Eduardo Ortíz Ramírez
Ninguna guerra es buena. Mueren seres
queridos, familiares y amigos o en su defecto quedan lisiados; es una suerte
salir ileso. Peor aún, se vuelve una bola de nieve donde crecen venganzas y
odios. Así ha pasado siempre, por justificadas que hayan sido. Solo los que
quieren que otros mueran, los cobardes, los que incitan a los otros mientras
ellos piensan en rendirse o quedar vivos, o los que andan con guardaespaldas
pueden ver en ellas elementos de felicidad, valentía y regocijo. No solo se
cuentan los muertos: los muertos, muertos quedan.
No existe una guerra civil en
Venezuela, sin embargo ya bordea 30 el número
de fallecidos en lo visto en el mes de abril durante las protestas por la ruptura del orden o hilo constitucional,
las tendencias crecientes al autoritarismo de parte de la administración
bolivariana, su poco sentido democrático y el complejo escenario económico y
social en que han terminado 18 años de una “revolución” o ilusión que
inicialmente entusiasmó a muchos y sobre todo a quienes la encabezaban y la han
usufructuado, pero que degeneró en un rotundo fracaso para darle a la economía y
la sociedad salidas a sus problemas políticos y más aun a sus problemas de
crecimiento y bienestar. Las razones directas de tal número de muertos, que ya
causan alarma en el escenario internacional, se encuentran en la actitud hostil
desmedida y represiva de los cuerpos que a tal fin muestra y usa la
administración bolivariana, mientras en términos sociales la sociedad vive un
clima acentuado de inseguridad con alto nivel de afectación a las propiedades,
vidas y tranquilidad de una porción alta de los habitantes de la nación.
Así, además de ese escenario, en
Venezuela existe actualmente una carencia relevante en lo que atañe a proyectar
algo cercano a una estrategia de crecimiento y desarrollo creíble, entendible y
ejecutable, pero sobre todo que sea producto del consenso de los distintos
agentes económicos y sociales. En tal sentido, la estrategia que se ha
propuesto en documentos de la actual administración es cada día más una
estrategia que trata de materializar una hegemonía para establecer un socialismo rentista. A comienzo de los
noventa, aun con todo lo polémico que podía ser señalarlo, se podía afirmar que
Venezuela era una nación prospera -aunque los criterios del consenso tampoco se
buscaron-.
Hoy día se ha profundizado el
rentismo petrolero y la administración bolivariana, beneficiaria directa y
clara de un rentismo con altos precios del petróleo hasta 2014, se presenta en
2016 y 2017 como crítica al mismo y, más aun, señala este último año como el
del comienzo de un nuevo modelo de crecimiento y desarrollo, pues el modelo
rentista habría acabado en el 2016 según su punto de vista. Totalmente lejos de
la realidad estas afirmaciones; y, peor aún,
cada minuto se aleja la posibilidad del consenso
para atender lo relativo al rentismo y a cualquier temática de la realidad
venezolana. La administración bolivariana, con su propio pensamiento único ha generado todo tipo de trabas y limitaciones
para desarrollar el mismo. La ausencia del consenso
y el surgimiento de hendiduras y resentimiento han alimentado en Venezuela la
idea del conflicto para algunos. Rodilla
en tierra, no pasaran, son
algunas de las expresiones más pedestres de una actitud que, crecientemente, ha
generado aislamiento progresivo en cuanto a los otros grupos sociales y
políticos existentes en la realidad venezolana, con los que la actual
administración hubiera podido desarrollar esta posibilidad.
Leí, en algún escrito de E. Hobsbawm,
que la tranquila nación Suiza del siglo XX, había tenido numerosas guerras
internas durante las primeras décadas del siglo XIX. En el siglo XIX, se
albergaron variadas esperanzas, deseos o previsiones sobre posibles guerras
civiles a lo interno de lo que hoy son las naciones más avanzadas. Lo cierto es
que, en el caso de las naciones europeas y EE.UU., con el avance del
capitalismo y distintos procesos internos, para el siglo XX -al menos en la
segunda mitad-, se acabó la posibilidad, la previsión o las tentativas de que
hubiese conflictos nacionales de los que tradicionalmente se ubicaron como
guerras civiles.
