martes, 4 de febrero de 2020

Perú: laboratorio político

Perú: laboratorio político, 

por Félix Arellano

felixarellano50@yahoo.com
Las características y resultados de la reciente elección parlamentaria extraordinaria efectuada en Perú, confirman las complejas contradicciones políticas que está experimentando el país que ha enfrentado diversas formas de autoritarismos desde el cerrado militarista de los años setenta (decenio militarista), al personalista y abierto al mercado de Alberto Fujimori (Presidente 1990-2000); pasando por transiciones a democracias frágiles: como el período de Fernando Belaunde o marcadamente populistas como el primer gobierno de Alan García. El nuevo Congreso electo, fragmentado y sin mayoría definida incorpora a la escena potenciales radicalismos y el flagelo de la antipolítica.
En efecto, la realidad política peruana es compleja, pues si bien la institucionalidad parece frágil, el poder judicial goza de la autonomía y fortaleza para someter a juicio a la gran mayoría de sus expresidentes y varios líderes políticos.
Indiscutiblemente, un país de contradicciones, cuyo pueblo valora la democracia, empero, sus líderes, con pocas excepciones, no parecieran responder al reto de las circunstancias y, en estos momentos, ante la falta de organizaciones y liderazgos, el radicalismo encuentra un territorio fértil.
A las elecciones parlamentarias se llega con un mar de fondo de enfrentamientos entre los poderes ejecutivo y legislativo donde destaca la destitución del Presidente Pedro Pablo Kuczynski, lo que permitió llegar al poder al actual Presidente Martin Vizcarra.
En esta pugna, en el Congreso los grupos mayoritarios se han concentrado en limitar u obstruir la acción de gobierno y debilitar al Jefe del Estado. Comportamiento, que si bien confirma la libertad del juego político, si se desarrolla de forma irresponsable va socavando la institucionalidad democrática y estimulando reacciones radicales como las que empiezan a emerger en la composición del nuevo Congreso.
La Fuerza Popular, el partido del expresidente Alberto Fujimori, quien aún se encuentra cumpliendo condena judicial, en coherencia con el talante de su fundador, tiende a jugar al personalismo y la arrogancia; ahora, bajo la conducción de su hija Keiko, quien también está enfrentando sentencia judicial, y ha mantenido una lucha con su hermano Kenji por el liderazgo del partido; ha entrado en una fase de declive. Al respecto, luego de contar con 73 parlamentarios y controlar el Congreso del 2016 en estas elecciones apenas llega a 15. Conviene recordar que Keiko ha ganado en primera vuelta dos procesos electorales, pero la rigidez personalista no ha facilitado negociar para ganar en la segunda vuelta.
Otro indicador de la complejidad política peruana tiene que ver con la inminente extinción del histórico partido APRA, fundado por emblemático líder Haya de la Torre, quien nunca logró ejercer la presidencia; empero, el partido le permitió a Alan García gobernar en dos oportunidades. En estas elecciones parlamentarias, el APRA no logró alcanzar el 5% mínimo que exige la normativa peruana.

Podríamos interpretar que el electorado peruano está castigando la irresponsabilidad política y la corrupción de sus dirigentes, lo que puede interpretarse como expresión de consolidación de la cultura democrática; empero, apreciamos algunas señales preocupantes, como el ascenso de grupos cuya agenda radical puede representar un riesgo para la democracia y los derechos humanos.
En este contexto, cabe destacar que uno de los principales ganadores en las elecciones parlamentarias, es el grupo político denominado Frente Popular Agrícola del Perú (Frepap), que ha logrado 16 de los 130 escaños del Congreso y promueve una agenda ultraconservadora, coherente con sus orígenes la Asociación Evangélica de la Misión Israelita del Nuevo Pacto Universal. Los principales ganadores con márgenes bajos, son la Acción Popular que logró 25 escaños y Alianza por el Progreso con 22 escaños.
El panorama es delicado, pero la fragmentación del Congreso genera oportunidades. Por una parte, debería estimular el diálogo y la negociación entre las distintas fuerzas que hacen vida en el Congreso, esencia del juego democrático.
Por otra parte, ofrece la posibilidad, con tiempo limitado para que el Presidente Martin Vizcarra pueda avanzar en algunos proyectos fundamentales como la reforma del poder judicial o la adopción de normativas más contundentes contra la corrupción.
Adicionalmente, no debemos menospreciar que el virus del radicalismo se puede estar incubando en el electorado peruano, sus habilidades para manipular y engañar son enormes, lo que plantea un gran reto para los defensores de la democracia y los derechos humanos en Perú. Es hora para unir fuerzas y trabajar en la consolidación de la cultura democrática y sus valores fundamentales de libertad, tolerancia y convivencia.

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