martes, 8 de noviembre de 2016

¿Triunfará la prudencia?

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Felix Arellano

Trump sataniza lo existente, para estimular las pasiones humanas y un voto irracional, pero no presenta un programa articulado con soluciones eficientes; mucho discurso y mucha pasión, pocas ideas sensatas

La contienda electoral de los Estados Unidos, que se define hoy, si bien podría contribuir a fortalecer la democracia de ese país, también ha evidenciado claramente algunos de los graves problemas que afectan a la institucionalidad democrática en el mundo, y el imperio no ha resultado una excepción. En muchos países se está presentando un enfrentamiento entre la prudencia contra la irracionalidad, esta última encubierta en radicalismo, nacionalismo, racismo, fanatismo, discriminación, mucha pasión y hormonas que estimulan el voto sin reflexión.

En el mundo observamos el ascenso de la antipolitica. El rechazo a las instituciones existentes, en particular, los partidos tradicionales, y los falsos discursos con promesas salvadoras que terminan desembocando en fracasos autoritarios. Al respecto podemos destacar entre otros: al proceso bolivariano en Venezuela, el nacionalismo xenofóbico en varios países europeos, Podemos en España, el proyecto político de las FARC en Colombia o el radicalismo del Foro Social en nuestra región.

En los Estados Unidos, Donald Trump ha cultivado, en esta larga campaña electoral, las pasiones radicales de la población, que aspira soluciones urgentes y fáciles. Trump, como buen radical, ha promocionado un discurso que apasiona cargado de soluciones mágicas y de violencia, que si se llegan a aplicarse no resolverán nada y generaran nuevos y más graves problemas.

El discurso de Trump en el plano nacional contempla, entre otros, un nacionalismo radical y excluyente, contrario a la tradición de su país y a la dinámica del mundo global. Muchos norteamericanos están enfrentando serios problemas económicos, y Trump concentra el problema en la apertura global, en los acuerdos comerciales, en la presencia de los extranjeros, mezcla diversos problemas, que si bien están vinculados, exigen de tratamientos especiales. Es cierto que la globalización, la apertura y el comercio pueden conllevar problemas sociales, pero no se resuelven creando muros y expulsando extranjeros.

Las inequidades que genera la globalización, la apertura y el comercio exigen la urgente aplicación de la equidad en sus diversas manifestaciones; por ejemplo, una mayor atención a los problemas de los países pobres que permita generar gobernabilidad y bienestar social, lo que puede limitar las migraciones; mayor cooperación técnica internacional; políticas migratorias responsables, coherentes y humanizadas. En el plano comercial se requiere de mayor atención y aplicación de tratamientos asimétricos por países o por sectores productivos; mecanismos de protección temporal, como las salvaguardias comerciales.

Trump sataniza lo existente, para estimular las pasiones humanas y un voto irracional, pero no presenta un programa articulado con soluciones eficientes; mucho discurso y mucha pasión, pocas ideas sensatas. Expulsar la población extranjera debilitaría sectores fundamentales de la economía norteamericana como la agricultura o los servicios. Su rechazo a los programas de salud impulsados por el Presidente Obama y su discurso fiscal afectará la situación de los más pobres.

Por otra parte, su discurso en el plano internacional, concentrado en destruir el legado negociador y cooperativo del Presidente Obama, anuncia un imperio de incertidumbre, exclusión y violencia; desconociendo la incapacidad de los Estados para poder enfrentar individualmente los graves problemas globales. Su rechazo a los temas ecológicos y las soluciones en curso auguran el agravamiento de los problemas. El continuo ataque a los aliados fundamentales de los Estados Unidos como la Unión Europea o México genera una peligrosa incertidumbre.

Frente al caso venezolano el discurso de Trump también genera una incertidumbre sorprendente y peligrosa. En su verbo radical ha dedicado pocas palabras violentas contra la dictadura cubana y el autoritarismo venezolano y amenaza con retroceder las negociaciones con Cuba. Empero, por otra parte, su radicalismo y extraña vinculación con Putin, podría conllevar una posición silenciosa y complaciente, poco preocupada por el grave deterioro de los derechos humanos venezolanos.

Sobre la Sra. Hillary Clinton no podríamos considerar que represente la panacea, pero si ha cultivado la mesura y la reflexión en su discurso. La posible continuidad en la política exterior del Presidente Obama, con mayores controles, es una señal positiva para la comunidad internacional. Si fuera electa podría abrir una nueva oportunidad para la región a los fines de negociar una relación más creativa y dinámica en diversos ámbitos y con mayor atención a los temas de la equidad.

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