No nos referimos a conflictos particulares
comofueron los de Yugoslavia, los de los vascos o los que se tuvieron en
Irlanda. No. Nos referimos, estrictamente, a una guerra civil. A la guerra
civil que E. Balibar ubica en su libro Sobre la dictadura del proletariado
(1977), como necesaria, dado -según sus análisis de los planteamientos de
Lenin- un determinado nivel de desarrollo de la lucha de clases. Cuando leí
esto, hace casi cuarenta años, no reflexioné sobre los espacios que como
naciones pudiese tener de referencia este autor. En realidad, él no aborda esa
problemática en detalle y, además, es difícil percibir las posibilidades de
esta idea en las regularidades de la actual vida europea.
Hoy en día, puede uno preguntarse:
¿se puede albergar la posibilidad de considerar una guerra civil en Noruega,
Suecia, Francia o Los EE.UU.? Para muchos, y con razones diversas, esto no
pasaría de ser una pregunta extravagante.
Y es que, en realidad, de lo que se observa en la dinámica nacional y política
de tales naciones, la respuesta no puede ser sino la de un contundente no. Por
lo demás, no afecta esto el resaltar que a algunos europeos les parecen
curiosos, llamativos y hasta justificados algunos conflictos –aun armados- en
las latitudes del mundo en desarrollo. Visitan, hacen estudios y departen sobre
conflictos no pensables para la propia Europa. Las FARC, Chiapas y el Subcomandante
Marcos, o la “Revolución bolivariana” o el
Chavismo, pueden nombrarse entre ellos.
Observamos, contrariamente, que en
las naciones latinoamericanas y más recientemente en Venezuela, con las
particularidades de los grupos políticos en el poder, se nos habla y amenaza
sobre que "Si esta revolución fracasa, vendrá una revolución por las
armas...". “Esta es una revolución pacífica pero no desarmada” (frases de Hugo
Chávez, seguidas también por Nicolás Maduro). ¿Qué es esto sino el
planteamiento de una posible y hasta inevitable guerra civil -en el contexto de
la dinámica reciente vista para Venezuela-, según sus proponentes, e
independientemente de su utilidad para la "revolución" o la sociedad
venezolana en general? ¿Qué es lo que ha hecho que este fantasma desaparezca de
las naciones desarrolladas? ¿Qué utilidad tiene esta problemática para pensar,
adecuadamente, el encaminamiento de la Venezuela actual hacia el bienestar y el
desarrollo? Las respuestas van en varias direcciones. Veamos tres que son de
interés.
Primera, en
las naciones avanzadas -incluido EE.UU.-, aun con todos sus problemas, se logró
alcanzar el desarrollo económico y sus expresiones en la consecución de un
nivel -o piso, según los casos- de bienestar de los ciudadanos que tiene como
base un alto ingreso per cápita con
sus correspondientes ventajas en el bienestar y que sigue siendo imagen objetivo para variadas naciones en
desarrollo. El disfrute de un alto nivel de vida o en la calidad de vida de A. Sen, ha tenido su terrenalidad. Las calles
limpias -llamaron la atención del Presidente Hugo Chávez en algunos de sus
numerosísimos viajes-, la atención de tragedias y el avance tecnológico, entre
otros tantos elementos, no han sido fantasía; sin significar esto una apología
de todo lo que pasa en esas naciones.
Segunda, la
existencia de la sociedad civil en
el sentido de Gramsci o Hegel (en este como gran invento de las sociedades
modernas y espacio del ciudadano y sus intereses). En esas naciones, como es
conocido existe sociedad civil. Se
trata de aquel concepto que Marx le reconoció a Hegel -del que se había
nutrido- haberle dado su debido papel en la dinámica de las sociedades y que
para algunos en Venezuela ha servido para mamar
gallo, aun con su posición en algunos períodos de la "revolución"
(se trata de actores como Luis Miquilena cuando todavía era concilieri del
Presidente Hugo Chávez y preguntó -al oír el término- “con que se come eso”).
