidad de recuperar a la Fuerza Armada como
institución y, con ello, poder rescatar a la nación de la anomia en que fue
sumida por la beligerancia otorgada por Maduro y sus mafias a bandas armadas
como el ELN, los colectivos, los cuerpos de exterminio de la FAES, y de las
brigadas de esbirros del Sebin y de la DGCIM (Dirección General de
Contrainteligencia Militar). A ello habría que agregar las megabandas
controladas desde la cárcel. Se socavó deliberadamente a la institución militar
fomentando un ambiente para prácticas delictivas de todo tipo, pues tales
bandas no tardan en imponer su propia ley sobre las circunstancias que las
afectan. Como institución, la Fuerza Armada tendría que desarmar tales bandas
para recuperar su monopolio de los medios de violencia y ponerlos al servicio
del Estado de Derecho. En este orden, deben disolverse los “mil-ancianos” que
penosamente han sido armados de chopos, uniformes y consignas para hacer el
ridículo.
Es
menester discutir ampliamente y a fondo, cómo debe ser una Fuerza Armada
Nacional que responda a las necesidades de la Venezuela futura a que aspiramos.
Obviamente, estaría deslastrada de mafias y del tráfico de drogas, y estaría
sometida a la soberanía popular, es decir, al poder civil electo, no a la
tóxica y maligna inteligencia cubana, que sería expulsada del país. En este
marco, podrán distinguirse sus funciones de resguardo del territorio nacional,
de apoyo en emergencias, contra el tráfico de estupefacientes, así como de
respaldo --solo en última instancia-- al desarme de bandas delictivas, asumido
por la policía. Sus dimensiones se ajustarían a los acuerdos consensuados con
otros países, de manera de conformar una fuerza reducida, altamente
profesionalizada y bien equipada para las labores encomendadas. Sobre todo,
debe revisarse su proceso de formación. Perversamente, éste ha sido envenenado
con odios provenientes de una mitología épica cultivada por el fascismo
bolivariano para convertirla en fuerza opresora. Deben formarse en valores de
respeto y preservación de las libertades ciudadanas.
Una
estrategia provechosa que involucre a los militares para sacar al usurpador
Maduro tiene que separar la paja del trigo. Aislar a la escoria con una
denuncia permanente e incisiva del gorilaje, de repercusión internacional,
mientras se esbozan elementos definitorios de una Fuerza Armada para una
Venezuela libre, soberana y próspera, como la que anhelan las mayorías. A
aquellos militares que no sucumbieron a la corrupción y la maldad, debe
devolvérseles una institución en la que puedan encontrar la dignidad, el sentido
de propósito y de respeto que se supone motivaron su incorporación.
Por
más que insistan en sus bravuconadas de que nunca se irán, la mafia sabe que
tiene los días contados. El mundo se les ha puesto chiquito. En su
desesperación recurre a la imbecilidad como arma de ataque. Cabello intenta
intimidar a Guaidó apresando a su tío con el ridículo cargo de transportar
explosivos en el vuelo TAP que lo trajo al país, suspendiendo incluso a esa
línea por un tiempo para darle credibilidad a semejante sandez. Maduro, por su
cuenta, incita a trabajadores de PdVSA a agredir al propio Guaidó y a los
suyos, cual si fueran camisas pardas hitlerianas.
A
la mafia le está pegando las sanciones. Podrán aguantar un rato más saqueando a
Guayana y lo que queda de PdVSA, pero si se les cercenan los lazos con sus
cómplices internacionales, con el paso del tiempo les irá peor. Los integrantes
más descompuestos de la mafia militar quizás no tengan vuelta atrás, ¿Pero el
resto está dispuesto a suicidarse eventualmente con ellos?
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