Felix Arellano.
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La votación en el Consejo Permanente de la OEA, ha sido un punto de inflexión que ha dejado claro la debilidad del liderazgo bolivariano, que se limita al reducido grupo de radicales dentro de la ALBA
En el escenario internacional encontramos un creciente número de factores potenciales de conflicto, pero también encontramos fuerzas de diálogo y negociación que pueden abrir camino al delicado equilibrio entre convivencia y diversidad. En este orden de ideas, observamos cómo los países más poderosos, que mantienen sistemas políticos democráticos, tienden a privilegiar la prudencia y el diálogo en escenarios de conflicto. No obstante las contradicciones que caracterizan la política exterior de los Estados Unidos, que en muchos casos ha privilegiado el uso de la fuerza; actualmente, con la llamada Doctrina Obama, se puede apreciar la importancia asignada al diálogo y la diplomacia multilateral en casos como el medio oriente, Corea del Norte, Irán o Cuba. En lo que respecta a la Unión Europea (UE) esa ha sido la tendencia.
Países de poder intermedio como India y Suráfrica, si bien mantienen sistemas democráticos, éstos enfrentan serias debilidades institucionales, esquemas de exclusión social aún vigentes y diversos problemas económicos. Todo lo cual pareciera fundamentar una actuación internacional limitada, incluso en propios espacios geopolíticos de influencia.
Brasil constituye un caso interesante, ya que en los últimos años ha tratado de fortalecer tanto su sistema democrático, como la economía interna. Los años del Presidente Lula fueron muy activos en el escenario internacional y regional. Su activismo se ha sentido particularmente en la esfera económica: OMC, G.20, BRICS, Mercosur, etc. Pero debilidades del modelo político, dado el sesgo autoritario que tiende a caracterizar al populismo, lo enfrenta en los actuales momentos a serios problemas de estabilidad política, lo que se proyecta en su debilitamiento internacional.
Países poderosos con modelos autoritarios presentan tendencias más complejas y, ante la ausencia de controles y limites internos, se inclinan más fácilmente por la violencia y el uso de la fuerza. China representa un caso complejo. Luego de abrir su economía con Deng Xiaoping y con el objetivo de mantener el dinamismo de su economía y liderazgo mundial, tiende a valorar un poco más la importancia del diálogo y la convivencia. En tal sentido, apreciamos una China prudente y negociante en la Organización Mundial del Comercio, en diversos grupos económicos: G.20, BRICS, APEC; también lo ha sido en escenarios de conflicto como el medio oriente y Corea del Norte. Empero, también encontramos una China beligerante en temas territoriales geopolíticos, particularmente frente a sus vecinos en el Mar de China.
Rusia es el caso grave que confirma la reflexión, pues siempre ha mantenido una tradición autoritaria en su política interna y la apertura económica asumida con la caída del comunismo, se ha caracterizado por una gran corrupción y ausencia tanto de transparencia, como de reglas claras. Con esa rígida base nacional, mantiene como uno de sus objetivos fundamentales de política exterior retomar territorios hoy independientes, que los considera partes del gran imperio ruso. Estilo imperial también caracteriza su participación en escenarios globales como el oriente medio, Siria, la primavera árabe o Asia.
El proceso bolivariano aspiraba un liderazgo medio, pero pregona, en su falso discurso, un liderazgo mundial. Todo este sueño se va desvaneciendo, en la medida que se agota la chequera petrolera. La votación en el Consejo Permanente de la OEA, ha sido un punto de inflexión que ha dejado claro la debilidad del liderazgo bolivariano, que se limita al reducido grupo de radicales dentro de la ALBA. Este grupo agradece los favores de la chequera, pregona el discurso anti sistema, pero aplica modelos económicos de mercado.
Adicionalmente, en la medida que crece el autoritarismo en el proceso bolivariano, su comportamiento internacional se va tornando más violento, con un discurso de descalificación y exclusión. Nos urge fortalecer nuestra democracia interna, para retomar un papel más activo en pro del diálogo y la convivencia internacional.
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