Adecos, copeyanos y chavistas, a todos le ha preocupado el desarrollo de la
sociedad civil. Es esta, en nuestra opinión, uno de los factores que en las
sociedades desarrolladas ha alejado el fantasma de la guerra que hemos
señalado. Su presencia ha permitido la canalización de la creatividad de los
individuos y la gestión, participación y sanción social, cuando es el caso,
para la solución de los problemas que son de su interés. Hoy día, en el
lenguaje de la economía neoinstitucionalista, se resalta la importancia de las instituciones que permiten resolver los
conflictos entre diversos agentes económicos y sociales. Contrariamente, la
perspectiva de organizaciones comunales
vistas por algunos miembros de la actual administración está planteada desde y
para el conflicto. Lo comunal difuso
ha sido el último recurso para referirse al poder originario, al pueblo o a no
entrar en precisiones (así lo hizo el presidente Nicolás Maduro cuando el domingo
23 de los corrientes habló en su programa dominical sobre pasar a otra fase o
dar un paso… dado que la oposición había trancado el juego)
Tercera, la
democracia. Muy relacionada con las dos anteriores, la democracia en las
naciones desarrolladas, aun con sus imperfecciones, defectos o resultados
negativos es muy superior a la que se observa y ejecuta en nuestras naciones. Le
he observado al autor de En busca de la
Revolución, William Izarra, un conjunto de reconocimientos a la democracia
directa que se aplica en EE.UU. Se le pudo leer en 2001: "...En las comunidades
norteamericanas encontramos uno de los modelos más explícitos de democracia
directa. La comunidad organizada del pueblo de EE.UU., se involucra en la
gestión de su propio destino. Entre otras múltiples tareas, la comunidad decide
acerca de sus autoridades, programas de desarrollo, normas de transporte,
regulaciones ambientales, impuestos, conductas policiales, castigos a la
delincuencia, administración de los centros de recreación y regulaciones en los
campos deportivos. Como sociedad más avanzada, aun con sus limitaciones que las
tiene, su práctica puede servir de referencia para ser aplicadas en nuestro
medio." William E. Izarra. El Universal. 22-6-01, Pg. 2-12. Vista así y
que el autor de la cita fue ubicado como un ideólogo u orientador para el impulso (a pesar de su participación inicial, retiro, reencuentro, etc.) de la
"revolución" en curso en Venezuela, debe señalarse que según sus
resultados de más de 18 años, tiene inclinaciones anticapitalistas, antimercado y contraria al desarrollo de
mecanismos democráticos.
Visto con esas consideraciones, la
democracia venezolana se ha deteriorado, malogrado y alterado de manera
transcendental. Lo que se estructuró como críticas a la democracia representativa para construir la democracia
participativa y protagónica, terminó en un proceso de profunda desinstitucionalización. Ni se mantuvo
lo que existía, ni se desarrolló, ni se construyó algo diferente y mejor. Se destruyó
lo que existía y que con los proyectos y consensos adecuados podía haberse superado. Puede decirse que las instituciones con las cuales, a pesar de sus
defectos, convivió el venezolano, solo existen ahora en su mente y recuerdos.
En lo que respecta a los elementos señalados,
es claro que en Venezuela existe actualmente una carencia relevante en lo que
atañe a proyectar algo cercano a una estrategia de crecimiento y desarrollo
creíble, entendible, ejecutable y de consenso. Hoy día puede afirmarse que, las
distorsiones económicas están apuntalando lo que viejas teorías del desarrollo
ubicaron como el dualismo económico
que, en el caso venezolano, atañe principalmente a la presencia de un sector
petrolero y uno no petrolero en un contexto económico rentista y que se benefició
grandemente de los altos precios petroleros en años recientes hasta 2014, para financiar
la corrupción, apuntalar políticas populistas e instrumentar subsidios internacionales
vía Petrocaribe y ayudas directas a países en asuntos específicos o en campañas
políticas locales e internacionales. No es fácil demostrar que los gastos en inversión
social alcanzaron más de ¾ partes del mas de 1 billón de dólares que ingresó en
más de 18 años, como insistentemente ha planteado la administración bolivariana.
La evaluación futura de eso, deberá ser labor de equipos de trabajo con esmero
e interés científico.
Se le junta ahora un tipo de dualismo
que compone la dicotomía sector formal e informal con numerosas implicaciones
sociales, fiscales, tributarias y sanitarias. Por el lado de la sociedad civil,
hay esperanzas en su posible impulso desde variados estratos de la sociedad,
aun con todos los obstáculos que la percepción ideologizada del "gobierno
revolucionario" trata de imponer. Por el lado de la democracia, el déficit
es altísimo del lado gubernamental, dado el control cerrado que tienen los
grupos políticos en el poder en las instituciones, el autoritarismo y las
perversiones que ubican las opiniones diferentes como expresadas por enemigos
de la "revolución"; sin embargo, como contrapeso, debe señalarse que,
del lado de buena parte de los ciudadanos y de las fuerzas de pensamiento,
organización y reservas de valores, hay un enraizado sentido democrático y
algunas ideas que podrían ayudar para buscar el desarrollo.
@eortizramirez
eortizramirez@gmail.com
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